martes, 23 de diciembre de 2008

Pócima de Navidad



La bruja de chocolate nos envía
esta pócima de navidad:
champán con burbujas de alegría
y cuatro pizcas de felicidad,
un corazón tierno y dulce
con muchas dosis de paz,
y amor concentrado y espeso
que nos desborde de verdad.


Pon la música que más te guste
cuando la vayas a tomar
brinda con tus amigos y familiares
por este año y el que vendrá.
Y no olvides las palabras mágicas:
¡Feliz Navidad!


P.D.: Seguramente mi odiosa bruja de chocolate diría: ¡Maldita Navidad!

lunes, 8 de diciembre de 2008

Grullas en Gallocanta


Esta es buena época para ir a ver las grullas en la laguna de Gallocanta. Este año no hemos ido a verlas, pero las recuerdo en otros otoños, cuando parapetados en la pared del centro de interpretación, refugiándonos del viento, las esperábamos pasar volando para dormir en la laguna, una pata dentro del agua, la otra fuera, levantada.


Va por ellas una poesía de estilo japonés, como no, esta vez un tanka.


De los haikus es fácil pasar a los tanka, con su estructura 5-7-5-7-7

En realidad el haiku puede considerarse los tres primeros versos de un tanka...




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Vuelan las grullas
apuntando su flecha
hacia el ocaso.

Sus cru-cru nos envuelven
en la oscura laguna.



lunes, 1 de diciembre de 2008

La flor león

Había una vez una flor que rugía a las mariposas. De su corola caían los pétalos anaranjados como una larga melena de terciopelo, los pistilos largos eran afilados colmillos. De su tallo salían cuatro hojas, emparejadas dos a dos, que terminaban en afiladas espinas, esas eran sus garras. Se trataba de una flor-león, lo único que la diferenciaba de un león de verdad era que no podía moverse del sitio. Por eso las mariposas-cebras y las moscas-gacelas revoloteaban a su alrededor sin miedo, a pesar de los rugidos. Solo tenían que tener cuidado cuando soplaba el viento, pues impulsada por una ráfaga podía alcanzarles con algún zarpazo.

domingo, 30 de noviembre de 2008

violetas en flor



A nuestras violetas africanas les gusta florecer en otoño. Flores y más flores que alegran mi mesa de trabajo. Con el frío que hace fuera, ellas aprovechan el solecillo que entra por la ventana y que caldea esta habitación.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Concierto contra toses y estornudos


"Señoras y señores, el concierto va a comenzar. Por favor, desconecten sus teléfonos móviles y las señales de alarma de sus relojes. Mitiguen, en lo posible, las toses y demás ruidos que perturben la concentración de los intérpretes y del público en general. Gracias".

A continuación, el cuarteto salió por la puerta derecha del escenario, ocuparon sus sitios tras los atriles y saludaron al público con una inclinación de cabeza que parecía recoger los aplausos de bienvenida. El breve afinado de los instrumentos fue coreado por las últimas toses del público, pero en cuanto el primer violín hizo un gesto con su mirada a los demás intérpretes y alzó ligeramente el arco del instrumento, el público guardó silencio. No se oía ni una mosca (afortunadamente no permiten la entrada a moscas en un auditorio) y hasta el público parecía contener la respiración. El primer violín rompió el silencio con un solo de cinco compases, tras los cuales se le unieron la viola, el segundo violín y un nostálgico violonchelo que cantaba bajo y delicado. El auditorio se llenó de la magia de la música. La gente no se movía de los asientos, pero muchos viajaban, viajaban sobre la melodía que los elevaba hacia el cielo, sus espíritus transportados muy lejos, hacia un país de ensueño. Tanto fue así, que algunos cayeron en un ligero dormitar. Y el señor del bigote, de tan relajado que se encontraba, soltó un par de ronquidos, que despertaron a todos los bellos durmientes de alrededor. Menos mal que a su lado estaba su atenta esposa que, avergonazada, le propinó un codazo en el costado para devolverle al mundo de los vivos, a la sala de la armonía, con lo que cesó de roncar.

El violonchelo llevaba la voz cantante, un pianísimo delicado que susurraba notas ensimismadas sobre los violines casi amordazados, cuando una tos ametralló el escenario y rebotó en sus paredes forradas de madera. El violonchelo pareció caer mal herido, pero se recuperó en un instante, tomó aliento y sonó con más fuerza, luchando contra aquella tos persistente que no cesaba de bramar. Acudieron en su ayuda los violines, su crescendo llenó el aire y hasta la viola gritaba: ¡Qué se calle esa tos, que se calle! Al fin vencieron los instrumentos y la tos fue superada en intensidad por la música, aunque solo se extinguió por propio agotamiento, para desesperación de sus vecinos de asiento, que no llevaban un miserable caramelo con que ahogarla.

