viernes, 31 de diciembre de 2010

El año nuevo llama a la puerta...


Hoy es la última noche del año. Hemos cenado toda la familia, abuelos, hermanos, cuñados, hijos, sobrinos... A medianoche, el año nuevo llama a nuestra puerta: doce timbrazos suenan al ritmo de las doce campanadas del reloj. Con el último timbrazo (y campanada) mi marido descorcha una botella de champán, con su alegre estallido y rebote del corcho en el techo. Pero todos hemos quedado paralizados mirando hacia la puerta, nadie se atreve a abrirla. Un silencio espeso nos rodea, mientras el champán se desborda de la botella. Nadie quiere dejar pasar al nuevo año. Y lo malo es que si no abrimos la puerta al futuro, no podremos movernos. Quedaremos congelados en esta mueca estúpida entre risa y nostalgia, en una mano la copa de champán sin llenar, en la otra, el pringue de las doce uvas, en la boca, el beso de feliz año nuevo sin dar…

Mi sobrinito dice: ¿Pero es que nadie va a abrir? Y corre hacia la puerta esquivando las estatuas de adultos.

- Pase señor 2011, pase, le estábamos esperando. ¿Quiere una copa de champán?

Mi marido sirve una copa al 2011, llena las nuestras y todos brindamos, nos abrazamos, nos damos besos. ¡Feliz Año Nuevo! El 2011 por fin ha entrado en casa. ¡Buf!, ¿qué sería de nosotros sin los niños?

El nido



Ahora vivimos en los árboles. Hemos vivido en las dunas del desierto, en el fondo del mar, en un iglú forrado de pieles, en un barco en los mares del sur, en la ciudad de las mil torres, en las grutas de columnas doradas. Pero ahora vivimos en los árboles y es lo que más me gusta. Nos despiertan los pájaros antes de amanecer. Es algo molesto, nos hacen madrugar demasiado, pero generalmente, damos media vuelta, nos abrazamos y seguimos durmiendo. Un poco más tarde, los rayos de sol se cuelan entre las hojas y nos acarician los párpados. Nos levantamos y vemos el cielo en los huecos que dejan las hojas, y hacia abajo, los troncos y las grandes raíces. Saltamos de árbol a árbol, nos desplazamos colgados de las lianas. Vivimos en una penumbra verdosa, entreverada de rayos de sol. El bosque es grande, es difícil salir de él, es maravilloso perderse en él. Esa sensación de vivir entre el cielo y la tierra, sin pisar jamás el suelo, como flotando. Lástima que Adrián ya esté pensando en marcharnos otra vez. Dice que se aburre, de nuevo. Yo no me canso del susurro del viento en las hojas, ni del olor a tierra y hojas húmedas, ni de oír el picoteo del pájaro carpintero y su risotada de carraca. Me pregunto qué se le ocurrirá ahora. ¿Un globo entre las nubes? ¿Un palacio de cristal? Yo no necesito nada más: quiero hacer nuestro nido en estas ramas, para siempre.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Nochebuena


En Nochebuena mi madre preparaba mesas de cuento, con todos los lujos y detalles: el mantel de encaje, la vajilla con filo de oro, la cristalería soltando destellos bajo la lámpara de araña, la cubertería con el brillo del acero inoxidable, el platito de plata con su panecillo a la izquierda, las velas rojas anunciando la navidad. Comilonas tremendas como mínimo para veinticuatro comensales, con consomé, pastel de pescado, langostinos y pollo relleno, mouse de piña y para terminar, esas fuentes que parecían un laberinto de frutos secos y turrón. Mi madre tenía que estar agotada, pero siempre lucía esplendorosa, con su mejor vestido, entregando su sonrisa a los abuelos, a los hijos, a los tíos, a los primos… Y a la mañana siguiente, vuelta a preparar otra mesa para Navidad. Y otra en Nochevieja y otra más en Año Nuevo… Era el cuento de nunca acabar.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Lo que me ha traído Papá Noel




Mi querido Papá Noel me ha traído unas marionetas de dedo de los grandes compositores: Mozart, Bethoven, Puccini y Verdi.


Un libro de Harpo MArx, su autobiografía:

Una pashmina preciosa...

Y un monstruito que me ha hecho mi hijo y un gatito de mi hija.
Y una maza de jamón y un queso riquísimos...

Lo mejor fue cuando abrí el paquete del libro. Por supuesto, sabía que era un libro por la forma, pero al ver la portada me eché a reír: Anda, Pedro, le dije a mi marido, abre tu regalo, cariño... Él también tenía el mismo libro. Si es que estamos en completa sintonía...

Me voy a jugar a componer música con Mozart y Bethoven... Y a echar unas risas con Harpo Marx. ¿Alguien quiere escuchar mi sinfonía de navidad?

jueves, 23 de diciembre de 2010

¡Feliz Navidad!




Esta navidad,
enciende la estrella
de tu corazón.
Derretirá la nieve
con su cariño y amor.


Depués de este tanka navideño,
a todos los que venís por el rincón de la bruja de chocolate, os deseo
¡Feliz Navidad!
Gracias por acercaros a este rincón, ya sabéis que siempre encontraréis aquí
una taza de chocolate mágico y un cuento para saborear.


lunes, 20 de diciembre de 2010

¿Microlunes?


Ya sabéis el chiste, después de Plácido Domingo llega el Maldito Lunes...
El lunes es el día que me toca publicar en el microrrelatista.
No podía haberme tocado un día mejor, jaja.
Me levanto hecha polvo porque me acuesto tarde el domingo y tengo que madrugar.
Apenas puedo desayunar de un trago mi tazón de cola-cao.
Pillo el autobús por los pelos... Carrerita matutina, recupero la respiración en el asiento del autobús.
Los lunes no me pongo la radio, prefiero dormitar hasta la fábrica, tengo demasiado sueño.
Despego los ojos. Bajo del autobús. Entre las legañas vislumbro un rojizo amanecer tras la verja metálica.
Entramos en la cárcel. Quiero decir en la oficina. Gris, oscura y silenciosa. Aterrizo en mi silla de ruedas. Cualquiera diría que soy inválida. En realidad, una vez aquí me muevo tan poco como una inválida. Pero no, no voy a decir burradas, puedo hacer muchas cosas más que una inválida, que se lo digan a los pobres condenados a la silla de ruedas.
Qué asco, por esta ventana ni siquiera se ve amanecer, está orientada al oeste.
La luz se enciende automáticamente a las 7:42 y el repentino flash me deslumbra los ojos. Vuelvo a despertar. Es la tercera vez que me despierto hoy y no será la última.
Bostezo y me estiro. Buenos días por aquí y buenos días por allá. ¿Un café? No tomo café. Voy a por una botella de agua de la máquina. La máquina se traga la moneda y no escupe la botella. Le doy una patada, pero solo consigo un moratón en el pie.
Enciendo el ordenador y comienzo a llenar hojas de cálculo.
El lunes se convierte en un día cualquiera. Números rojos. Números negros. Transferencias bancarias. Previsiones de caja. Viendo pasar millones y millones de euros que jamás podré palpar. Millones invisibles. Dicen que son reales, pero a veces lo dudo. Hablamos de millones como si fueran churros: un par de millones con el café, media docena con el chocolate, una docena antes del almuerzo, un centenar...
Tengo hambre. La comida es menú de lunes: espagueti boloñesa y calamares elásticos como cámara de neumático. Por supuesto, los millones los he dejado en el piso de arriba, no se vayan a manchar de grasa.
Otro café de máquina para el que le gusta. Y de vuelta a la mesa de la oficina unas tres horas más. Sufro un horario que parece de broma de 7:45 a 16:12, exactamente las 16:12, no, no me lo invento, ni os estoy tomando el pelo, con 45 minutos de comida en el medio, pero sin siesta.
Hay un rato después de comer muy malo, los párpados pesan como yunques... Y yo sin tomar café. Un día voy a tirar la pantalla del ordenador de un cabezazo.
Los millones que teníamos previstos no llegan. No vamos a poder hacer todos los pagos de hoy. Para colmo, la web del banco se queda colgada. Habrá tenido un empacho de millones, digo yo. Ojalá me empachara yo también así. Mi compañero se cabrea, da un puñetazo en la mesa. Pues si no pagamos hoy, ya pagaremos mañana, le digo.
Los millones llegan a última hora. Hay que hacer las transferencias corriendo. Por los pelos, como siempre.
Damos el último enter a la última transferencia a las 4 y 12, hora de la libertad. Y de la siesta en el autobús.
Me siento con un conocido que me da palique y no me deja dormir…
Bajo del autobús y recojo a los chicos en el cole. Hoy tienen piano. Allá vamos, cabalgando a la academia de música.
Compro carne picada en la carnicería y una docena de huevos (de huevos, no de millones) mientras hago tiempo para volver a recoger a los chicos. Me quedan quince minutos para tomar un té en una cafetería.
Entonces me acuerdo del microrrelato, no he pensado en él en todo el día, pero no sé escribir en un café, no me concentro. Quizá es eso lo que me diferencia de J.K. Rowling, quizá por eso yo nunca escribiré un best seller como la Rowling. Apuro el té.
Recojo a los chicos y vuelvo a casa.
Al sacar la compra veo que un par de huevos se han roto por el camino. Dos huevos para tortilla. A mis hijos no les gusta la tortilla.
Los chicos hacen los deberes. Yo me pongo a hacer los míos. La cena, claro. Unas albóndigas con tomate. Y la tortilla. Frío las albóndigas, las echo en la sartén con la salsa de tomate. Se me cae la sartén al suelo y a mi pantalón de chándal. Toda la cocina perdida de aceite. Recojo el aceite, friego el suelo, limpio la puerta del armario que también se ha pringado. Me cambio de pantalón y le echo polvos de talco para que absorba las manchas de aceite.
Con el estropicio se ha hecho la hora de cenar. Ya no me da tiempo de sentarme al ordenador para escribir el microrrelato. Debería haberme puesto antes, ahora ya lo tendría hecho. Quizá empezando a cocinar más tarde no se me hubieran caído las albóndigas por la cocina. Dejo aparcado el microrrelato para después de la cena.
Sacudo los polvos de talco del pantalón de chándal. El polvillo me da tos y acabo tosiendo sin parar, un ataque de los que hacen época. Bebo agua.
Los chicos ya están en la cama y el microrrelato sin escribir. Estoy cansada, mejor me voy a la cama.
Los lunes son un día agotador. El día del microrrelato tenía que ser el maldito lunes. Los lunes son demasiado largos y farragosos para escribir un microrrelato... Hasta una novela podría escribir...

