domingo, 27 de diciembre de 2009

El gigante de barro



Había llovido mucho y el bosque estaba lleno de barro. El bosque estaba tan lleno de barro, que el pequeño Adrián resbalaba por el estrecho sendero entre los árboles. A Adrián le encantaba chapotear en el barro y al barro le encantaba pegarse a los zapatos de Adrián. Tanto le gustaba pegarse a sus zapatos, que éstos fueron cogiendo una capa de barro tras otra, y otra capa más y otra más, y así fue como a cada paso aumentó el espesor del barro bajo sus zapatos y el pequeño Adrián fue creciendo: primero se elevó como si llevara zapatos de plataforma, después como si llevara zancos, luego los zancos se estiraron hasta que su cabeza se alzó por encima de las copas de los árboles. Podía ver el río, podía ver incluso la ciudad desparramada en el horizonte. Se había convertido en el escurridizo gigante de largas piernas de barro que caminaba por el sendero espantando a los paseantes del domingo. Por primera vez en su vida el pequeño Adrián se sintió grande y poderoso, pero también solo e inseguro. Solo, porque todos al ver su enorme tamaño se alejaban asustados; inseguro, porque aquellas piernas de barro, blando y traicionero, podían desmoronarse en cualquier momento y temía el batacazo que le esperaba desde aquella enorme altura. Así que, haciendo equilibrios para no caer, echó un último vistazo al mundo desde sus zancos de barro. Sí, era muy hermoso tener el mundo a sus pies, pero ya no podía aguantar más, así que se aferró a la rama del árbol más cercano. Limpió sus zapatos despegando aquel barro pringoso con una rama tronchada y cuando se deshizo de sus falsas piernas de gigante, el pequeño Adrián pidió ayuda para bajar, como un gatito asustado y travieso.

jueves, 17 de diciembre de 2009

El baúl de mi tía Tere


He dado un paseo esta mañana por la feria de la almoneda, me gusta ver antigüedades. Candelabros de cobre, farolillos, plumines, monedas con verdín, percheros modernistas. En un rincón he encontrado un enorme baúl de viaje, de tela cruda ya tirando a amarillenta con rayas marrón oscuro. Se parece a un baúl de mi infancia que estaba en casa de mis abuelos, en la habitación de mi tía Tere y que yo siempre me preguntaba qué secretos contendría. Nada, ropa vieja, decía mi tía y me largaba una muñeca para que jugara y me olvidara de aquel baúl enigmático, siempre con ropa para planchar sobre él o por el contrario, ropa recién planchada y bien plegada, pero todavía sin recoger, un baúl al que no me podía acercar porque si no, iba a desordenar todo lo que había encima de él o a mancharlo con mis manitas llenas de la grasa del bocadillo de chorizo de Pamplona que mi abuelo me había preparado para merendar. Hoy he pasado mi mano sobre él, sin rastros de chorizo, unas manos adultas que buscan recuerdos perdidos, le he pedido al vendedor si podía abrirlo para ver su interior y él ha traído la llave y me ha dejado que fuera yo misma quien destapara el secreto del baúl de mi tía. Nada más abrirlo, un puñetazo de bolas de naftalina me ha tirado al suelo, dejándome inconsciente. Y del baúl han salido en una ráfaga de aire cálido la sonrisa de monalisa de mi tía, sus ojos oscuros e inquietos, que leían con avidez los periódicos, sus bisbiseos de rezos, sus besos con ruido – chuick – a una figura de la virgen fosforescente que brillaba en la oscuridad, sus vestidos negros de luto riguroso que contrastaban con sus ganas de jugar siempre con todos los sobrinos, las tardes en su habitación jugando a la casa del terror con la luz apagada en la que ella nos preparaba las trampas más divertidas, o ese tren hecho con sillas una detrás de otra, en el que nosotras éramos las pasajeras y mi primo el maquinista... Cuando he vuelto en sí, me he encontrado al vendedor haciéndome aire con un abanico de principios del siglo pasado y con voz de alivio me decía: "He llamado a los de urgencias, no tardarán, no se levante deprisa". Yo no le he hecho caso, y me he levantado, "No ha sido nada", le he dicho, le he dado las gracias por enseñarme el bául: "Lo siento, no voy comprarlo, pues todo lo que había en su interior ha vuelto a estar dentro de mí".
El vendedor ha mirado el baúl vacío sin entender nada, pues él no sabe que he sido yo quién se ha llevado su contenido y he aprovechado su desconcierto para marcharme arrastrada por la brisa ligera de una dulce melancolía.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Después de la siesta


La habitación en penumbra. Restos del café de después de comer sobre la mesa. Una taza manchada de café, la cafetera, un plato con migajas de una tarta. El periódico abierto sobre la mesa. Aún huele a café.

La persiana está medio bajada y la luz se cuela por los agujeros. Hace calor. Me acerco a la mesa, queda un poco de café en la cafetera.

Me sirvo una taza y me siento. Le pongo azúcar. El café está frío. Leo el periódico por la página abierta. Me siento como si estuviera suplantando a alguien: bebo su café, leo su periódico, me siento en su silla. Pero en realidad ese al que suplanto soy yo mismo, aunque me parezca otro. Qué distintos somos después de la siesta, como si el sueño después de comer se hubiera llevado parte de nosotros mismos. Saboreo el café y me pregunto qué parte de mí me falta hoy. Sin darme tiempo a responderme, el café me devuelve lo que había perdido, siento mi cuerpo y mis brazos y mis manos y hasta mis ojos, que aunque no ven mi rostro, me reconocen por dentro. Me da un poco de asco, soy el de siempre, sin embargo por otro lado me reconforta. No reconocerse después de la siesta es peligroso. Da miedo volverse otro, sentirse diferente, tan diferente que ni uno mismo se reconozca, eso es volverse loco, pensar que uno es Napoleón o un poeta famoso y creérselo sin ningun esfuerzo. Pero no, no soy Napoleón ni Machado, mi nombre es Alberto Pérez y con ese nombre salvo la distancia entre la mesa y la ventana, subo la persiana y miro afuera, a la calle donde he vivido desde hace más de diez años y sé que allí está el kiosko de la prensa de Elvira y el bar de Manolo y las aceras grises con su semáforo en la esquina y sendas fila de coches aparcados a ambos lados. No hay un ejército esperándome al otro lado, ni una escuela de pueblo, ni tardes llenas de poesía. Solo edificios grises y callados, con gente que como yo acaba de despertar de la siesta. Y eso quiere decir que es domingo, porque solo los domingos puedo dormir la siesta y si ya reconozco el lugar e incluso el tiempo, se acabó la locura y me siento un poco triste, triste por no poder ser otro, por estar condenado para siempre a ser yo mismo.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Dragón del viernes


Hay un dragón dormido los viernes por la mañana en mi oficina. Abro el cajón de mi mesa y está ahí, acurrucado, entre los bolígrafos, la grapadora, la taladradora, las etiquetas adhesivas. No sé como puede estar cómodo con tantos cachivaches clavándosele en el costado y en la cabeza y plegado una y otra vez para caber ahí dentro, pero está profundamente dormido, a veces hasta se escapa un ronquido del cajón y todos creen que ha sido nuestro compañero Armando que ha dado una cabezada.

Los viernes pasa eso, todo el mundo tiene sueño, mucho sueño, nos pesa el cansancio acumulado de toda la semana, pero nos despejamos enseguida pensando que es viernes y que pronto tendremos la libertad condicional del fin de semana por delante. Esa libertad que se anticipa inmensa el viernes al mediodía pero que conforme uno alcanza la mañana del sábado se consume instantáneamente como un chispazo. El dragón sin embargo sigue durmiendo. A él le da lo mismo que sea lunes, viernes o domingo, él sí que es dueño de la libertad durante toda la semana. Lo curioso es que solo aparece por la oficina los viernes y los lunes. Los lunes no duerme, los lunes siempre anda molestándome, para que me despierte. Yo los lunes tardo en arrancar, para todo el mundo el lunes es el peor día de la semana y uno se quedaría en la cama, pero el deber obliga y nos arrancamos las legañas como podemos para estar en el puesto de trabajo puntuales y arreglados como contables ejemplares. El dragón llega un poco más tarde y justo cuando me estoy tomando ese café que me devuelve a mis mejores sueños, me mete el dedo en el ojo o me pellizca en el costado. No me deja dormitar un poco más, es peor que mi jefe, mi jefe los lunes no aparece hasta las nueve y media, porque el lunes le sienta todavía peor que a todos nosotros.

