sábado, 31 de marzo de 2012

Atardecer


Los últimos días de verano, los dos subíamos a la ermita al atardecer. Nos sentábamos con la espalda apoyada en la pared de piedra y, en silencio, saboreábamos la caída de la luz y los colores que el sol desplegaba cuando se escondía tras los acantilados. Una tarde, un coche de época escaló la angosta carretera, emitiendo alegres bocinazos. De él bajó una pareja de novios con un par de amigos trajeados y el fotógrafo los atrapó con aquella luz de ensueño. Se reían y alborotaban demasiado. Nosotros los contemplábamos serios, muy serios. Cuando por fin volvieron al coche y regresaron al pueblo, todo volvió a estar en calma. “Yo no quiero casarme nunca”, dijo Ana. “Yo tampoco”, mentí.

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Este micro fue galardonado en mayo 2013 con el segundo premio del Concurso de Microrrelatos de la Hermandad de Caja Inmaculada (grupo caja3). 

sábado, 24 de marzo de 2012

ReC desde la tumba

Aquella tarde, papá regresó a la tumba entristecido. Todos los días, a la hora del accidente, volvía a casa y se acercaba a mamá de puntillas para darle un beso en la nuca, justo en el nacimiento del cabello, donde siempre le había arrancado un escalofrío. Ese estremecimiento ya no era de placer, ahora le congelaba el corazón. Él habría querido besarla en la boca, pero sabía que no resistiría ese beso sin arrebatarle el último aliento de vida. Fue mi hermano, agitando el sonajero, quién le recordó una vez más que no podía traerla con nosotros.

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Otro Rec para el domingo pasado. Creo que partí del error de considerar, por el relato anterior de ReC, desde el principio, que sabemos que el padre está muerto...  Para alguien que no haya leído el anterior, no existe esa certeza y los lectores pueden encontrar una ambigüedad en quién es el muerto/a. En fin que no sé si me convence demasiado... 

miércoles, 21 de marzo de 2012

Incompletos

Había una vez un escritor que comenzaba historias pero nunca las terminaba. Las palabras se encarrilaban armoniosamente en sus inicios pero con el transcurso de la narración, el argumento iba perdiendo fuerza e interés; entonces surgía una idea nueva, personajes más atractivos y otro comienzo prometedor. Los personajes de las historias inconclusas se quedaban paralizados en acciones suspendidas en el aire, como si se hubiera detenido el tiempo. Aquella colección de estatuas crecía en sus papeles, era un bosque pétreo de personajes olvidados, de marionetas que nadie quería dirigir. Un día, mientras comenzaba una nueva historia, las estatuas cobraron vida y lo rodearon; se aproximaron hacia él en círculos concéntricos, con aire amenazador; los conocía bien a todos, él los había creado y abandonado.
La prostituta le besó en la mejilla y le guiñó un ojo:
—¿Ya no te acuerdas de mí?
La enfermera le puso el termómetro mientras decía:
—No tienes aspecto de estar tan enfermo como para no escribirnos…
El trapecista se balanceaba en su trapecio sobre su cabeza; lo asió por los brazos con sus manos y tras columpiarlo, lo arrojó sobre sus personajes. Ellos lo zarandearon como un pelele mientras sus miles de voces le exigían una continuación de sus historias. Cuando lo dejaron caer al suelo, el vaquero le apuntó con el revolver:
—Levántate —gritó amenazador.
—Sabes que no puedes matarme, porque sin mí desapareceréis para siempre —replicó el escritor.
—Ya hemos desaparecido, nos has creado y nos has abandonado, sin darnos algo por lo que pelear, algo por lo que vivir. No queremos matarte. Solo impediremos que salgas de este mundo que has creado con tus palabras. Tendrás que permanecer con nosotros todos tus días y tus noches, movernos, hacernos hablar, actuar… No tienes derecho a vivir una vida si a nosotros solo nos otorgaste una existencia a medias. Mientras vivas aquí, nosotros viviremos. Mientras nosotros vivamos, tú vivirás.
El escritor fue condenado a recorrer eternamente el laberinto de sus historias. Sin poder salir de él, sin poder vivir de verdad, sin poder morir. Hasta que el último de sus personajes hubiera recibido la historia que merecía.

lunes, 12 de marzo de 2012

El precio de la fama

Hoy me visto de largo...