domingo, 19 de diciembre de 2010

Mi muñeca Clota




Mi muñeca Clota, me gustaba lanzarla al cielo y verla dar volteretas en el aire. Mi muñeca Clota, con sus piernas muy largas y delgadas y brazos no tan largos, con el pelo pintado de color marrón y una cara con sonrisa y coloretes. Iba en ropa interior, camiseta y braguita de color blanco, igual que los calcetines y tenía un montón de vestidos para poner y quitar.


Aquella muñeca de trapo llegó a mi casa en un cubo de cartón cilíndrico, me la regaló mi madrina de Bilbao. Allí dentro estaba la muñeca plegada con la cabeza tocándose los pies y también una tela con sus vestidos pintados que había que recortar y pegar con un bote de pegamento. Para asegurar mejor los vestidos, yo los recorté y mi madre los cosió, en vez de pegarlos con el pegamento.


Mi muñeca Clota se convirtió en mi preferida: Una, dos, tres, cuatro volteretas, hasta que aterrizaba en mis brazos de nuevo Era una excelente trapecista y yo la entrenaba muy bien. Mi madre cuando me veía hacer eso con ella se llevaba las manos a la cabeza: "Pobre Clota, anda que si yo te hiciera lo mismo a ti...". "Pero si a ella le gusta, no lo ves? Mira cómo se ríe" le contestaba yo. Y mi muñeca Clota, en efecto, seguía luciendo aquella sonrisa inquebrantable. Y otra vez al aire a rodar sobre sí misma…


Mi muñeca Clota dormía algunas veces en mi cama. La llevaba a la parada del autobús imaginario del colegio imaginario. Montaba en el autobús del cole (cuatro sillas puestas en fila) y yo era la cuidadora. Aprendía las lecciones en mi pizarrilla verde. Mi muñeca Clota era traviesa, pero nunca la pillaban.


Mi hermana le hizo un gorrito marrón con pompón de lana, con los restos de una chaqueta vieja. Yo le tejí una bufanda de rayas verdes y blancas. Todas la mujeres de la casa queríamos a mi muñeca Clota. Se dejaba querer.

El viejo cuentacuentos


El cuentista contaba en la calle. Se sentaba apoyado en la pared de la casa, su larga barba blanca reposaba entre las piernas sobre su túnica. Los niños lo rodeaban, sentados en el suelo. El cuentista era ciego, no veía la calle ni a los niños, pero sus ojos contemplaban los maravillosos paisajes de las historias que salían de su boca. Los niños estaban muy quietos, sólo el cuentista se movía, gesticulando, poniendo voces graves o melifluas, serias o divertidas. Los niños sabían que si se movían o hablaban, las palabras del viejo se romperían. Y con aquellas palabras, sus ojos volaban igual que los del ciego hacia lejanos reinos de leyenda. Alrededor de aquel grupo, el bullicio de la vida seguía su curso: gente apresurada, coches, bocinazos, vacas sagradas, bicicletas viejas, vendedores ambulantes. El cuentista creaba una burbuja donde los problemas se aparcaban, donde el agujero en el estómago por el hambre se olvidaba, donde los niños podían sonreír sin que nadie les golpeara. Cuando el viejo llegaba al final del cuento, los niños daban las gracias al hombre sabio y le estrechaban la mano. Luego volvían a pedir una limosna con su taza de hojalata o a limpiar los zapatos de los encorbatados o a cantar una canción triste en la entrada del metro.
* * * * *
Este cuento está inspirado en el recuerdo de una foto de una revista donde un cuentista aparece rodeado de niños en una calle de la India. Los niños estaban completamente nítidos, inmóviles, mientras que el viejo cuentacuentos sale con las manos movidas... Me átrapó la atención de los niños, me sugirió muchas cosas aquella foto... Es una lástima que no la recortara y la guardara para ponerosla aquí.

Celos

La vio coqueteando con otro. Escuchó su risa de castañuela seca. Con rabia subió al tablao y pisoteó su orgullo, mientras deseaba que su corazón fuera piedra.


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Este sí que partició en el concurso cuenta140 de El cultural. Ahora sí que hay 140 caracteres.

El mejor belén de la oficina



Mis compañeros de marketing ponen un belén muy original todos los años en la oficina. La virgen María es una estrella del baloncesto, San José, el mejor portero de fútbol y el niño se repantinga feliz sonriendo con sus dientecillos de ardilla… La vaca se troncha de risa y el burro no le va a la zaga. Una rana con tutú viene a adorar al niño y Asterix le trae su poción mágica, los pastores llevan un rebaño de rinocerontes, tigres y leones, los reyes Magos llegan en descapotable… Vamos, un derroche de imaginación.
Espero que os guste, tanto como a mí.

El belén al completo


Filandón 3.0


Ayer fue la noche del filandón. El filandón es una costumbre de los pueblos de León, en la que las gentes se reunían por la noche alrededor de la lumbre y se contaban y escuchaban historias, mientras las mujeres hilaban (o filaban). Esta costumbre ha sido recuperada por escritores y cuentistas, que se reúnen en un bar o similar y cuentan sus historias. Ayer se lanzó por primera vez un filandón virtual, en el que a partir de las 22:00 hasta las 24:00 se podían enviar microrrelatos que se iban colgando en el blog del Filandón, al tiempo que se leían en voz alta en un agradable rincón de León, con un fondo de música popular... Y allí estuvimos filando palabras, conectados por la red.

Si picháis en el cartel del Filandón (tranquilos, hay mucho fuego pero no quema) podéis ver toda la fiesta. Yo también participé con un relato, Palabras congeladas. No lo seguí en directo, porque ayer era una noche muy especial para nosotros, nos juntábamos a celebrar la Navidad en casa de nuestros amigos Nacho y Elena, y eso no me lo podía perder, lo primero son los amigos, a los que hacía mucho tiempo que no veía. Pero en diferido, el Filandón está ahí. Ardiendo en el cartel. Para todos vosotros.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Feliz Navidad de Blanca Bk


He recibido una felicitación de Navidad de mi amiga la ilustradora Blanca Bk. Me ha hecho mucha ilusión, sus gatitos son preciosos, así que os los dejo para felicitaros las pascuas a todos.
Si queréis conocer su trabajo este es su blog. Pasad por allí, os encantará.
Gracias Blanca, de vez en cuando me pongo tus gatitos en el regazo, y con mis caricias les voy contando mi carta de Reyes Magos.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Castañuelas


Nunca quise vestirme de baturra en las fiestas del Pilar.

Y sin embargo, cuánto envidiaba a las niñas que tocaban sus castañuelas. En las calles las oía, una cascada feliz, como una risotada fresca que alegraba los corazones.

Mi madre me compró unas. Las engarcé en mis dedos. Las hice chocar una contra otra. Un ruido sordo, sin alegría, salía de aquellos dos pedazos de madera. Qué difícil era tocar aquello. Por más que lo intenté, no lo conseguí. Aquella tarde volví a casa más triste que unas castañuelas... mudas.

Nunca aprendí a tocarlas.