Después del primer tiempo, un mar de toses inundó todo el patio de butacas. Los intérpretes aguardaron unos segundos, lo que tardaron en hacer dos hondas inspiraciones, y arremetieron sin piedad con el segundo tiempo, una marcha fúnebre que asesinó fulminantemente todas las toses, sumiendo al público en un silencio contenido. Pero fue por poco tiempo, pues toda contención estalla de un momento a otro y pronto las toses contagiosas comenzaron a corretear y a perseguirse de aquí para allá por todo el patio de butacas. En la primera fila de platea se arrojaba al suelo del escenario la débil tos de una viejecilla, en la quinta fila del palco le contestaba un joven barbudo, en el anfiteatro, el hombre de la bufanda al cuello (que mejor hubiera estado en su camita con un vaso de leche bien caliente y miel) les tomaba el relevo con su tos bronquítica. Sin embargo la concentración de los artistas era impresionante. Parecía que existiese una cápsula transparente que los aislaba, pues una vez inmersos en la ejecución de la obra ya nada podía apartarlos del fiel seguimiento, profundamente sentido, de la partitura. La música, a pesar de todos los obstáculos, vencía a los sonidos inármónicos y exasperantes. Y entre el público había quien trataba también de abstraerse y llenarse únicamente con la música, para obviar aquel desbordamiento de toses nerviosas y acatarradas, y algunos incluso lo conseguían.
Hubo un pasaje de gran tensión, cuando el violonchelo entró en duelo con el bronquítico de la bufanda; el hombre tosió y el arco del violonchelo le dio una estocada en el hombro; pero el señor volvió a empuñar su tos y como respuesta los acordes le infligieron una profunda herida en el bazo; aun así tosió una vez más aunque ya más débil y el violonchelo contraatacó con un sol bemol que se le clavó en el corazón. Entonces se oyó un aaaaggg... entrecortado, que se extinguió con el consiguiente acorde en Si menor, prolongado por un calderón, tras el cual se hizo el silencio mortal correspondiente al final del segundo tiempo.
En el siguiente descanso antes del tercer tiempo, toses desatadas como canes a los que se les hubiera quitado el bozal ladraron en la sala. Pero el tercer tiempo entró con ímpetu: la avalancha de un presto desbordante de los cuatro instrumentos, lleno de vida y de notas correteantes, enmudeció aquella rebelión canina. Pero no caabó aquí la batalla, al cabo de unos compases de alegre y cantarina tranquilidad, se escuchó una tos tan profunda que llenó todo el auditorio, y le siguió otra tos como un eco en la esquina opuesta. Los violines comenzaron a vibrar de tal modo, que las paredes del auditorio comenzaron a temblar. Con la vibración, acrecentada por la viola y el violonchelo, las paredes se agrietaran. Fue entonces cuando entró en la sala el murmullo del tráfico. De la sexta fila de platea, nació un estornudo, cuyo aire hizo volar las partituras de los músicos, pero ellos continuaron veloces y contentos con su prestissimo imparable, gracias a su memoria musical infalible y ensimismada y la música se extendió triunfalmente por la sala, más fuerte que nunca, era como si el ruido que invadía la sala les hubiera hecho subir el volumen a los instrumentos de tal modo que más parecía que estuviera tocando una orquesta sinfónica que un cuarteto.

Hubo un segundo estornudo, más fuerte que el anterior, que levantó los cabellos del público y alcanzó la barba del violinista que ascendió hacia el techo; entonces también la música ascendió como impulsada por ese soplido y miles de fusas y semifusas, apoyándose en una blanca de violonchelo, empujaron el techo de la sala, hasta hacerlo saltar volando. La siguiente tos consiguió que la música enloqueciera, girando en un torbellino y que terminara derrumbando las paredes. La sala quedó de ese modo bajo el cielo estrellado y la música se elevó para jugar con los astros brillantes, enredándose con la armonía de las leyes gravitatorias. La música llenó la avenida, la gente que pasaba detuvo sus pasos para escucharla embelesada, los conductores frenaron sus coches y bajaron las ventanillas para oír mejor la melodía del cuarteto que inundaba la calle y el aire y el cielo… Hasta los niños dejaron los gritos de sus juegos y se hizo un vacío en el que la música de un cuarteto se adueñó de la ciudad entera, donde todos y cada uno de sus habitantes tarareaban en su mente aquella melodía y seguían con los pies su ritmo arrebatador, con las estrellas en el cielo bailando al son de aquella música y las luces de colores de los semáforos siguiendo el ritmo con su encendido y apagado intermitente. Tras el acorde final del prestissimo revolucionado, se hizo un silencio total y absoluto, un silencio que inmovilizó a las personas de aquella ciudad como estatuas, un silencio que se tragó para siempre, como un agujero negro, todas las toses, estornudos y ronquidos de todos los conciertos del mundo.

Mirarse en las pupilas


Esta noche hemos acabado Pedro y yo el libro Un esqueleto en el armario de Manuel L. Alonso. Un libro sencillo sobre un niño de la posguerra que está enfermo. En su larga enfermedad se entretiene con unos tebeos de una bruja que alguien (no sabe quién) le ha traído. En esos tebeos está también escondido un mensaje cifrado, que el niño con ayuda de un amigo descifrará. Descubrirá también un secreto de su familia y a una tía y una prima nuevas a las que por fin podrá abrazar. Una historia con un fondo de ternura, quizá no muy del estilo de estos tiempos que corren.
A Pedro le ha gustado y a mí me ha recordado, dicho con palabras textuales del libro "mi viejo juego de verme reflejado en las pupilas de otros". Yo recuerdo la magia de ese extraño espejo que eran los ojos de mi madre, en donde yo me veía, chiquitita, chiquitita, pero con todo detalle. Quizá haya que ser niño o estar recién enamorado, para jugar a ese juego, pues hace muchos años que dejé de practicarlo. Tal vez sea hora de comenzar a jugar con la pupilas de nuestros seres queridos de nuevo.

domingo, 23 de noviembre de 2008

El pequeño teatro de los libros



El sábado por la mañana descubrimos una librería nueva, es todavía un bebé, abrió sus puertas en agosto de este año, así que solo tiene unos meses. Se trata de un espacio en el que los libros se encuentran muy a gusto, no solo por el acogedor mobiliario donde están expuestos, sino porque se realizan un montón de actividades relacionadas con el mundo de la lectura y los libros. Se llama El pequeño teatro de los libros y se encuentra en el corazón del barrio de las Fuentes de Zaragoza.

