Me he enterado, gracias a Google, de que hoy es el 65 cumpleaños de Pipi Calzaslargas. Se nos ha vuelto abuelita, Pipi. Pero seguro que es una abuela simpática, de las que se sientan en la mecedora y les cuentan sus aventuras a los nietos, después de una merendola con crepes que se pegan en el techo de la cocina. Nosotros conocimos a Pipi por la serie de televisión. Fue toda una revolución para los niños de nuestra época. Esa libertad que todos añorábamos, el desparpajo con el que se enfrentaba a los adultos. Me gustaba el señor Nilson, que dormía en una cuna de madera. Me gustaba Pequeño Tío, ese caballo blanco con lunares negros que a mí me hubiera encantado también tener en casa (aunque yo lo hubiera preferido de color negro). Todos la envidiábamos. Ella era la niña que no necesitaba a las personas mayores para vivir. Que hablaba por las noches con su madre muerta. Que tenía un padre barrigón, pirata en los mares del sur. Que siempre encontraba cómo divertirse, con su imaginación. Que se burlaba de las señoras que querían meterla en un orfanato. Que consideraba una pérdida de tiempo ir al colegio. Que recogía la mesa haciendo un atillo con el mantel y metiéndolo en un arcón (eso le encantaba a mi madre). Que dormía con la almohada en los pies. Sin quitarse las enormes botas…
No me perdía ni un capítulo. Y mi madre tampoco. En cada capítulo había una sorpresa. Pipi tenía tanta fuerza, que levantaba un caballo con una mano. Pipi podía hacer de algo tan aburrido como la limpieza de su casa un juego divertido: fregaba el suelo patinando con cepillos atados en los pies. Pipi podía volar en un avión hecho por ella y sus amigos, que se movía pedaleando.
Nosotros veíamos a Pipi en blanco y negro, aunque la serie original era en color, pues por aquel entonces no había muchas teles en color en España. Una niña del colegio, que su padre era holandés, tenía televisión en color y las amigas pasábamos alguna tarde a verla. Recuerdo la camiseta del padre de Pipi que cambiaba de verde a color frambuesa, en aquella primera tele en color que veían mis ojos, que o estaba estropeada, o no recibía bien la señal y por eso cambiaba los colores.
Parece mentira que una serie de los países nórdicos llegara hasta nosotros en la España de aquellos tiempos. Y en mi libro de lengua, el mítico Senda, también había un extracto de su libro original, aunque yo entonces no asociaba a esa Pipilota con Pipi Calzaslargas.
Tuve una muñequita de goma blanda, mi querida Pipi, llevaba un pichi rojo (aunque el de la serie era amarillo) y las medias de distinto color, una verde y la otra naranja, con sus coletas pelirrojas tiesas. Le hice una casita de cartón. Jugué mucho con aquella muñeca.
Tengo una asignatura pendiente: leer el libro original de Astrid Lindgren. Y disfrutar otra vez de la imaginación de aquella niña pelirroja, con coletas tiesas y rebelde, tal como la creó su autora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario