El cuentista contaba en la calle. Se sentaba apoyado en la pared de la casa, su larga barba blanca reposaba entre las piernas sobre su túnica. Los niños lo rodeaban, sentados en el suelo. El cuentista era ciego, no veía la calle ni a los niños, pero sus ojos contemplaban los maravillosos paisajes de las historias que salían de su boca. Los niños estaban muy quietos, sólo el cuentista se movía, gesticulando, poniendo voces graves o melifluas, serias o divertidas. Los niños sabían que si se movían o hablaban, las palabras del viejo se romperían. Y con aquellas palabras, sus ojos volaban igual que los del ciego hacia lejanos reinos de leyenda. Alrededor de aquel grupo, el bullicio de la vida seguía su curso: gente apresurada, coches, bocinazos, vacas sagradas, bicicletas viejas, vendedores ambulantes. El cuentista creaba una burbuja donde los problemas se aparcaban, donde el agujero en el estómago por el hambre se olvidaba, donde los niños podían sonreír sin que nadie les golpeara. Cuando el viejo llegaba al final del cuento, los niños daban las gracias al hombre sabio y le estrechaban la mano. Luego volvían a pedir una limosna con su taza de hojalata o a limpiar los zapatos de los encorbatados o a cantar una canción triste en la entrada del metro.
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Este cuento está inspirado en el recuerdo de una foto de una revista donde un cuentista aparece rodeado de niños en una calle de la India. Los niños estaban completamente nítidos, inmóviles, mientras que el viejo cuentacuentos sale con las manos movidas... Me átrapó la atención de los niños, me sugirió muchas cosas aquella foto... Es una lástima que no la recortara y la guardara para ponerosla aquí.
3 comentarios:
Preciosa observación, cuando no está presente el alimento para el estómago, el del espíritu basta.
Respondí tu amable comentario en mi blog.
en el microrrelatista, me adentre en tu cuento y sin tu permiso lo lei con la pasion de un niño cuando saborea una paleta......buen relato.
Carlos, al menos tienen algo hermoso que llevarse a la cabeza...
Ysidro bienvenido, me alegro que te gustara y no necesitas permiso para sentarte a escuchar/leer los cuentos de esta cuentista. ¡Vuelve pronto!
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