viernes, 31 de diciembre de 2010

El año nuevo llama a la puerta...


Hoy es la última noche del año. Hemos cenado toda la familia, abuelos, hermanos, cuñados, hijos, sobrinos... A medianoche, el año nuevo llama a nuestra puerta: doce timbrazos suenan al ritmo de las doce campanadas del reloj. Con el último timbrazo (y campanada) mi marido descorcha una botella de champán, con su alegre estallido y rebote del corcho en el techo. Pero todos hemos quedado paralizados mirando hacia la puerta, nadie se atreve a abrirla. Un silencio espeso nos rodea, mientras el champán se desborda de la botella. Nadie quiere dejar pasar al nuevo año. Y lo malo es que si no abrimos la puerta al futuro, no podremos movernos. Quedaremos congelados en esta mueca estúpida entre risa y nostalgia, en una mano la copa de champán sin llenar, en la otra, el pringue de las doce uvas, en la boca, el beso de feliz año nuevo sin dar…

Mi sobrinito dice: ¿Pero es que nadie va a abrir? Y corre hacia la puerta esquivando las estatuas de adultos.

- Pase señor 2011, pase, le estábamos esperando. ¿Quiere una copa de champán?

Mi marido sirve una copa al 2011, llena las nuestras y todos brindamos, nos abrazamos, nos damos besos. ¡Feliz Año Nuevo! El 2011 por fin ha entrado en casa. ¡Buf!, ¿qué sería de nosotros sin los niños?

El nido



Ahora vivimos en los árboles. Hemos vivido en las dunas del desierto, en el fondo del mar, en un iglú forrado de pieles, en un barco en los mares del sur, en la ciudad de las mil torres, en las grutas de columnas doradas. Pero ahora vivimos en los árboles y es lo que más me gusta. Nos despiertan los pájaros antes de amanecer. Es algo molesto, nos hacen madrugar demasiado, pero generalmente, damos media vuelta, nos abrazamos y seguimos durmiendo. Un poco más tarde, los rayos de sol se cuelan entre las hojas y nos acarician los párpados. Nos levantamos y vemos el cielo en los huecos que dejan las hojas, y hacia abajo, los troncos y las grandes raíces. Saltamos de árbol a árbol, nos desplazamos colgados de las lianas. Vivimos en una penumbra verdosa, entreverada de rayos de sol. El bosque es grande, es difícil salir de él, es maravilloso perderse en él. Esa sensación de vivir entre el cielo y la tierra, sin pisar jamás el suelo, como flotando. Lástima que Adrián ya esté pensando en marcharnos otra vez. Dice que se aburre, de nuevo. Yo no me canso del susurro del viento en las hojas, ni del olor a tierra y hojas húmedas, ni de oír el picoteo del pájaro carpintero y su risotada de carraca. Me pregunto qué se le ocurrirá ahora. ¿Un globo entre las nubes? ¿Un palacio de cristal? Yo no necesito nada más: quiero hacer nuestro nido en estas ramas, para siempre.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Nochebuena


En Nochebuena mi madre preparaba mesas de cuento, con todos los lujos y detalles: el mantel de encaje, la vajilla con filo de oro, la cristalería soltando destellos bajo la lámpara de araña, la cubertería con el brillo del acero inoxidable, el platito de plata con su panecillo a la izquierda, las velas rojas anunciando la navidad. Comilonas tremendas como mínimo para veinticuatro comensales, con consomé, pastel de pescado, langostinos y pollo relleno, mouse de piña y para terminar, esas fuentes que parecían un laberinto de frutos secos y turrón. Mi madre tenía que estar agotada, pero siempre lucía esplendorosa, con su mejor vestido, entregando su sonrisa a los abuelos, a los hijos, a los tíos, a los primos… Y a la mañana siguiente, vuelta a preparar otra mesa para Navidad. Y otra en Nochevieja y otra más en Año Nuevo… Era el cuento de nunca acabar.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Lo que me ha traído Papá Noel




Mi querido Papá Noel me ha traído unas marionetas de dedo de los grandes compositores: Mozart, Bethoven, Puccini y Verdi.


