Don Huevo y doña Huevo se conocieron por azar. Nacieron en una granja de gallinas engañadas con luz artificial. Después de pasar por una cinta transportadora los seleccionaron por su buen tamaño en la clase A y ambos coincidieron en ese autobús amarillo de cartón, donde cada huevo tenía su asiento, él a la derecha, ella a la izquierda. Doña huevo era morenita igual que don huevo, y tenía ganas de conocer mundo.
- Bueno - dijo don Huevo - en este autobús tan cómodo parece que nos llevan lejos. A mí me gustaría ir al restaurante de un gran cocinero.
- ¿Y acabar siendo el huevo de un plato de diseño? Mucha vista y poco alimento al buche - respondió doña huevo -. Yo preferiría ser unos huevos revueltos con ajetes y setas, que están para chuparse los dedos, y a ser posible revuelta contigo, que eres todo un caballero.
Don Huevo se puso colorado:
- Yo también me revolvería contigo, guapa - y le dio un golpecito en la cabeza, muy cariñoso.
Después de aquella declaración, los llevaron al supermercado y de allí fueron a parar a un carro de compra de un señor, que al llegar a su casa, los metió en la nevera.
- ¡Qué frío se pasa aquí dentro! – dijo doña Huevo – Se me va a quebrar la cáscara de tanto que estoy temblando.
- ¡Casi deseo que me echen a la sartén cuanto antes, para entrar en calor!
- No digas, eso mi amor - le dijo doña Huevo - y disfrutemos juntos de nuestros últimos momentos.
Don Huevo y doña Huevo se besaron en la nevera, se abrazaron y cuando más acarameladitos estaban, llegó la mano del señor de la cocina y los sacó de la huevera.
- Ha llegado nuestra hora – dijo don huevo muy solemne.
- Sí contestó doña Huevo - ¿Tú crees que hace daño cuando nos rompen la cáscara?
- ¡Menudo cabezazo! - exclamó don Huevo, temeroso.
Pero no hubo rotura de cáscara. Los metieron en un puchero hirviendo para hacer huevos pasados por agua. La tortura del agua hirviendo sólo duró cuatro minutos, pero al menos estaban juntos.
Cuando los sacaron del agua, sí que les golpearon la cabeza, les hicieron un agujero en la cáscara y los vaciaron con una cuchara.
Pero sus cáscaras vacías se convirtieron en don Huevo, con un sombrero de tapón de corcho y doña Huevo, con pelo de mandarina y falda de papel de magdalena. Y los niños les cantaban cada noche:
Don Huevo y doña Huevo
se fueron a pasear,
cogidos de la mano,
una pareja sin par.
1 comentario:
No he podido parar de reírme con las peripecias de un par de huevos.
Espero me pueda recuperar y volver a ver los huevos como simple alimento. No sea que me ocurra como al monje Zen que estaba trabajando y al pasar su maestro le indicó: Cuando trabajes, jamás pienses en un cocodrilo.
Y el monje tiempo después recapacitó y pensó: Antes de que el maestro me indicara éso, jamás pensaba en un cocodrilo al trabajar, y ahora no puedo evitar hacerlo.
Francamente ,no creo recuperarme.
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