El dragón está juguetón los lunes y quiere llevarme en sus lomos a los paraísos de sus aventuras pero yo estoy demasiado dormido para eso y además tengo que recordarle que no puedo irme ahora con él, que me quedan ocho horas por delante de trabajo y que quizá a la salida podremos vernos un rato. Él no entiende nada de eso, a veces me pregunta para qué sirve trabajar y yo le contesto que para poder disfrutar de un dragón cuando acaba el trabajo y entonces todavía lo entiende menos: ¿porque no disfrutas conmigo todo el día?, pregunta confuso. Yo no puedo perder el tiempo en explicaciones, ya han llegado los primeros números y tengo que registrar, contabilizar, calcular, le digo que venga a buscarme el viernes, que el viernes tengo toooodo el fin de semana por delante (y ese todo parece algo inmenso, dos días interminables). Él sigue insistiendo y molestándome un poco más, mete el dedo en el café, me mancha los papeles con el café que le gotea, me desordena el pelo (en realidad tampoco me había peinado mucho), vuelve a hacerme cosquillas en el costado... Nadie lo ve, más que yo, es lunes y todos están dormidos. Como no le hago caso, al final el dragón se cansa, se da un garbeo por la máquina de café, se toma una manzanilla (no le gusta el café) y desaparece (la manzanilla es una pócima que lo trasvasa a otro lugar, aunque nunca me ha querido explicar como lo consigue). Por cierto, el otro día le dio un susto tremendo a Alicia, mi compañera de la mesa más cercana a la mía, ella nunca lo había visto antes y se topó con su barrigota verde al ir a tomar café. Dio un grito que oímos dentro de la oficina (la máquina de café está en el pasillo) y encima como el dragón le pidió amablemente si le invitaba a una manzanilla porque no llevaba suelto, tuvo que invitarle, claro. Porque el dragón tiene una voz grave y profunda pero es muy educado y nadie puede (ni se atreve, en el fondo) negarse a sus peticiones, siempre con su por favor y dando las gracias después. Y tras beberse la manzanilla de un trago, ¡zas! desapareció misteriosamente, dejando un humillo verde allí donde había estado. Pero Alicia no nos contó que se había encontrado con él, nadie quiere reconocer que se ha encontrado frente a frente con un dragón, ni siquiera yo, que lo veo todos los lunes y los viernes. Puso una excusa tonta, que no esperaba que hubiera nadie allí y que de detrás de la máquina de café de repente había salido el mecánico que estaba arreglándola... Todos le creyeron, menos yo, porque también he visto al dragón, pero no me atreví a decírselo delante del resto de mis compañeros.

La semana transcurre sin que vuelva a visitarme y yo lo echo de menos, no es que me guste que me meta el dedo en el ojo, pero la verdad es que su silueta verde anima esta oficina gris y aburrida y él siempre está de buen humor, no como los compañeros que me rodean, que solo me cuentan sus miserias cotidianas. Los viernes nunca falta a su cita, pero entonces el que está dormido es el dragón, no hay manera de despertarlo, ni hablándole, ni pellizcándole, ni zarandeándole (no he intentado echarle un jarro de agua, más que nada por no mojar el cajón y mi material de oficina). Abro el cajón y todos los viernes me lo encuentro allí: tengo que apartarlo cada vez que necesito un clip o un boli y llevo cuidado al abrir el cajón de que no lo vean mis compañeros, sobre todo Alicia, no vaya a pegar otro de sus gritos espantosos, porque me da vergüenza que descubran que tengo un dragón en el cajón, lo considerarían un capricho infantil o debilidad mental o locura, incluso. Sin embargo, me gusta abrir el cajón y verlo allí, busco cualquier excusa para abrir el cajón, o lo abro sin excusas, verlo en mi cajón me alegra, eso significa que es viernes y que pronto podremos disfrutar juntos.

Pasa el día durmiendo y justo a las cuatro en punto, cuando suena la sirena de salida y todos mis compañeros han salido volando de la oficina (volando metafóricamente, se entiende), el dragón se despierta, abre el cajón, asoma la cabeza y me dice, ¿qué, nos tomamos una manzanilla? Despliega inexplicablemente su enorme cuerpo para salir del cajón y nos tomamos entonces la manzanilla de la máquina; he probado a tomarme una manzanilla entre semana y nunca me pasa nada, pero con él tiene un efecto mágico: me siento ligero, muy ligero, monto en su grupa y salimos volando de la oficina (volando literalmente, se entiende). No sé como logramos atravesar las ventanas pues son de esas que no se pueden abrir, pero montado en su lomo el cristal se ablanda y lo atravesamos y nos sumergimos de lleno en el fin de semana, ese largo fin de semana que comienza la tarde del viernes y que, como los largos sueños de los dragones, rezuma de aventuras arriesgadas y heroicas... Qué pronto, sin embargo, el fin de semana se disipa en la nada y en el todo y nos devuelve como un trapo usado a la aburrida mañana del lunes, bostezando, bostezando, bostezando.

Reflejos



¿Qué prefieres, la realidad o su reflejo?

Simétrica asimetría???


Más otoño


Guirnaldas de otoño

viernes, 20 de noviembre de 2009

Extraño otoño



Hoy el día amaneció con niebla alta. Pero no hacía frío. Resulta extraña esta combinación de la niebla sin ese frío que se te mete hasta los huesos con sus dedos húmedos. Vivimos un otoño raro, muy raro.


A mediodía el sol atraviesa las nubes y alegra levemente las ventanas, trayendo una claridad que colorea suavemente los árboles, las casas, dorándolo todo con sus rayos.


Los colores del otoño nos asaltan en las plazas, las hojas amarillas caen con suavidad al suelo y al pisotearlas oímos su crujido, pero la agradable temperatura nos hace sentir que esto es más una primavera de color otoñal que un preludio del invierno.


Sí, extraño otoño este. Tampoco hay cierzo helado que nos revuelva los huesos y nos ponga la cabeza del revés. ¿Llegará el invierno de repente o se quedará olvidado en el sueño de un niño que quiere vivir siempre la primavera?

martes, 17 de noviembre de 2009

Origami y Papiroflexia

Máscara
Arácnidos


Papiroflexia. Origami. Dos palabras similares pero en distinto idioma, para nombrar un mismo arte. Nuestra Papiroflexia me parece demasiado serio, me suena a palabra culta y además es compuesta, papiro y flexia, no existen palabras en nuestro idioma de uso corriente de este tipo. Origami, la japonesa, significa lo mismo, proviene de "ori" (doblar) y "kami" (papel). Sin embargo, a mis oídos les atrae el sonido de origami, es una palabra que me hace soñar, soñar en los plegados del papel que se convierten en grullas, pajaritas, barcos de papel, leones, dragones, flores, máscaras, delfines... Pero al mismo tiempo, también me gusta papiroflexia, porque eso de usar extranjerismos, me repatea un poco, claro que en este caso, origami, origami, bueno, pues que me encanta. También he oído hoy a un miembro del grupo zaragozano de papiroflexia que hay quien asocia la papiroflexia con la infancia, con un simple juego para entretener a los niños y desarrollar sus habilidades manuales y su creatividad, vamos, una clase de manualidades divertida, mientras que el origami sería el arte con mayúsculas, con toda su carga de tradición japonesa, lo cual a él y a mí nos parece un comentario de una simplicidad que solo puede atribuirse a la ignorancia.

Porque si nos acercamos a la exposición de Origami del Centro de Historia de Zaragoza (y daros prisa ya que se termina el 22 de noviembre) veremos que el resultado del origami y de la papiroflexia son lo mismo: un arte, que, doblando un papel siguiendo sus leyes fundamentales que dicen "no cortado, no pegado, solo plegado", consigue hacer salir de las manos del artista esa grulla que sale volando hacia el cielo o ese San Jorge que mata al dragón con su lanza, lo que nos lleva a los que no sabemos hacer más que una pajarita a considerar este arte una especie de magia increíble que sale de las manos de un malabarista extremadamente ingenioso e inteligente. Es un arte que apasiona tanto a niños como a mayores, sólo hay que oír los comentarios del público que atiborra las salas cuando contemplan admirados las obras que allí se muestran: "Fíjate, qué detalle, los ojos, las manos el traje…" "y esa serpiente que parece de verdad", "¡Qué bonito el tiovivo de los caballitos! ¡Y mira el carrito del bebé y la mamá que ha cogido el bebé en sus brazos porque está llorando!" "En el estanque hay peces", y en la vitrina donde descubrimos el arca de Noé en miniatura, este amante de la papiroflexia que nos va explicando algunas curiosidades del origami (perdonad que no sepa su nombre), nos invita a reconocer los distintos animales del tamaño un poco mayor que una hormiga soldado y la gente los encuentra encantada: "Eso es una cebra y eso una jirafa y ahí están los elefantes", "Y lo de delante del arca son papagayos", "Lo de encima del tejadillo del arca no sé que es…, necesitaría unos prismáticos", nos confiesa el entendido papirofléxico… "Parece un gallo" decimos una chica y yo, "No, una ardilla" dice otro admirador…





El Arca de Noé, de Carolina Aguilera, Colombia


En fin, insectos tan reales como los cazados por los entomólogos, ranas que parece que van a saltar desde la planta en que están posadas, una serpiente con el detalle de sus escamas que da tanto miedo como una de verdad, animales simpáticos, como ese castor sonriente con sus dientecillos enormes, esqueletos de dinosaurios, obras enormes que se extienden por las paredes en la última sala, con una infinidad de plegados que uno se pregunta cuanto tiempo y paciencia les habrá costado hacer esto, aparte del impresionante efecto estético, por supuesto… Esa especie de medusas gigantes blancas que cuelgan del techo y flotan como en el mar…. O un don Quijote que parece una escultura, personajes del señor de los anillos (Legolas, Gandalf)… Un sinfín de obras que descubrimos con la boca abierta y los ojos ilusionados.