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Y yo que creía que el concurso de microrrelatos del cultural cuenta 140 eran relatos de 140 palabras! Pues no, eran 140 caracteres. ¡Vaya patinazo! Ya me extrañaba a mí que todos fueran tan cortos. La próxima vez leeré mejor las bases...

lunes, 13 de diciembre de 2010

Robando turrón a la navidad




Mamá compraba el turrón un poco antes de navidad. Lo guardaba en un armario del cuarto de estar. Algunas tardes me decía, ¿Puri, una barrita de guirlache? Y yo no decía que no, claro. Se acercaba al armario, lo abría y sacaba el guirlache, que compartíamos entre las dos. Ese era el mejor turrón para mí, el de las tardes compartidas con mi madre. Mucho mejor que el que luego preparaba en Nochebuena, en esas fuentes preciosas con mantelillos de papel imitando encajes bordados llenas de jijona, peladillas, turrón del duro, pasas y piñones. El mejor era el dulce guirlache, saboreado en el sofá, con la tele encendida y mamá a mi lado, como si estuviéramos haciendo algo prohibido. Robando a la navidad un anticipo de turrón.

Caraplato - Payaso


Los caraplatos me salen mejor en los buffets de los hoteles, con el plato blanco, pero en casa no tengo nada mejor y al ver los ojos de las mandarinas no lo he podido evitar...
Si queréis ver más caraplatos pinchad aquí

domingo, 12 de diciembre de 2010

Grafitis y Miguel Hernandez II

Pincha en la foto para ampliar y leer el poema de Miguel Hernandez.

Grafitis y Miguel Hernandez I


Pincha en la foto para ampliar y leer el poema de Miguel Hernandez.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Gota a gota



Foto de Cristina Nublado



Se hace muy largo esperarte por la noche. La habitación está fría y me he metido en la cama. Apagué la luz, porque la bombilla desnuda me daba en los ojos, taladrándolos con saña. Entra algo de luz de la calle por el ventanuco. Al menos así no veo tanto las paredes desconchadas. En la penumbra, la soledad es todavía más intensa. La única compañía que tengo es la gotera del lavabo. Clop. Clop. Clop. Nada más cerrar el grifo, las gotas caen deprisa: clop-clop-clop, y luego se van espaciando. Clop. ---- Clop ---- Clop ---- Clop. Pero nunca cae la última gota. Clop. Me digo que ya no vas a tardar. Clop. Me gusta esperarte. Clop. Aunque me aburra. Clop. Me hace desear todavía más estar contigo. Clop. Me he cansado de leer. Clop. La cama estaba fría, pero ya la he calentado. Clop. No quiero dormirme. Clop. Quiero estar despierta cuando llegues. Clop. Por eso pienso. Clop. Pienso entre gotas. Clop. Miro estas cuatro paredes. Clop. No me gusta esta habitación. Clop. No podría vivir aquí. Clop. Me moriría de pena. Clop. Pero tú sí… Clop. Tú no necesitas más que una cama. Clop. Y una ducha y un lavabo. Clop. Aunque sean miserables. Clop. Tú no te contagias de la miseria. Clop. Yo solo con verla, me pongo mustia. Clop. Espero no estar demasiado triste cuando llegues. Clop. Pero no puedo evitarlo. Clop. Esta habitación me angustia. Clop. Con sus paredes desnudas. Clop. Con su silencio. Clop. Con su penumbra. Clop. Con su gotera. Clop. Sólo tú puedes librarme de esta angustia. Clop. Ven pronto. Clop. El vecino ha puesto la radio, la trompeta de Louis Armstrong llega atravesando la pared. Me gusta el jazz, no se oye muy fuerte, pero me inunda el corazón. Me da alegría. Una alegría teñida de nostalgia. Me acuerdo de ese café donde íbamos por las noches a escuchar a los mitos del jazz. Ahora estoy sentada allí, en los cojines mullidos. Con un café en las manos. La trompeta dirige mis pensamientos. Mis pies se ponen a bailar en la cama. Mis pensamientos también bailan, suben y dan vueltas, se llenan de vida. Cuando llegues, bailaremos en esta cama, muy juntos, al son de la trompeta. Y te diré al oído: Louis Armstrong ha arreglado la gotera.

Pendientes pequeños

Unos pendientes pequeños para que tu amante los descubra apartándote el pelo detrás de la oreja. Apartándote el pelo para encontrar tus ojos. Apartándote el pelo para darte un beso en los labios. Apartándote el pelo para amarte.
Cuántos tesoros esconde tu cabello...

viernes, 10 de diciembre de 2010

Fotomovil


¿Para qué me sirve la cámara de fotos del teléfono móvil? Para echar de menos mi cámara digital... ¿Por qué no la llevaré siempre encima?
(Pinchar para ampliar la foto y veréis qué horror)

Por ti

Me he puesto los vaqueros ajustados y los zapatos de tacón. Me he dado rímel en las pestañas y color en las mejillas. Me he pintado los labios. Voy a por ti.
He vuelto con los zapatos en el bolso. El rímel corrido, manchurrones negros por toda la cara. El color de los labios está intacto. Nadie los besó. He vuelto sin ti.

Haiku de otoño



En el otoño,
soplo fuerte al viento
para alejarlo.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Amor en la basura

Recuerda a papá que baje la tapa de la basura. Lo que tendría que hacer tu padre es arreglar este cubo, estoy harta de que la tapa siempre se quede atascada. Pero es que es un inútil…


El niño le miró con ojos inocentes: Mamá, ¿por qué te casaste con él? Siempre te estás quejando…

Su mirada se perdió muy lejos de la cocina. Recordó el parque en otoño, las manos entrelazadas, el primer beso, los versos susurrados al oído. Ya no había besos robados al atardecer. Ya no había versos.

El amor es ciego, Miguel, pero tu padre, con el tiempo, me operó los ojos.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Visita nocturna

Esta mañana he vuelto a encontrar la tapa del váter levantada. Estoy harta, siempre igual, no sabe mear y dejar el váter como es debido. Lo negará todo, siempre lo hizo, pero yo ayer cerré la tapa, estoy segura, y no me he levantado en toda la noche, así que no hay dudas de quién ha sido. Y lo peor es que desde que murió, hace cinco años, ni siquiera puedo echarle la bronca, como antes. Dios mío, ¿por qué los fantasmas se empeñan en recordarnos lo peor de sí mismos?

domingo, 5 de diciembre de 2010

El hombrecillo del café con leche

Estoy leyendo y disfrutando el libro de Juan José Millas Lo que sé de los hombrecillos, y eso me ha recordado un cuento que escribí hace tiempo...




* * * * *
El hombrecillo del café con leche




Es domingo por la mañana. Primavera. Después de un paseo por la ciudad dormida, me siento a desayunar en una terraza del paseo. Ahora ya empieza a haber más movimiento que hace una hora. Los domingueros más madrugadores comienzan a desperezarse. He pedido un café con leche al camarero. Abro el periódico y comienzo a leerlo. Me gusta leer el periódico el domingo mientras desayuno. No puedo hacerlo durante el resto de la semana, así que disfruto de este sencillo placer como si fuera el mejor de los placeres. Ahora llega ya el café con leche, el camarero lo deja sobre la mesa, junto con un delicioso cruasán – enorme, se me hace la boca agua – y yo cojo el sobre del azúcar, lo agito y lo vierto en el café, remuevo con la cucharilla y doy un sorbo, mmm… buenísimo. Un bocado de cruasán, un sorbo de café, una frase del periódico, un hombrecillo que emerge de mi café con leche… El hombrecillo nada por la taza de café. Después, se sube al borde de la taza y salta sobre el periódico. Se pasea sobre él chorreando café con leche de la cabeza a los pies y dejando huellas de color marrón sobre el papel. Ahora parece interesado en leer un artículo, contempla la foto, la rodea con cuidado de no pisar las letras del artículo, se detiene sobre el pie de foto y lee, flexionando ligeramente la columna y con los brazos en jarras. Meto la cucharilla y rebusco en el café, no vaya a haber otro hombrecillo en él. Parece que no. ¡Maldita sea! Este hombrecillo ha arruinado uno de mis placeres del domingo, ¿quién puede beberse un café del que acaba de salir un hombrecillo del tamaño del dedo meñique? Es como beberse una taza de café donde ha caído una mosca… El hombrecillo es menos asqueroso que una mosca, desde luego, no tiene pintas de vagabundo, lleva traje… ¡Pero a saber donde ha estado antes de meterse en mi café con leche! Además, tampoco puedo llamar al camarero y decirle oiga, por favor, póngame otro café, que este tenía un hombrecillo buceando. Me miraría con cara de guasa y me contestaría: pues tenga cuidado no sea que en el siguiente que le traiga, salga la mujer del hombrecillo…


Mientras tanto, el hombrecillo se deleita con el periódico. Es un hombre delgado, de melena lacia por encima de los hombros, tiene un aire intelectual que lo hace atractivo; lleva un traje negro pasado de moda, pantalones de tubo estrecho y chaqueta también muy ajustada, y no solo porque se le pegue al cuerpo con el pringue del café. La camisa debió ser blanca, pero ahora luce un hermoso color café con leche, por supuesto. Ahora se ha tumbado boca abajo y se ha enfrascado en el artículo de los últimos atentados de Irak. Cualquiera le pasa la página, parece tan interesado…


Después el hombrecillo se cansa, trepa de nuevo por la taza, y, desde el borde, se tira de cabeza otra vez al café.
Me quedo mirando al hombrecillo, embelesada, está nadando tan ricamente en el café… Me entran ganas de nadar a mí también. De zambullirme en ese café con leche, en una mañana de domingo.