En esta librería se representa teatro infantil, se hacen presentaciones de libros, encuentros con autores, puedes tomarte un café cómodamente sentado en un silloncito mientras consultas un libro y sus libreros son muy agradables y atentos con los lectores que se acercan por allí.

El sábado estuvimos viendo una representación de teatro infantil del grupo Pingaliraina. Representaron un par de cuentos de Fernando Lalana: Un príncipe algo rarito (cuento donde Fernando le da la vuelta a la manida historia de los príncipes y las ranas) y el archiconocido en Aragón Te quiero Valero (con sus encantadores Valero, el dragón, y la princesa Pilarín). Los Pingaliraina estuvieron muy divertidos y al final estuvimos cantando una divertida canción de una curiosas planta que decía así:
Esta es la canción de la planta Renata
que mi madre compró bastante barata,
le gusta el jamón y las fresas con nata
pero lo que más le mola es la tortila de... ¡patata!


La foto de arriba es bastante desastrosa y no le hace mucha justicia a la librería, en ella podéis ver una muestra de la representación de Te quiero Valero. La verdad es que estaba tan encantada viendo la obra, que cuando me puse a hacer fotos ya era demasiado tarde y el resultado, como podéis ver, está bastante movidito. Tampoco hice fotos de la librería, bueno, otro día será, podéis verla mejor en su blog: pequeñoteatrodeloslibros. Y lo mejor es que os paséis un rato por allí a disfrutara de los libros.


La librería es muy espaciosa, tiene una super-mesa-escenario de forma circular en la que se exponen los libros, pero también puede servir de tarima de escenario. Los cortinajes rojos por aquí y por allá, le dan un toque diferente al conjunto, aparte de que sirven de telones de representación, de escondite para sillas plegables... Las estanterías de libros tienen ruedas para trasladarlas de un lugar a otro según las necesidades de los actos que se celebren. En fin, un lugar muy bien pensado, multifuncional, para hacer las delicias de los libros, del teatro, de los ilustradores y de los lectores...

Hacía falta un lugar así en Zaragoza y para los vecinos del barrio de las Fuentes, un auténtica suerte. ¡Ya me gustaría tener una librería así cerca de casa!

domingo, 16 de noviembre de 2008

Viento de otoño


(pinchar para ampliar)

Viento de otoño,
regalan hojas secas
tus manos frías

viernes, 7 de noviembre de 2008

Una rosa para Marta


He comprado una rosa para Marta, seguro que le gustará, nunca le he regalado flores, me siento un poco ridículo regalándole flores, parece algo como de otro tiempo, pero en el fondo sé que le gustará, seguro que le gustará. Cojo el autobús, paso la tarjeta con la mano derecha, llevo la flor en la izquierda, afortunadamente no hay demasiada gente, porque de lo contrario la rosa acabaría aplastada. Puedo incluso sentarme, sujeto la rosa con delicadeza, no sé llevar una rosa, vuelvo a sentirme ridículo, la rosa me hace sentir fuera de lugar. Frente a mí, una abuela mira la rosa y me sonríe, quizá se acuerda de esa flor que le regaló su novio cuando tenía dieciocho años y vuelve a sonreírme encandilada con el recuerdo. Yo miro la rosa y la miro a ella de nuevo, me arremete un impulso y le digo:
- Tome, para usted.
- No por favor... - dice ella. – Regálasela a tu novia.
- Es para usted.
Me levanto y bajo en la siguiente parada y la abuela se queda en su asiento con la boca medio abierta, y los ojillos brillantes, pensando que estoy loco, que es un desperdicio regalarle una rosa a una abuela. Pero la abuela está feliz, sé que es feliz con mi rosa, y con todos los recuerdos que le trae esa flor, y yo termino el recorrido caminando mejor que en el autobús, porque así tengo tiempo para pensar en Marta, pensar cómo voy a decirle que le he comprado una rosa y que se la he regalado a la primera abuela que me he tropezado en el autobús. Para una vez que me decido a regalarle flores…
Marta se reirá o me dará un tortazo, pero yo nunca podré olvidar la sonrisa amable de esa abuela, que estaba deseando tener otra vez una flor entre sus dedos.

lunes, 3 de noviembre de 2008

La gallineta, para Gustavo Aimar




Gustavo Aimar, para celebrar el segundo aniversario de su blog de ilustración, nos propone en su bloganiversario dos realizar una versión del dibujo de un pájaro, con una ilustración o un texto.


Pasaros por su blog y por el bloganiversario dos para ver los estupendos trabajos que por allí llegan.



Le he enviado la gallineta de arriba con la siguiente historia, que se me ocurrió nada más ver su pájaro de dos cabezas:



La gallineta


La gallineta encontró un agujero en el corral. Por allí podía escapar, ¡por fin, la libertad!
Pero cuando miraba a través del cercado, no sabía adonde ir.
En el norte hacía frío, en el sur calor.
En el este países de leyenda, en el oeste monstruos horripilantes.
Iba hacia delante y le daba un pánico infernal, pero si volvía atrás, encontraba el aburrimiento mortal.
Se quedó dando vueltas y más vueltas en el gallinero, sin saber qué hacer.
Desde el agujero se veía, muy lejos, la playa y el azul del mar. Y su corazón aventurero se preguntaba:


¿Qué habrá más allá del mar?