Y lo que más me maravilla (y en eso estoy de acuerdo con mi amigo Antonio, con el que fuimos a ver la exposición hace un par de fines de semana) es pensar cómo llegan a crear esto, cómo se les ocurre por donde tienen que plegar y desplegar, y volver a plegar, y luego darle una vuelta por aquí y otra por allá para que salgan de sus manos y un papel estas impresionantes creaciones.


Luego está la parte poética y espiritual del origami, que en esto los japoneses son unos expertos. Como la conmovedora historia de la niña Sadako Sasaki, leedla en la wikipedia, una niña de dos años que sobrevivió a la bomba de Hisroshima y que enfermó a los diez años de leucemia. Una historia que nos habla de la voluntad y el empeño de una niña por ofrecer mil grullas a los dioses para la curación de todas las víctimas de las guerras, una niña que se ha convertido en un símbolo mundial de la paz. Llegó a crear 644 grullas con cualquier papel que pillaba en el hospital, envolturas de medicamentos, prospectos...


En la exposición encontramos obras del grupo de papiroflexia Zaragozano, que comenzó su andadura allá por el año 1940 y que seguramente se trata del primer grupo del mundo que se creó para desarrollar un modelo de trabajo organizado, con reuniones periódicas, primero en el desaparecido café Salduba (que se hallaba en la plaza España) y más adelante en el café Levante (primero en el antiguo del Paseo de Pamplona) y más tarde en el actual café Levante de la calle Almagro, donde todavía se siguen reuniendo los nuevos seguidores de este arte. Y en ella se recogen también obras de artistas de otros países, no solo de sus iniciales creadores Japoneses, sino también de franceses, americanos, vietnamitas, sudamericanos, en fin de todos los rincones del mundo donde hay personas que unen imaginación, habilidad manual, inteligencia y percepción espacial para crear todo tipo de animales, figuras y composiciones.


El domingo pasado volví a ver la exposición por segunda vez. Y no me cansaría de verla.


Acercaros también a verla, merece la pena. Y dejad vuestra pajarita o grulla de papel que será enviada al monumento a Sadako Sasaki en el Parque de la Paz deHiroshima.



Las fotos son de Pedro Rovira Tolosana, una pena que las condiciones de luz (no se podía utilizar flash), no fueran las más adecuadas. También lamento no tener el nombre de todos los autores de las obras para ponerlos aquí.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Un escritor en busca de historias

Erase una vez un escritor al que un día se le acabaron las ideas. Bueno más que acabarse, tenía ideas, pero cuando comenzaba a desarrollarlas, se secaban. Quería escribir historias y empezaba con buen pie, pero la historia después se torcía y no había manera de enderezarla. Así una historia tras otra, todas se quedaban inconclusas. Cuanto más quería escribir, más se le atascaban las palabras, se quedaban paralizadas, pues llegaba un momento en que las palabras le llevaban a un laberinto que le repateaba en el estómago por su insulsez. Ni siquiera el absurdo venía a instalarse en sus escritos como una genialidad extraña e incoherente. Palabras que no le decían nada, palabras vacías o mil veces escuchadas, que se convertían en un balbuceo inacabado y sin sustancia. Por utilizar una metáfora literaria, aquel escritor se estaba quedando sin tinta en el alma y el alma se le secaba y se obsesionaba con aquella incapacidad de sacar una miserable historia que le apasionara un poco. Buceaba en su ordenador y no encontraba más que páginas medio escritas, medio en blanco, bloqueos mentales que le obsesionaban y le bloqueaban cada vez más. El maldito tópico del terror del escritor ante la página en blanco…

Quizá debía salir a comprar tinta, para humedecer su alma, o buscar otra alma de repuesto o buscar… ¿Buscar qué? Quizá simplemente había que dejar de buscar, dejar de escribir, dejarse llevar, empaparse de vida y sentir… para que la escritura algún día volviese a fluir, como antes, de la cabeza al teclado, del teclado a la página en blanco.

¿Sería capaz de vivir sin esa obsesión de tener que escribir una historia? Nadie le estaba pidiendo una historia, sólo él mismo se la exigía. ¿Sería capaz de dejar de ser tan exigente consigo mismo y dejarse vivir como las personas normales y corrientes que no tienen ni se plantean en ningún momento tener que escribir una historia?

viernes, 6 de noviembre de 2009

La máquina de escribir


Hay una vieja máquina de escribir sobre la mesa camilla. En el papel que está en el carro, una frase empezada. La máquina de escribir está cansada, se oye su respiración lenta y pesada bajo la ventana abierta. La ventana es un rectángulo de cielo azul donde chillan los vencejos.
La máquina de escribir sueña. Mira al azul del cielo, que es el color de los sueños y no sueña con la poesía que escribirá mañana. Ella sueña que se convierte en un ordenador. Si fuera un ordenador no estaría tan cansada, porque no tendría que repetir la página entera cuando el escritor se equivoca. Además tendría memoria y podría recordar todas esas maravillosas historias que él escribe. Ahora la máquina las transcribe, letra a letra, pero en cuanto el escritor arranca la hoja del carro, la historia deja de ser suya, ella no puede recordar nada. Los ordenadores guardan las historias en la memoria de su disco duro, y las reproducen cuando el escritor decide volver a verlas. Hasta son capaces de mandar las historias a otro ordenador donde alguien las abre y vuelven a vivir exactamente igual que antes. Para mandar su historia a otro sitio, la máquina de escribir necesita de la colaboración de un sobre, de un sello, de la mano del escritor que la pondrá en el buzón, de un tren que la llevará a su destino, del servicio de correos que la clasificará, de un cartero que la lleve a la dirección escrita en el sobre... Demasiados intermediarios. El ordenador, consigo mismo y con la ayuda de un cable, se basta y se sobra.
La máquina de escribir se asoma a la ventana, ve el abismo desde el octavo piso hasta la calle y piensa en suicidarse; tal vez así el escritor decida de una vez por todas comprarse un ordenador. Pero se imagina un amasijo de muelles, cinta de tinta, teclas y hierros aplastado contra la acera y considera que aquel no es el final más digno para una máquina de escribir.
Entonces llega el escritor con una gran caja, la deposita en el suelo, la abre: saca un monitor, un teclado, una CPU. ¡Es un ordenador! se dice alborozada la máquina de escribir. Pero su alegría se evapora enseguida, es consciente de lo que eso significa. Piensa que ya no será ella la que recibirá las caricias de los dedos del escritor sobre sus teclas, ya no escuchará las hermosas historias, ni aprenderá nuevas palabras. Y siente envidia, una gran envidia. Ahora, más que nunca, desearía ser un ordenador. Desearía ser ese ordenador que hay sobre esa mesa, porque ella ama las historias de su escritor. ¿Adónde la mandarán ahora? La tirarán a la basura. Acabará en un vertedero, destrozada, rodeada de mondas de naranja y de patatas, de cristales rotos y de inmundicia... Hubiera sido mucho mejor tirarse por la ventana. Al menos le hubiera arrancado unas lágrimas al escritor, seguro.
A partir de aquel día, el escritor utiliza muy a menudo el ordenador, la mesa camilla con la máquina de escribir es arrinconada en el cuarto de los trastos. Pero un día el escritor recuerda algo y va a buscarla. Lee el papel escrito del carro, el último tesoro que conserva la máquina de escribir. Se sienta delante de la máquina y teclea en ella. La máquina de escribir entra en éxtasis. De su cinta ya no salen las palabras del escritor. Salen las palabras que ha guardado en su corazón durante tanto tiempo:
"Te quiero, escritor. Amo tus historias. Te amo a ti. Quisiera servirte siempre. Te prometo que si escribes conmigo tus manos jamás se equivocarán, que podrás mandar tus historias tan lejos como quieras con solo pulsar una tecla..."
El escritor lee lo que ha escrito la máquina de escribir, perplejo. Él también ama aquella máquina de escribir con la que escribió sus primeros cuentos, el único recuerdo de los años duros, cuando era un muerto de hambre sobreviviendo en un cuartucho de mala muerte...
No va a devolver el ordenador. Pero retorna la máquina de escribir a su estudio y, de vez en cuando, escribe en ella. Alguien le ha dicho que los cuentos de la máquina de escribir son sus mejores cuentos. Él sabe porqué: no son solo suyos, son también de ella, su mejor colaboradora, la máquina de escribir. Y los escribe como ella le prometió, de un tirón, sin correcciones.
Su esposa lo mira, condescendiente, cuando se sienta en la mesa camilla:
- ¿Otra vez con esa vieja máquina? Te vas a dejar las manos y la vista y todo...
Él se encoge de hombros. Era la máquina de escribir de su padre, un hombre de negocios. No merece ser olvidada. La máquina de escribir sonríe, mira por la ventana abierta, y respira, respira hondo, aliviada de que todavía no haya llegado su hora.

lunes, 2 de noviembre de 2009

El niño de los castillos de arena


Esta es la historia de un niño que le gustaba hacer castillos de arena. Cuando iba a la playa, llevaba sus cubos, la pala y el rastrillo y se ponía a escarbar en la arena. La playa solo existía para eso, para levantar castillos, no le gustaba bañarse, ni que le mojaran las olas, ni correr por la orilla, ni jugar a la pelota. Su afición eran los castillos de arena y no perdía un segundo en ninguna otra actividad. De los cubos salían torres, con sus manos y la pala daba forma a murallas, almenas, fosos, pasadizos subterráneos… Algunas veces hacía churretones con arena mezclada con agua, que dejaba escurrir entre sus dedos para formar grupos escultóricos que se convertían en reyes con sus súbditos a sus pies, o en torreones que crecían hacia el cielo, con ese aspecto de derretirse, en el más puro estilo Gaudí. También los adornaba con plumas de gaviota o con conchas que encontraba en la orilla, que pasaban a decorar las ventanas y las puertas. Todos eran diferentes, y todos se parecían, pues la arena, los cubos, y las manos del niño los convertían en hermanos, hermanos que proceden del mismo padre y que se dan un aire de familia, pero que siempre son únicos, diferentes.