Un libro de Harpo MArx, su autobiografía:

Una pashmina preciosa...

Y un monstruito que me ha hecho mi hijo y un gatito de mi hija.
Y una maza de jamón y un queso riquísimos...

Lo mejor fue cuando abrí el paquete del libro. Por supuesto, sabía que era un libro por la forma, pero al ver la portada me eché a reír: Anda, Pedro, le dije a mi marido, abre tu regalo, cariño... Él también tenía el mismo libro. Si es que estamos en completa sintonía...

Me voy a jugar a componer música con Mozart y Bethoven... Y a echar unas risas con Harpo Marx. ¿Alguien quiere escuchar mi sinfonía de navidad?

jueves, 23 de diciembre de 2010

¡Feliz Navidad!




Esta navidad,
enciende la estrella
de tu corazón.
Derretirá la nieve
con su cariño y amor.


Depués de este tanka navideño,
a todos los que venís por el rincón de la bruja de chocolate, os deseo
¡Feliz Navidad!
Gracias por acercaros a este rincón, ya sabéis que siempre encontraréis aquí
una taza de chocolate mágico y un cuento para saborear.


lunes, 20 de diciembre de 2010

¿Microlunes?


Ya sabéis el chiste, después de Plácido Domingo llega el Maldito Lunes...
El lunes es el día que me toca publicar en el microrrelatista.
No podía haberme tocado un día mejor, jaja.
Me levanto hecha polvo porque me acuesto tarde el domingo y tengo que madrugar.
Apenas puedo desayunar de un trago mi tazón de cola-cao.
Pillo el autobús por los pelos... Carrerita matutina, recupero la respiración en el asiento del autobús.
Los lunes no me pongo la radio, prefiero dormitar hasta la fábrica, tengo demasiado sueño.
Despego los ojos. Bajo del autobús. Entre las legañas vislumbro un rojizo amanecer tras la verja metálica.
Entramos en la cárcel. Quiero decir en la oficina. Gris, oscura y silenciosa. Aterrizo en mi silla de ruedas. Cualquiera diría que soy inválida. En realidad, una vez aquí me muevo tan poco como una inválida. Pero no, no voy a decir burradas, puedo hacer muchas cosas más que una inválida, que se lo digan a los pobres condenados a la silla de ruedas.
Qué asco, por esta ventana ni siquiera se ve amanecer, está orientada al oeste.
La luz se enciende automáticamente a las 7:42 y el repentino flash me deslumbra los ojos. Vuelvo a despertar. Es la tercera vez que me despierto hoy y no será la última.
Bostezo y me estiro. Buenos días por aquí y buenos días por allá. ¿Un café? No tomo café. Voy a por una botella de agua de la máquina. La máquina se traga la moneda y no escupe la botella. Le doy una patada, pero solo consigo un moratón en el pie.
Enciendo el ordenador y comienzo a llenar hojas de cálculo.
El lunes se convierte en un día cualquiera. Números rojos. Números negros. Transferencias bancarias. Previsiones de caja. Viendo pasar millones y millones de euros que jamás podré palpar. Millones invisibles. Dicen que son reales, pero a veces lo dudo. Hablamos de millones como si fueran churros: un par de millones con el café, media docena con el chocolate, una docena antes del almuerzo, un centenar...
Tengo hambre. La comida es menú de lunes: espagueti boloñesa y calamares elásticos como cámara de neumático. Por supuesto, los millones los he dejado en el piso de arriba, no se vayan a manchar de grasa.
Otro café de máquina para el que le gusta. Y de vuelta a la mesa de la oficina unas tres horas más. Sufro un horario que parece de broma de 7:45 a 16:12, exactamente las 16:12, no, no me lo invento, ni os estoy tomando el pelo, con 45 minutos de comida en el medio, pero sin siesta.
Hay un rato después de comer muy malo, los párpados pesan como yunques... Y yo sin tomar café. Un día voy a tirar la pantalla del ordenador de un cabezazo.
Los millones que teníamos previstos no llegan. No vamos a poder hacer todos los pagos de hoy. Para colmo, la web del banco se queda colgada. Habrá tenido un empacho de millones, digo yo. Ojalá me empachara yo también así. Mi compañero se cabrea, da un puñetazo en la mesa. Pues si no pagamos hoy, ya pagaremos mañana, le digo.
Los millones llegan a última hora. Hay que hacer las transferencias corriendo. Por los pelos, como siempre.
Damos el último enter a la última transferencia a las 4 y 12, hora de la libertad. Y de la siesta en el autobús.
Me siento con un conocido que me da palique y no me deja dormir…
Bajo del autobús y recojo a los chicos en el cole. Hoy tienen piano. Allá vamos, cabalgando a la academia de música.
Compro carne picada en la carnicería y una docena de huevos (de huevos, no de millones) mientras hago tiempo para volver a recoger a los chicos. Me quedan quince minutos para tomar un té en una cafetería.
Entonces me acuerdo del microrrelato, no he pensado en él en todo el día, pero no sé escribir en un café, no me concentro. Quizá es eso lo que me diferencia de J.K. Rowling, quizá por eso yo nunca escribiré un best seller como la Rowling. Apuro el té.
Recojo a los chicos y vuelvo a casa.
Al sacar la compra veo que un par de huevos se han roto por el camino. Dos huevos para tortilla. A mis hijos no les gusta la tortilla.
Los chicos hacen los deberes. Yo me pongo a hacer los míos. La cena, claro. Unas albóndigas con tomate. Y la tortilla. Frío las albóndigas, las echo en la sartén con la salsa de tomate. Se me cae la sartén al suelo y a mi pantalón de chándal. Toda la cocina perdida de aceite. Recojo el aceite, friego el suelo, limpio la puerta del armario que también se ha pringado. Me cambio de pantalón y le echo polvos de talco para que absorba las manchas de aceite.
Con el estropicio se ha hecho la hora de cenar. Ya no me da tiempo de sentarme al ordenador para escribir el microrrelato. Debería haberme puesto antes, ahora ya lo tendría hecho. Quizá empezando a cocinar más tarde no se me hubieran caído las albóndigas por la cocina. Dejo aparcado el microrrelato para después de la cena.
Sacudo los polvos de talco del pantalón de chándal. El polvillo me da tos y acabo tosiendo sin parar, un ataque de los que hacen época. Bebo agua.
Los chicos ya están en la cama y el microrrelato sin escribir. Estoy cansada, mejor me voy a la cama.
Los lunes son un día agotador. El día del microrrelato tenía que ser el maldito lunes. Los lunes son demasiado largos y farragosos para escribir un microrrelato... Hasta una novela podría escribir...

