martes, 29 de septiembre de 2009

Las coquinas de Huelva

Las coquinas son unos moluscos bivalvos, finos y delicados, como una almeja alargada, pequeña y de tacto suave y resbaladizo, de color claro, con diferentes matices concéntricos. Se recoge mucho en las costas de Galicia y en algunos lugares del Mediterráneo cercanos a las desembocaduras de los ríos, como el Delta del Ebro, y en la provincia de Huelva .


En Huelva ha habido siempre muchas coquinas. Pero ahora ya no son tan abundantes, unos enormes carteles de SOS coquinas en las playas explican que la población de este molusco está disminuyendo y que su captura indiscriminada (cada vez se pescan ejemplares más pequeños) está poniendo en peligro de extinción a esta fina y bonita especie. Las coquinas las coge todo el mundo en la playa, los mayores y los niños, qué mejor, después del solecito y los baños de mar, que tomarse un aperitivo de coquinas o un arroz acompañado con ellas… Sí, una delicatessen… Pero eso es precisamente lo que piden que no se haga con ese clamoroso SOS coquinas: en principio, solo está permitida su pesca a los mariscadores con licencia y se pide a los playeros que se abstengan de pescarlas para no agravar más el problema. Pero ya os digo: nadie hace caso. En las playas de Huelva los paseantes por la orilla del mar se inclinan constantemente, a pesar de la amenaza de lumbalgia, para recoger las coquinas; es gracioso ver a algunos ejecutando un curioso baile con el pie semejante a un twist, para escarbar en la arena y extraer a los pequeños molusquitos indefensos, que luego introducen en una botella de plástico con agua de mar para que se conserven mejor hasta la hora de la comida. ¿Cómo no vamos a coger coquinas?, se preguntan, si las tenemos aquí al alcance de la mano. Parece que los carteles de SOS coquinas aún incitan más a la gente a su captura; a los de la zona, que las conocen, porque se dicen sin vergüenza y con descaro, ¿quién nos lo va impedir, si lo hemos hecho siempre, si están buenísimas, si total solo cogemos unas pocas, si hay tantas que como se van a acabar…? Y el que viene por aquí y las descubre, se dice muy ufano: ¿así que esto se come? ¿y es un manjar delicioso y además gratis…? ¡A por ellas!


Así que el panorama es bastante desalentador para las pobres coquinas, no tienen manera de defenderse de estos humanos arrasadores, están ahí enterradas en la arena y con solo escarbar un poco, llega la mano a la que no pueden dar ni un miserable mordisco, y zas, a la botella de plástico. Estos humanos ni siquiera temen una toxina que algunas veces llevan las coquinas producida por un alga microscópica y que produce diarreas y en los casos más graves hasta parálisis, y de la que han alertado también las autoridades sanitarias andaluzas, para que solo se consuman las coquinas que han pasado un control sanitario. Nada. Ahí siguen dale que te dale al pie, y a la mano, para desenterrarlas, atraparlas sin piedad, meterlas a la botella y de allí directas al puchero… Frescas, frescas, del día, delicioso marisco fresco y al alcance de todos…


El espectáculo del mariscador profesional merece más respeto. Tuvimos la oportunidad de ver a alguno trabajando por la playa de Punta del Moral y en Isla Canela. Se introducen en el mar con un aparejo de pesca denominado rastro, que empujan por el fondo del mar, es como una jaula rectangular con una red al fondo, que lleva un palo para sujetarlo y moverlo, y que el mariscador lleva atado con un cinturón.





Arrastrar el rastro por el fondo del mar mientras se camina hacia atrás, no parece ser un trabajo cómodo, no señor. Mientras el turista está ahí tumbado en la hamaca regocijándose de las treinta o cuarenta coquinas que ha atrapado en la botellita, el mariscador se fanea la orilla de uno a otro extremo, sin descanso, para ganarse la vida y además, paga su licencia que le da permiso para su captura. El rastro, como la propia palabra dice, arrastra todo lo que pilla, que se queda atrapado en la red. Cuando está lleno, el mariscador sale a la orilla y un buen montón de curiosos playeros le rodeamos para ver qué ha pescado. Nuestro mariscador se quitó la camiseta y la extendió sobre la arena y fue separando lo que había en el rastro: sobre la camiseta, echaba las coquinas buenas, en la arena, las conchas vacías, estrellas de mar y otros restos que habían sido atrapados también.





