domingo, 27 de enero de 2008

EL hombre con la cabeza llena de pájaros


Esta es la historia de un hombre que viajó por todo el mundo. Visitó mares y montañas, playas y lagos, desiertos y bosques. Se sentaba a contemplar la puesta de sol y las nubes en el cielo. Se asomaba a los acantilados y aspiraba el aroma del mar. Los bosques también estaban llenos de olores: tierra y hojas húmedas, setas, flores, hierbas silvestres. También escuchaba los sonidos de los animales: el cu-cu del cuco, el ulular de la lechuza, el aullido del lobo. Y el crujido de las hojas secas bajo sus pies.
Todo aquello que veía y escuchaba, lo que olía y tocaba, lo guardaba en su cabeza. Luego en su casa lo transformaba, le ponía palabras hermosas y lo envolvía con sus sentimientos.
Nos gustaba mirarle a la cara, porque de cada viaje tenía en su cabeza un recuerdo. Su cabeza era más o menos así:
En la frente, una gran pradera con un riachuelo y montones de flores.
Otras veces su frente se cubría de arena y se convertía en un desierto. Un sinfín de dunas se perdían en el horizonte. Por el desierto avanzaba una caravana de camellos dirigida por beduinos.
En vez de cejas, tenía nubes. Y si le mirabas a los ojos, en el derecho se agitaba el océano contra los acantilados. Olas y olas golpeando las rocas con fuerza. Y en el ojo izquierdo contemplabas un tranquilo mar con islas de pueblos pesqueros. Había casitas blancas con ventanas azules y pequeños barcos pesqueros multicolores.
Los agujeros de su nariz eran dos cuevas pobladas de misterios. Por la noche veíamos salir de las cuevas murciélagos y mi hermana dice que una vez vio asomarse un dragón.
Su pelo era una gran selva tropical, con monos y pájaros chillones. Sí, mi padre decía que aquel hombre tenía la cabeza llena de pájaros. Y era cierto: tucanes y loros en la selva de su pelo, cigüeñas y garzas sobre su frente, un martín pescador que pescaba en el río, gorriones, jilgueros y petirrojos por todos los lados. Y una bandada de flamencos que giraba alrededor de su cabeza.
Una vez se golpeó la cabeza con la puerta de su casa y en vez de un chichón le creció una montaña. En la cumbre de la montaña se perdíaentre las nubes un castillo mágico.
También tenía un ramo de margaritas bajo su barbilla, que le tapaba el cuello de la camisa. Y una cascada de buganvillas bajaba de sus orejas.
De su boca brotaban aventuras, miles de aventuras. Cuando contaba historias parecía mucho más alto y enorme. Sacaba un paisaje de su cabeza y lo poblaba de personajes increíbles. Seres tan reales como su propio cuerpo, y la gente lloraba con sus historias o reía o casi se moría de miedo en las noches de luna nueva. A veces tomaba una pluma de ganso y escribía hermosas historias o terribles historias, de humor o de tragedia, según el día y luego las regalaba por la calle y la gente las leía y se las pasaban de unos a otros.
Un día aquel hombre murió y los hombres lloraron: ¿quién les iba a contar ahora fantásticas historias, quién les haría llorar y sentir y vivir lo que la vida no había querido darles? Quienes recordamos sus historias se las contamos a nuestros hijos y estos a sus hijos y a los hijos de sus hijos… Otros cogieron sus manuscritos de pluma de ganso, escritos con tinta de color verde, y los leyeron y los guardaron en un sitio que llamaron biblioteca, para que los que nacieran después de ellos también los leyeran.
Y otros hombres siguieron el ejemplo del hombre con la cabeza llena de pájaros y escribieron con pluma de ganso aquellas historias que les ardían en la cabeza y las regalaron al mundo, a los hombres y a los niños. Así las bibliotecas crecieron y con ellas, también los hombres se hicieron un poco más grandes, un poco más hombres, un poco más llenos de la libertad de los pájaros.

domingo, 20 de enero de 2008

Mar de nubes


Habíamos llegado al mar de nubes, se extendía ante nosotros infinito y deslumbrante. A nuestras espaldas oíamos los cascos de los caballos de nuestro enemigo, no había escapatoria. La única esperanza se encontraba frente a nosotros, en esa brumosa luminosidad a la que no nos atrevíamos a saltar. Cerré los ojos y pedí un deseo. Un deseo imposible, etéreo y al mismo tiempo denso como la niebla, un deseo al que poder aferrarme, aunque sea imposible agarrarse a una nube.
Los gritos de Alba me hicieron abrir los ojos:
- ¡Un barco! ¡Un barco!
Yo también lo veía, una goleta antigua con las velas desplegadas, su silueta negra surcando el mar de nubes.
- ¡Y viene hacia nosotros! – exclamé.
Atracó frente a nosotros y nos echaron una escala con la que nos izaron a la nave. Pronto se alejó del acantilado. Allí quedaron burlados los caballeros de Margot, maldiciendo nuestra buena suerte.

