martes, 16 de septiembre de 2014

Corazón eterno




Imagen de  Chiara Bautista


Yo no creía en otra vida después de la muerte. Yo solo creía en ti, en tus manos, en tus ojos, en tu boca, en ese pecho donde apoyaba mi cabeza cada noche para conciliar el sueño, oyendo tu corazón palpitar. La muerte vino a visitarnos y te eligió a ti, ojalá me hubiera preferido a mí. Ella no ha podido llevarse tu corazón, que sigue escondido bajo las sábanas; quiero escucharlo como una nana que me duerma para siempre y así conseguiré volar detrás de ti, pero suena con ese tic-tac eterno, tan fuerte, que me mantiene despierta y sin vida. Porque no hay vida después de tu muerte. 

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Para el viernes creativo del 12 de septiembre en el bic naranja. Podéis leer más historias inspiradas en esta imagen allí.

lunes, 15 de septiembre de 2014

El primer dilema




Como un bigote a lo antiguo, debajo de la nariz, bien negro y recto: así le gustaría que le creciera. Con un bombín y el bastón, le iba a sacar unas risas al abuelo, que es un fan de Charlot. Pero esos pelillos suaves, entre rubios y castaños, que sombrean su labio superior… ¡vaya ridiculez! Papá le ha dicho que cuando quiera le enseña a afeitarse, pero que se lo piense, porque cuando uno empieza, es la faena de todos los días, menudo engorro. Por eso sigue ahí, frente al espejo, dudando entre hacerse hombre de una vez, o mejor esperar un poco más. 

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Para Relatos en Cadena

domingo, 14 de septiembre de 2014

IV Premio "El cuentagotas"







Mi relato "El río del señor Martín" ha recibido el primer premio en el IV Premio de Narrativa Infantil El cuentagotas.
Si pincháis en la imagen podéis ver el fallo del jurado compuesto por compuesto por el escritor D. Luis Alberto de Cuenca, las editoras Dª Victoria Chapa Eulate y Dª Cecilia Gandarias Tena, junto con D. Cristian Ruiz Orfila, subdirector de la Fundación Canal.

Con los relatos premiados se editará un libro (edición no venal) que será presentado en noviembre en Madrid, alrededor del día 20, día Internacional de la Infancia.

Os mantendré informados cuando puedan leerse los cuentos premiados, así como de la presentación del libro.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Confesiones de un naúfrago


En la isla no había Viernes, ni siquiera viernes, el tedio de los días iguales unos a otros me abrasaba en la playa, sin otro quehacer que la contemplación de aquella marina infinitamente hermosa. Si al menos hubiera tenido alguno de los libros que citaba cuando los periodistas me preguntaban: “¿Qué se llevaría a una isla desierta?”. Miento, jamás me preguntaron eso; en realidad, cuando en la televisión entrevistaban a otro, me imaginaba a mí mismo enumerando mis autores preferidos. Después del naufragio, mi único entretenimiento consistía en escribir sobre la arena versos que las olas lamían con avidez. Tras aquella golosina, su espuma se tornaba liviana, sedosa, más burbujeante. Y como recompensa, las olas retrocedían, se enrollaban sobre sí mismas para arañar el fondo de mar, tomaban impulso desplegándose hacia arriba, hacia la orilla, y una espiral de peces llovía a mis pies. Todas las tardes. Era la primera vez en mi vida que recibía un sueldo por escribir.

No escarmentaré nunca. Mis sueños nunca se cumplen. Hace tres noches, arrojé una botella al mar. En ella había soplado unas palabras de auxilio: “Por favor, no vengan a rescatarme”.  

lunes, 1 de septiembre de 2014

Un oasis en cada esquina

(traéme un puñado de arena para mi jardín zen)

Paseaba por las orillas del río, recogiendo todo lo que encontraba en los bolsillos de su falda: hilachas de niebla, arcoíris en cristales rotos, crujidos de hojas secas, frutos de escaramujo, flores silvestres, las ráfagas de cierzo que se le metían por todo el cuerpo sin pedir permiso... Algunos días pensábamos que el viento se la llevaría volando para reunirla con sus hermanos serafines, pero ella le plantaba cara y no se dejaba arrastrar, pues tenía alma de ángel de tierra, de esos que vuelan sin levantarse ni un palmo del suelo, y, cogidos de su mano, nos hacía volar también con ella, con sus historias contadas al oído.
Una de esas tardes, recogió un grano de arena y, contemplando aquella partícula infinitesimal en la enormidad de su mano, tuvo la certeza de que el mundo entero cabía en él. Guardó el grano de arena en una cajita y desde de entonces, los tesoros con los que tropezaba en sus paseos iban a parar dentro del grano de arena. Allí, con las hilachas de niebla tejía bufandas para el verano, los arcoíris reinaban en el cuarto de los niños, los crujidos de hojas secas sonaban como las zapatillas de la abuela arrastrándose por el largo pasillo, los escaramujos se convertían en narices de payaso, y las flores, unas veces terminaban engarzadas en guirnaldas para las fiestas, y otras como hermosas coronas funerarias. Y hasta conseguía calentar el cierzo con su aliento para transformarlo en siroco. Al atardecer, los silbidos de los estorninos piropeaban a las chicas guapas, mientras que las plumas de cisne hacían cosquillas a las chicas feas.

Su grano de arena se llenaba cada vez más, y sus amigos y admiradores nos acercábamos a mirar cómo crecía y crecía… Y ella nos mimaba… La sonrisa explosiva de una ninfa isleña retumbaba en las paredes del grano y un martín pescador que siempre se quejaba de pescar botas en mal estado acababa comiéndose sus deliciosos pescados al horno. Con el envés aterciopelado de las hojas de los álamos arropaba a las ranitas hartas de la humedad de las charcas, y sus encantamientos atraían a las brujas de ciudad. Algunos viernes se dejaba tentar por unas concurridas fiestas de letras y enviaba al anfitrión una de sus tormentas de arena. Y princesas norteñas leían y releían sus historias largas, animándole a ampliar el horizonte del pequeño grano de arena.

Hasta que a nuestra amiga la empujaron a conocer otros mundos. Lo que nunca pudo imaginar es que viajaría a un lugar lleno de granos de arena. Un mundo que parece estar en otro mundo, pero que está en este.

Desde allí nos llegarán sus soplos de viento simún cargados de nuevas historias, más cálidas, o quizá más frías, para compensar las temperaturas agobiantes del lugar. Y nos perderemos en su desierto, con la esperanza de encontrarnos con nosotros mismos, pero sobre todo, para encontrarnos con ella. Porque aunque le gusta sembrar la inquietud en los espejismos, también  habrá plantado un oasis en cada esquina para sacarnos de la arena.

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Para Ángeles y para todos aquellos que disfrutáis de su mundo en un grano de arena.