Tenía que cambiar de piso. Este ya se le estaba quedando pequeño. Pero le daba pereza. Había que buscar, mirar, remirar y por fin elegir. Pero ya no podía demorarlo más, ya casi no cabía en este. Salió de casa por la mañana, decidido a que hoy lo encontraría. Los rayos de sol acariciaban su espalda, era importante ver a la luz del día su futura casa. Y sí, tras un corto paseo, la encontró: estaba allí, sobre la arena húmeda, las olas la acariciaban una y otra vez. Se enamoró de ella nada más verla. Asomó la cabeza por la puerta y comprobó que no estaba ocupada. Siempre había deseado vivir en un caracol de mar, con esos pinchos tan largos que le daban un aspecto tan exótico, como de casa futurista, y este además tenía unos bonitos colores marrones y beiges. Se metió dentro, y se sentó en el centro de la sala, dejando asomar sus pinzas por la puerta. Hogar, dulce hogar.
(Como a todos los cangrejos ermitaños, le molestaba tener que cambiar de casa al crecer. Sin embargo, esta vez había merecido la pena).
4 comentarios:
Iba todo tan lógico y aparece la sorpresa de que hablamos de un cangrejo,uno de mis animales favoritos. En las comidas de buffet.
Me he imaginado a un hombre, en vez de un cangrejito, encontrando una gran concha de caracola y habitándola. Qué bueno sería eso. Sin papeles, permisos e historias.
Un beso, Puri.
yo ya veía la chocita en una playita... qué suerte la del cangrejo!!!
saludillos
Carlos,
¡enhorabuena! has conseguido el record de número de comentarios en mi blog: 8 en un solo día!Gracias, me encantan los cangrejos, sobre todo los ermitaños, tan pequeños y delicados y no solo para comérmelos
Torcuato, Puck
La verdad es que yo también envidio al cangrejo en su concha, que gustazo, al lado del mar...
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