sábado, 13 de noviembre de 2010

Las orugas Ana y Elio




Un día de primavera, dos diminutos huevecillos se rompieron. De ellos salieron dos pequeñas orugas. Las dos se pusieron a comer de la misma hoja, una por un lado y la otra por el otro, hasta que ¡pumba!, se toparon de narices.

- Hola, me llamo Elio, ¿y tú?

- ¡Hola, yo soy Ana!

- Vamos a seguir comiendo, que tengo mucha hambre…

Ana y Elio comían sin parar. Comiendo, comiendo, subieron hasta lo alto de un árbol y desde allí vieron un hermoso río y muchos otros árboles y plantas y pájaros y patos en el río.

- ¡Qué bonito! – dijo encantada Ana.

Un abejorro gordo pasó zumbando sobre sus cabezas y se sentó junto a ellas a descansar.

- ¿Y tú quién eres?

- Yo soy Jorge, el abejorro.

- ¡Qué grande es el mundo! – exclamó Elio.

- ¡Ja, ja! – rió el abejorro. - Esto es solo una pequeña parte del mundo, el valle del Ebro. Pero el mundo tiene muchos más valles y muchas montañas y mares y también desiertos.

- ¡Ooooh! – exclamaron asombradas nuestras dos oruguitas.

Todas las tardes, después de comer, Ana y Elio jugaban juntos. A Ana siempre se le ocurrían juegos muy divertidos.

- ¿Vale que éramos leones? – decía y dando un zarpazo en el aire se ponía a rugir – ¡Groaaaaar!
Elio saltaba rugiendo sobre Ana y corrían resbalando por las hojas de las plantas.

Cuando llovía, se formaban charcos en el suelo:

- ¡Ahora seremos delfines! – decía Ana chapoteando en los charcos.

Y Elio la seguía encantado, saltando sobre el agua como los delfines.

Otras oruguitas se unían a sus juegos. Con Ariadna, Erica, Sara y Adrián formaron una alegre pandilla bajo el sol de verano. Iban a bañarse a los charcos, jugaban al futbol, al softbol, hacían casas colgantes con las hojas de las plantas…

A Ana le apasionaba dibujar. Siempre estaba pintando en las rocas. Y el softbol era su deporte preferido.

A Elio le gustaba jugar a médicos. Y los números. Sumar y restar le volvían loco.

Jorge disfrutaba viéndolos jugar. Pero sobre todo le encantaba esa amistad tan especial que había entre Ana y Elio.

Muchas tardes, Ana y Elio se quedaban embobados viendo a las mariposas volar.

- ¡Son tan hermosas! Me gustaría ser como ellas… - decía Elio…

Ese era el juego que más le gustaba a Elio. Siempre terminaba pidiéndole a Ana:

- Ana, vamos a jugar a las mariposas…

- ¡Mira que alas tengo! – decía Ana moviendo sus patitas.

- ¡Mira como vuelo! – gritaba Elio.

- Y ahora estoy en esta flor… - deciá Ana y entonces daba un salto - ¡Y ahora en esta otra!

- Ja, ja, yo vuelo mejor que tú…

- Espera, que voy a por ti…

Ana y Elio se perseguían saltando de flor en flor, como si tuvieran alas.

Jorge las vio volar.

- Chiquillas – les gritó -, que no os va a hacer falta el Gran Cambio.

- ¿El Gran Cambio? ¿Qué es el Gran Cambio? – preguntó Elio.

- ¿Nadie os ha hablado del Gran Cambio?

Ana y Elio negaron con la cabeza.

- El Gran Cambio es… Magia. Un día sois orugas y al cabo de unos meses… Os convertís en maravillosas princesas del aire. Pero yo no sé explicaroslo, los abejorros no hacemos un Gran Cambio, como vosotras. Venid conmigo. Os presentaré a alguien que os lo contará mejor que yo.

Jorge les llevó a conocer a su amiga la mariposa Enma.

- Enma, háblales del Gran Cambio.

- El Gran Cambio es el acontecimiento más maravilloso de la vida de las orugas. Un día, cuando llegue el otoño, subiréis a una planta, os ataréis fuertemente a su tallo, y comenzaréis a tejer con un hilo de seda un capullo alrededor de todo vuestro cuerpo.

Allí dormiréis durante mucho tiempo. Habéis de comer mucho ahora, jovencitas, para engordar y resistir todo el invierno y tener la energía y la carne suficiente para conseguir el Gran Cambio.
Vuestro cuerpo de oruga se transformará. Se hará delgadito y os saldrán unas patitas largas y finas y, lo más importante, cuatro hermosas alas crecerán sobre él.