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El escritor sale de gira para promocionar su nuevo libro. Su paisaje son aeropuertos, ciudades con sol, con lluvia, o con viento, buenos hoteles en los que nunca encuentra la comodidad de su propia casa, librerías grandes y pequeñas, centros comerciales, salas de conferencias. Los periodistas le adulan, sonríe a las cámaras, a los lectores, pero cada día se cansa más, es agotador. La gente de la calle no le reconoce, afortunadamente y si le queda un rato libre puede recorrer las vías a la luz del día, a veces a alguien le suena su cara, y se vuelven hacia él con rostro interrogante, pero dudan, alguno le ha abordado pensando que es un presentador de televisión, y él les saca de su error pero sin decirles quién es realmente, siente pudor ante su propia fama, esa fama de escritor que está en las palabras de un libro pero cuyo rostro no existe hasta que no sale en una foto de prensa, en una revista del corazón (dios me libre, piensa el escritor), se presenta a una conferencia o firma libros en un centro comercial… Sólo allí, en las conferencias, o cuando firma libros, la gente se acerca a él, algunos con timidez, emocionados y nerviosos por conocer a su autor favorito, agradecidos porque garabatee una dedicatoria en un libro que lleva su nombre en la portada. Algunas veces, las menos, afortunadamente, es desagradable, cuando se le acerca alguien a quien no le gustan sus escritos y le insulta o le increpa… 

En Sevilla, un aprendiz de escritor le entrega un relato de su autoría, pero a lo largo de su carrera ha recibido tantos manuscritos malos malísimos, de esos que no ha podido pasar del primer párrafo, que le dice al joven que se lo envíe al periódico donde escribe, porque no lleva cartera para guardarlo debidamente y no quiere que se estropee ni perderlo en cualquier lado.

Ni siquiera se fía de los libros. Le han enviado muchos bodrios, de personas que se sentían escritores. En Barcelona, un autor desconocido le regala un libro dedicado, pero se excusa diciendo que desde la conferencia le llevan directamente a cenar y seguro que se lo dejará olvidado en el restaurante.

En Almería, una mujer le regala un libro que se titula El mar de papel. Le gusta el título, sonríe y lo recoge, se lo lleva a la habitación del hotel. Pero está tan cansado que cuando llega a ese refugio impersonal con cama y baño sólo tiene ganas de tomarse una aspirina con un vaso de leche caliente que le sube el servicio de habitaciones y de meterse en la cama, así que se duerme sin leer ni la contraportada. Al día siguiente sale para Málaga, tiene el tiempo justo para ducharse, mudarse de ropa, recoger la ropa sucia en una bolsa de plástico, y meterla con el neceser en la maleta, y salir en un taxi hacia la estación. Ni siquiera se acuerda del libro abandonado en la mesilla de noche que suspira por que su autor favorito lo lea.
La señora de la limpieza encuentra El mar de papel. La norma del establecimiento hotelero dice que deben depositar los objetos olvidados en las habitaciones en recepción, los registran y los guardan en objetos perdidos, para que en el caso de que los clientes los reclamen puedan ser devueltos a sus dueños. Pero el título del libro le llama la atención, El mar de papel, es extraño, un mar de papel no existe, piensa la señora de la limpieza, con su lógica de pies asentados con firmeza en la tierra, no en las nubes literarias; pero aquellas palabras le atraen inexplicablemente y además, como sabe que se ha alojado allí un escritor famoso, siente curiosidad por saber qué lee un escritor famoso y se lo lleva a casa, ya lo entregará en recepción cuando le haya echado un vistazo.

Aquella mujer, que no lee nunca, esa tarde, en vez de quedarse traspuesta con el culebrón de después de comer, abre el libro, la escritora es María Violante, seguro que es conocida, ella es tan inculta para estas cosas… Abre el libro, lee la primera página, se introduce en un mundo de mar y playas que huelen a canela, lee, pasan las horas, su hijo le pide la merienda cuando vuelve del colegio. En una semana se ha leído el libro, ese mar de papel ha pasado entre sus dedos y ha dejado en su cabeza un poso de sal amargo y dulce al mismo tiempo. Busca más libros de María Violante, pero los libreros no conocen más obras suyas, debe de ser una escritora novel, le dice el librero. Pero una vez en el ambiente de la librería, como le ha picado el gusanillo de la lectura, decide comprar otro libro, esta vez del escritor famoso, está ahí, en la mesa de novedades, al fin y al cabo es él quien le ha metido el veneno de la lectura.
El nuevo libro le gusta, pero prefiere a María Violante. De todos modos, existen muchos libros, si aquel le ha gustado, puede haber muchos más también interesantes. La mujer de la limpieza después de tantos años sin abrir un libro, empieza a acudir a la biblioteca del barrio. Gracias al olvido del escritor afamado, un nuevo lector entra en el mundo de las letras escritas.

En Cádiz, una mujer aspira el aroma de la dedicatoria de su libro recién firmado. De su mano cuelga una niña con trenzas, la madre le dice que tiene una imaginación desbordante, que escribe cuentos, que quizá un día sea un escritor como él. La niña sonríe con timidez al escritor y le regala un manuscrito ilustrado con sus propios dibujos. Los ojos de un niño siempre le cautivan, quién puede esquivarlos, hacerse el indiferente, solo los desalmados, los degenerados son capaces de algo así. Esta vez, el escritor afamado coge el manuscrito de letra redondilla y alegres dibujos de colorines. La simpática portada está ilustrada con un árbol humanizado, que tiene los ojos muy juntos y bizcos, y ramas que son brazos y manos alargados. Le hace gracia una niña de nueve años que escribe cuentos. Le recuerda su propia infancia, aunque siente una pizca de envidia porque él nunca ha sabido dibujar. Le dice a la niña que va a hacerle una entrevista en su programa de radio. A la niña le brillan los ojos como estrellas, a la madre el corazón le palpita en la boca, le hace tartamudear levemente cuando le dicta al escritor su número de teléfono, el nombre de ella y de su padre, que el escritor apunta en la portada junto al nombre de la niña que aparece debajo del título. Está realmente interesado.

