sábado, 31 de diciembre de 2011

Con mis mejores deseos...

Foto de Pedro Rovira Tolosana. Las burbujas de Pep Bou


Sopla tus sueños a las estrellas de esta Nochevieja

para que los atrape el Año Nuevo


¡ FELIZ AÑO 2012!

jueves, 22 de diciembre de 2011

Navidad en calzoncillos


foto de Pedro Rovira Tolosana

La navidad me pilló en calzoncillos, con calcetines y sin afeitar. Las lucecitas de las calles me hacían guiños mentirosos de felicidad y la multitud corría de aquí para allá buscando el regalo miserable para su abuela o para su sobrino o para su novia... Me acordé de la generosidad de mi tía, que cada Nochebuena compartía su polvorón, mitad para ella, mitad para la dentadura postiza, y al cantar Campana sobre campana, escupía esa segunda mitad como una lluvia equitativa entre los que la rodeábamos. Angustiado, fui a buscar el consuelo de mi botella de whisky (que ya estaba más que medio vacía).
De repente, hubo un apagón, y todo se quedó a oscuras.
A tientas me asomé a la ventana, alcé los ojos al cielo y descubrí algo que me dejó boquiabierto: por fin podía ver las estrellas, las auténticas, desde mi casa. Entre carcajadas, un grito salió de mi garganta: ¡Feliiiiiz Navidaaaaad!

domingo, 18 de diciembre de 2011

Haciendo los deberes

Yo la abrazaré bien fuerte y me la llevaré conmigo cuando vuelva del colegio. Como un gatito asustado, primero me sacará las uñas, pero luego se acurrucará en mi regazo. Le daré pan con chocolate y le dejaré ver los dibujos. Podrá hacer los deberes en la cocina, mientras preparo la cena, y para no oír los gritos que atraviesan la pared, hoy no me olvidaré de poner la radio bien alta y cantaremos las tablas de multiplicar, esa dulce letanía que espanta el sufrimiento.
Y cuando mejor estemos, sonará el timbre que la hará regresar al infierno.

* * * * *

Concurso REC 15 dic−2011

sábado, 17 de diciembre de 2011

Nueva novela de fantasía

Os invito a conocer la novela de fantasía de mi hija

De fantasía y tal

lunes, 5 de diciembre de 2011

Otoño sin cierzo

Este otoño la oprimía. Había llegado como una prolongación del verano, caluroso y desconcertante. Parecía una primavera fuera de lugar, pero sin lluvias. Con tímidas flores, que engañadas por la buena temperatura, brotaban en las macetas, en los jardines, en las rendijas de las baldosas. Con una luz tristona en los atardeceres, pero sin frío en el rostro. Por la noche, bajo la manta, sudaba. ¿Cuándo había sudado en las noches de noviembre? Llegaron por fin las nieblas matutinas, pero sólo para confundirla de nuevo, para obligarla a replegarse en sí misma un vez más. La niebla deformaba la visión de la realidad, le daba un toque misterioso, cuando simplemente era un velo delante de los ojos que le hacía ver fantasmas donde no había más que miserias cotidianas.
Necesitaba un cambio, una ráfaga de cierzo frío que se llevara los sentimientos viejos y enquistados, que le mostrara que el mundo seguía vivo y cambiante, que no se estancaba en nostalgias de veranillos falsos. Una lluvia que le hiciera soltar sus tristezas y arrastrara todas aquellas hojas secas que se aferraban a su cuerpo y que en vez de estrujarse bajo sus pies hacían crujir a su corazón como un reloj averiado.
Sus hojas marchitas deberían desprenderse y mezclarse con la humedad de la lluvia para convertir su camino en una alfombra mullida, en la que sus pies avanzasen hundiéndose levemente y rebotando en cada pisada. El olor a tierra mojada, a humus fresco, le inundaría los pulmones, despertándole el cerebro. Pero no podía quedarse ahí parada esperando como siempre que llegasen el cierzo y la lluvia para ayudarla. Esta vez, el cierzo debía ser ella.
Ante la ventana, sopló desde muy adentro para limpiar el interior de sí misma. El primer soplido desgarró la niebla, y permitió el paso de algunos tímidos rayos de sol. El sol calentó sus ánimos y le dio fuerzas para continuar soplando. No era fácil hacer caer las propias hojas, que se incrustaban en su corazón caliente. Sopló más y más, creyó que iba a quedarse sin aire. Su cabeza comenzó a dar vueltas en el interior del huracán. Una lluvia cayó de sus ojos y arrastró la primera hoja, que aterrizó a sus pies. La recogió y le sopló de nuevo, la vio planear con gotitas brillantes bajo el sol. Cuando se quedara por fin tan desnuda como los árboles del bosque, estaría preparada para resistir cualquier invierno, frío, caluroso o tormentoso. No era fácil, pero lo conseguiría.