Pero el mar era imposible, pues la gallineta no sabía volar.


Por fin se atrevió a una cosa: ¡se atrevió a soñar!


Y voló para adelante
y voló para detrás
y flotaba sin esfuerzo,
y corría sin parar…


Vio pájaros, gatos y torres,
vio campos, vio rosas, vio amores,
vio un mundo nuevo
que la esperaba sin miedo.


Y descubrió que la vida,
la de verdad, estaba afuera.


Al despertar, sus patitas
la llevaron fuera del corral.


Allí encontró éspigas de trigo,
la envolvió el perfume de la flor,
y supo en ese momento
que daba igual norte que sur,
este que oeste,
lo único que importaba era andar.

flores de otoño




Abren sus brazos
las flores de otoño
buscando el sol




domingo, 2 de noviembre de 2008

Dragón busca princesa en club Kirico

Este trimestre, el club Kirico nos presenta una guía de libros en los libros, es decir cuando los libros se convierten en protagonistas de una historia. En esta página de Kirico encontraréis la guía en pdf, que podéis descargar o consultar en la web del club.
Dentro de ella aparece mi libro Dragón busca princesa (pinchad en Dragón para llegar a la página), ya que mi querido dragón Waldo sale de un libro al mundo real y vuelve a otro libro para buscar a una princesa, donde se enreda en una nueva aventura con los otros personajes del cuento.
Encontraréis en la guía sugerencias de libros divertidos y jugosos, como el clásico de Roald Dahl Matilda, y muchos otros más.
¡Felices lecturas de libros dentro de libros!

lunes, 27 de octubre de 2008

Bosque desnudo



Suspira el bosque
por las hojas perdidas
que cubren sus pies

Hojas secas




Crujen las hojas,
escucha el silencio
del bosque dormido.

miércoles, 22 de octubre de 2008

La pajarita y el barco.



La niña tomó una hoja de papel. Lo plegó ordenadamente, lo desdobló y lo volvió a doblar. Entre sus manos nació una pajarita de papel, erguida y hermosa, de cabeza triangular, con su pico afilado.

Llevó a la pajarita escaleras abajo, resbalando por el pasamanos de la barandilla. La hizo volar, levantándola en su mano sobre su cabeza, sus piernas corriendo calle adelante. Juntas cruzaron la verja del parque y se perdieron entre los árboles. La pajarita volaba de flor en flor, siempre en la mano de la niña. La arrojaba hacia el cielo y volvía a su mano tras un corto vuelo con volteretas.

- Bonita pajarita – le dijo la vendedora de globos. Pero ten cuidado, no se caiga al estanque. Si se moja, ya no podrá volar más.

La niña sonrió y corrió al estanque. Allí había un niño que había hecho un barco de papel. Era un barco grande porque había utilizado papel de periódico. El barco flotaba junto al borde del estanque.

Al niño le gustó la pajarita de papel y le pidió a la niña que se la dejara. La pajarita volaba en sus manos pero cada vez caía más cerca del borde de piedra del estanque.

La niña recordó las palabras de la vieja vendedora y se las repitió al niño:

- Ten cuidado, si cae al estanque y se moja, ya no podrá volar más.

- ¿Pero no la ves? – preguntó el chico – Ella quiere ir al estanque. Es como si el agua la atrayera...

- Yo no quiero que se moje. No quiero que se empape y se vaya al fondo.

- Se me ocurre una idea – dijo el chico - ¿Y si ponemos a la pajarita en mi barco de papel?

A la niña le gustó la idea. Le pregunto a la pajarita:

- ¿Quieres montar en el barco?

- Sí – contestó la pajarita con una vocecita aflautada que salió de la boca de la niña.

La pajarita era como la niña: una aventurera.

Colocaron a la pajarita en la parte delantera del barco. Ambos soplaron para que el barco se alejara del borde del estanque.

- Navega, barquito, a cruzar el mar... – dijo el niño observando el barco que se alejaba hacia el centro del estanque.

El viento sopló suavemente y alejó más el barco.

La pajarita, muy derecha y segura en la proa, parecía la capitana del barco. La niña estaba orgullosa de ella.

- Solo le falta la gorra de capitán – dijo ella.

- Deberíamos haberle hecho un sombrero de papel – dijo el niño.

Entonces una ráfaga de viento sopló mucho más fuerte. El viento levantó el barco y la pajarita sobre el agua, y ambos dieron una voltereta en el aire. El barco se hinchó con el aire y salió volando por encima del estanque, muy, muy, lejos. La pajarita, tras seis piruetas, cayó de cabeza en el estanque y quedó flotando de lado en el agua...

La niña, preocupada, exclamó:

- ¡Se va a ahogar! - y estuvo a punto de meterse en el agua para salvarla, pero el niño la detuvo sujetándola con el brazo:

- Espera...

La pajarita flotaba sin problemas.

Dos ráfagas de viento la empujaron al otro lado del estanque, donde habían ido a esperarla los niños.

La pajarita estaba mojada, pero entera, sana y salva. La pajarita sonreía feliz.

El barco seguía volando, en un remolino de hojas secas. Por fin aterrizó en el camino y los chicos fueron a recogerlo.

