domingo, 30 de marzo de 2008

La pesca



Un pájaro me miraba desde el escritorio, era un martín pescador. Se tiró en picado al teclado del ordenador y pinchó con su pico las letras "P" "E" "Z". Se las tragó y volvió a su rama, sobre mi escritorio.
Ahora tengo tres huecos: uno en el lugar de la P, otro en el de la E y el tercero en la Z. Por esos agujeros saltan peces que se cuelan en las historias de mi ordenador. Cuando el martín pescador tenga hambre, se lanzará sobre ellos. Mientras, los peces siguen saltando y riéndose, creyéndose seguros entre las letras de mis cuentos.
- La acuarela es de mi hija Elena -

sábado, 29 de marzo de 2008

Los globos perdidos





Juan perdió su globo de gas. La cuerda se le escurrió de las manos, intentó cogerlo saltando, pero se le escapó. El globo subió muy alto, hasta las nubes y desapareció. Juan lloró por su globo perdido. Era tan bonito, rojo y alargado como una pera, brillante…
Juan compró todos los globos de gas de todos los vendedores de la plaza. Se los puso en la mano y salió volando con ellos.
Fue así como llegó al país de los globos perdidos. Aquel país estaba lleno de los globos que los niños habían perdido. Allí encontró a su globo rojo. Juan creía que los globos estarían libres pero no era así: alguien los tenía encerrados en una habitación muy grande, de paredes blancas. Parecía un hospital.
Los globos estaban tristes porque querían volver con los niños que los habían perdido pero no les dejaban salir de allí. Estaban todos amontonados, demasiado juntos unos con otros, sin sitio para moverse, para volar. Lo que más deseaban los globos era volar. O pasear atados de la cuerda en la mano de un niño, como quien saca a pasear a un perro muy amado. Un niño, que con ilusión y una gran sonrisa, miraba su globo, expresando su felicidad. Lo que más les gustaba a los globos era hacer felices a los niños.
Juan se encontró con un muchachito que llevaba un zurrón cruzado al hombro.
- Hola, me llamo Juan. ¿Quién eres tú?
- Soy Teo, el pastor de globos - le contestó el muchacho.
- ¿Pastor de globos?
- Sí - dijo el chico – debo cuidar los globos y que no falte ninguno para mi señor, el gran ogro de los globos.
- ¿Quién es ese ogro?
- Es un ogro enorme que sólo come globos. Se pone muy contento cuando un niño pierde su globo. El globo sube hasta aquí y yo lo recojo. Lo uno al rebaño. Y cuando el ogro tiene hambre, se come con su enorme boca todos los globos que quiere.
Juan miró con tristeza todos aquellos globos tan hermosos, que acabarían en la tripa de un horrible ogro. Pero en vez de echarse a llorar le dijo al pastor.
- Quiero ayudar a estos globos a escapar de aquí.
- Es imposible – le dijo el pastor –, el ogro te matará si te descubre.
- No me encontrará. Los globos me ocultarán.
Juan se escondió entre los globos. Había tantos que era imposible verlo.
El ogro llegó, era muy gordo, tenía una larga y gruesa cola que flotaba en el aire. Estaba muy hambriento, abrió mucho su boca y comenzó a tragar globos. Era un glotón. Los globos estallaban en su boca: ¡bum! ¡bum! Y su tripa se llenaba de aire, hinchándose, hinchándose.. Juan observó como con cada globo su cuerpo se hinchaba más y más, como si fuera un globo gigantesco. Eso le dio una idea.
El pastor sacaba un rato a los globos por la tarde, atados, a tomar el aire. Juan le pidió al pastor:
- Necesito que me traigas un paraguas.
El pastor le dio su paraguas.
- ¿Qué vas a hacer? – le preguntó.
- Ya lo verás.
Juan volvió a ocultarse entre los globos. Aquella noche, cuando el ogro volvió y comenzó a tragar globos, Juan se acercó por su espalda y le clavó el paraguas. Se oyó un ¡bum! estruendoso. De su cuerpo comenzó a salir el gas con un ruido así: ¡fiiiuuuu! Su enorme boca se deformó en una mueca retorcida y cuando todo el aire salió de su cuerpo, se quedó convertido en un plástico derrumbado sobre sí mismo. El ogro era un globo gigante que se alimentaba de globos.
Con ayuda del pastor, Juan devolvió los globos a la tierra. Los niños lo recibieron con alegría: todos recuperaron sus globos, volvieron a llevarlos atados con una cuerda a sus muñecas y sonreían al verlos flotar sobre sus cabezas.
Y los globos volvieron a ser felices en las manos de los niños, aunque les seguía gustando escaparse, libres por el cielo, cuando alguno se despistaba y lo soltaba de su mano. Pero ya no había ningún monstruo que se los tragara.