Al terminar la mañana, llegaba el momento de abandonar sus castillos y de lo peor, de limpiarse de arena. Llevaba arena por todo su cuerpo, hasta por la cara, hasta dentro del bañador… A él no le molestaba, pero sus padres no querían ver ni un minúsculo, grano, que luego lo manchaba todo… Y tenía que bañarse en el mar, entre las olas revoltosas que siempre le daban un revolcón y al salir del agua la arena volvía a pegársele de nuevo, así que otra vez debía meterse bajo la ducha de la salida de la playa, con lo fría que estaba el agua…


- Es que la arena quiere venirse conmigo a casa, para que haga un castillo en la terraza – decía el niño.


Pero sus padres no le dejaban, la arena debía quedarse en la playa para que la casa estuviera limpia y reluciente, así que nunca pudo levantar un castillo en la terraza…


A veces ponía muñequitos en el castillo, caballeros con armaduras, caballos, reyes, princesas y dragones. Los muñecos vivían sus aventuras entre aquellas paredes de arena. Los castillos eran atacados por ejércitos enemigos y destruídos con bolas de arena o pisoteados por despiadados gigantes.


Un día construyó un enorme castillo. Un castillo tan grande que podía entrar en él. Y entró por su puerta y recorrió sus pasadizos, y subió por la escalera que conducía a la muralla y se paseó por ella. Sintió la brisa en la muralla y contempló el mar. Ese mar que cada día destrozaba sus creaciones. En aquel castillo tan enorme se sintió fuerte y poderoso. Pero el mar es siempre mucho más fuerte. Una ola más grande que las demás derrumbó la torre sobre la que se encontraba, y él cayó en la blanda arena, medio enterrado.


Oyó como siempre los gritos apremiantes de su madre:


- ¡Carlos, corre a quitarte la arena, que pareces una croqueta!


Carlos corrió hacia el mar, con los restos de su castillo en su cabeza, en la espalda, en su tripa, en los brazos… Devolvió el castillo al mar, ese mar que siempre venía a buscar lo que consideraba suyo. Pero el niño sabía que el mar nunca podría llevarse una cosa: la semilla del nuevo castillo que crecía dentro de sí. Un nuevo castillo de agua y arena, bajo el sol de verano, mirando al mar. Y como un valeroso caballero que protege su gran tesoro, salió corriendo del agua, burlándose de las olas que le perseguían.

martes, 29 de septiembre de 2009

Las coquinas de Huelva

Las coquinas son unos moluscos bivalvos, finos y delicados, como una almeja alargada, pequeña y de tacto suave y resbaladizo, de color claro, con diferentes matices concéntricos. Se recoge mucho en las costas de Galicia y en algunos lugares del Mediterráneo cercanos a las desembocaduras de los ríos, como el Delta del Ebro, y en la provincia de Huelva .


En Huelva ha habido siempre muchas coquinas. Pero ahora ya no son tan abundantes, unos enormes carteles de SOS coquinas en las playas explican que la población de este molusco está disminuyendo y que su captura indiscriminada (cada vez se pescan ejemplares más pequeños) está poniendo en peligro de extinción a esta fina y bonita especie. Las coquinas las coge todo el mundo en la playa, los mayores y los niños, qué mejor, después del solecito y los baños de mar, que tomarse un aperitivo de coquinas o un arroz acompañado con ellas… Sí, una delicatessen… Pero eso es precisamente lo que piden que no se haga con ese clamoroso SOS coquinas: en principio, solo está permitida su pesca a los mariscadores con licencia y se pide a los playeros que se abstengan de pescarlas para no agravar más el problema. Pero ya os digo: nadie hace caso. En las playas de Huelva los paseantes por la orilla del mar se inclinan constantemente, a pesar de la amenaza de lumbalgia, para recoger las coquinas; es gracioso ver a algunos ejecutando un curioso baile con el pie semejante a un twist, para escarbar en la arena y extraer a los pequeños molusquitos indefensos, que luego introducen en una botella de plástico con agua de mar para que se conserven mejor hasta la hora de la comida. ¿Cómo no vamos a coger coquinas?, se preguntan, si las tenemos aquí al alcance de la mano. Parece que los carteles de SOS coquinas aún incitan más a la gente a su captura; a los de la zona, que las conocen, porque se dicen sin vergüenza y con descaro, ¿quién nos lo va impedir, si lo hemos hecho siempre, si están buenísimas, si total solo cogemos unas pocas, si hay tantas que como se van a acabar…? Y el que viene por aquí y las descubre, se dice muy ufano: ¿así que esto se come? ¿y es un manjar delicioso y además gratis…? ¡A por ellas!


Así que el panorama es bastante desalentador para las pobres coquinas, no tienen manera de defenderse de estos humanos arrasadores, están ahí enterradas en la arena y con solo escarbar un poco, llega la mano a la que no pueden dar ni un miserable mordisco, y zas, a la botella de plástico. Estos humanos ni siquiera temen una toxina que algunas veces llevan las coquinas producida por un alga microscópica y que produce diarreas y en los casos más graves hasta parálisis, y de la que han alertado también las autoridades sanitarias andaluzas, para que solo se consuman las coquinas que han pasado un control sanitario. Nada. Ahí siguen dale que te dale al pie, y a la mano, para desenterrarlas, atraparlas sin piedad, meterlas a la botella y de allí directas al puchero… Frescas, frescas, del día, delicioso marisco fresco y al alcance de todos…


El espectáculo del mariscador profesional merece más respeto. Tuvimos la oportunidad de ver a alguno trabajando por la playa de Punta del Moral y en Isla Canela. Se introducen en el mar con un aparejo de pesca denominado rastro, que empujan por el fondo del mar, es como una jaula rectangular con una red al fondo, que lleva un palo para sujetarlo y moverlo, y que el mariscador lleva atado con un cinturón.





Arrastrar el rastro por el fondo del mar mientras se camina hacia atrás, no parece ser un trabajo cómodo, no señor. Mientras el turista está ahí tumbado en la hamaca regocijándose de las treinta o cuarenta coquinas que ha atrapado en la botellita, el mariscador se fanea la orilla de uno a otro extremo, sin descanso, para ganarse la vida y además, paga su licencia que le da permiso para su captura. El rastro, como la propia palabra dice, arrastra todo lo que pilla, que se queda atrapado en la red. Cuando está lleno, el mariscador sale a la orilla y un buen montón de curiosos playeros le rodeamos para ver qué ha pescado. Nuestro mariscador se quitó la camiseta y la extendió sobre la arena y fue separando lo que había en el rastro: sobre la camiseta, echaba las coquinas buenas, en la arena, las conchas vacías, estrellas de mar y otros restos que habían sido atrapados también.





Los niños recogían las diminutas estrellas de mar vivas con sus manecitas y las devolvían al mar, en un acto de amor por los animalitos que en el fondo constituye un buen hacer medioambiental.




La camiseta quedó llena de coquinas, que el mariscador introdujo en una bolsa de red blanca. Esta bolsa la llevan también colgada del rastro y bajo el agua (así las coquinas siempre están en agua de mar mientras sigue mariscando). Se puso de nuevo la camiseta y se metió con su rastro para comenzar de nuevo el arrastre. Y así toda la mañana.


En fin, mejor sería que dejáramos a los mariscadores hacer su trabajo y que los veraneantes se volvieran a su tumbona y pagaran el aperitivo de coquinas en el chiringuito, o en el mercado, si van a preparar una paella en el apartamento, o dentro de poco las coquinas sólo serán una bonita y diminuta concha vacía en los museos marítimos.

martes, 15 de septiembre de 2009

Estrellas de mar en Huelva


En la playa de Punta del Moral
hay más estrellas en la arena
que en el cielo…

lunes, 14 de septiembre de 2009

Desde Huelva con marea baja...

Cuando el sol mira
de frente a la luna
el mar se esconde.