domingo, 19 de diciembre de 2010

Mi muñeca Clota




Mi muñeca Clota, me gustaba lanzarla al cielo y verla dar volteretas en el aire. Mi muñeca Clota, con sus piernas muy largas y delgadas y brazos no tan largos, con el pelo pintado de color marrón y una cara con sonrisa y coloretes. Iba en ropa interior, camiseta y braguita de color blanco, igual que los calcetines y tenía un montón de vestidos para poner y quitar.


Aquella muñeca de trapo llegó a mi casa en un cubo de cartón cilíndrico, me la regaló mi madrina de Bilbao. Allí dentro estaba la muñeca plegada con la cabeza tocándose los pies y también una tela con sus vestidos pintados que había que recortar y pegar con un bote de pegamento. Para asegurar mejor los vestidos, yo los recorté y mi madre los cosió, en vez de pegarlos con el pegamento.


Mi muñeca Clota se convirtió en mi preferida: Una, dos, tres, cuatro volteretas, hasta que aterrizaba en mis brazos de nuevo Era una excelente trapecista y yo la entrenaba muy bien. Mi madre cuando me veía hacer eso con ella se llevaba las manos a la cabeza: "Pobre Clota, anda que si yo te hiciera lo mismo a ti...". "Pero si a ella le gusta, no lo ves? Mira cómo se ríe" le contestaba yo. Y mi muñeca Clota, en efecto, seguía luciendo aquella sonrisa inquebrantable. Y otra vez al aire a rodar sobre sí misma…


Mi muñeca Clota dormía algunas veces en mi cama. La llevaba a la parada del autobús imaginario del colegio imaginario. Montaba en el autobús del cole (cuatro sillas puestas en fila) y yo era la cuidadora. Aprendía las lecciones en mi pizarrilla verde. Mi muñeca Clota era traviesa, pero nunca la pillaban.