Ya estoy en el café. Nado junto al hombrecillo, nado y bebo café, una delicia difícil de explicar.
El hombrecillo me coge de la mano, nadamos hacia el borde y me ayuda a salir de la taza. Saltamos al plato, desde allí, otro salto hasta el plato del cruasán. El cruasán parece el acantilado de una bonita bahía recogida sobre el mar. Vacío el contenido de un sobre de azúcar delante del cruasán y fabrico una playa de arena blanca, blanquísima como las del Caribe, con sus granitos brillando bajo el sol. Nos quitamos la ropa para tumbarnos a tomar el sol. Me gusta este mar de café, algo turbio y marronuzco por las tormentas. Y la arena es más pegajosa que en una playa común, sin embargo, qué gozada es pasear sobre ella con los pies descalzos. Nos zambullimos en el mar y nos libramos de la arena pegajosa que se disuelve para dar más dulzura al café. Una brazada, un sorbo de café. En esa playa de azúcar, café y cruasán transcurre el desayuno más dulce, pegajoso y onírico de toda mi vida.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Al oído


Un aliento cálido acariciando mi oreja, unos labios suaves en el lóbulo, el vello de la nuca que se eriza, un escalofrío que baja por mi espalda, palabras de amor susurradas al oído.

sábado, 27 de noviembre de 2010

La tortuga exploradora



Me regalaron una tortuga. La teníamos en una tortuguera redonda de esas que tienen una isla en el centro con una palmera de plástico. En casa pronto nos dimos cuenta de que las tortugas son terriblemente aburridas. Apenas se movía por la tortuguera. Nunca la vimos subirse a la isla. Siempre tenía esa expresión de las tortugas que parece que están tristes, como las muecas de los monigotes: :( Le echábamos la comida de bote, esa especie de minigambas secas, pero ni siquiera a la hora de comer ponía una pizca de entusiasmo. Lo que de verdad le gustaba eran las presas vivas. Mi hermano le cazaba moscas y se las echaba al agua. Era entonces cuando veíamos a la tortuga en acción: mientras la mosca pataleaba en el agua, la tortuga se acercaba nadando, se colocaba debajo de ella, esperaba unos segundos completamente inmóvil, y de repente abría su enorme boca y estirando el cuello, se la tragaba. Comida fresca, qué rica, eso sí que merecía la pena…


En invierno entraba en una especie de letargo, pues su inactividad era todavía más acusada. Eso nos hacía olvidarnos de ella. Y nos olvidábamos tanto que ni siquiera le cambiábamos el agua y mi madre tenía que decirnos que ya era hora de cambiarla, que la pecera apestaba.


Sin embargo, a pesar de su aparente poco interés por el mundo, de vez en cuando nuestra tortuga salía de exploración. Saltaba de su piscina, se tiraba al suelo por el precipicio del mueble del cuarto de estar y se iba a recorrer la casa. Nunca la veíamos saltar, nos acercábamos a la pecera y al verla vacía preguntábamos: ¿dónde está la tortuga? Había que buscarla por toda la casa, todos buscando muy preocupados, mi madre, mis hermanos, podíamos pisarla sin darnos cuenta, moriría de hambre, había miles de peligros para ella, pobrecita. Escudriñábamos todos los rincones del cuarto de estar, pero siempre la encontrábamos fuera de allí, sus excursiones eran largas. Parecía mentira que un bicho tan pequeño y que apenas se movía en la tortuguera pudiera llegar tan lejos. Una vez la encontramos junto a la puerta de casa. ¿Tan mal la tratábamos que quería marcharse? Me daba pena la tortuga. Estoy segura de que su apatía estaba producida por ese encierro en aquella piscina con palmera ridícula.


Tuve un profesor de geografía en el instituto muy serio, las comisuras de la boca se le estiraban hacia abajo, me recordaba a mi tortuga. Con aquella boca de tortuga mi profesor debería haberse apellidado Galápago, pero por misterios de la zoología se llamaba Vicuña.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Elvira Lindo: Lo que me queda por vivir


Me he leído el último libro de Elvira Lindo, Lo que me queda por vivir, y es lo mejor que he leído este año. Es sentimiento puro, cómo un niño salva a su madre en una etapa difícil de su vida. Cómo gracias a él sale adelante. Qué bonita relación, la de la madre con el "hombrecillo" (que es como llama a su hijo), con el que baila en el despacho amarillo. Qué diferente de esa otra relación de dependencia con el hombre del que va a separarse, y con el que vuelve una y otra vez, como una mujer indefensa. Una vuelta también a la infancia en el pueblo, a las relaciones con su padre y con su tía soltera, que había sido la segunda madre de todos los sobrinos, un recuerdo de la muerte de la madre, tan dura. Cómo proteger a un niño, la protege de sí misma, la salva del abismo. Es un libro que nos llega al corazón, de los que hacen llorar.
Aún ahora, después de haber cerrado el libro sigo viendo a la madre con el hombrecillo, bailando en el despacho amarillo, apoyándose el uno en el otro...
Un libro que os recomiendo leer.

Cumpleaños de Pipi Calzaslargas








Me he enterado, gracias a Google, de que hoy es el 65 cumpleaños de Pipi Calzaslargas. Se nos ha vuelto abuelita, Pipi. Pero seguro que es una abuela simpática, de las que se sientan en la mecedora y les cuentan sus aventuras a los nietos, después de una merendola con crepes que se pegan en el techo de la cocina. Nosotros conocimos a Pipi por la serie de televisión. Fue toda una revolución para los niños de nuestra época. Esa libertad que todos añorábamos, el desparpajo con el que se enfrentaba a los adultos. Me gustaba el señor Nilson, que dormía en una cuna de madera. Me gustaba Pequeño Tío, ese caballo blanco con lunares negros que a mí me hubiera encantado también tener en casa (aunque yo lo hubiera preferido de color negro). Todos la envidiábamos. Ella era la niña que no necesitaba a las personas mayores para vivir. Que hablaba por las noches con su madre muerta. Que tenía un padre barrigón, pirata en los mares del sur. Que siempre encontraba cómo divertirse, con su imaginación. Que se burlaba de las señoras que querían meterla en un orfanato. Que consideraba una pérdida de tiempo ir al colegio. Que recogía la mesa haciendo un atillo con el mantel y metiéndolo en un arcón (eso le encantaba a mi madre). Que dormía con la almohada en los pies. Sin quitarse las enormes botas…

No me perdía ni un capítulo. Y mi madre tampoco. En cada capítulo había una sorpresa. Pipi tenía tanta fuerza, que levantaba un caballo con una mano. Pipi podía hacer de algo tan aburrido como la limpieza de su casa un juego divertido: fregaba el suelo patinando con cepillos atados en los pies. Pipi podía volar en un avión hecho por ella y sus amigos, que se movía pedaleando.

Nosotros veíamos a Pipi en blanco y negro, aunque la serie original era en color, pues por aquel entonces no había muchas teles en color en España. Una niña del colegio, que su padre era holandés, tenía televisión en color y las amigas pasábamos alguna tarde a verla. Recuerdo la camiseta del padre de Pipi que cambiaba de verde a color frambuesa, en aquella primera tele en color que veían mis ojos, que o estaba estropeada, o no recibía bien la señal y por eso cambiaba los colores.

Parece mentira que una serie de los países nórdicos llegara hasta nosotros en la España de aquellos tiempos. Y en mi libro de lengua, el mítico Senda, también había un extracto de su libro original, aunque yo entonces no asociaba a esa Pipilota con Pipi Calzaslargas.

Tuve una muñequita de goma blanda, mi querida Pipi, llevaba un pichi rojo (aunque el de la serie era amarillo) y las medias de distinto color, una verde y la otra naranja, con sus coletas pelirrojas tiesas. Le hice una casita de cartón. Jugué mucho con aquella muñeca.

Tengo una asignatura pendiente: leer el libro original de Astrid Lindgren. Y disfrutar otra vez de la imaginación de aquella niña pelirroja, con coletas tiesas y rebelde, tal como la creó su autora.

lunes, 22 de noviembre de 2010

A lo Gregory Peck

Mi padre tenía un amigo que levantaba una sola ceja. Mi madre decía que era igualito a Gregory Peck. Yo trataba de imitarle, pero siempre que lo intentaba, mi otra ceja ascendía también, burlándose de mis esfuerzos con una tozudez insoportable.
Un día me rasuré la ceja derecha con la maquinilla de mi padre. Mi padre gritó al verme: "¿Este niño se ha vuelto loco o qué?". Mi madre exclamó: "¿Qué has hecho, criatura? ¡Podrías haberte cortado!". Yo contemplaba en el espejo, por fin, mi única ceja subiendo y bajando como yo quería.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Mudanza


Tenía que cambiar de piso. Este ya se le estaba quedando pequeño. Pero le daba pereza. Había que buscar, mirar, remirar y por fin elegir. Pero ya no podía demorarlo más, ya casi no cabía en este. Salió de casa por la mañana, decidido a que hoy lo encontraría. Los rayos de sol acariciaban su espalda, era importante ver a la luz del día su futura casa. Y sí, tras un corto paseo, la encontró: estaba allí, sobre la arena húmeda, las olas la acariciaban una y otra vez. Se enamoró de ella nada más verla. Asomó la cabeza por la puerta y comprobó que no estaba ocupada. Siempre había deseado vivir en un caracol de mar, con esos pinchos tan largos que le daban un aspecto tan exótico, como de casa futurista, y este además tenía unos bonitos colores marrones y beiges. Se metió dentro, y se sentó en el centro de la sala, dejando asomar sus pinzas por la puerta. Hogar, dulce hogar.

