Hoy es la última noche del año. Hemos cenado toda la familia, abuelos, hermanos, cuñados, hijos, sobrinos... A medianoche, el año nuevo llama a nuestra puerta: doce timbrazos suenan al ritmo de las doce campanadas del reloj. Con el último timbrazo (y campanada) mi marido descorcha una botella de champán, con su alegre estallido y rebote del corcho en el techo. Pero todos hemos quedado paralizados mirando hacia la puerta, nadie se atreve a abrirla. Un silencio espeso nos rodea, mientras el champán se desborda de la botella. Nadie quiere dejar pasar al nuevo año. Y lo malo es que si no abrimos la puerta al futuro, no podremos movernos. Quedaremos congelados en esta mueca estúpida entre risa y nostalgia, en una mano la copa de champán sin llenar, en la otra, el pringue de las doce uvas, en la boca, el beso de feliz año nuevo sin dar…
Mi sobrinito dice: ¿Pero es que nadie va a abrir? Y corre hacia la puerta esquivando las estatuas de adultos.
- Pase señor 2011, pase, le estábamos esperando. ¿Quiere una copa de champán?
Mi marido sirve una copa al 2011, llena las nuestras y todos brindamos, nos abrazamos, nos damos besos. ¡Feliz Año Nuevo! El 2011 por fin ha entrado en casa. ¡Buf!, ¿qué sería de nosotros sin los niños?
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