- ¿Alas? – preguntó Ana.

- ¿Para volar? – añadió Elio.

- Claro, ¿para qué si no? – dijo Enma y se echó a reír.

- ¿Entonces volaremos de verdad, no será sólo un juego? – volvió a preguntar Elio.

- Volaréis de verdad, como yo – dijo la mariposa y salió volando de la flor.

- ¿Y seremos tan hermosas como tú? – le gritó Ana mirándose el peludo cuerpecillo de oruga y comparándose con la espléndida mariposa, como si no pudiera creerlo.

- Claro, en eso consiste el gran Cambio. En hacerse bellas y en soñar con volar… Hasta que un día de primavera volaréis de verdad.

Ana y Elio estaban emocionados. ¡Iban a volar de verdad! ¡Se convertirían en mariposas!

El verano pasó, jugando a las mariposas.
Comiendo mucho, para prepararse para el Gran Cambio.
Soñando con el Gran Cambio.

Los días se acortaron.
La noche llegaba más temprano.
El otoño había dorado las hojas de los árboles.

Hacía fresco. Ana y Elio habían engordado mucho, estaban preparados.
Había llegado el momento del Gran Cambio.

Subieron a la misma planta y tejieron cada uno su capullo de seda, uno junto a otro.

¡Buenas noches, Elio!

- ¡Buenas noches, Ana! Cuando despertemos, volaremos juntos por el cielo…

Llovía. Cada vez hacía más frío.
Pero dentro del capullo, las orugas no sentían ni el agua ni el frío.
Habían hecho un buen capullo.

Un día, el cierzo sopló muy fuerte. Tan fuerte, que arrancó el capullo de Elio.

El viento cambió de dirección, hacia el norte. Viajando en el viento, el capullo de Elio llegó hasta un precioso Valle de Alemania, todo cubierto de nieve.

Por fin llegó la primavera. Ana sintió los rayos de sol que calentaban su capullo. Despertó, como si volviera a nacer. Salió del capullo y al estirarse abrió… ¡sus hermosas alas!

- ¡Elio, mira, puedo volar!

- ¿Elio? ¿Elio, donde estás?

Ana voló sobre la planta. No había ni rastro del capullo de Elio.

Buscó por todo el bosque. Encontró a Ariadna, Erica, Sara y Adrián. Todos eran mariposas preciosas.

Pero Elio no estaba por ninguna parte.

Jorge, el abejorro, pasó zumbando junto a las mariposas, sin reconocerlas.

- ¡Jorge, somos nosotros: Ariadna, Erica, Sara, Adrián y Ana!

- ¿Ana? ¿Tú eres Ana? Parece mentira… Si ayer eras una oruguita gorda y paticorta…

Ana aleteó orgullosa:

- ¡Y qué bien vuelas, no con este zumbido de helicóptero mío!

Pero Ana no estaba para halagos, sólo quería saber una cosa:

- ¿Jorge, has visto a Elio?

- Ana, Elio… - el abejorro no sabía cómo decírselo – A Elio se lo llevó el viento… Yo lo vi salir volando.

- ¿Entonces, él no hizo el Gran Cambio?

- Sí, el habrá hecho también el Gran Cambio… Pero el viento era muy fuerte, seguramente se encontrará muy lejos de aquí.

- Yo… Yo quiero encontrar a Elio – sollozó Ana –. Prometimos volar juntos…

- Eso es muy difícil. Ya sabes, el mundo es muy grande. Pero nunca se sabe… La gente también dice que el mundo es un pañuelo…

Elio nació unos días después. En Alemania, la primavera tardó un poco más en llegar.

También rompió su capullo.
Bostezó a la luz del sol.
Estiró sus finas patas.
Miró aquello que había crecido sobre su cuerpo. ¡Eran alas!
Echó a volar riendo como loco.

- ¡Ana, ven a volar conmigo! – gritó.

Pero Ana no estaba. Entonces se dio cuenta. Aquel paisaje era muy distinto. Allí todo era muy verde. Había enormes árboles por todos los lados: hayas, arces, castaños… Y montones de flores. Todo era muy hermoso, pero ¿dónde estaba el río Ebro?

¿Acaso el Gran Cambio había transformado también el lugar donde vivían?
Vio un cartel que decía:

WIESBADEN

Así que ya no estaba en el valle del Ebro.
¿Cómo había llegado hasta allí?
Otra mariposa voló a su lado.

- ¿Qué te ocurre, por qué lloras? – le preguntó.