(Como a todos los cangrejos ermitaños, le molestaba tener que cambiar de casa al crecer. Sin embargo, esta vez había merecido la pena).

sábado, 20 de noviembre de 2010

Recordando las noches de verano

Foto de Pedro Rovira Tolosana

Agosto, 2010

Las noches de esta semana son muy calurosas, incluso en el chalé. Salimos al jardín después de cenar. Leemos Harry Potter y las reliquias de la muerte a la luz del farol. Mi hijo y yo nos turnamos en la lectura en voz alta, su padre escucha también. El cristal del farol está roto, la luz es débil, es como leer con un candil.

La luna está en el cielo, gorda y redonda y la salamanquesa espera pacientemente su caza junto al otro farol de la pared de la casa. El viejo sauce, medio pelado, atrapa en sus ramas nuestra historia, abrazándola. La luna se engorda cada noche un poco más con nuestras palabras, sonríe con una placidez de estómago lleno. La salamanquesa nos agradece que hagamos más amena su caza sigilosa.

Hemos traído nuestras voces a las noches de este jardín. Cuando volvamos a nuestra casa en la ciudad, el grillo volverá a ser el rey del jardín, con su canto interminable. ¿Nos echarán de menos la luna, el sauce, la salamanquesa?


Salamanquesa
paciente cazadora
bajo el farol.
Escucha nuestros cuentos
en las noches de calor.

viernes, 19 de noviembre de 2010

En la ventana de Juan José Millás

He conseguido mis diez segundos de Gloria en el programa de la ser La ventana, en la hora de Juan José Millás... ¡Mi querido Millás ha leído mi relato Al salir de la piscina! Sí, el que publiqué ayer aquí, en el blog. El tema era Sensaciones corporales. Aún me palpita el corazón como una patata frita...

Podéis oír aquí el programa, los relatos se leen hacia el final del mismo

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Al salir de la piscina


Después de nadar estoy cansada. Al salir de la piscina, siento una extraña sensación de ingravidez, mi cuerpo no pesa nada, floto ligera, como si al emerger del agua una fuerza invisible me empujara hacia arriba. Mi cuerpo se ha quedado disuelto en el agua, y sólo mi espíritu asciende, peldaño a peldaño, para quedarse levitando al borde de la piscina. Desde allí, mi espíritu se vuelve a mirar la piscina y piensa: "¡por fin soy libre!". Pero el cuerpo no le deja escapar, sale perezosamente del agua, y en cada paso hacia la ducha voy sintiendo primero los pies, que aplastan suavemente el suelo, y en el siguiente paso las piernas, que se vuelven sólidas, después las caderas y el torso y el peso de los brazos que se estiran hacia abajo, y la ilusión de libertad termina cuando la cabeza atrapa el cerebro y lo vuelve a colocar en su sitio.
* * * * *
Este cuento fue seleccionado en el programa de la cadena ser, La ventana de Millás, podéis escucharlo aquí

domingo, 14 de noviembre de 2010

Amor en la lavandería



Ayer fui a la lavandería. Llené una lavadora con mi ropa de toda la semana. Eché el jabón en el cajoncillo, y ya iba a ponerla en marcha, cuando me percaté de que en la lavadora de al lado un tipo vestido de azulón se estaba quitando los calzoncillos rojos.


¡Era Superman!


Superman cogió sus calzoncillos y los metió en su lavadora.

- ¿No va a lavar nada más? – le pregunté.


Superman se puso colorado, al fin y al cabo, estaba delante de una chica sin sus calzoncillos y susurró:


- No.


- Si quiere, puede meterlos con mi colada. No merece la pena poner una lavadora solo con eso, ¿no le parece?


Él asintió con la cabeza, su rostro estaba más rojo que sus calzoncillos.

- Tenga, póngase esto, le dije pasándole el periódico y Superman se cubrió sus partes nobles con él.


- Gracias – musitó.


Cogí sus calzoncillos y los metí en mi lavadora.


Me quedé embobada viendo cómo sus calzoncillos rojos daban vueltas en la lavadora revolcándose con mis bragas de lunares... Un revolcón y otro, y otro más. Miré a Superman sentado con el periódico sobre las piernas, miré otra vez a la lavadora, con envidia, y suspiré.

Lluvia de ideas

Estos días me vienen muchas historias a la cabeza. Mis libretas están llenas de notas, las ideas que vienen cuando me voy a dormir acaban retenidas en mi agenda de la mesilla de noche. Las que llegan en el autobús hacia el trabajo, en mi libretita del bolso. Están también las que me rondan al despertar el fin de semana, en ese limbo flotante entre sueño y despertar. Y las notas que recojo en archivos word que guardo en carpetas y subcarpetas en el ordenador.
Esta lluvia de ideas cae sobre mi cabeza y la humedece, se esponja, se enriquece y brotan palabras que se convierten en pequeñas historias. Me encanta respirar el olor a tierra humedecida que deja esta lluvia de palabras escritas con lápiz, a pluma, con un boli o con el teclado.

Qué diferencia con la sequía del año pasado.

Por cierto, pasad a ved la foto de las orugas del cuento de Ana y Elio aquí

Barrenderos amarillo fosforito

Algo que vi este verano, y que he encontrado en mi libreta esta noche:

Viernes, 6 agosto de 2010, 7:00 a.m

Una nota de color en la mañana:
cuatro barrenderos amarillo fosforito.
Radiantes. Iluminando la calle solitaria.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Cuento para Ana y Elio

Allá hacia las fiestas del Pilar, recibí un correo de uan amiga mía. Me contaba que la mujer de su hijo, Vanessa, buscaba a alguien que escribiera cuentos. Su mejor amiga se marchaba a trabajar a Alemania. Las dos habían tenido un bebé en este año, y ahora iban a separarse. Vanessa quería regalarle un cuento en el que los protagonistas fueran sus dos hijos, así su amiga podría contárselo a su hijo en Alemania y ella a su pequeña, aquí, en España. Ese cuento sería un buen recuerdo, cada noche, al contárselo a sus hijos, volverían a sentirse juntas.

Me pareció una idea muy bonita, me llegó al corazón. Así que acepté encantada. Era la primera vez que escribía un cuento por encargo, o más bien un cuento a la carta, porque la historia, realmente me la dio ella, Vanessa. Me escribió contándome el argumento del cuento y yo escribí la historia, según su idea original. No había mucho tiempo para escribirlo, porque su amiga se iba en Octubre, pero me senté a escribir y el cuento llegó a las manos de Vanessa y su amiga.

Vanessa ha hecho las ilustraciones de la historia, dice que ha quedado muy bonito. Yo ahora espero con ansiedad ver el resultado completo, el texto junto con los dibujos de Vanessa, una bonita sorpresa. Tengo ganas de verlo.

Me han dicho que las amigas lloraron al leerlo. No me extraña, yo también hubiera llorado si me hubieran hecho un regalo así... Qué bonito.

En la entrada anterior tenéis el cuento. El cuento de las orugas Ana y Elio.

Las orugas Ana y Elio




Un día de primavera, dos diminutos huevecillos se rompieron. De ellos salieron dos pequeñas orugas. Las dos se pusieron a comer de la misma hoja, una por un lado y la otra por el otro, hasta que ¡pumba!, se toparon de narices.

- Hola, me llamo Elio, ¿y tú?

- ¡Hola, yo soy Ana!

- Vamos a seguir comiendo, que tengo mucha hambre…

Ana y Elio comían sin parar. Comiendo, comiendo, subieron hasta lo alto de un árbol y desde allí vieron un hermoso río y muchos otros árboles y plantas y pájaros y patos en el río.

- ¡Qué bonito! – dijo encantada Ana.

Un abejorro gordo pasó zumbando sobre sus cabezas y se sentó junto a ellas a descansar.

- ¿Y tú quién eres?

- Yo soy Jorge, el abejorro.

- ¡Qué grande es el mundo! – exclamó Elio.

- ¡Ja, ja! – rió el abejorro. - Esto es solo una pequeña parte del mundo, el valle del Ebro. Pero el mundo tiene muchos más valles y muchas montañas y mares y también desiertos.

- ¡Ooooh! – exclamaron asombradas nuestras dos oruguitas.

Todas las tardes, después de comer, Ana y Elio jugaban juntos. A Ana siempre se le ocurrían juegos muy divertidos.