Cuando los pusieron juntos, la pajarita y el barco se contaron emocionados sus respectivas aventuras.
Y así termina el cuento de la pajarita que aprendió a nadar y del barquito que aprendió a volar.

lunes, 20 de octubre de 2008

Elefantes



Tres elefantes
se balanceaban
sobre la tela de una araña...


(Pinchar en la imagen para ampliar)
Manualidades de Pedro Rovira Menaya

lunes, 13 de octubre de 2008

Rojo


El corazón del otoño
se abre en el parque.

Marionetas descansando

(Pinchar para ampliar)


Las marionetas descansan después de la función. Los brazos relajados, las piernas sueltas y estiradas....
Pero siempre con los ojos abiertos, hasta cuando están dormidas.
En todo momento observan la vida que les rodea, para aprender a moverse como los hombres y luego actuar en el teatro igual que personitas bailarinas y juguetonas.

Parque de las marionetas / Fiestas del Pilar

(Pinchar para ampliar)

Esta mañana he estado con mis hijos Pedro y Elena en el parque de las Marionetas, en el parque grande de Zaragoza. Había llovido, pero no queríamos perdernos los títeres. Me encantan las marionetas. Al entrar nos ha recibido el clásico teatro de autómatas, de principios de siglo, con sus negritos tocando.

Alrededor del kiosco de la música nos esperaban las barracas con los diverssos espectáculos de títeres. En el escenario abierto estaba el teatro Arbolé que representaba la obra de los tres cerditos. Las sillas del público estaban todas mojadas por la lluvia, pero como todo el mundo sabe, a mal tiempo buena cara, por eso los cerditos cantaban alegremente:


Somos los tres cerditos
de aquel cuento popular…




Los cerditos mediano y pequeño llamaban perro al lobo y éste se enfadaba mucho, porque él era un señor lobo…
Pero el lobo soplaba y soplaba y la casa de ladrillo… ¡no se derribaba! Afuu... Afuuu... Afuuuuu... soplaba el lobo. Pero ni fu ni fa, la casa permanecía en pie...


Como el año pasado vimos los Títeres de la Tía Elena, hemos decidido entrar en la Carpa Bagdad, donde Victor Antonov, de Rusia, presentaba sus encantadores títeres de hilos.




Justo empezaba a llover – ¿habrá sido por los cerditos que desafinaban? - cuando era la hora que empezaba el espectáculo, así que nos hemos asomado por la cortina de entrada de la carpa para que nos dejaran entrar y no nos mojáramos…


Ha inaugurado la sesión un impresionante trueno que ha caído encima mismo de la carpa. Un trueno de verdad, no de teatro.


¡¡¡BRROUUUUMMM!!!



Llovía, llovía mucho, se oía repiquetear fuertemente los goterones como oleadas sobre la carpa. Afortunadamente no había goteras, por lo que el espectáculo se representaba sin problemas.


El primer títere era muy simpático, llevaba un pajarito posado en la nariz y bailaba con mucha gracia.





El hombre forzudo levantaba las pesas pesadas y bailaba con ellas.


Después ha salido a escena un misterioso mago que se cubría el rostro con su negra capa. Tenía una regadera mágica…





Y al final, ¡ta-ta-ta-chín, tachín…!


Hemos tenido también artistas de circo que hacían impresionantes juegos malabares y hasta una trapecista que barría la escena de un lado a otro con el trapecio.



Tan entretenidos estábamos con los numeritos de las marionetas que a pesar de que oíamos el agua cayendo sobre la carpa, que casi daba miedo, no nos hemos dado cuenta de que… ¡teníamos los pies chapoteando! En realidad, más bien estaban buceando en un enorme charco que cubría toda la zona de las sillas.



¡Fin del espectáculo! Pies mojados, pero cabeza caliente y contenta. Un buen trabajo el de Victor Antonov, desde luego.


El público del parque de las marionetas se ha disuelto instantáneamente en el agua de lluvia, vamos, que ni el cola-cao ese super-rápido...


Así ha quedado el parque después del aguacero:





¡Corriendo a casa a comer, antes de chipiarnos más!

sábado, 11 de octubre de 2008

Algodón de azúcar


(Pinchar en el dibujo para ampliar)

A mi madre le gustaba llevarnos a la feria al atardecer. Las atracciones encendían entonces sus luces de mil colores. La noria gigante se reía en cada vuelta, pero iba tan deprisa que solo de verla me mareaba. Me monté en el tren de la bruja y me dieron dos escobazos, pero al final conseguí quitarle un globo al payaso. No me atreví a montarme en la montaña rusa, mi hermano sí que lo hizo y me estuvo llamando gallina toda la tarde. Olía a churros, a manzanas de caramelo, a chocolate. Por fin encontré lo que estaba buscando: algodón de azúcar. Churros podías comer en cualquier cafetería pero algodón solo una vez al año, en las ferias. Tiré de la manga de mi madre: ¡Mami, mami, quiero algodón, porfa…!