Mi hermana le hizo un gorrito marrón con pompón de lana, con los restos de una chaqueta vieja. Yo le tejí una bufanda de rayas verdes y blancas. Todas la mujeres de la casa queríamos a mi muñeca Clota. Se dejaba querer.

El viejo cuentacuentos


El cuentista contaba en la calle. Se sentaba apoyado en la pared de la casa, su larga barba blanca reposaba entre las piernas sobre su túnica. Los niños lo rodeaban, sentados en el suelo. El cuentista era ciego, no veía la calle ni a los niños, pero sus ojos contemplaban los maravillosos paisajes de las historias que salían de su boca. Los niños estaban muy quietos, sólo el cuentista se movía, gesticulando, poniendo voces graves o melifluas, serias o divertidas. Los niños sabían que si se movían o hablaban, las palabras del viejo se romperían. Y con aquellas palabras, sus ojos volaban igual que los del ciego hacia lejanos reinos de leyenda. Alrededor de aquel grupo, el bullicio de la vida seguía su curso: gente apresurada, coches, bocinazos, vacas sagradas, bicicletas viejas, vendedores ambulantes. El cuentista creaba una burbuja donde los problemas se aparcaban, donde el agujero en el estómago por el hambre se olvidaba, donde los niños podían sonreír sin que nadie les golpeara. Cuando el viejo llegaba al final del cuento, los niños daban las gracias al hombre sabio y le estrechaban la mano. Luego volvían a pedir una limosna con su taza de hojalata o a limpiar los zapatos de los encorbatados o a cantar una canción triste en la entrada del metro.
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Este cuento está inspirado en el recuerdo de una foto de una revista donde un cuentista aparece rodeado de niños en una calle de la India. Los niños estaban completamente nítidos, inmóviles, mientras que el viejo cuentacuentos sale con las manos movidas... Me átrapó la atención de los niños, me sugirió muchas cosas aquella foto... Es una lástima que no la recortara y la guardara para ponerosla aquí.

Celos

La vio coqueteando con otro. Escuchó su risa de castañuela seca. Con rabia subió al tablao y pisoteó su orgullo, mientras deseaba que su corazón fuera piedra.


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Este sí que partició en el concurso cuenta140 de El cultural. Ahora sí que hay 140 caracteres.

El mejor belén de la oficina



Mis compañeros de marketing ponen un belén muy original todos los años en la oficina. La virgen María es una estrella del baloncesto, San José, el mejor portero de fútbol y el niño se repantinga feliz sonriendo con sus dientecillos de ardilla… La vaca se troncha de risa y el burro no le va a la zaga. Una rana con tutú viene a adorar al niño y Asterix le trae su poción mágica, los pastores llevan un rebaño de rinocerontes, tigres y leones, los reyes Magos llegan en descapotable… Vamos, un derroche de imaginación.
Espero que os guste, tanto como a mí.

El belén al completo


Filandón 3.0


Ayer fue la noche del filandón. El filandón es una costumbre de los pueblos de León, en la que las gentes se reunían por la noche alrededor de la lumbre y se contaban y escuchaban historias, mientras las mujeres hilaban (o filaban). Esta costumbre ha sido recuperada por escritores y cuentistas, que se reúnen en un bar o similar y cuentan sus historias. Ayer se lanzó por primera vez un filandón virtual, en el que a partir de las 22:00 hasta las 24:00 se podían enviar microrrelatos que se iban colgando en el blog del Filandón, al tiempo que se leían en voz alta en un agradable rincón de León, con un fondo de música popular... Y allí estuvimos filando palabras, conectados por la red.