- ¿Vale que éramos leones? – decía y dando un zarpazo en el aire se ponía a rugir – ¡Groaaaaar!
Elio saltaba rugiendo sobre Ana y corrían resbalando por las hojas de las plantas.

Cuando llovía, se formaban charcos en el suelo:

- ¡Ahora seremos delfines! – decía Ana chapoteando en los charcos.

Y Elio la seguía encantado, saltando sobre el agua como los delfines.

Otras oruguitas se unían a sus juegos. Con Ariadna, Erica, Sara y Adrián formaron una alegre pandilla bajo el sol de verano. Iban a bañarse a los charcos, jugaban al futbol, al softbol, hacían casas colgantes con las hojas de las plantas…

A Ana le apasionaba dibujar. Siempre estaba pintando en las rocas. Y el softbol era su deporte preferido.

A Elio le gustaba jugar a médicos. Y los números. Sumar y restar le volvían loco.

Jorge disfrutaba viéndolos jugar. Pero sobre todo le encantaba esa amistad tan especial que había entre Ana y Elio.

Muchas tardes, Ana y Elio se quedaban embobados viendo a las mariposas volar.

- ¡Son tan hermosas! Me gustaría ser como ellas… - decía Elio…

Ese era el juego que más le gustaba a Elio. Siempre terminaba pidiéndole a Ana:

- Ana, vamos a jugar a las mariposas…

- ¡Mira que alas tengo! – decía Ana moviendo sus patitas.

- ¡Mira como vuelo! – gritaba Elio.

- Y ahora estoy en esta flor… - deciá Ana y entonces daba un salto - ¡Y ahora en esta otra!

- Ja, ja, yo vuelo mejor que tú…

- Espera, que voy a por ti…

Ana y Elio se perseguían saltando de flor en flor, como si tuvieran alas.

Jorge las vio volar.

- Chiquillas – les gritó -, que no os va a hacer falta el Gran Cambio.

- ¿El Gran Cambio? ¿Qué es el Gran Cambio? – preguntó Elio.

- ¿Nadie os ha hablado del Gran Cambio?

Ana y Elio negaron con la cabeza.

- El Gran Cambio es… Magia. Un día sois orugas y al cabo de unos meses… Os convertís en maravillosas princesas del aire. Pero yo no sé explicaroslo, los abejorros no hacemos un Gran Cambio, como vosotras. Venid conmigo. Os presentaré a alguien que os lo contará mejor que yo.

Jorge les llevó a conocer a su amiga la mariposa Enma.

- Enma, háblales del Gran Cambio.

- El Gran Cambio es el acontecimiento más maravilloso de la vida de las orugas. Un día, cuando llegue el otoño, subiréis a una planta, os ataréis fuertemente a su tallo, y comenzaréis a tejer con un hilo de seda un capullo alrededor de todo vuestro cuerpo.

Allí dormiréis durante mucho tiempo. Habéis de comer mucho ahora, jovencitas, para engordar y resistir todo el invierno y tener la energía y la carne suficiente para conseguir el Gran Cambio.
Vuestro cuerpo de oruga se transformará. Se hará delgadito y os saldrán unas patitas largas y finas y, lo más importante, cuatro hermosas alas crecerán sobre él.

- ¿Alas? – preguntó Ana.

- ¿Para volar? – añadió Elio.

- Claro, ¿para qué si no? – dijo Enma y se echó a reír.

- ¿Entonces volaremos de verdad, no será sólo un juego? – volvió a preguntar Elio.

- Volaréis de verdad, como yo – dijo la mariposa y salió volando de la flor.

- ¿Y seremos tan hermosas como tú? – le gritó Ana mirándose el peludo cuerpecillo de oruga y comparándose con la espléndida mariposa, como si no pudiera creerlo.

- Claro, en eso consiste el gran Cambio. En hacerse bellas y en soñar con volar… Hasta que un día de primavera volaréis de verdad.

Ana y Elio estaban emocionados. ¡Iban a volar de verdad! ¡Se convertirían en mariposas!

El verano pasó, jugando a las mariposas.
Comiendo mucho, para prepararse para el Gran Cambio.
Soñando con el Gran Cambio.

Los días se acortaron.
La noche llegaba más temprano.
El otoño había dorado las hojas de los árboles.

Hacía fresco. Ana y Elio habían engordado mucho, estaban preparados.
Había llegado el momento del Gran Cambio.

Subieron a la misma planta y tejieron cada uno su capullo de seda, uno junto a otro.

¡Buenas noches, Elio!

- ¡Buenas noches, Ana! Cuando despertemos, volaremos juntos por el cielo…

Llovía. Cada vez hacía más frío.
Pero dentro del capullo, las orugas no sentían ni el agua ni el frío.
Habían hecho un buen capullo.

Un día, el cierzo sopló muy fuerte. Tan fuerte, que arrancó el capullo de Elio.

El viento cambió de dirección, hacia el norte. Viajando en el viento, el capullo de Elio llegó hasta un precioso Valle de Alemania, todo cubierto de nieve.

Por fin llegó la primavera. Ana sintió los rayos de sol que calentaban su capullo. Despertó, como si volviera a nacer. Salió del capullo y al estirarse abrió… ¡sus hermosas alas!

- ¡Elio, mira, puedo volar!

- ¿Elio? ¿Elio, donde estás?

Ana voló sobre la planta. No había ni rastro del capullo de Elio.

Buscó por todo el bosque. Encontró a Ariadna, Erica, Sara y Adrián. Todos eran mariposas preciosas.

Pero Elio no estaba por ninguna parte.

Jorge, el abejorro, pasó zumbando junto a las mariposas, sin reconocerlas.

- ¡Jorge, somos nosotros: Ariadna, Erica, Sara, Adrián y Ana!

- ¿Ana? ¿Tú eres Ana? Parece mentira… Si ayer eras una oruguita gorda y paticorta…

Ana aleteó orgullosa:

- ¡Y qué bien vuelas, no con este zumbido de helicóptero mío!

Pero Ana no estaba para halagos, sólo quería saber una cosa:

- ¿Jorge, has visto a Elio?

- Ana, Elio… - el abejorro no sabía cómo decírselo – A Elio se lo llevó el viento… Yo lo vi salir volando.

- ¿Entonces, él no hizo el Gran Cambio?

- Sí, el habrá hecho también el Gran Cambio… Pero el viento era muy fuerte, seguramente se encontrará muy lejos de aquí.

- Yo… Yo quiero encontrar a Elio – sollozó Ana –. Prometimos volar juntos…

- Eso es muy difícil. Ya sabes, el mundo es muy grande. Pero nunca se sabe… La gente también dice que el mundo es un pañuelo…

Elio nació unos días después. En Alemania, la primavera tardó un poco más en llegar.

También rompió su capullo.
Bostezó a la luz del sol.
Estiró sus finas patas.
Miró aquello que había crecido sobre su cuerpo. ¡Eran alas!
Echó a volar riendo como loco.

- ¡Ana, ven a volar conmigo! – gritó.

Pero Ana no estaba. Entonces se dio cuenta. Aquel paisaje era muy distinto. Allí todo era muy verde. Había enormes árboles por todos los lados: hayas, arces, castaños… Y montones de flores. Todo era muy hermoso, pero ¿dónde estaba el río Ebro?

¿Acaso el Gran Cambio había transformado también el lugar donde vivían?
Vio un cartel que decía:

WIESBADEN

Así que ya no estaba en el valle del Ebro.
¿Cómo había llegado hasta allí?
Otra mariposa voló a su lado.

- ¿Qué te ocurre, por qué lloras? – le preguntó.

- He perdido a todos mis amigos. No sé donde estoy…

- A algunas mariposas les pasa eso… Nuestros capullos son ligeros. El viento puede llevarlos muy lejos.

- ¡Oh, no, el viento me arrastró! – dijo Elio - ¡El viento fue quien me separó de mi amiga Ana!
Y Elio volvió a llorar.

- No te preocupes – le dijo la mariposa - Yo te enseñaré todos los rincones de este bosque. Me llamo Klaus, ¿y tú?

- Elio – dijo entre sollozos.

Mientras volaba con Klaus, Elio pensó que podría hacer nuevos amigos.
Pero a Ana, jamás la olvidaría.

Ana voló con sus amigos todo el día. Estaba triste, por no tener a Elio, pero sus amigos la animaban. Pensó que quizá Elio se sentía muy solo, allá donde estuviera. Confiaba en que algún día se encontrarían. Volarían juntos, como cuando eran orugas.

Ana volvió a dibujar, como antes. Inventaba todo tipo de máquinas: máquinas para coser, carros para que las hormigas transportaran comida, hasta llegó a diseñar un robot que recogía néctar de las flores.

Todos sus inventos los dibujaba primero en hojas de árboles y luego su amigo Adrián los fabricaba.

Y en su tiempo libre jugaba al softbol.
Un día pensó que le gustaría mandar una bola muy lejos, que llegara hasta donde estuviera Elio.
Y dentro de ella le mandaría un mensaje contándole todo lo que hacía.

