lunes, 29 de diciembre de 2014

Perdidos



Untitled, 2000 ©Jerry Uelsman
Perderme en el bosque, contigo. Era la única forma de volver a jugar juntos, nuestra aventura de los domingos, cuando papá y mamá dormían la siesta en sus hamacas bajo los pinos y las chicharras serraban el aire caliente perforándonos los oídos. Ellas me llamaban, me agitaban el corazón de exploradora, haciéndolo vibrar con un cosquilleo nervioso que me impedía estar quieta. Tú me esperabas en el sendero, ese que parecía no tener fin y caminábamos alejándonos del coche, de la mesa de camping con restos de comida, de la seguridad familiar. El sendero no tenía emoción ninguna, tú lo sabías bien. Así que decías, por ejemplo: “Hoy, veinte pasos, y nos metemos a la izquierda”, y yo asentía, con el corazón en un puño. “…dieciocho, diecinueve y… ¡veinte!”, contabas, y penetrábamos en la espesura, esquivábamos los pinchos afilados de los espinos y las zarzas, corríamos con emoción entre las hayas bajo su sombra cada vez más oscura. El sabor del miedo me empujaba a seguirte, pero con precaución: Pulgarcito me enseñó que echar migas de pan era inútil para encontrar el camino de vuelta; tu experiencia, que no siempre se consigue volver. Por eso me fijaba bien en todo aquello que pudiera servirme de referencia: el árbol retorcido bajo el que pasábamos agachados, los tres troncos cortados, el enorme roble que en realidad eran dos juntos, cuyos pies se unían enredando sus raíces. 
Una tarde me propusiste un juego nuevo: debía taparme los ojos con un pañuelo, y confiar en ti; después de tanto tiempo, conocías el bosque como la palma de tu mano. Por la seguridad que habías demostrado en nuestras últimas exploraciones, me dejé hacer. Me llevaste de la mano a través de arbustos que me arañaban las piernas, me hiciste recorrer un laberinto a ciegas, con más vueltas de las que esperaba. Mientras caminábamos me contabas que te encontrabas muy solo, que las noches se te hacían muy largas en el bosque, que echabas de menos los tiempos en que dormíamos en la misma habitación y mamá venía a darnos un beso antes de dormir. Eso me hizo sospechar. Quise quitarme la venda, pero me lo impediste, comenzaste a hacerme girar como si fuera la gallinita ciega. “¡Para, para ya!”, chillé, a punto de llorar y entonces dijiste: “Está bien, ahora ya es suficiente”. Cuando me quité el pañuelo, habías desaparecido. Nunca lo habías hecho antes de llegar de nuevo al camino. Y entonces, como tú aquella tarde, yo tampoco sabía cómo volver.

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Para el viernes creativo del 12 de diciembre en el bic naranja.

domingo, 28 de diciembre de 2014

En el libro de la vida



Diplopia, ©Alec Dawson


Entre tus piernas leo el libro de la vida. Voy pasando las páginas, las acaricio con ternura, las beso y las olisqueo con mi hocico inquieto, que se desboca al acercarse a mi sacerdotisa del amor. La hendidura del deseo se abre ante mí, un imán que me absorbe a tu interior. Y las páginas arden con el roce de nuestros cuerpos y sus letras se graban a fuego en nuestra piel, en nuestros labios, en los últimos jadeos del placer.

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Para el viernes creativo de el bic naranja

lunes, 22 de diciembre de 2014

Viernes creativo


©Troy Brooks

Estaba seguro de que su hermana gemela no derramaría ni una lágrima por ella. Algunos pensarán que cuando perdió su ojo, se secaron para siempre sus lágrimas, pero la verdad es que nunca las tuvo para su rival más odiada. Con la misma frialdad aséptica con que representa sus juegos de ilusionismo en el escenario, la abandonará en el suelo, caminará hasta el salón con pasos medidos y elegantes, abrirá la ventana, se fumará un cigarrillo en su boquilla plateada y después, llamará a urgencias. Aparentemente sin tocar nada, habrá limpiado todas las pistas que puedan inculparla. Todas, menos una: yo me quedaré al lado de mi querida Marge, pues por mucho que la maga insiste en meterme en su chistera, me resistiré con fuerza a sus deseos.

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Un nuevo relato para el último viernes creativo de el bic naranja. Más relatos, más historias de viernes, aquí