Los niños recogían las diminutas estrellas de mar vivas con sus manecitas y las devolvían al mar, en un acto de amor por los animalitos que en el fondo constituye un buen hacer medioambiental.




La camiseta quedó llena de coquinas, que el mariscador introdujo en una bolsa de red blanca. Esta bolsa la llevan también colgada del rastro y bajo el agua (así las coquinas siempre están en agua de mar mientras sigue mariscando). Se puso de nuevo la camiseta y se metió con su rastro para comenzar de nuevo el arrastre. Y así toda la mañana.


En fin, mejor sería que dejáramos a los mariscadores hacer su trabajo y que los veraneantes se volvieran a su tumbona y pagaran el aperitivo de coquinas en el chiringuito, o en el mercado, si van a preparar una paella en el apartamento, o dentro de poco las coquinas sólo serán una bonita y diminuta concha vacía en los museos marítimos.

martes, 15 de septiembre de 2009

Estrellas de mar en Huelva


En la playa de Punta del Moral
hay más estrellas en la arena
que en el cielo…

lunes, 14 de septiembre de 2009

Desde Huelva con marea baja...

Cuando el sol mira
de frente a la luna
el mar se esconde.

Atardecer en Isla Canela, Huelva

Lo mejor del día llegó al final de la tarde, después del calor, los cabreos para salir de Sevilla con el coche alquilado de Avis, que nos costó salir una hora, y eso que solo nos equivocamos una vez, pero aquí en cuanto te metes en una de estas avenidas largas no encuentras donde cambiar de sentido si te has equivocado… Y todo ello a la maravillosa temperatura de 40º, (pues aunque lleve aire acondicionado el coche te da igual cuando te va dando el sol todo el rato) y con un tráfico horroroso; para llegar a Punta Umbría a comer también nos confundimos y hubo que dar media vuelta.
Bueno pues todo tiene su recompensa, cuando llegamos a Isla Canela y nos dimos un bañito en aquella playa que con la marea baja entrabas y entrabas en el mar y nunca cubría, llegamos hasta la lejana boya blanca y seguía sin cubrir, apenas nos llegaba el agua por debajo del ombligo, - maldita sea, ¿donde está el mar de verdad? -. Pero el agua estaba fresquita mas no helada, daba gusto después del calor que habíamos pasado, una gozada, pero esto no fue lo mejor, no.
Lo mejor vino cuando dimos un paseo por la playa, era ya la hora mágica del atardecer y aquella tarde era mágica de verdad, hacia poniente el sol se había escondido tras el montecillo y el cielo estaba anaranjado, mientras que al lado opuesto una hermosa y gordísima luna llena, que lucía un rostro rosa pálido, presidía una laguna de color rosado un poco más subido, y el cielo aparecía entre gris y azul claro. Parecía que estuviéramos en otro mundo, un mundo donde los colores se hubieran vuelto locos, a nuestra derecha la luna delicada con una laguna rosa a sus pies, lisa como un espejo y a nuestrao izquierda el naranja intenso, que se iba volviendo cada vez más fuerte, tanto que las líneas de mar entre las penínsulas de arena oscura parecían coladas de lava ardiendo bajo el polvorín anaranjado de un volcán. Conforme el poniente cobraba fuerza y calidez, la luna se volvía más y más blanca, por fin entregó su reflejo en el mar y rieló con delicadeza sobre el rosa y el gris. La laguna rosa, el rielar blanco, el reflejo caprichosamente ovalado de la luna, el rojo intenso del volcán... El momento perfecto, la luz adecuada, la foto perfecta y nosotros sin una miserable cámara de fotos, la reflex en el apartamento y las cámaras pequeñas también...
Que la memoria recuerde siempre este momento de colores irreales y opuestos, de pies mojados sobre la arena, de brisa caliente que nos azotaba el cuerpo al regreso, soplando desde el interior de la tierra, momentos de palidez, color, calor agradable, momentos increíbles…