Si picháis en el cartel del Filandón (tranquilos, hay mucho fuego pero no quema) podéis ver toda la fiesta. Yo también participé con un relato, Palabras congeladas. No lo seguí en directo, porque ayer era una noche muy especial para nosotros, nos juntábamos a celebrar la Navidad en casa de nuestros amigos Nacho y Elena, y eso no me lo podía perder, lo primero son los amigos, a los que hacía mucho tiempo que no veía. Pero en diferido, el Filandón está ahí. Ardiendo en el cartel. Para todos vosotros.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Feliz Navidad de Blanca Bk


He recibido una felicitación de Navidad de mi amiga la ilustradora Blanca Bk. Me ha hecho mucha ilusión, sus gatitos son preciosos, así que os los dejo para felicitaros las pascuas a todos.
Si queréis conocer su trabajo este es su blog. Pasad por allí, os encantará.
Gracias Blanca, de vez en cuando me pongo tus gatitos en el regazo, y con mis caricias les voy contando mi carta de Reyes Magos.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Castañuelas


Nunca quise vestirme de baturra en las fiestas del Pilar.

Y sin embargo, cuánto envidiaba a las niñas que tocaban sus castañuelas. En las calles las oía, una cascada feliz, como una risotada fresca que alegraba los corazones.

Mi madre me compró unas. Las engarcé en mis dedos. Las hice chocar una contra otra. Un ruido sordo, sin alegría, salía de aquellos dos pedazos de madera. Qué difícil era tocar aquello. Por más que lo intenté, no lo conseguí. Aquella tarde volví a casa más triste que unas castañuelas... mudas.

Nunca aprendí a tocarlas.

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Y yo que creía que el concurso de microrrelatos del cultural cuenta 140 eran relatos de 140 palabras! Pues no, eran 140 caracteres. ¡Vaya patinazo! Ya me extrañaba a mí que todos fueran tan cortos. La próxima vez leeré mejor las bases...

lunes, 13 de diciembre de 2010

Robando turrón a la navidad




Mamá compraba el turrón un poco antes de navidad. Lo guardaba en un armario del cuarto de estar. Algunas tardes me decía, ¿Puri, una barrita de guirlache? Y yo no decía que no, claro. Se acercaba al armario, lo abría y sacaba el guirlache, que compartíamos entre las dos. Ese era el mejor turrón para mí, el de las tardes compartidas con mi madre. Mucho mejor que el que luego preparaba en Nochebuena, en esas fuentes preciosas con mantelillos de papel imitando encajes bordados llenas de jijona, peladillas, turrón del duro, pasas y piñones. El mejor era el dulce guirlache, saboreado en el sofá, con la tele encendida y mamá a mi lado, como si estuviéramos haciendo algo prohibido. Robando a la navidad un anticipo de turrón.

Caraplato - Payaso


Los caraplatos me salen mejor en los buffets de los hoteles, con el plato blanco, pero en casa no tengo nada mejor y al ver los ojos de las mandarinas no lo he podido evitar...
Si queréis ver más caraplatos pinchad aquí

domingo, 12 de diciembre de 2010

Grafitis y Miguel Hernandez II

Pincha en la foto para ampliar y leer el poema de Miguel Hernandez.

Grafitis y Miguel Hernandez I


Pincha en la foto para ampliar y leer el poema de Miguel Hernandez.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Gota a gota