lunes, 10 de marzo de 2008

El secreto del payaso



Había una vez un niño que quería ser payaso. Un día fue al circo y cuando acabó la función se acercó a los carromatos. Buscaba el coche-casa de Rudy, el payaso zapatón. Rudy era el payaso que hacía reír a los niños solo con mirarles a los ojos.
Rudy se había quitado sus enormes zapatones y tenía los pies a remojo en un barreño de agua espumosa. Sus calcetines de rayas estaban tendidos en una cuerda que iba de su carromato al de la jaula de los leones.
También se había quitado la nariz colorada y la pintura blanca de la cara.
Así parecía un hombre normal, incluso demasiado serio. Pero en cuanto el niño se acercó, Rudy le miro a los ojos y abrió una sonrisa de verdad, sin rastro alguno de pintura. El chico no pudo evitar sonreír también.
- Hola, Rudy – dijo el niño con una voz tímida y bajita.
- Hola, ¿cómo te llamas?
- Soy David.
- ¿Y que te trae por aquí, David?
- Quiero que me cuentes el secreto de los payasos para hacer reír.
- El ácido fefo es la vitamina que toman los payasos para hacer reír.
- ¿El ácido fefo? ¿Eso es una medicina?
- El ácido fefo es una vitamina que está en las frutas ricas, dulces y sabrosas, en las verduras más verdes y en la remolacha roja. También hay en la zanahoria, por eso algunos payasos se ponen nariz de zanahoria y después de la función se la comen, para reponer ácido fefo.
El ácido fefo está en el aire que respiras en el campo, no en el de la ciudad. Por eso los payasos aguantan poco tiempo en una ciudad, enseguida tienen que coger su carromato y salir en busca de aire puro.
El sol también produce ácido fefo a raudales. ¿No has notado que cuando luce el sol uno tiene unas ganas irresistibles de reír? Sin embargo cuando llueve, solo piensas en echarte a llorar.
- Pero… - dijo David – No es que no te crea, Rudy, pero mi padre también toma frutas y verduras a montón y le gusta salir al campo a pasear y hasta toma el sol… Sin embargo es serio y estirado y no sabe hacerme reír.
- Bueno eso no es todo… El verdadero secreto de un payaso está en su corazón.
- ¿Cómo es el corazón de un payaso?
- El corazón del payaso es blando como una almohada, siempre se puede descansar en él. El corazón del payaso ha aprendido que en la vida hay que guardar aquello que nos hace felices y tirar bien lejos lo que nos pone tristes. Si uno solo guarda las cosas tristes, el corazón se vuelve duro y gris, y ni siquiera el ácido fefo es capaz de ponernos una sonrisa. Pero si dejas que tu corazón se llene de amor y de las cosas hermosas de la vida, siempre podrás buscar en él un remedio para cuando estés triste.
- Así que tengo que guardar lo que me hace feliz.
- Eso es. Vamos a ver, David ¿qué es lo que más te gusta?
- Los caballos.
- Pues guarda en tu corazón esos hermosos caballos con los que sueñas y cuando estés triste, los verás galopando por la playa y recuperarás tu sonrisa.
También guardarás el sabor de las fresas silvestres y el aroma de la colonia de mamá y ese peluche que abrazas cuando duermes y el color de las rosas y el beso de tu primer amor y quizá a este viejo payaso. Y lanzarás bien lejos ese partido de fútbol que perdiste, el suspenso de matemáticas y las lágrimas por la novia que te dejó y todas aquellas personas que quisieron hacerte llorar.
- Oye payaso, ¿cuántas cosas alegres guardas en tu corazón?
- Si tuviera que contarlas no moriría jamás.
- Oye, Rudy, cuenta todas tus cosas alegres y así nunca morirás.
- David, yo no soy inmortal. Cuando yo muera quizá alguien llorará. Pero recordará mi sonrisa y volverá a reír sin parar.
El niño le dijo al payaso:
- Yo quiero ser payaso, como tú.
- Entonces necesitarás esto…
Rudy le regaló su nariz colorada y el niño se la puso muy contento.
El niño dio una pirueta y se despidió de Rudy con un beso.
El payaso guardó aquel beso en su corazón como un gran tesoro. Y allí se quedó pensando, con sus pies a remojo en el barreño y el corazón rebosando de besos, de caballos, de mariposas, de rayos de sol y de alegría.