Atardecer en Isla Canela, Huelva

Lo mejor del día llegó al final de la tarde, después del calor, los cabreos para salir de Sevilla con el coche alquilado de Avis, que nos costó salir una hora, y eso que solo nos equivocamos una vez, pero aquí en cuanto te metes en una de estas avenidas largas no encuentras donde cambiar de sentido si te has equivocado… Y todo ello a la maravillosa temperatura de 40º, (pues aunque lleve aire acondicionado el coche te da igual cuando te va dando el sol todo el rato) y con un tráfico horroroso; para llegar a Punta Umbría a comer también nos confundimos y hubo que dar media vuelta.
Bueno pues todo tiene su recompensa, cuando llegamos a Isla Canela y nos dimos un bañito en aquella playa que con la marea baja entrabas y entrabas en el mar y nunca cubría, llegamos hasta la lejana boya blanca y seguía sin cubrir, apenas nos llegaba el agua por debajo del ombligo, - maldita sea, ¿donde está el mar de verdad? -. Pero el agua estaba fresquita mas no helada, daba gusto después del calor que habíamos pasado, una gozada, pero esto no fue lo mejor, no.
Lo mejor vino cuando dimos un paseo por la playa, era ya la hora mágica del atardecer y aquella tarde era mágica de verdad, hacia poniente el sol se había escondido tras el montecillo y el cielo estaba anaranjado, mientras que al lado opuesto una hermosa y gordísima luna llena, que lucía un rostro rosa pálido, presidía una laguna de color rosado un poco más subido, y el cielo aparecía entre gris y azul claro. Parecía que estuviéramos en otro mundo, un mundo donde los colores se hubieran vuelto locos, a nuestra derecha la luna delicada con una laguna rosa a sus pies, lisa como un espejo y a nuestrao izquierda el naranja intenso, que se iba volviendo cada vez más fuerte, tanto que las líneas de mar entre las penínsulas de arena oscura parecían coladas de lava ardiendo bajo el polvorín anaranjado de un volcán. Conforme el poniente cobraba fuerza y calidez, la luna se volvía más y más blanca, por fin entregó su reflejo en el mar y rieló con delicadeza sobre el rosa y el gris. La laguna rosa, el rielar blanco, el reflejo caprichosamente ovalado de la luna, el rojo intenso del volcán... El momento perfecto, la luz adecuada, la foto perfecta y nosotros sin una miserable cámara de fotos, la reflex en el apartamento y las cámaras pequeñas también...
Que la memoria recuerde siempre este momento de colores irreales y opuestos, de pies mojados sobre la arena, de brisa caliente que nos azotaba el cuerpo al regreso, soplando desde el interior de la tierra, momentos de palidez, color, calor agradable, momentos increíbles…




miércoles, 26 de agosto de 2009

Terrazas de Cuenca

Una terraza al atardecer, la terraza deseada, desde la que seríamos capaces de echar a volar como la paloma posada en su baranda.





Una terraza colgada sobre el abismo.
Una terraza donde el tiempo parece haberse detenido en el pasado.
Una terraza para abandonarse, para perderse en ensoñaciones, para asomarse al infinito, para no pensar en nada o para pensar en todo...
* * * * *
Yo no sé con cuál quedarme, ¿y tú?
Quizá una para los lunes, martes y miércoles; la otra para los viernes, sábados y domingos; y los jueves lo echaríamos a suertes.



Los colores de Cuenca






















lunes, 24 de agosto de 2009

Ventanas y miradas





Cada ventana tiene sus propios ojos

para mirar el mundo


Cuenca, ventanas de los "Rascacielos"

sábado, 15 de agosto de 2009

Luces en el parque


La luz de la mañana atrapada en las hojas de los árboles
del parque solitario.

domingo, 9 de agosto de 2009

Pepinillos del diablo

Ya llevamos una semana en Zaragoza, terminada la primera tanda de vacaciones, y esta mañana nos hemos ido con las bicis hasta las esclusas de Valdegurriana, en el Canal imperial de Aragón. Un paseo por los carriles bicis de la ciudad que nos ha llevado a atravesar el Parque Grande (que todo el mundo lo llama así en Zaragoza, aunque su nombre sea Primo de Rivera, y aunque ahora con el parque Metropolitano del Ebro haya dejado de ser el parque más grande de nuestra ciudad, para nosotros nunca dejará de ser el Parque Grande), y, siempre pegados al canal, hemos cruzado el puente de Torrero y por fin hemos abandonado la urbe para tomar un camino de tierra que llega hasta las grandes esclusas de Valdegurriana por las que caía un buen caudal de agua. El paseo es muy agradable, hay una zona pequeña de pinar, y junto al canal siempre está la vegetación salvaje de carrizales y demás hierbas del lugar.

Aparte de ver una abubilla volando, nuestro gran descubrimiento hoy ha sido encontrar una plantita muy curiosa que se llama pepinillo del diablo. Y os preguntaréis, ¿por qué se llama pepinillo del diablo, con esas flores amarillas tan bonitas y sus pepinillos verdes chiquitillos y tan aparentemente inofensivos?


Pepinillo del diablo (Ecballium elaterium)


Pues porque cuando el pepinillo está maduro, en su punto, al más leve toque escupe instantáneamente el líquido que lleva dentro para expulsar las semillas, con ruido y todo ¡fluuuusssh!, tan de repente, que ni siquiera ves como sale el líquido, pero lo notas y te salpica y te deja con la boca abierta, que mejor que la cierres porque el pepinillo es venenoso (ahí debe estar la mano del diablo, en el disparador y en el veneno). Hay quien dice que este pepinillo produce alucinaciones y mucha sed.

El pepinillo por dentro, con sus semillas.

Una planta curiosa y sorprendente.
Las hormigas ensegida han venido a llevarse el banquete de semillas que hemos desparramado por el camino, cundo tocábamos un pepinillo aquí y otro allá...

Por último y como contraste a la naturaleza, volvemos a nuestra urbe, con sus grafitis en puentes, como el gran grafiti BIG SIZE (desde luego lleva una camiseta big size que le llega hasta los pies):


O las Caras Raras decorando un campo de fútbol encerrado en su jaula (da la impresión de que han encerrado en la jaula a todos los Caras Raras):


miércoles, 5 de agosto de 2009

Nunca es tarde para leer.

Nunca es tarde para leer, solo es tarde para leer cuando estás muerto porque entonces ya no podrás leer más.

(Una de las frases lapidarias de mi hijo Pedro cuando le dije por la noche que se nos hacía muy tarde para seguir leyendo Harry Potter...)

martes, 4 de agosto de 2009

Sorpresa en el pueblo abandonado

Subiendo al pueblo abandonado de Acín, en la Garcipollera...










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...nos topamos con el gigante de los ojos azules:

domingo, 19 de julio de 2009

Cerrado por vacaciones

Este blog se cierra por vacaciones. Ya tenía ganas (de las vacaciones, se entiende, no de cerrar el blog), que llevamos una temporadad de trabajo estresante y desbordada. Escapo de los madrugones, de las transferencias de bancos, de las montañas de pagos por internet, del incesante vigilar de las cuentas de bancos, de las instrucciones que se cambian en el último momento. Hay que escapar a la montaña o a la playa o a donde sea que podamos respirar aires libres, que no huelan a futuro podrido. En el Pirineo no tengo internet, así que no podré actualizar. Y tampoco he podido dejaros alguna entrada programada para que salga cuando no esté, porque no he tenido tiempo de prepararlas. En fin, a la vuelta espero traeros algo... Pero no os prometo nada, porque a saber cuando tendré tiempo de volver por aquí.
Cuidaros, disfrutar de las vacaciones, si tenéis, y si no, soñad con las que llegarán.

lunes, 13 de julio de 2009

Un abrigo lleno de versos


Los versos salían de su abrigo, como flores que brotaban de los ojales, de los botones, de los bolsillos, de las mangas, del cinturón, del dobladillo descosido... Podían estar escritos en servilletas de papel de bar, en pedazos rasgados de folio blanco, en los bordes de un recorte de periódico, en el reverso de un billete de autobús, en cuartillas cuadriculadas con el dentado de haber sido arrancadas de un cuaderno. Todos prendidos con imperdibles para que no se los arrebatara el viento.

Pasear con un abrigo rebosante de versos era como llevar un libro abierto sobre la cabeza, pero en formato de collage caminante; la gente lo miraba con desconfianza y se apartaban, si de normal no se acercaban a la poesía en los libros, todavía evitaban más esa poesía andante, mostrada impúdicamente por la calle como un atuendo personal y para más inri, con la intención de hacer creer al viandante que la poesía era algo tan cotidiano como un abrigo. ¿Qué tiene de cotidiano una poesía? ¿Acaso alguien desayuna untando versos en el café con leche? ¿O se pone unos versos de bufanda? El portador del abrigo era un excéntrico, solo quería llamar la atención. Pero la gente no se apartaba por eso, como se aparta de un punk o de un loco estrafalario. El motivo de su rechazo era la obscenidad de esa figura. Porque a pesar de llevar un abrigo grueso de invierno, aquel joven parecía ir desnudo. Desnudo, mostrando sus sentimientos a todo el mundo, en cada pedazo de papel que colgaba de su abrigo. Porque no tenía vergüenza o porque la tenía y trataba de desprenderse de ella exhibiéndola al público.