Mamá me compró el algodón de azúcar. Me quedaba embobado viendo como lo hacían: los hilos de algodón giraban vertiginosamente para enrollarse en el palito y en un momento crecía y crecía como por arte de magia, hasta convertirse en una bola grande y hermosa. Con el algodón en la mano creía estar paseando una nube rosada enroscada en un palito de madera. Mi mano arrancaba pedazos de algodón que se deshacían instantáneamente en mi boca. Acerqué los labios a él, lo lamí con la lengua, era como comer una nada dulce y etérea. La mano pegajosa, la cara llena de azúcar invisible, una mano que se pega a la otra, azúcar por todos lados… Mamá también cogió un pedazo de algodón y se lo comió, le traía recuerdos de su infancia. Dulce pringoso en mis manos, en mi jersey, en el chaquetón de mi madre, estaba tan rico… Y duraba tan poco como lo que tardaba en enrollarse al palito. En un abrir y cerrar de ojos, aquella enorme bola había desaparecido. Y solo quedaba un resto dulce en la boca, y un gran resto pegajoso en mis manos que se pegaban a todo lo que tocaba, al palo de madera, al boleto de la tómbola que era imposible de despegar, al jersey de mi hermano, que gritaba asqueado… Le di la mano a mi madre y pegados por el algodón de azúcar, recorrimos juntos la feria, madre e hijo, inseparables. Gracias a la pegajosidad del algodón, nunca me perdí en aquellas mareas de gente de la feria, que se tragaban a los niños despistados.

domingo, 5 de octubre de 2008

Un paseo por Zaragoza


Este león, visto así, podría estar en cualquier ciudad...





Pero así, con esa torre, ya no hay duda...




Unas cuantas fotos de un paseo matutino por el centro de Zaragoza. Mañana fresca y soleada, poca gente en las calles, soledad y casas con la cara bien lavada... Para que alguien diga que no está bonita nuesta ciudad y no solo lo nuevo de la expo, sino nuestra Zaragoza de siempre.












Disfrutad la ciudad, mientras aún haga buen tiempo.

Fiestas del Pilar


(pinchar en la foto para ampliar)


Ya llegan las fiestas del Pilar. Otra vez la ciudad se viste de fiesta (hemos estado todo el verano con la fiesta del agua, pues seguiremos un poco más). Ayer fue el pregón y aunque no pude verlo mi marido hizo unas fotos de la cabalgata y tenía una pinta estupenda, mucho colorido, mucho bicho, y hasta ¡un dragón! Nos divertiremos en el parque de las marionetas, jugaremos en el parque de los insectos con la PAI, bailaremos y cantaremos… Mares de gente recorrerán las calles, una marea de flores cubrirá la virgen del Pilar.
¡Bienvenidos a Zaragoza! ¡La fiesta comienza ya!

lunes, 29 de septiembre de 2008

ojazos


Alguien te observa en el cuarto de baño.


Foto de Pedro Rovira Menaya (mi hijo)

domingo, 28 de septiembre de 2008

Expo: antes, durante y después...

- Fuegos noche de clausura de la expo, Foto de Pedro Rovira Tolosana -

Ya se ha acabado la Expo. Nos dijo adiós a lo grande, con los fuegos artificiales de la noche de clausura acompañados por la música de Philipp Glass. Vimos los fuegos desde la terraza de nuestra casa, desde lejos, pero aun así resultaban espectaculares. He hablado poco por aquí de la expo, y eso que la hemos visitado cuatro días. Pero el tiempo pasa más deprisa de lo que yo quisiera y este blog siempre me da la sensación de ser un diario del pasado, pues siempre voy contando las cosas con retraso. El problema es que el tiempo no me da para más...




¿Qué podría contaros de la Expo? La mayor fiesta del agua en la Tierra. Entre la gente de Zaragoza suscita opiniones muy diversas y totalmente contrapuestas, amor incondicional u odio total, pero desde luego, nadie se queda indiferente. Ha sido el tema de conversación favorito de los zaragozanos para ponerla a caldo o para halagarla.

¿Quién no ha hablado de las carreras para ponerse en la cola del fast pass, de las colas de seis horas del pabellón de Alemania o del de Kuwait, del Iceberg con su espectacular música y sus imágenes impactantes (que tanto deprimían a algunos, aunque son la pura realidad, no sé qué nos sorprende tanto), de los tambores Africanos, de los mojitos del pabellón de Cuba, de las vistas desde la Torre del Agua...? Que hemos conseguido infraestructuras que de otro modo hubieran tardado siglos en llegar a nuestra ciudad no lo discute nadie ni tampoco que por fin Zaragoza se ha convertido en una ciudad con una cara moderna, donde existe algo más que la basílica el Pilar.
A algunos les gusta el pabellón de Marruecos, otros cuentan maravillas del de Japón, algunos opinan que muchos países montaron un pabellón de risa, pobre y sin interés. Qué chulada el tsunami del agua extrema... Que había demasiadas pantallas para leer, que tras un día en la expo tienes un empacho audiovisual... Que hemos visto mejores documentales en la tele o en internet o que fíjate que maravilla el documental de Aragón.

Palabras, palabras, palabras... Ruido en nuestros oídos.

Lo que todo el mundo parece estar de acuerdo es que de noche está preciosa. Quizá haya que dejar hablar al misterio, a la oscuridad iluminada de colores. Al murmullo de voces que iban de aquí para allá, subiendo hasta esa terraza escasamente iluminada con esferas de luz a ras del suelo, donde podías contemplar la luna llena... Al sonido de los conciertos y de las actuaciones que atraían mares de gente. Las luces, el colorido, las actuaciones, el frescor del río, que parece otro visto desde aquí, las torres del Pilar y de San Pablo iluminadas a lo lejos.

Eso es lo que dice la gente de la expo.

