sábado, 12 de septiembre de 2015

Ojo hablador



Fotografía de  Alberto Schommer

Me enamoré de una mujer que tenía un ojo en la boca: cada vez que hablaba, me veía; cada vez que me veía, hablaba. Quería estar siempre conmigo, por eso hablaba hasta por los codos. Era tal su obsesión que me sentía continuamente observado por esa boca que no podía callar. La única forma de liberarme fue acabar de un tajo con todas sus palabras. Le corté la cabeza, pero me fue imposible sacarle el ojo de la boca y aún sigue mirándome desde esos labios que ya no me volverán a besar.

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Después del verano, vuelven los viernes creativos de el bic naranja, Esta vez relatos inspirados en la fotografía de Alberto Schommer. Más relatos aquí

jueves, 10 de septiembre de 2015

El cochecito





“Córtarte esas greñas”, refunfuña mi madre. Meto la nariz en el café, para esquivar su mirada. Salgo de casa, el barrio apesta como anoche: calimochos que incendiaban nuestra risa sin futuro, la vomitona de Javi aún muerde la esquina. El hedor se vuelve insoportable cuando se acerca Manolo, querrá saber si conseguí el curro. Cruzo de acera. En la peluquería están cortando el pelo a un niño aferrado al volante del cochecito de carreras. Nunca viajé tan lejos como en ese coche, cuando mi mundo era dulce y blando. Digo adiós al niño con la mano, solo conseguiré marcharme sin mirar atrás.

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Voy con bastante retraso actualizando el blog. Relato con banda sonora de este verano para la canción de The Clash Should I Saty or should I go

viernes, 4 de septiembre de 2015

La garza y el príncipe

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Dibujo de Ángeles Sanchez Portero


Una bella garza blanca se enamoró de un príncipe. Sobrevolaba su palacio todos los días para verlo montar su caballo y  lo seguía en sus paseos. El príncipe también se había percatado de la presencia del ave: admiraba su vuelo elegante con el largo cuello plegado en ese, sus hermosas plumas blancas que parecían terminar en dedos capaces de acariciar. Ella a veces se le acercaba en un vuelo bajo y próximo en el que casi podía tocarla. Pero no era una mujer y su belleza no conquistó su corazón.
La garza acudió a una bruja, que, haciéndole tomar un asqueroso bebedizo, la convirtió en una mujer. El encantamiento duraría un día y una noche, luego volvería a ser garza. Se presentó ante el príncipe convertida en una joven, alta, delgada, de cuello esbelto, piel blanquísima y una elegancia que al andar parecía como si volara. El príncipe tenía la sensación de haberla visto antes, pero ella afirmaba ser extranjera y era imposible que se hubieran conocido. Después de pasear por los jardines de palacio, la invitó a cenar y bailaron juntos, y en el baile, al abrazarse uno a otro y girar encandilados, el mismo príncipe creyó volar en sus brazos. Se acostaron y se amaron toda la noche y el tacto de su piel era como de plumas suaves y su boca picoteaba sus labios en pellizcos electrizantes. La joven garza amó al príncipe y gozó aquella única noche de amor. Antes de amanecer, mientras él dormía, miró por última vez su bello cuerpo y su plácido rostro dormido. Se convirtió de nuevo en garza blanca, dio un vuelo alrededor de su amado, se despidió con un beso en el aire, y salió por la ventana.
Cuando despertó, el príncipe encontró su cama vacía. Buscó a la princesa, pero por más que removió cada rincón de su reino y de otros reinos, jamás la encontró. Solo cuando veía volar aquella garza blanca sobre su caballo sentía un recuerdo de aquella mujer, le abordaba una pasión extraña, que no podía comprender. Pero después de verla volar, hermosa, blanca, ligera… su razón le decía que era imposible que una garza, por muy bella que fuera, se convirtiera en princesa.
Tras aquella noche de amor, la garza puso un huevo. Lo empolló con amor. Y el polluelo que nació fue mitad princesa, mitad garza. Al principio, fea y cubierta de plumón como todos los polluelos, solo boca que pedía a gritos algo de comer. Después creció y desbordó el nido, pero no se alejó de él. Tenía los ojos grandes y despiertos de su padre y esos labios boca que se deseaba besar; un cuello largo, desmesurado, como el de su madre. El cuerpo era de mujer, pero redondo como un pollo y con hermosos senos. Sus brazos eran alas, terminaban en plumas como dedos, pero era incapaz de volar. Y caminaba sobre dos patas ganchudas de ave, aquella era la parte más horrible de su ser.
Ni era garza ni princesa, pero su madre la amaba y la crió con todo el amor que una garza sabía dar. Le traía jugosos pescados, limpiaba sus plumas, picoteaba su espalda para hacerle cosquillas. Pero ella no sabía cuidar a una niña y se la entregó a la bruja. La bruja en su cumpleaños le regaló un vestido que vistió su cuerpo como el de una regordeta y extraña doncella.
El príncipe se fue lejos, en busca de la dama blanca.
La garza se unió con un macho garza de su especie. Y puso otro huevo, del que nació un polluelo de garza.
El príncipe nunca encontró a su dama blanca y se casó con una princesa, como alianza con un país lejano.
Al cabo de algunos años llegó a las puertas de palacio la doncella-garza. La vio su padre desde la torre, y dijo a los guardias que la dejaran pasar. Llevaba en una jaula una garcilla. El príncipe se conmovió ante aquella extraña criatura, mitad humana, mitad pájaro. Y había algo en sus alas, en su cuello, en su manera de andar rozando el suelo como si volara que le recordaron a la dama blanca de su juventud.
El príncipe le preguntó por qué mantenía esa garza blanca en la jaula. Y la joven-garza respondió:

—Es mi hermana. Mi madre me pidió antes de morir que la tuviera siempre en esta jaula. Así si algún día se enamora de un príncipe no podrá volar a sus brazos.


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Un cuento para el dibujo de Ángeles Sanchez Portero, su blog de microrrelatos es mundo en un grano de arena.