Al verlo, Alicia se detuvo a mirarlo admirada. Y al mismo tiempo se sintió frágil, tímida y sin empuje y se despreció un poco más. Sí. Porque ella era incapaz de mostrarse, de abrirse de ese modo. Porque guardaba sus versos para sí misma, no se atrevía a enseñarlos a nadie. Porque decían mucho de ella y otras veces no de ella, sino de la que quisiera ser. Porque sus versos eran hermosos, pero la traicionaban al revelar sus pensamientos, siempre escondidos. Porque quizá quien los leyera se sonreiría y diría, bah, cosas de críos. Sin calidad literaria. Malos de narices.
Entonces una idea pasó por su cabeza y se dijo: basta ya. Arrancó la última página de su cuaderno, donde estaba el verso que había escrito la noche pasada, lo firmó con su nombre y apellidos y mientras el joven esperaba de espaldas a ella que el semáforo le diese paso, se lo colgó del cinturón del abrigo, doblando el papel. El joven se dio cuenta y se volvió hacia ella, tomó la cuartilla, la leyó, no la criticó, no se sonrió. Se limitó a sacar un imperdible de su bolsillo y a atravesar con él la cuartilla y su abrigo, para prenderlo de su manga sin que hubiera posibilidad de extravío. El abrigo se convirtió entonces en la primera revista de poesía andante, con versos del propio editor y de principiantes. Y cuando su dueño colgó la revista en el perchero del café de la esquina un curioso dijo: “Mira, un abrigo con papeles escritos”, y se acercó a leerla. Ese curioso leyó un papelito y después otro y otro y no pudo dejar de leer y entusiasmado llamó a sus amigos: “¡Venid a ver esto, es buenísimo!” Alguien dijo, “Buf, poesía, nunca la he entendido”. Pero otros también leyeron y descubrieron el mundo de las palabras prendidas en los abrigos. Sonrieron. Pensaron. Sintieron. Leyeron en voz alta esta y aquella frase, mientras saboreaban un café. Hubo más curiosos aquella tarde. El camarero hasta acabó haciéndole propaganda a la revista: “Hay un abrigo lleno de versos ahí, colgado en la percha... Échale un vistazo, no sé qué tío raro se lo ha dejado, pero a la gente le gusta”.

Lástima que solo haya unos pocos curiosos que se acerquen a las revistas de poesía, ya sea en formato de abrigo o de papel, porque aquella chica se sintió dichosa de publicar un verso por primera vez y también orgullosa de que otras personas pudieran leerlo. El dueño del abrigo no ganó ni un céntimo con su edición, pero aquella noche durmió feliz, con esa placidez de sentir que uno ha hecho lo que deseaba hacer y no lo que dicen las buenas costumbres. Algunos curiosos aprovecharon aquella noche las hermosas palabras que habían leído para enamorar un poco más a sus novias. Otros simplemente recordaron una frase del abrigo antes de cerrar los ojos y tardaron en dormirse un rato más, pues las palabras se enredaron con las neuronas de su cerebro y de ahí nació un pensamiento, que a su vez engendró otro, y otro y otro... Quizá hagan falta más abrigos con versos, más lectores que se atrevan a acercarse a algo tan extraño como un abrigo lleno de versos y más escritores sin pudor. Quizá.

lunes, 6 de julio de 2009

Inventario de un paseo por la playa








Sábado 20 de Junio

Playa de Riumar, Delta del Ebro.

Inventario de un paseo por una playa solitaria:

Conchas de pie de pelícano

Más conchas.

Un huevo de tiburón, de tintorera, que papá dice que también se llama “monedero de Venus”.

Un pez plano y redondeado (muerto). Le hemos hecho foto boca abajo y también panza arriba.

Dos esqueletos de peces.

Un pez en una caña de pescar.
Un pescador (de caña).

Más peces muertos.

Un cangrejo (vivo), que quiere meterse al mar y nosotros no le dejamos llegar para hacerle una foto y un video documental.

Otro cangrejo (a este lo soltamos, basta con incordiar a uno, ¿no?).

Una medusa muerta en la orilla.

Otra medusa muerta flotando en el agua.

Pinzas de cangrejo.

Un pato muerto.
Dos perros.

Un bambi dormido (al que nos hemos acercado sin hacer ruido). El bruto de papá lo ha despertado tirándole de la oreja, para ponerlo en pie.

Pedro ha vuelto a tumbar el bambi en la arena (es que todavía tenía sueño, el pobre).

Un guante de fregar azul y amarillo.

Un bote de lavavajillas blanco.

Dunas, muchas dunas, llenas de vegetación, a las que no se puede acceder porque es zona de nidificación de aves.

Tamarices casi tocando el agua del mar (sus raíces sí que sobresalían de la arena en la orilla, como un sembrado de palos, y las olas los acariciaban).

Un tronco que quería entrar en el mar, pero que la arena sujetaba bien fuerte, con muchas conchitas blancas pegadas.

Un cuerpo de cangrejo vacío, casi transparente y con tonos verdosos de algas.

Un caracol gigante, anaranjado (en realidad era un casco de obrero, deformado por el agua).

Una caña que nos ha servido de:

1 .- lanza masai para practicar una danza de saltos (casi me la clavo en un pie).
2 .- jabalina (no, no le hemos sacado el ojo a nadie con ella).

Y por último, el hallazgo anunciado por papá:

Un barco velero naufragado, encallado en la arena.

Un montón de basura al lado del barco.

A la vuelta:

Mucho sol quemándonos la espalda (y todos no llevábamos camiseta, así que había que compartir…).

Una pelotita verde mordisqueada en un borde (¿por los peces?) que botaba mucho. Bueno, no botaba cuando caía en el agua pero sí cuando caía sobre la arena compacta de la orilla. Tampoco botaba en la arena seca, allí se quedaba hundida, claro.

Más peces muertos, uno muy gordo, por lo menos de seis kilos.

Un baño refrescante y una toalla para arroparse después.
* * * * * * * *
Nota: Mirando en la guía de peces después del paseo, identificamos al pez redondo y plano, tipo raya, que se llama Tembladera o Torpedo torpedo.

El primer castillo del verano




El año pasado despedí el verano con el último castillo del verano. Aquí tenéis el primer castillo de este verano, que construyó mi hijo el 19 de Junio en una preciosa cala solitaria cerca del Delta del Ebro...

domingo, 5 de julio de 2009

Pelirrojo



El pelirrojo de ojos saltones que salió de un delicioso arroz del Delta del Ebro.
El arroz estaba para chuparse los dedos (sobre todo después de comerse aquellas gambazas tan gordas), una delicatessen del restaurante Amics del Mar, en La Ampolla.

domingo, 31 de mayo de 2009

Clausura del Seminario "Saber Leer"

El miércoles 27 de mayo tuvo lugar el cierre del Seminario Autonómico “Saber Leer III”, al cual somos invitados los artistas (ilustradores, escritores, cuentacuentos, actores...) que participamos en el programa de animación a la lectura para exponer nuestras experiencias en una mesa redonda.
Isabel Andrés, la coordinadora del programa, me ha enviado un resumen de las ideas principales que surgieron en esa mesa redonda, y yo, que esta vez estoy un poco vagota y todavía no había escrito nada sobre este seminario, os transcribo aquí su resumen:
** Necesidad de una buena preparación del encuentro para que funcione y se consigan los objetivos dispuestos. Si hay entrevista, evitar las preguntas personales y ajenas al trabajo profesional.
** Cuidar las condiciones de la visita y poder hablar antes con el centro.
** Evitar las visitas como una actividad puntual y “de pura animación festiva”. Los encuentros forman parte de un proceso educativo, especialmente para la animación a la lectura y a la escritura, y para el conocimiento de las profesiones literarias.
** Además de las evaluaciones, que efectuan los centros, sería conveniente tener un “feed-back” con los docentes después de los encuentros. Tener comunicación sobre la sesión. (aquí yo añado también comunicación con los profesores sobre el trabajo que se ha realizado en el centro con los chavales, una pequeña conversación con ellos es muy interesante).
** Se agradece el reconocimiento de las profesiones literarias.
** Se consideran muy interesantes las sesiones con adultos, en seminarios de formación, con profesores, con familias, en coordinación con los CPRs, …
** Proponer encuentros conjuntos, autor-ilustrador, cuentacuentos-ilustrador, … Por el aprendizaje e intercambio entre los expertos, incluido el viaje, la comida, …etc.
** Importancia de trabajar los tres lenguajes: palabra hablada, palabra escrita e imagen.
** Aumentar el pago de los encuentros y facilitar la gestión de las facturas/IRPF.
** Considerar las distintas realidades de los centros; en algunos, asumir estos encuentros con sus propios medios y recursos económicos, supone un gran esfuerzo.
Hasta aquí, el resumen de Isabel. Yo solo quiero incidir en que es fundamental para que el encuentro salga bien la preparación en el centro previamente del encuentro, conociendo las obras del autor y en esto por mi parte puedo decir que en todos los colegios que he participado en este progama Saber Leer, tanto este año como en anteriores, el trabajo de los centros ha sido excelente. Podéis ver mis impresiones sobre ello aquí.
También destacar que se trata de animación a la lectura, no de pasar un rato entretenido con los niños. El objetivo último de los encuentros es que los niños lean y disfruten con la lectura.
En cuanto a las preguntas personales, bueno, son inevitables y a mí tampoco me molestan en absoluto... Al fin y al cabo los chicos tienen curiosidad sobre tu persona y con esas preguntas acaban haciéndose una idea de que tú eres una persona normal, no alguien de un mundo extraterrestre que se dedica a escribir...

viernes, 29 de mayo de 2009

Feria del libro 2009

El domingo 30 de mayo estaré en la feria del libro de Zaragoza, en la caseta de la librería Maya. Los libros os esperan una vez más. La fiesta grande es el día del libro, el 23 de abril, y luego continuamos con esta minifiesta extendida del 29 de mayo al 7 de junio.
Aparte de comprar libros, hay más actividades, presentaciones de libros, mesas redondas, hasta un interesante encuentro de literatura fantástica y de terror que han titulado Hijos de Mary Shelley.
Si queréis más información sobre la feria pinchad aquí.
Este es el programa
y este es el programa de firmas de autores (aunque misteriosamente he desaparecido del programa, de verdad que estaré el domingo, os lo prometo).
Acercaos a mirar libros, a pasear en esta calurosa primavera.

viernes, 22 de mayo de 2009

Cuentacuentos




Por fin tengo un rato para hablaros del cuentacuentos del sábado pasado.