Nosotros, toda la familia, fuimos el primer día desde las 10 de la mañana hasta las 11 y media de la noche, nos dimos un empacho impresionante de ver pabellones y pabellones, agotador...

Por eso los siguientes días nos los tomamos con más calma. No hemos hecho colas interminables, porque nada merece la pena ni una ni cuatro ni seis horas de espera. Así que entrábamos donde no había que esperar mucho, y claro, nos hemos perdido las barquitas de Alemania y el pabellón de Japón y no-sé-qué que había que ver en Kuwait... Porque la expo no podía ser quedarse como un pasmarote en una cola, había que pasear, disfrutar de los espectáculos, no sentirse aplastado por el cansancio y el tedio... Así que el segundo día, nos metimos en el pabellón de Kazakhstan, donde tuvimos un recibimiento invernal (hacía frío de verdad) y nos recogimos en una yurta redonda y acogedora. Salimos a contemplar otra vez la cabalgata del circo del sol admirando los bailes y las piruetas de los artistas…
En Corea vimos un tierno audiovisual del enorme hombre de agua. Después de ver el pabellón de Aragón con su maravilloso documental de pantallas gigantes que nos rodeaban sobre el río a nuestros pies, nos fuimos a comer a casa, descansamos y volvimos a eso de las siete y media.
- Frutas al anochecer en el Pabellón de Aragón, foto de Pedro Rovira Tolosana -
Disfrutamos en Mónaco con esa pantalla táctil sobre un estanque, donde espantábamos a las imágenes con nuestras manos, o echándoles agua, incluso solo con la sombra y donde también pudimos dibujar con los dedos nuestros monigotes, obras que luego flotaban en el agua. Saboreamos las obras del Vaticano y escuchamos los atronadores y vibrantes ritmos africanos, después de descubrir que las mujeres africanas portan cuarenta kilos de agua sobre su cabeza durante más de diez kilómetros...
Aquel domingo por la noche fuimos al espectáculo "El hombre vertiente", de lo mejorcito de la Expo. Y también Me encantó el bosque sonoro, donde nuestras manos, tapando y destapando el hueco de los árboles de tubos metálicos, creaban melodías maravillosas, mezcla de músicas, percusión, del canto de los pájaros y de otros sonidos de la naturaleza. Podría haber estado allí rato y rato, escuchando y haciendo música.
- El hombre vertiente, foto de Pedro Rovira Tolosana -

Me gustó el grandioso pabellón de Marruecos y el de Turquía con sus hermosas fuentes. Y también Francia y sus burbujas.

- Pabellón de Francia, foto de Pedro Rovira Tolosana -

¿Cuántas cosas hemos visto y oído y descubierto y olido y sentido este verano?

El curioso Cirque Ici, el circo patrocinado por el pabellon de Francia. Un espectáculo con una sola persona en el escenario y tres ocuatro tramoyistas, más un técnico de luz y otro de sonido. Extraño especáculo en el que te quedabas con la boca abierta ante los artilugios extraños que sacaba aquel hombre con atronadores zapatos de armadura y que ponía en equilibrio estructuras imposibles.

Y el acuario fluvial. Los peces maravillosos de los ríos de todo el mundo. Enormes que se t comen o diminutos, que casi no se ven. Los escalofriantes cocodrilos del Nilo. Los caimanes petrificados del Amazonas que de repente cambiaban de posición y volvían a quedarse inmóviles como estatuas. Y las simpáticas nutrias persiguiéndose una a otra, bajo el agua. Y dando volteretas sobre sí mismas casi mordiéndose la cola…

Y por la noche, los efectos soñadores de las luces, los pabellones de colores. Y la luna presidiendo los pabellones, la auténtica reina de la noche.
Y muchas, muchas más cosas...
Al final de este verano de jolgorio tan intenso, yo me pregunto: ¿qué es la Expo? La Expo debería ser agua, agua en su esencia. Cuidado del agua en nuestro planeta. El colofón de buenos propósitos de la Carta de Zaragoza, que pretende velar por la conservación y buena gestión del agua y de la calidad de la misma. Y también su parte lúdica, ese agua que juega con nosotros, que alcanza nuestros sentidos.

Por eso, si tuviera que quedarme con un momento de la Expo, me quedaría con el remojón en la fuente de la entrada de la puerta del Ebro.

Era el lugar preferido de los niños, sin duda. Una cosa tan simple como es una fuente a ras del suelo cuyos chorros van saliendo con un ritmo impredecible. Los niños accedían a su centro, pasaban y traspasaban dejándose mojar por el agua.

Sentirse envuelto por el agua y por las risas de los niños, sus gritos de júbilo cuando el agua los moja de repente. Volverse niño otra vez, jugando con el agua, corriendo sobre ella, dejándose atrapar por los chorros refrescantes... Una delicia.
- Fuente en Expo, fotos de Pedro Rovira Tolosana -

Hay expectáculos mucho más grandiosos, como el hombre vertiente o el iceberg, pero experimentar el agua en el propio cuerpo es mejor que un audiovisual más o menos edulcorado. Sentirnos renacer y reír. Y pensar cómo sería nuestra vida cotidiana sin agua: triste, seca y sucia. Pensar que en algunos sitios no pueden disfrutar de este bien tan grande y tan necesario para la vida. Y que nosotros, los del mundo desarrollado, la malgastamos, millonarios de agua en nuestras ciudades, en nuestras casas, en nuestros jardines.