sábado, 1 de marzo de 2008

Gandulfo, el monstruo peludo y Gandalfo, el monstruo pelado

Gandulfo y Gandalfo eran dos monstruos que vivían en el dormitorio de los niños. Gandulfo tenía el pelo largo y brillante y Gandalfo lo tenía muy corto, es decir, pelado.
Gandulfo, el monstruo peludo, se levantaba al amanecer. Buscaba la cama calentita de papá y mamá y se metía bajo las mantas a despertarlos. Y cuando ellos gritaban:
- ¡Déjanos dormir un poco más!
Gandulfo se reía a carcajadas y cantaba canciones desafinando mucho.
Con los gritos de Gandulfo, el monstruo peludo, se despertaba Gandalfo, el monstruo pelado.
Gandalfo también iba a la cama de papá y mamá, pero en realidad a quien buscaba era a Gandulfo. Y cuando lo encontraba se metía en la cama con él. Entonces, la cama se convertía en un revoltijo de manos, pies, cabezas, pelos y codos en las costillas y rodillas en la boca. Y aunque papá y mamá protestaban, Gandulfo y Gandalfo no se marchaban.
Lo que más le gustaba a Gandalfo, era abrirles los ojos con sus deditos pequeños. Cogía sus párpados y se los levantaba, para que ya no pudieran dormir más. Después ponía sus pies helados en la barriga de papá o en la espalda de mamá. Eso provocaba grandiosos alaridos de papá y mamá que eran acogidos con alegres risotadas de Gandulfo y Gandalfo.
Pero a Gandalfo también le gustaba dar besos, besos fuertes y ruidosos, cariñosísimos. Y papá y mamá los saboreaban con los ojos cerrados, intentando dormir de nuevo. Hasta que sus cariños se convertían en abrazos que casi los ahogaban.
A Gandulfo, el monstruo peludo, lo que más le gustaba era que le hicieran cosquillas.
- Hazme cosquillas, por favor... – pedía...
Entonces, mamá levantaba la melena del monstruo peludo y le hacía cosquillas en la espalda. Parecía que se había quedado dormido y mamá intentaba dormir de nuevo. Pero inmediatamente volvía a oírse la voz mimosa de Gandulfo:
- ¡Más cosquillas, más cosquillas...!
Luego hacían una casa con las mantas. Y bajo la oscuridad blanquecina de las sábanas, Gandalfo contaba historias de dragones y destrozaba la casa...
Al final siempre acababan en pelea: Gandulfo con papá, Gandalfo con mamá, mamá tratando de escapar de papá y Gandulfo incordiando a Gandalfo.
Y cuando la batalla flojeaba, a mamá le entraba un hambre voraz y decía:
- ¡Venga monstruos, es hora de desayunar!
Gandulfo y Gandalfo habían vencido. Mamá ya estaba levantada y la tenían para ellos solos... ¡Al ataque!