Al principio creí que no habría apenas niños, a las 6 no había más que tres o cuatro... Pero luego la cosa se fue animando. Dejamos un margen para que llegaran los rezagados, al final hubo trece chiquillos. Durante la espera yo había dejado el sombrero de la bruja de chocolate sobre la mesa y unos niños se pusieron a jugar con él... ¡A punto estuvieron de descubrir el secreto del sombrero mágico! Conseguí que me devolvieran el sombrero y a partir de entonces lo mantuve a buen recaudo hasta que sobre las 6 y cuarto comenzamos el cuentacuentos.

Del sombrero de la bruja de chocolate fueron apareciendo los cuentos: Monstruo, ¿vas a comerme?, Una sirena en la bañera , La rana que quiso ser hombre.

Me temo que resultó demasiado largo, para otra vez ya lo he aprendido, un par de cuentos es suficiente, los niños se cansan enseguida (sobre todo cuando tienen 3-4 años), pero la mayoría estuvieron muy formalitos, pues estaban sentados en el suelo con su papá o su mamá y eso los ayudaba a mantener la atención. Tenía además un par de chiquitos delante que me rondaban haciendo lo que yo hacía en cada cuento y aunque me despistaban un poco, en algunas ocasiones participaban muy activamente en el cuento y le daban mucha vida.

Al final terminé el último cuento un poco deprisa para no alargar ni aburrir más y les hice un casco de caballero con una caja y papel de aluminio.




Esto me hace recordar a un contador de cuentos de Camerún, Boniface Ofogo, que vi una vez en la Bilbioteca de Aragón, en un ciclo de narradores del mundo (llamado A la sombra del baobab), que como los niños estaban bastante revueltos durante su actuación, aconsejó que los padres hicieran como en su país, donde las historias se cuentan para niños y mayores, y los padres se sientan con sus hijos en los brazos y así se favorece la atención. La verdad es que hubo muy poca colaboración en aquella ocasión de los padres, en la biblioteca, suelen "soltar" a los niños en el suelo para que se sienten delante del escenario, y ahí se quedan. El pobre Boniface pedía por favor el apoyo de los padres explicando que para él era especialmente difícil su propia concentración, por la difucultad que él tenía al tener que utilizar una lengua que no era la suya... Pero realmente hubo pocos que se encargaran de sus hijos.

Por mi parte, yo puedo decir que los padres y los hijos estaban realmente unidos en mi cuentacuentos, así que por eso lado fue excelente.

Para finalizar hubo un sorteo del casco guerrero. Echamos los numeritos de las entradas en el sombrero de bruja y un muchachito metió su mano inocente para sacar al ganador. ¡El número doce! La ganadora fue Paula, una chiquita amiguita mía, pero os aseguro que no hubo tongo. Lo peor fue cuando el niño que había sacado el número premiado me dijo:

- ¿Y para mí qué?

Pobrecillo, para él no había nada... Quizá teníamos que haber explicado antes lo que era un sorteo, porque todos empezaron a pedir...

Todo se arregló fácilmente:

- Para vosotros tengo las instrucciones para que podáis hacer el casco guerrero en casa con vuestros papis... Y repartí un papelito con las instrucciones y todos se fueron más contentos que chupiilla...

martes, 12 de mayo de 2009

Cuentacuentos Monstruo....


Ya solo faltan cuatro días para el cuentacuentos...
¡Os espero!
Más informacion aquí y también en el blog de El pequeño teatro de los libros

Patito patinador



Erase una vez un patito al que le gustaba patinar. Cuando llegaba el invierno, sus compañeros viajaban a países más cálidos. Por el contrario, él esperaba la nieve con ansiedad. El lago se helaba y podía deslizarse por el hielo a gran velocidad. En tierra andaba tan patosamente como todos los patos, pero sobre el hielo era un artista. En el lago helado hacía frío y era difícil encontrar algo de comer, sin embargo, el placer de patinar compensaba todos los inconvenientes. Le encantaba deslizarse sobre el lago, sentir el aire frío en su cara y en su cuerpo, y contemplar el paisaje blanco que le rodeaba, con sus abetos cargados de nieve.

lunes, 11 de mayo de 2009

La bella durmiente



La estatua dormida de la plaza Paraíso de Zaragoza me encantaba cuando era niña y sigue atrayéndome. Pasaba muchas veces por allí de la mano de mi madre, camino de la plaza de España y siempre la miraba, si además el semáforo nos pillaba en rojo, tenía más tiempo para contemplarla. Siempre dormida, siempre dormida, me preguntaba qué estaría soñando. Me preguntaba si no se cansaría de estar dormida eternamente. Me gustaba esa tranquilidad de un sueño profundo que parecía imposible entre el ruido de los coches y la gente que pasaba apresurada. Era como la bella durmiente entre el mundanal ruido. Me gustaban sus ojos cerrados, su boca relajada, su cuerpo grueso encogido de lado para el descanso.

Odiaba a los imbéciles que de vez en cuando le pintaban bigote, ensuciando su rostro. Y ella seguía dormida, inconsciente de todo. Entonces no podía comprender cómo alguien podía ser capaz de manchar ese bello rostro, de alterar esa paz que emanaba de ella. Pensaba que debería haber alguien apostado junto a la mujer dormida, día y noche, vigilándola para impedir que los gamberros pintaran su rostro. Ella no podía protegerse, estaba dormida y para colmo era una estatua.

Para los vándalos era y es una presa muy fácil. Pintarrajearla es una gamberrada que siguen haciéndole de vez en cuando. Tratan de ridiculizarla pero lo único que consiguen es que ellos, los bárbaros, nos den más asco, cuando contemplamos el resultado de sus actos. Si observáis bien la foto que hice este fin de semana, en la pierna derecha tiene una pintada… Por lo menos esta es discreta, no la tiene en la cara. Pero desgraciadamente, la historia continua, con los vándalos como protagonistas.

Celebro que aún podamos contemplar esta estatua que tanta paz y deseos de felices sueños dio a mi infancia. Y celebraría todavía más si todo el mundo supiera apreciarla y cuidarla, como todas las obras que se han hecho para el disfrute ciudadano.


* * *

Lo curioso es que cuando el sábado hice la foto para colgarla aquí, tuve la sensación de que esa no era la estatua que yo recordaba, que me la habían cambiado. La recordaba incluso más gordita y en una actitud de sueño más abandonado… Quizá yo entonces era una niña y todo me parecía enorme y por ello me resultaba tan desbordante de carnes… Pero tengo mis dudas: ¿es esta la misma estatua de mi recuerdo? ¿O es mi recuerdo quien la ha alterado?


* * *

Aquí os dejo otra estatua de la plaza Paraíso, también abandonada al sueño:


lunes, 4 de mayo de 2009

En el país de las letras


(Pinchad en la foto para ampliar)



Mi hija me ha prestado este dibujo suyo para este cuento. Ella lo llama Mofletitos, y así es como me imagino a los escritores del país de las letras después de la lluvia, empapados de letras por todo. Luego escurren las letras en una palangana, y ¡ala, a escribir!




* * * * *



En el país de las letras, cuando te duchas por la mañana salen letras de la ducha y puedes componer una canción con ellas. Por eso todo el mundo canta bajo la ducha.


En el país de las letras, los niños desayunan galletas con forma de letras. Van al cole con el estómago lleno de letras y así no les hace falta llevar libros para estudiar.


En el país de las letras todo el mundo lee el periódico por la mañana. Luego se lo ponen en la cabeza para salir a la calle y no mojarse con la lluvia. Porque allí llueve todos, todos los días; es una lluvia muy especial.


Cuando llueve, las nubes dejan caer letras, letras y más letras. Caen sobre los periódicos que lleva la gente sobre la cabeza y se transforman en cuentos e historias. Cuando la gente llega al trabajo, se quita el periódico y lee la nueva historia que acaba de nacer después de la lluvia.