- He perdido a todos mis amigos. No sé donde estoy…

- A algunas mariposas les pasa eso… Nuestros capullos son ligeros. El viento puede llevarlos muy lejos.

- ¡Oh, no, el viento me arrastró! – dijo Elio - ¡El viento fue quien me separó de mi amiga Ana!
Y Elio volvió a llorar.

- No te preocupes – le dijo la mariposa - Yo te enseñaré todos los rincones de este bosque. Me llamo Klaus, ¿y tú?

- Elio – dijo entre sollozos.

Mientras volaba con Klaus, Elio pensó que podría hacer nuevos amigos.
Pero a Ana, jamás la olvidaría.

Ana voló con sus amigos todo el día. Estaba triste, por no tener a Elio, pero sus amigos la animaban. Pensó que quizá Elio se sentía muy solo, allá donde estuviera. Confiaba en que algún día se encontrarían. Volarían juntos, como cuando eran orugas.

Ana volvió a dibujar, como antes. Inventaba todo tipo de máquinas: máquinas para coser, carros para que las hormigas transportaran comida, hasta llegó a diseñar un robot que recogía néctar de las flores.

Todos sus inventos los dibujaba primero en hojas de árboles y luego su amigo Adrián los fabricaba.

Y en su tiempo libre jugaba al softbol.
Un día pensó que le gustaría mandar una bola muy lejos, que llegara hasta donde estuviera Elio.
Y dentro de ella le mandaría un mensaje contándole todo lo que hacía.

Elio, junto a Klaus, descubrió su nuevo mundo. Encontró también a un abejorro gordo y anciano. Le recordaba a Jorge. Le gustaba pasar las tardes con él, aunque volaba despacio, no estaba ya tan ágil como Elio.

A Elio le gustaba ayudar, sobre todo a los insectos más viejos.
Les hacía compañía. Les leía historias.
Les llevaba néctar de flores a aquellos que no podían moverse.
Les daba masajes si estaban doloridos.
Los insectos ancianos le adoraban.

Klaus le presentó a otras mariposas de las que pronto se hicieron amigos y volaban en una pandilla joven y divertida.
Todos ellos jugaban al baloncesto. Y cuando Elio metía una canasta se la dedicaba siempre a Ana.
Le hubiera gustado lanzar un balón de baloncesto que llegara hasta Ana, con su firma:

Tu amigo,
Elio

Ana y sus amigos decidieron hacer un viaje. Volaron hacia el norte, durante varios días. Llegaron a un bosque donde las flores tenían un néctar delicioso.

El verano estaba terminando y en aquel bosque hacía frío. Comenzó a soplar el viento y Ana, que estaba volando junto al río, se vio arrastrada hacia él. Estaba cansada del viaje y sus alas no podían luchar contra aquel viento. Cayó en el agua y sus alas se mojaron.

Creyó que iba ahogarse. Las mariposas no saben nadar.

Afortunadamente, una hoja de arce pasó a su lado flotando y Ana pudo agarrarse a ella. Subió con gran esfuerzo sobre la hoja. Pero con las alas mojadas, no podía volar y la corriente del río la arrastraba. Gritó:

- ¡¡¡Socorro!!!

Elio oyó aquella voz que pedía auxilio. Venía del río. La voz le resultaba conocida.
Voló hacia el río y vio la hoja de arce que flotaba con la mariposa encima. Sin pensarlo dos veces, voló en su ayuda.

– Sujétate a mis patas - dijo volando sobre ella.

Ana se agarró a las patas de Elio y él, aleteando fuerte, consiguió llevarla hasta la orilla.

- Gracias, me has salvado la vida – Ana miró agradecida a Elio y entonces él reconoció esos ojos y esa voz:

- ¡Ana, eres tú!

- ¿Elio? ¡No es posible! – exclamó Ana – ¡El mundo, como dijo Jorge, es un pañuelo!

- ¿Cómo has llegado hasta aquí? – preguntó Elio.

- Estamos haciendo turismo. Hemos venido todos: Ariadna, Erica, Sara y Adrián, hasta Jorge está aquí. El viento me arrastró al agua. Elio, el viento nos separó y ahora el viento ha vuelto a unirnos.

Aquella noche hicieron una fiesta. Elio les presentó a sus nuevos amigos. Bailaron bajo la luna llena.

Ana y Elio por fin volaron juntos, como cuando eran oruguitas.
 

1 comentario:

Blanca Bk dijo...

Que bonito regalo sin duda, Puri. Te ha quedado un cuento realmente bonito!!!