Elio, junto a Klaus, descubrió su nuevo mundo. Encontró también a un abejorro gordo y anciano. Le recordaba a Jorge. Le gustaba pasar las tardes con él, aunque volaba despacio, no estaba ya tan ágil como Elio.

A Elio le gustaba ayudar, sobre todo a los insectos más viejos.
Les hacía compañía. Les leía historias.
Les llevaba néctar de flores a aquellos que no podían moverse.
Les daba masajes si estaban doloridos.
Los insectos ancianos le adoraban.

Klaus le presentó a otras mariposas de las que pronto se hicieron amigos y volaban en una pandilla joven y divertida.
Todos ellos jugaban al baloncesto. Y cuando Elio metía una canasta se la dedicaba siempre a Ana.
Le hubiera gustado lanzar un balón de baloncesto que llegara hasta Ana, con su firma:

Tu amigo,
Elio

Ana y sus amigos decidieron hacer un viaje. Volaron hacia el norte, durante varios días. Llegaron a un bosque donde las flores tenían un néctar delicioso.

El verano estaba terminando y en aquel bosque hacía frío. Comenzó a soplar el viento y Ana, que estaba volando junto al río, se vio arrastrada hacia él. Estaba cansada del viaje y sus alas no podían luchar contra aquel viento. Cayó en el agua y sus alas se mojaron.

Creyó que iba ahogarse. Las mariposas no saben nadar.

Afortunadamente, una hoja de arce pasó a su lado flotando y Ana pudo agarrarse a ella. Subió con gran esfuerzo sobre la hoja. Pero con las alas mojadas, no podía volar y la corriente del río la arrastraba. Gritó:

- ¡¡¡Socorro!!!

Elio oyó aquella voz que pedía auxilio. Venía del río. La voz le resultaba conocida.
Voló hacia el río y vio la hoja de arce que flotaba con la mariposa encima. Sin pensarlo dos veces, voló en su ayuda.

– Sujétate a mis patas - dijo volando sobre ella.

Ana se agarró a las patas de Elio y él, aleteando fuerte, consiguió llevarla hasta la orilla.

- Gracias, me has salvado la vida – Ana miró agradecida a Elio y entonces él reconoció esos ojos y esa voz:

- ¡Ana, eres tú!

- ¿Elio? ¡No es posible! – exclamó Ana – ¡El mundo, como dijo Jorge, es un pañuelo!

- ¿Cómo has llegado hasta aquí? – preguntó Elio.

- Estamos haciendo turismo. Hemos venido todos: Ariadna, Erica, Sara y Adrián, hasta Jorge está aquí. El viento me arrastró al agua. Elio, el viento nos separó y ahora el viento ha vuelto a unirnos.

Aquella noche hicieron una fiesta. Elio les presentó a sus nuevos amigos. Bailaron bajo la luna llena.

Ana y Elio por fin volaron juntos, como cuando eran oruguitas.
 

viernes, 12 de noviembre de 2010

Don Huevo y doña Huevo

Don Huevo y doña Huevo se conocieron por azar. Nacieron en una granja de gallinas engañadas con luz artificial. Después de pasar por una cinta transportadora los seleccionaron por su buen tamaño en la clase A y ambos coincidieron en ese autobús amarillo de cartón, donde cada huevo tenía su asiento, él a la derecha, ella a la izquierda. Doña huevo era morenita igual que don huevo, y tenía ganas de conocer mundo.
- Bueno - dijo don Huevo - en este autobús tan cómodo parece que nos llevan lejos. A mí me gustaría ir al restaurante de un gran cocinero.
- ¿Y acabar siendo el huevo de un plato de diseño? Mucha vista y poco alimento al buche - respondió doña huevo -. Yo preferiría ser unos huevos revueltos con ajetes y setas, que están para chuparse los dedos, y a ser posible revuelta contigo, que eres todo un caballero.
Don Huevo se puso colorado:
- Yo también me revolvería contigo, guapa - y le dio un golpecito en la cabeza, muy cariñoso.
Después de aquella declaración, los llevaron al supermercado y de allí fueron a parar a un carro de compra de un señor, que al llegar a su casa, los metió en la nevera.
- ¡Qué frío se pasa aquí dentro! – dijo doña Huevo – Se me va a quebrar la cáscara de tanto que estoy temblando.
- ¡Casi deseo que me echen a la sartén cuanto antes, para entrar en calor!
- No digas, eso mi amor - le dijo doña Huevo - y disfrutemos juntos de nuestros últimos momentos.
Don Huevo y doña Huevo se besaron en la nevera, se abrazaron y cuando más acarameladitos estaban, llegó la mano del señor de la cocina y los sacó de la huevera.
- Ha llegado nuestra hora – dijo don huevo muy solemne.
- Sí contestó doña Huevo - ¿Tú crees que hace daño cuando nos rompen la cáscara?
- ¡Menudo cabezazo! - exclamó don Huevo, temeroso.
Pero no hubo rotura de cáscara. Los metieron en un puchero hirviendo para hacer huevos pasados por agua. La tortura del agua hirviendo sólo duró cuatro minutos, pero al menos estaban juntos.
Cuando los sacaron del agua, sí que les golpearon la cabeza, les hicieron un agujero en la cáscara y los vaciaron con una cuchara.
Pero sus cáscaras vacías se convirtieron en don Huevo, con un sombrero de tapón de corcho y doña Huevo, con pelo de mandarina y falda de papel de magdalena. Y los niños les cantaban cada noche:
Don Huevo y doña Huevo
se fueron a pasear,
cogidos de la mano,
una pareja sin par.

jueves, 11 de noviembre de 2010

El ladrón

Oímos un gran estruendo en la cocina. Platos que caían al suelo.
Acudimos corriendo. Las cabezas rodaban bajo la mesa, con sus ojos saltones y esos dientes de sierra que intentaban componer la última sonrisa; de los cuerpos no quedaban más que las espinas. El ladrón nos miró con sus ojos verdes, saltó desde la mesa hacia nosotros y escapó entre mis piernas.
¡Maldito gato! ¡Nos ha dejado sin sardinas!

martes, 9 de noviembre de 2010

La bicicleta roja de Kim Dong-Hwa



Acabo de leer un libro de comic manga del coreano Kim Dong-Hwa, se llama "La bicicleta Roja". No conocía al autor (no me interesa demasiado el manga, aunque mi hija es una gran aficionada), pero encontré su portada en la biblioteca cubit (La azucarera, Zaragoza, especializada en comics y público juvenil) y me atrajo el título, así que me lo llevé a casa. Ha merecido la pena, me he llevado una verdadera sorpresa, no solo por los dibujos sino también por el texto. La bicicleta roja está llena de poesía. Los dibujos me encantan y las distintas historias del cartero son sencillas y delicadas, están llenas de ternura.
Os dejo una muestra para que lo veais vosotros mismos:
Ahora me toca buscar otro de sus libros Historias color tierra, que parece ser es el más famoso del autor. ¡A ver si lo encuentro en la biblioteca

Como las flores, que brotan
silenciosamente y tiñen este universo
con los colores más hermosos,
las historias de nuestros pueblos
tiñen nuestros corazones
con los sentimientos más bellos.
* * * * *

Mañana, mi padre seguramente
se pondrá los calcetines agujereados,
porque es el primero en levantarse y
el primero en salir de casa…


Pudiendo escoger,
siempre se pone los rotos.
Será que es un poco tonto.

Un padre dejará siempre los mejores calcetines
para sus hijos, y él se quedará
con los que están raídos.

Es como si el hecho de ser padre
lo volviera a uno tonto.

* * * * *

En las entradas anteriores podéis ver más imágenes y algún texto más.

Los dientes de león, Kim Dong-Hwa




Cuando llega la primavera,
los dientes de león
reparten cartas por todas partes.

Como si se desperezara
tras un largo invierno.

Como si quisiera contar al mundo
las historias que han permanecido guardadas
durante el invierno.

Convertidas en pájaros
las semillas de diente de león
vuelan.

(…)

Se reparten por las montañas,
por los campos y por las casas,
y no necesitan sellos.
Llevan sellos en forma
de pétalos amarillos.

* * * * *

La bicicleta roja de Kim Dong-Hwa



* * * * *

(A la chica que siempre estaba en la puerta de la casa y saludaba al cartero, y que un día desaparece. Ha muerto. El cartero entra a su velatorio)

Hoy han venido a verte tus amigos.
Las flores silvestres quieren
darte el último adiós con su fragancia.

Incluso el viento del bosque
nos ha acompañado.

Y esto es el agua del río
donde remojo mis pies.

Y yo..
No sé cómo despedirme.

* * * * *

Un día más,la bicicleta roja transporta
las historias más bellas.

* * * * *

lunes, 8 de noviembre de 2010

Me llamo i-griega

Hubo una vez una letra que se llamaba i-griega. Paseaba muy elegante al final del alfabeto, de la mano de la equis y de la zeta, le gustaba vestirse a veces con una túnica blanca que cubría su cuerpo esbelto de tirachinas, para hacer honor a su nombre griego. Se sentía muy orgullosa de ese nombre que le recordaba su pasado entre las letras griegas, un nombre compuesto, característica que solo compartían ella y la uve-doble y ahora esa pobre destronada de la doble-ele, un nombre que le otorgaba distinción y elegancia, como bien merecía una letra que formaba parte de la palabra yate, o de la palabra ley, con su seriedad y firmeza, así como de la alegría de mayo, que traía la primavera en su regazo.