A algunos no les gusta llevar periódico en la cabeza. Prefieren empaparse de letras. A esos los llaman escritores. Luego escurren la ropa y el pelo y la cara y con las letras que caen en la palangana escriben historias nuevas. Devuelven esas historias a las nubes en aviones de papel y éstas las dejan caer al día siguiente a la gente que no escribe.


Cuando van a comprar, las personas pagan con monedas que son letras: dos euros, por ejemplo se paga con las letras d-o-s-e-u-r-o-s, cinco centimos con c-i-n-c-o-c-e-n-t-i-m-o-s por eso las monedas que más se usan son las e-u-r-o-s y las c-e-n-t-i-m-o-s. La gente más rica son los editores, los impresores, los libreros. Los más pobres suelen ser los escritores, porque gastan la mayor parte de sus letras en escribir historias. Pero ellos prefieren usarlas en sus historias antes que comérselas o gastarlas en comprar cosas.


Cuando quieren divertirse, la gente va al teatro. Y saben recitar a Shakespeare y a Valle Inclán. Y los niños se saben de memoria las poesías de Gloria Fuertes y las recitan en los parques mientras saltan a la comba o van en bicicleta.


En el país de las letras, cuando la gente tiene hambre come libros. Cuentos de hadas y brujas para desayunar; libros de cocina para almorzar y quedarse con la tripa bien llena; libros de aventuras y piratas para la hora de la siesta con los que viajar a países extraordinarios; libros de juegos y manualidades para merendar; relatos de miedo para cenar y temblar; y libros de poesía antes de dormir, para tener felices sueños.


Por la noche, los niños siempre piden sopa de letras para cenar acompañando los relatos de miedo. Y los papás van pensando con esas letras el cuento que contarán a sus hijos antes de dormir.


domingo, 3 de mayo de 2009

Cuentacuentos: Monstruo, ¿vas a comerme?





El sábado 16 de mayo por la tarde, voy a hacer un cuentacuentos en la librería El pequeño teatro de los libros. Contaré el cuento Monstruo, ¿vas a comerme? y algunos otros cuentos más. Si queréis pasar una tarde de cuento, podéis venir a verme, os enseñaré también mis otros libros y después podéis pasar un buen rato viendo los libros tan bonitos que tienen por aquí.

Esta librería es preciosa, tiene mucho espacio y en ella los libros se encuentran muy a gusto. Además se realizan muchas actividades alrededor de los libros y de los cuentos: teatro infantil, manualidades, cuentacuentos, encuentros con autores... Es un lugar donde los lectores de todas las edades pueden disfrutar, en un escenario preparado con todo detalle para sus proganistas, los libros. Ya hablé de esta librería aquí, cuando la descubrí.

Para redondear la tarde de primavera, después de estar entre libros, tenemos muy cerca el parque Torre Ramona, donde se puede ir a pasear y a jugar.

¡Os espero!

Recordad, la cita es en:

Librería El pequeño teatro de los libros

C/ Silvestre Pérez, 21 (Las Fuentes), Zaragoza


Hora: 18:00

Entrada: 3 € por niño, los adultos, gratis


(pasaros también por el blog de la librería, en él también explican muy bien cómo ir hasta allí).

viernes, 1 de mayo de 2009

Una ardilla, deiciséis ciervos, dos cabras monteses y un mochuelo


Foto de Pedro Rovira Tolosana



Ese es el balance bichológico de un día por la serranía de Cuenca... La ardilla la vimos por la mañana en la carretera, cuando nos dirigíamos hacia Vega del Codorno, cruzó la carretera y corrió a encaramarse a un pino. Antes (y esto ya no está en el título de esta entrada, porque si no ya resultaba muy largo) nos habían saludado una pareja de caballos, que también iban de paseo por la carretera, en la provincia de Guadalajara. Estaban en mitad de la carretera y tuvimos que parar el coche, mientras ellos remoleaban tranquilamente; les dijimos hola, ¿qué tal están?, buena la hierba de esta zona, ¿no? Casi creí que uno de ellos iba a meter la cabeza dentro del coche, pero había cerrado la ventanilla... Luego se alejaron, carretera atrás, sin que nos dieran la oportunidad de hacerles una buena foto. Unos kilómetos antes, nos habíamos cruzado por estas carreteras tan estrechas y sinuosas con un burro metido en un coche que iba a toda pastilla, derrapando en las curvas, y que casi se nos lleva puestos... Si a este le salen los dos caballos, se estampa con ellos, pobrecillos. Pero este tipo de fauna, la de los burros con dos patas en coches de cuatro ruedas, no merece más que nuestro desprecio.


Continuamos la jornada comiendo junto al Río Cuervo, dimos un paseo para ver la cascada, sus aguas transparentes y su nacimiento, un lugar precioso y encantador. Había paz y tanquilidad, poca gente (era jueves), tres o cuatro coches en la zona de aparcamiento. Por la tarde nos fuimos al pueblo de Tragacete y en la carretera vimos, para empezar, tres ciervos, o quizá corzos, no estaba muy claro, estaban un poco lejos...


A última hora de la tarde, tomamos una carreterilla hacia Las Majadas, una “via de saca” de extracción de la madera, se trataba de una estrecha pista asfaltada entre un bosque de pinos altos, altísimos. A la izquierda de la carretera quedaba el río Escabas encajonado entre los pinos. Allí comenzamos a divisar más ciervos en el bosque a nuestro paso: primero dos en la entrada de la pista, un poco más adelante, otros tres más. Con los de antes, estos suman ya ocho ciervos.


Dejamos el coche para caminar un poco, armados con nuestros prismáticos y el teleobjetivo de caza fotográfica y tomamos una pista de tierra que ascendía levemente. A pesar de que el niño iba pateando piñas y haciendo un ruido impresionante y que su padre no hacía más que decirle que dejara de patear, que así no íbamos a ver ningún bicho, unos metros más adelante divisé algo al fondo, en la siguiente curva del camino, y con los prismáticos comprobamos que se trataba de una cabra montés, y detrás una cierva y otra cabra montés. Guardamos silencio total. Como nuestro camino ascendía, nosotros quedábamos más abajo, por eso no debieron vernos y la cabra que se encontraba más cerca continuó comiendo como si nada mientras los observábamos. La otra cabra enseguida se marchó trotando. La cierva de detrás, de la cual solo veíamos un poco del lomo y la cabeza, estaba algo mosqueada, debió oírnos y no dejaba de mirar hacia nosotros con las orejas muy tiesas. Nuestro aguerrido cazador, Pedro, se acercó un poco más para fotografiarlas mejor. Nosotros permanecimos quietos, observando con los prismáticos. Pedro consiguió acercarse, aunque no tanto como hubiese querido. Pudo conseguir alguna foto, pero enseguida la cierva tomó las de Villadiego; sin embargo la cabra continuó mirando, alerta, hasta que al fin se marchó también monte abajo.



Y con éstas van ya nueve ciervos y dos cabras.



Descendimos otra vez la pista de tierra, montamos en el coche y regresamos por la carretera. Cruzaron nuestro camino tres más, corriendo, y saltando con elegancia, escapando monte arriba. Ya van doce...



Por último en una zona donde se abría el bosque en una pradera, encontramos dos ciervas con sus dos cervatillos, que nos contemplaron un rato con curiosidad, corrieron, volvieron a pararse a mirar y echaron a correr otra vez para esconderse en el bosque.... Estos son los que hacen un total de dieciseis ciervos. Estábamos impresionados, desde luego. Nunca habíamos visto tanto animal en tan poco tiempo (en España, claro, si vas a un safari en África se ven muchísimos más, por supuesto...).

Una tarde encantadora, desde luego. Aunque las fotos no fueron fáciles de hacer. En unos instantes desaparecen, la falta de luz por la hora tardía y las sombras del bosque... Pero los ciervos son animales maravillososos. Son curiosos y vuelven su cabeza a mirarte, se quedan contemplando con interés y con esa carita fina de ojos tiernos que te conquistan. Elegantes, estirados, cuando caminan al trote parece que andan de puntillas como bailarinas de ballet. Y cuando corren de verdad, muestran su agilidad y velocidad, escapando rápidamente.

Por la noche, después de cenar en Vega del Codorno, un mochuelo nos esperaba posado en la carretera. Al pasar con el coche salió volando, para posarse en los cables de la luz, paramos el coche y lo estuvimos contemplando (solo su silueta, claro, en la oscuridad no se puede apreciar más), hasta que Pedro le apuntó con la linterna y por supuesto, se fue volando. Pobre mochuelo, mira que molestarle con la linterna...



Al día siguiente, el espectáculo se repitió, aunque esta vez creo que solo llegamos a diez o doce ciervos... Todos íbamos atentos en el coche mirando aquí y allá, tan pronto descubría Elena cuatro por un lado, como mi hijo Pedro por el otro, como yo misma, como nuestro cazador más experto, Pedro... Cuando salí de Zaragoza esperaba encontrar en Cuenca paisajes hermosos (que ciertamente lo son, de eso ya hablaremos más adelante), pero no una espléndida reserva faunística que saliera a nuestro encuentro cada tarde.