domingo, 6 de enero de 2008

Un niño de verdad

Estaba escribiendo en mi estudio. En el silencio de la noche, oí que alguien golpeaba en el cristal de la ventana y me volví. Una criatura diminuta y luminosa, golpeaba con sus nudillos el cristal. Era un gnomo o algo parecido, con un gorrito verde del que colgaba un pompón blanco, traje y calzas también verdes y botines marrones.
- ¡Ábreme! - le oía gritar con su vocecilla.
Abrí la ventana y saltó al interior, aterrizó sobre la mesa donde estaba trabajando. El ordenador estaba encendido. Miró la pantalla y preguntó:
- ¿Estás escribiendo una historia?
Asentí, le dije que me gustaba escribir.
- ¿Has escrito alguna vez un cuento para niños?
Le contesté que sí, que muchas veces escribía para niños.
- ¿Y has escrito alguna vez un niño para un cuento?
Volví a contestarle que sí, todos los escritores creamos con palabras niños que son personajes de nuestros cuentos.
- No, no me refiero a eso –replicó -. Quiero decir escribir un niño. Un niño de carne y hueso, y meterlo en un libro y que jamás pueda salir de allí.
Entonces pensé que eso es lo que había pensado hacer alguna vez con mis hijos. Cuando los observo jugando entre ellos, con sus muñequitos, inventando mundos fantásticos e historias disparatadas, si pudiera atraparlos en ese instante y meterlos en un libro, sería el cuento perfecto. El que cualquier niño desearía leer, porque los protagonistas serían niños auténticos que juegan a lo que los niños de verdad juegan, no a lo que inventamos los adultos. Pero solo había una cosa que no me gustaba:
- Me encantaría hacerlo, pero yo no querría encerrar al niño en un libro, sin que pudiera salir. Sin que pudiera vivir su vida de verdad.
- Conozco a una bruja que lo hizo. El niño gritaba y gritaba y quería salir, pero ella pronunció un conjuro y se quedó allí dentro, para siempre.
-¿Y donde está ese niño ahora?
- Sigue dentro de ese libro, claro. Tiene ciento noventa y cinco años pero continúa siendo un niño. Sin embargo la bruja que lo encerró se murió. Y ya nadie puede romper ese conjuro.
- ¿No hay ninguna manera de liberar a ese niño? ¿Ni siquiera leyendo el libro?
- El que lee el libro vive su historia, pero para sacarlo hace falta magia. Necesita que alguien le cree una historia nueva. Por eso he venido a pedirte ayuda.
- ¿Quieres decir que si yo escribiera un libro donde él saliera del cuento a la realidad y se hiciera un hombre, conseguiría sacarlo de su libro?
- Yo creo que eso es lo que está esperando.
- Pero si le creo una historia, volveré a encerrarlo en otro libro.
- Solo necesita el principio de una historia que le permita salir de allí. Después debes dejarlo solo, para que viva su propia vida.
- ¿Y dónde está ese libro? Primero tendré que leerlo.
- En la biblioteca de la ciudad lo encontrarás. Solo hay un ejemplar de ese libro, se titula "Un niño de verdad".
Me comprometí a leer ese libro y a echarle una mano a su protagonista para salir de él. Tengo ese libro ahora en mis manos. Ya solo me queda imaginar como será la vida de un niño que se ha pasado más de ciento noventa años entre las páginas de un libro, jugando y pasando aventuras y que de repente aterriza en nuestro mundo. Solo tengo que darle un empujoncito para que entre en un orfanato, le busquen unos padres adoptivos, vaya al colegio, allí conocerá a otros niños, unos buenos con los que pasará sus mejores ratos y otros odiosos que le harán sufrir, y también tendrá que hacer deberes y podrá leer, jugar al fútbol (aunque no le guste el fútbol), y crecerá y amará y odiará y trabajará… ¿Llegará un momento en que ese niño sienta nostalgia y quiera volver a su libro y no desee volver a salir de él? Quizás, pero para entonces el niño ya no será un niño y su libro sólo existirá en su recuerdo. Jamás podrá volver a ser "Un niño de verdad".