Foto de Cristina Nublado



Se hace muy largo esperarte por la noche. La habitación está fría y me he metido en la cama. Apagué la luz, porque la bombilla desnuda me daba en los ojos, taladrándolos con saña. Entra algo de luz de la calle por el ventanuco. Al menos así no veo tanto las paredes desconchadas. En la penumbra, la soledad es todavía más intensa. La única compañía que tengo es la gotera del lavabo. Clop. Clop. Clop. Nada más cerrar el grifo, las gotas caen deprisa: clop-clop-clop, y luego se van espaciando. Clop. ---- Clop ---- Clop ---- Clop. Pero nunca cae la última gota. Clop. Me digo que ya no vas a tardar. Clop. Me gusta esperarte. Clop. Aunque me aburra. Clop. Me hace desear todavía más estar contigo. Clop. Me he cansado de leer. Clop. La cama estaba fría, pero ya la he calentado. Clop. No quiero dormirme. Clop. Quiero estar despierta cuando llegues. Clop. Por eso pienso. Clop. Pienso entre gotas. Clop. Miro estas cuatro paredes. Clop. No me gusta esta habitación. Clop. No podría vivir aquí. Clop. Me moriría de pena. Clop. Pero tú sí… Clop. Tú no necesitas más que una cama. Clop. Y una ducha y un lavabo. Clop. Aunque sean miserables. Clop. Tú no te contagias de la miseria. Clop. Yo solo con verla, me pongo mustia. Clop. Espero no estar demasiado triste cuando llegues. Clop. Pero no puedo evitarlo. Clop. Esta habitación me angustia. Clop. Con sus paredes desnudas. Clop. Con su silencio. Clop. Con su penumbra. Clop. Con su gotera. Clop. Sólo tú puedes librarme de esta angustia. Clop. Ven pronto. Clop. El vecino ha puesto la radio, la trompeta de Louis Armstrong llega atravesando la pared. Me gusta el jazz, no se oye muy fuerte, pero me inunda el corazón. Me da alegría. Una alegría teñida de nostalgia. Me acuerdo de ese café donde íbamos por las noches a escuchar a los mitos del jazz. Ahora estoy sentada allí, en los cojines mullidos. Con un café en las manos. La trompeta dirige mis pensamientos. Mis pies se ponen a bailar en la cama. Mis pensamientos también bailan, suben y dan vueltas, se llenan de vida. Cuando llegues, bailaremos en esta cama, muy juntos, al son de la trompeta. Y te diré al oído: Louis Armstrong ha arreglado la gotera.

Pendientes pequeños

Unos pendientes pequeños para que tu amante los descubra apartándote el pelo detrás de la oreja. Apartándote el pelo para encontrar tus ojos. Apartándote el pelo para darte un beso en los labios. Apartándote el pelo para amarte.
Cuántos tesoros esconde tu cabello...

viernes, 10 de diciembre de 2010

Fotomovil


¿Para qué me sirve la cámara de fotos del teléfono móvil? Para echar de menos mi cámara digital... ¿Por qué no la llevaré siempre encima?
(Pinchar para ampliar la foto y veréis qué horror)

Por ti

Me he puesto los vaqueros ajustados y los zapatos de tacón. Me he dado rímel en las pestañas y color en las mejillas. Me he pintado los labios. Voy a por ti.
He vuelto con los zapatos en el bolso. El rímel corrido, manchurrones negros por toda la cara. El color de los labios está intacto. Nadie los besó. He vuelto sin ti.

Haiku de otoño



En el otoño,
soplo fuerte al viento
para alejarlo.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Amor en la basura

Recuerda a papá que baje la tapa de la basura. Lo que tendría que hacer tu padre es arreglar este cubo, estoy harta de que la tapa siempre se quede atascada. Pero es que es un inútil…


El niño le miró con ojos inocentes: Mamá, ¿por qué te casaste con él? Siempre te estás quejando…

Su mirada se perdió muy lejos de la cocina. Recordó el parque en otoño, las manos entrelazadas, el primer beso, los versos susurrados al oído. Ya no había besos robados al atardecer. Ya no había versos.

El amor es ciego, Miguel, pero tu padre, con el tiempo, me operó los ojos.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Visita nocturna

Esta mañana he vuelto a encontrar la tapa del váter levantada. Estoy harta, siempre igual, no sabe mear y dejar el váter como es debido. Lo negará todo, siempre lo hizo, pero yo ayer cerré la tapa, estoy segura, y no me he levantado en toda la noche, así que no hay dudas de quién ha sido. Y lo peor es que desde que murió, hace cinco años, ni siquiera puedo echarle la bronca, como antes. Dios mío, ¿por qué los fantasmas se empeñan en recordarnos lo peor de sí mismos?

domingo, 5 de diciembre de 2010

El hombrecillo del café con leche

Estoy leyendo y disfrutando el libro de Juan José Millas Lo que sé de los hombrecillos, y eso me ha recordado un cuento que escribí hace tiempo...