El manuscrito termina en la cartera del escritor, pasa por su mesa de trabajo y se pierde entre sus papeles desordenados. Un día, después de ocho años, lo encuentra por casualidad, lo lee, es una historia graciosa y bien contada. Hace un cálculo mental, ahora la niña tendrá unos 17 años, ya no tiene interés darla a conocer en su programa de radio. Aunque la chica siga escribiendo, la voz infantil, tanto la escrita como la voz de verdad, habrá desaparecido, ya no hará gracia si sale en la radio. El escritor afamado piensa que quizá la niña haya perdido la ilusión por escribir porque él le prometió que la iba a entrevistar y no lo hizo, pensó que su cuento era malo, muy malo y que por eso no la llamó y por su culpa no volvió a escribir más. Podría llamarla, interesarse por ella, animarla a que vuelva a escribir. Pero se da cuenta de que no serviría de nada, le da miedo descubrir que ya no escribe, eso solo incrementaría su sentimiento de culpa.

Sin embargo, aquella niña había seguido escribiendo. Su madre le explicó que los escritores famosos reciben muchos libros y manuscritos para leer de gente que quiere ser escritor como ellos y que no pueden leerlos todos. Que seguramente su manuscrito se perdió en una montaña de libros y papeles. A la niña le duele, se enfurruña un poco, pero se imagina una montaña muy grande y su manuscrito en la parte de abajo, y le agobia sentirse enterrada. Para librarse del agobio escribe un cuento. En él, un escritor iba arrojando los libros que le regalaban sus admiradores en una habitación de su casa. Abría la puerta y arrojaba el libro dentro, sin mirar. Un día, como la habitación ya está llena a reventar, al abrir la puerta, todos los libros caen sobre él como un alud, sepultándolo en vida. El escritor, bajo el montón de libros, decide empezar a leer los que tiene más a mano, poco a poco los va leyendo todos, lee incluso su propio cuento, conforme lee se va quitando un peso de encima, la montaña disminuye su tamaño y por fin logra salir de allí.

La joven gaditana, cuando cumple los diecisiete años, lee una noticia en el periódico: aquel escritor afamado que jamás la llamó para su programa en la radio, se hallaba en paradero desconocido desde hacía varios días y ha sido encontrado sepultado bajo una avalancha de libros, en su propio domicilio. El forense dictaminó que llevaba muerto al menos una semana. La chica piensa que en una semana no le ha dado tiempo de leerse todos los libros, por eso ha muerto. No habría habido tantos libros si no hubiera sido tan famoso. Es el precio de la fama, se dice la joven mientras recorta la noticia del periódico para guardarla en su carpeta de fotos y sucesos curiosos.

domingo, 11 de marzo de 2012

Primavera




Encuentro a la primavera
desafiando al cierzo y al asfalto
en los rincones de  mi ciudad.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Para ReC, con humor

Igual que lo hacen las ballenas, Agustín vuelca la cabeza para atrás y resopla el refresco en un vistoso surtidor naranja. La madre salta de la silla: “¡Pero qué haces, cochino, mira cómo me has puesto…!”. El vestido está chorreando; el camarero esconde una sonrisa tras la bandeja plateada, pero servicialmente se apresura a atenderla: “Enseguida le traigo un quitamanchas”. “¡Quitaniños, es lo que yo necesitaría, ayer fue el batido de chocolate…!”, rabia ella fulminando al chico con la mirada. El camarero mira la televisión, recuerda el río Mara del día anterior y piensa: mañana toca documental de llamas andinas…

Dibujo de Pedro Rovira Menaya

martes, 6 de marzo de 2012

Concurso de microrrelatos "En 99 palabras"

Nuestro amigo Miguel Molina celebra el segundo cumpleaños de su blog En 99 palabras de una manera muy especial: ha preparado una fiesta de microrrelatos y nos invita a enviar nuestros micros al concurso que ha organizado.
Por supuesto, los micros, conociendo a Miguel, deben tener exactamente 99 palabras... Ni más, ni menos. Miguel está entrenado para esto, pero ¿y nosotros, pobres microrrelatistas de palabras variables, cómo lo lograremos? ¿Contando con los dedos y recortando con la tijera...?
Yo ya le estoy dando al coco, ¿y  tú, a qué esperas?

Pincha aquí para ver las bases y ¡anímate a participar!

Logo de Clara Varela para el Concurso "En 99 palabras"