domingo, 20 de diciembre de 2015

Clases de piano



Imagen de Brendon Burton

Los martes y los jueves suena una sonata de olvido y flores marchitas, que hace crujir las paredes del salón como si a la casa le dolieran los huesos. El piano está desafinado y su voz es tan vieja como la de doña Alba, que se encoge cada día un poco más bajo el peso de sus años. Doña Alba se recuesta en el sofá y percibe el cosquilleo de las notas en sus dedos, que jamás volvieron a tocar una tecla. Los martes y los jueves, después de la clase de piano, ofrecía a su profesor una taza de chocolate y bizcocho casero. Todo empezó así, piano, chocolate y bizcocho, y un sofá donde sus cuerpos acababan cada vez más juntos. Los martes y los jueves ve otra vez sus manos, recorriendo el teclado y las siente cogiendo las suyas y acariciando su pecho. Pero qué frías están ahora esas manos y qué triste la marcha fúnebre que muerde su corazón abandonado.

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Para el último viernes creativo de el bic naranja

martes, 15 de diciembre de 2015

Alma de muñeca rota



©Mr.Toledano
Imagen de Mr. Toledano.

Hay quien tiene la cabeza llena de pájaros. Yo la tengo llena de muñecas de porcelana, de esas que nos clavan sin piedad sus ojos de cristal. La culpa la tuvo mi tía Elvira, que tenía una colección de estas niñas, sentaditas en fila en lo alto del armario de su alcoba, con sus vestidos de encaje rancio en el cuello y sus labios pintados. Recuerdo aquellas noches en su cama, por la ventana penetraba suficiente luz de las farolas como para iluminar sus ojos, los cuales me atravesaban como púas de erizos. Me daban tanto miedo que hubiera deseado cerrar los ojos, pues aunque sabía que estaban muertas, percibía su sed de vida; por eso soportaba el horror de verlas, de lo contrario habría quedado a su merced, sin posibilidad de impedir que me absorbieran el alma y me suplantaran para convertirse en niñas de buenos modales, siempre con los vestidos limpios y las palabras por favor y gracias al principio y final de cada frase, sus tirabuzones desenredados sin una lágrima, y ni una moradura en las rodillas; no, no permitiría que mi cuerpo fuera poseído por sus sonrisas falsas.

Lo que nadie podía explicarse por la mañana es que siempre hubiera una muñeca a los pies del armario, con el rostro de porcelana destrozado y un brazo o una pierna rotos. “La niña no llega hasta ahí arriba, ni siquiera subida a una silla o en pie desde la cama…” me disculpaba mamá ante la tía, que se subía por las paredes ante la pérdida. Ellas no hubieran entendido que las muñecas se suicidaban ante mis ojos por el solo placer de hacerme contemplar la muerte, sus rostros de angustia al lanzarse al vacío, el vuelo de sus faldas mostrando los pololos con puntillas, el estrépito que las dejaba lisiadas para siempre, sus ojos rodando debajo de la cama. Al final me acostumbré a las muñecas suicidas, me acostumbré tanto que aprendí todo de ellas, y ahora me aparezco ante mi madre con los rostros de todas aquellas muñecas y la amenazo con volver a saltar al vacío y recuperar el sueño eterno que perdí en tantas noches de muñecas rotas.

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Un relato para un viernes creativo de el bic naranja. La imagen para inspirarnos es de Mr. Toledano.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Las preguntas de los peces

Nadar es una técnica y un arte. Nos impulsamos con la aleta caudal, a ritmo constante y tranquilo, parecemos relajados y ajenos al mundo pero nunca bajamos nuestra atención, en alerta a cualquier enemigo que pueda acercarse a nosotros. En el  medio acuático no puede uno despistarse, para escapar de los depredadores podemos necesitar cambiar nuestro rumbo inmediatamente y lo conseguimos gracias a la aleta dorsal, que, con un rápido movimiento parecido a un calambre eléctrico, nos hace girar en dirección opuesta en un instante.
Nadamos despreocupados mientras contemplamos esos rostros enormes que nos miran con curiosidad. Apenas se mueven, con sus narices pegadas al cristal. Mueven los labios, pero no como nosotros, que boqueamos para respirar, sino que forman extraños dibujos con ellos, unas veces los estiran en dos líneas, otras los juntan hacia fuera, otras abren mucho la boca… También se miran unos a otros a los ojos, parecen comunicarse con esos órganos. Tienen una expresividad en la cabeza de la que nosotros carecemos y somos incapaces de interpretar lo que quieren decir. A veces me pregunto si entre ellos son capaces de entenderse, con tantos gestos y matices, y además están esos sonidos que salen de su boca y nos llegan apagados a través del cristal y del agua: ¿realmente pueden traducir todo eso y saber lo que el otro siente, mira, desea? Los observamos cada día, para eso estamos aquí. Hace mucho tiempo que lo hemos estado haciendo, y sin embargo no llegamos a ninguna conclusión. Discutimos si son inteligentes, si tienen memoria, si son capaces de contar leyendas… Son tan diferentes a nosotros. Aparte de no necesitar agua para respirar, se desplazan sobre dos extremidades y utilizan herramientas con las extremidades superiores. Parecen amar y tener sentimientos, aunque algunas veces enloquecen y ello les lleva a cometer crímenes atroces, que hacen estremecerse hasta a los tiburones. Son capaces de matar a sus propios hijos o a sus mujeres. No puedo dejar de preguntarme, al acercarme al cristal para verlos mejor, quién los habrá encerrado en ese terrario.