Un buen día, algunas letras comenzaron a llamarla ye.

- ¡Ye, ven aquí!
- ¿Maya se escribe con ye o con elle?

Su mirada las fulminaba como el rayo:
- ¡Con i-griega! – contestaba.
- ¡Ah, con ye!

Ella las miraba de soslayo:
- ¡Yo soy la i-griega! - protestaba.

- Tú eres ye - le contestaban las otras letras del alfabeto - porque suenas así, ye. Igual que ene suena ene y ele suena ele.

- Siguiendo esa regla, tendría que ser eye y aún se armaría más lío la gente para distinguirme de la elle... Además, cuando soy “y” sin compañía, sueno i, así que tendríais que llamarme unas veces i-lo-que-sea (porque de alguna manera me tendréis que distinguir de la i de los indios) y otras eye.

Así que se hartó y cuando la llamaban ye, no contestaba, hasta que no volvía a oír su antiguo nombre.

Las otras letras rumiaban, envidiosas, ¿por qué a la i-griega había que darle ese trato especial, tan rimbombante? ¡Que fuera ye, vulgar y corriente!

Fue precisamente la fuerte corriente producida tras una lluvia otoñal, la que arrastró a todas las letras en una riada tremenda. La i-griega consiguió anclar sus dos brazos en la tierra y que no la arrastrara y con su largo y flexible cuerpo, consiguió salvar a las compañeras que pasaban a su lado:

- ¡I-griega sálvanos, por favor! – gritaban desesperadas.

Se aferraban a su cuerpo y ella las fue sacando del agua, una a una.

Las letras, chorreando, miraron a la i-griega avergonzadas. ¿Cómo podían llamarla así, ye, como si fuera una cualquiera, con lo que había hecho por ellas?

- I-griega, compañera, tendríamos que llamarte i-salvadora...

- No es nada, vosotras hubierais hecho lo mismo por mí... Ninguna letra dejaría que una de sus hermanas muriera... ¿No es así? Volved a llamarme i-griega, que es lo que siempre fui; no merezco nada más, ni nada menos.

Jubilar a la i-griega

He leído en un titular del periódico que la i-griega se jubila y que nos la cambian por la “ye”. Sí, por una joven, pero anticuada y pasada de moda chica “ye-yé”. Y es que esto de las prejubilaciones y contratos de relevo está llegando hasta el abecedario… La RAE le hará un contrato basura a la yeyé y se quitará de en medio a la vieja i-griega, que cobra demasiado con su antigüedad de milenios… ¿Y si con esta moda tenemos que prejubilar también a algún académico? Imagínense a un jovencito con piercing en la lengua hablando de la ídem… Creo que eso no les gustaría a los académicos. Algunos deberían estar más que jubilados, ¿no? Y ahí los tenemos y bien que los respetamos, bien que hacen su trabajo. Pues yo, que queréis que os diga, prefiero a la abuela i-griega, que me cuenta cuentos y batallitas, que a esa yeýé que baila el twist sin parar… ¡Viva la i-griega, con su elegancia, su distinción y su rebeldía! Espero que sigas dando mucha guerra y manifestándote durante muchos años en la boca de los hablantes de la lengua española.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Sábado, 6 de noviembre: Grafitis, mujeres anarquistas y otras historias

Ayer fue un buen día, primero, el cuentacuentos (leed la entrada de más abajo), después tomamos un vermut la familia en una terracita al sol. ¡Qué bien se estaba!





Como nos daba pereza volver a casa a hacer la comida, nos fuimos a comer a la cafetería del centro de Historia, que me encanta con ese ventanal que da al parque Bruil, y después de comer hicimos algunas fotos por la plaza de detrás del centro de historia.



Hacía tan buena tarde que nos dimos un paseo hasta el Ebro, pero antes descubrimos unos buenos grafitis en el IES PEdro de Luna, de La Magdalena. Nos pusimos Pedro y yo como locos a hacer fotos, disfrutando de lo lindo. Este es solo un ejemplo:

También descubrimos una nueva plaza con más grafitis (ESTO NO ES UN SOLAR), donde hay un par dedicados por "el que no se considera poeta" a Miguel Hernandez (el poeta), con versos de ambos (del poeta y del que no se considera poeta).








Encontramos un pavo tendido en un balcón...


Bajamos hasta el Ebro, volvimos a casa en autobús, echamos una siesta y de vuelta otra vez al centro, que habíamos quedado con unos amigos.

Mientras mi hijo con sus amigos visitaban el Foro Romano, nosotros Pedro, Elena y yo nos fuimos a la exposición "Tierra y Libertad" del palacio de Montemuzo, dedicada a las mujeres libertarias. Unas adelantadas a su tiempo, desde luego y luchando no solo por la libertad y contra el fascismo, sino por el papel de la mujer y sus derechos. Aquí os dejo la transcripción del Himno de las Mujeres Libertarias:
Puño en alto, mujeres de Iberia
hacia horizontes preñados de luz,
por rutas ardientes,
los pies en la tierra,
la frente en lo azul.

¡Que el pasado se hunda en la nada!
¡Qué nos importa el ayer!
Queremos escribir de nuevo
la palabra mujer.

Lucía Sanchez Saomil, 1937
Encontramos allí las palabras de Lola Iturbe (en 1935) que tan acertadamente escribió:

Todos los compañeros, tan radicales en los cafés, en los sindicatos y hasta en los grupos, suelen dejar en la puerta de su casa el ropaje de amantes de la liberación femenina y dentro se conducen con su compañera como vulgares maridos.

El Ebro nocturno, también nos regaló algunas imágenes hermosas:



Y por último, saboreamos un Kebab en la Calle Mayor.

Vaya día agotador, ¿verdad?

Video de Monstuo vas a comerme en Olé tus libros

Este es el enlace vídeo que ha hecho Víctor del cuentacuentos de ayer, ¡me ha encantado!

Monstruo

Cuentacuentos en Olé tus libros


Sábado, 6 de noviembre, 2010

Hoy ha sido el cuentacuentos en la librería Olé tus libros. Han venido muchos niños. Mientras contaba el cuento Monstruo vas a comerme, Victor ha proyectado las ilustraciones de Petra Steinmeyer. Yo creo que ha quedado muy bonito. Los chicos lo han seguido muy atentos. Han venido África y Mafalda, que era la primera vez que iban a un cuentacuentos y les ha gustado mucho.





Después he contado otro de mis cuentos, La sirena (podéis leerlo aquí) y los chicos me han ayudado a hacer pompas de jabón y a soplar para que la pompa de jabón con la sirena llegara al mar.

Por último hemos hecho unos marcapáginas con los chicos, con tiras de cartulina y pegando gomets.

Ha sido una mañana muy agradable entre cuentos, niños y libros.

Espero poder hacer alguna otra actividad con Maria Jesús y Victor, los dueños de la librería Olé tus libros.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Halloween

Entré en la casa abandonada.
Solo mis pasos se oían en el piso de madera.
Un candil ondulante iluminaba la mesa.
Sobre ella, el sombrero de bruja me esperaba.
Estaba cubierto de telarañas. No me atrevía a tocarlo.
Pero el sombrero había oído mis pasos. Ya no podía escapar.
Se alzó sobre la mesa y voló girando como un trompo. Hasta posarse en mi cabeza.
Sentí la fuerza oculta del sombrero que me recorría de la cabeza a los pies. Y unas sayas negras, de amplias mangas, pasaron por mi cabeza, enhebraron mis brazos y me vistieron.
El sombrero llamó al libro. El libro - aquel libro gordo, de cubiertas de piel rojo sangre y estrellas doradas - vino flotando desde la estantería y se abrió sobre mis manos.
El libro era pesado, pero en cuanto pensé en lo pesado que era, se volvió ligero como una pluma.
Mis dedos pasaron - ¿al azar? - unas páginas y se detuvieron en una hoja negra como la noche, escrita con letras de plata.

Leí el sortilegio en voz alta:

Salgan los muertos de sus tumbas
a visitar a los vivos esta noche.
No dormirán hoy
pues ya han dormido bastante
en la noche eterna que ellos bien conocen.

Vive con ellos la muerte
en la fiesta del ocaso
y que eso te traiga suerte
amor y nueva vida.

Salieron los muertos de sus tumbas en el cementerio cercano.
Los vi remover las lápidas, un ejército de huesos, carne agusanada y ojos vacíos.
Y yo volé sobre ellos, bailando en una escoba, toda la noche de Halloween.

Haiku japonés a la muerte


Sin carga,
rumbo al cielo,
barco de la luna


Tsumimono ya
nakute jodo e
tsuki no fune

Es un haiku de Dohaku
La foto es de Pedro Rovira Tolosana

Cementerio


Entre las cruces
muertas del cementerio
viven las flores.