* * * * *
El hombrecillo del café con leche




Es domingo por la mañana. Primavera. Después de un paseo por la ciudad dormida, me siento a desayunar en una terraza del paseo. Ahora ya empieza a haber más movimiento que hace una hora. Los domingueros más madrugadores comienzan a desperezarse. He pedido un café con leche al camarero. Abro el periódico y comienzo a leerlo. Me gusta leer el periódico el domingo mientras desayuno. No puedo hacerlo durante el resto de la semana, así que disfruto de este sencillo placer como si fuera el mejor de los placeres. Ahora llega ya el café con leche, el camarero lo deja sobre la mesa, junto con un delicioso cruasán – enorme, se me hace la boca agua – y yo cojo el sobre del azúcar, lo agito y lo vierto en el café, remuevo con la cucharilla y doy un sorbo, mmm… buenísimo. Un bocado de cruasán, un sorbo de café, una frase del periódico, un hombrecillo que emerge de mi café con leche… El hombrecillo nada por la taza de café. Después, se sube al borde de la taza y salta sobre el periódico. Se pasea sobre él chorreando café con leche de la cabeza a los pies y dejando huellas de color marrón sobre el papel. Ahora parece interesado en leer un artículo, contempla la foto, la rodea con cuidado de no pisar las letras del artículo, se detiene sobre el pie de foto y lee, flexionando ligeramente la columna y con los brazos en jarras. Meto la cucharilla y rebusco en el café, no vaya a haber otro hombrecillo en él. Parece que no. ¡Maldita sea! Este hombrecillo ha arruinado uno de mis placeres del domingo, ¿quién puede beberse un café del que acaba de salir un hombrecillo del tamaño del dedo meñique? Es como beberse una taza de café donde ha caído una mosca… El hombrecillo es menos asqueroso que una mosca, desde luego, no tiene pintas de vagabundo, lleva traje… ¡Pero a saber donde ha estado antes de meterse en mi café con leche! Además, tampoco puedo llamar al camarero y decirle oiga, por favor, póngame otro café, que este tenía un hombrecillo buceando. Me miraría con cara de guasa y me contestaría: pues tenga cuidado no sea que en el siguiente que le traiga, salga la mujer del hombrecillo…


Mientras tanto, el hombrecillo se deleita con el periódico. Es un hombre delgado, de melena lacia por encima de los hombros, tiene un aire intelectual que lo hace atractivo; lleva un traje negro pasado de moda, pantalones de tubo estrecho y chaqueta también muy ajustada, y no solo porque se le pegue al cuerpo con el pringue del café. La camisa debió ser blanca, pero ahora luce un hermoso color café con leche, por supuesto. Ahora se ha tumbado boca abajo y se ha enfrascado en el artículo de los últimos atentados de Irak. Cualquiera le pasa la página, parece tan interesado…


Después el hombrecillo se cansa, trepa de nuevo por la taza, y, desde el borde, se tira de cabeza otra vez al café.
Me quedo mirando al hombrecillo, embelesada, está nadando tan ricamente en el café… Me entran ganas de nadar a mí también. De zambullirme en ese café con leche, en una mañana de domingo.


Ya estoy en el café. Nado junto al hombrecillo, nado y bebo café, una delicia difícil de explicar.
El hombrecillo me coge de la mano, nadamos hacia el borde y me ayuda a salir de la taza. Saltamos al plato, desde allí, otro salto hasta el plato del cruasán. El cruasán parece el acantilado de una bonita bahía recogida sobre el mar. Vacío el contenido de un sobre de azúcar delante del cruasán y fabrico una playa de arena blanca, blanquísima como las del Caribe, con sus granitos brillando bajo el sol. Nos quitamos la ropa para tumbarnos a tomar el sol. Me gusta este mar de café, algo turbio y marronuzco por las tormentas. Y la arena es más pegajosa que en una playa común, sin embargo, qué gozada es pasear sobre ella con los pies descalzos. Nos zambullimos en el mar y nos libramos de la arena pegajosa que se disuelve para dar más dulzura al café. Una brazada, un sorbo de café. En esa playa de azúcar, café y cruasán transcurre el desayuno más dulce, pegajoso y onírico de toda mi vida.