Después de la Expo, Zaragoza sigue queriendo visitarse y revisitarse, lanzarse a la calle; todos los que tenían mono de Expo se zambulleron el fin de semana siguiente en el rastrillo de oportunidades que montaron los países de los pabellones de la Expo, donde poder llevarse un recuerdo de la mayor fiesta del agua en la Tierra. Y los que no estaban allí acabaron en el mercadillo medieval de la plaza San Bruno, hormigueando entre los puestos. Porque la gente ya no puede parar en su casa, necesitan ver, codearse con el prójimo, cuanto más juntos mejor, aunque no veamos nada en el mercadillo...

En fin, me hubiera gustado más pasear por el mercado medieval con menos gente, porque apenas vi lo que vendían en los puestos... ¿Cuándo se le va a pasar a la gente las ganas de salir de casa?
Este fin de semana, por el centro de Zaragoza, plaza el Pilar, el Casco Viejo, Paseo Independencia... era igual, gente y más gente por todos los lados, de día y de noche... ¡Buuufff!
Y esto seguirá porque el próimo fin de semana comienzan las fiestas de Pilar...

martes, 23 de septiembre de 2008

La semana pasada fue mi cumpleaños y estos fueron mis regalos:


Un monigote graciosísimo que me trae un regalito, hecho por mi hijo Pedro




Un corazón cariñoso de mi hija Elena…



Un ordenador con una pantalla enoooorme… En el que estoy escribiendo ahora.





Un montón de libros…
uno de ellos de haikus, todo un acierto, porque estaba deseando comprarme uno: El libro del haiku de Alberto Silva,
El pabellón de las peonías, de Lisa See, y
María bonita, de Ignacio Martínez de Pisón, que lo he cambiado hoy pues ya lo tenía, por

Las dulces pesadillas de Emily the Strange, con su encantadora portada:


Y una preciosa libreta , para que no se me olvide escribir a mano. Y para hacer algún dibujo, claro. Una maravilla para cuando estoy de viaje y escribo nuestros diarios llenos de anécdotas. Un regalo de mi hermanita, que me conoce bien y sabe como me gustan estas cosas...




Para estrenar el libro de haiku y de paso el otoño que ya ha comenzado, copio aquí un haiku:


Al salir de mi casa ya soy
uno más que va errando
por la tarde de otoño.

- Buson –

lunes, 22 de septiembre de 2008

Otoño

Trae el otoño
la lluvia que chispea
en mi ventana

domingo, 21 de septiembre de 2008

Bubisher, el bibliobus del Sahara

Hoy quiero presentaros el “Bubisher”. Se trata de un proyecto de animación a la lectura para los niños del Sáhara, que pretende llevar un autobús (el bibliobus llamado Bubisher) cargado de libros hasta los campamentos de refugiados. Se busca a voluntarios para trabajar allí con este propósito de acercar la lectura y la cultura a los niños en sus madrasas. El bibliobus partirá en octubre. Si queréis más información sobre el asunto podéis encontrarla en la página de Gonzalo Moure, en los siguientes enlaces:
http://www.gonzalomouretrenor.es/?p=183

Me gustaría participar, pero este año no podrá ser, quizá el siguiente.
Me gustaría poder convivir con los niños Saharahuis, darles un poco de esperanza en su cultura y que sigan luchando con armas pacíficas para que dejen de ser olvidados sin futuro. Es cierto que hay muchas cosas que hacer por el Sáhara en cuanto a medios materiales, pero este es otro tipo de ayuda, que pretende aportarles otro alimento para su crecimiento cultural, que les impulse a crear su lugar en el mundo. Como otros países conquistados por la fuerza (vease Tibet por ejemplo), necesitan nuestro apoyo.

El Bubisher se presenta el día 24 de septiembre, en Madrid, en el Teatro de Marionetas del Retiro, entrada por la calle de Alcalá, a las 12 de la mañana. Nosotros aquí, desde Zaragoza, tenemos bastante difícil asistir, pero si vivís o concéis a alguien en Madrid, estáis invitados a verlo.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Las brujas de Galicia




He estado en Galicia, la tierra de las brujas y he encontrado brujas que se ríen y bailan en tiendas de recuerdos para turistas.
Pero las brujas de verdad estaban escondidas y si preguntabas por ellas se hacía el silencio, como si nadie quisiera atraer el mal de ojo.

En la bruma que ascendía de los montes cabalgaba el espíritu de las brujas, también podías olerlas en el penetrante aroma de los bosques de eucaliptos y encontrabas su rastro en las piedras de los castros, donde los druidas cocían sus pócimas.




Eran ellas las que ocultaban los carteles indicativos para que no pudiéramos llegar al dolmen de Axietos, o las que aturdían nuestro entendimiento con un vaso generoso de crema de orujo, dulce y suave, que nos hacía reír como niños.
Eran ellas las que nos enrrollaban en las enormes olas del oceáno, su espuma convertida en largas cabelleras canosas enredándose en nuestro cuerpo.

En los pazos olvidados, semiderruidos, con la hiedra y la maleza creciendo entre las juntas de las piedras dormidas, las brujas susurraban historias de fantasmas y aparecidos.

Y en los faros de la Costa de la Muerte, las rocas hablaban de esas brujas que con sus ungüentos curaban a los náufragos y los hacían soñar con barcos que nunca naufragaban. Y que como Circe, se enamoraban de esos marineros y no querían dejarlos marchar.



La foto del hórreo es de Pedro Rovira, y la que salgo yo también, claro