- Fuegos noche de clausura de la expo, Foto de Pedro Rovira Tolosana -
Ya se ha acabado la Expo. Nos dijo adiós a lo grande, con los fuegos artificiales de la noche de clausura acompañados por la música de Philipp Glass. Vimos los fuegos desde la terraza de nuestra casa, desde lejos, pero aun así resultaban espectaculares. He hablado poco por aquí de la expo, y eso que la hemos visitado cuatro días. Pero el tiempo pasa más deprisa de lo que yo quisiera y este blog siempre me da la sensación de ser un diario del pasado, pues siempre voy contando las cosas con retraso. El problema es que el tiempo no me da para más...
¿Qué podría contaros de la Expo? La mayor fiesta del agua en la Tierra. Entre la gente de Zaragoza suscita opiniones muy diversas y totalmente contrapuestas, amor incondicional u odio total, pero desde luego, nadie se queda indiferente. Ha sido el tema de conversación favorito de los zaragozanos para ponerla a caldo o para halagarla.
¿Quién no ha hablado de las carreras para ponerse en la cola del fast pass, de las colas de seis horas del pabellón de Alemania o del de Kuwait, del Iceberg con su espectacular música y sus imágenes impactantes (que tanto deprimían a algunos, aunque son la pura realidad, no sé qué nos sorprende tanto), de los tambores Africanos, de los mojitos del pabellón de Cuba, de las vistas desde la Torre del Agua...? Que hemos conseguido infraestructuras que de otro modo hubieran tardado siglos en llegar a nuestra ciudad no lo discute nadie ni tampoco que por fin Zaragoza se ha convertido en una ciudad con una cara moderna, donde existe algo más que la basílica el Pilar.
A algunos les gusta el pabellón de Marruecos, otros cuentan maravillas del de Japón, algunos opinan que muchos países montaron un pabellón de risa, pobre y sin interés. Qué chulada el tsunami del agua extrema... Que había demasiadas pantallas para leer, que tras un día en la expo tienes un empacho audiovisual... Que hemos visto mejores documentales en la tele o en internet o que fíjate que maravilla el documental de Aragón.
Palabras, palabras, palabras... Ruido en nuestros oídos.
Lo que todo el mundo parece estar de acuerdo es que de noche está preciosa. Quizá haya que dejar hablar al misterio, a la oscuridad iluminada de colores. Al murmullo de voces que iban de aquí para allá, subiendo hasta esa terraza escasamente iluminada con esferas de luz a ras del suelo, donde podías contemplar la luna llena... Al sonido de los conciertos y de las actuaciones que atraían mares de gente. Las luces, el colorido, las actuaciones, el frescor del río, que parece otro visto desde aquí, las torres del Pilar y de San Pablo iluminadas a lo lejos.
Eso es lo que dice la gente de la expo.
Nosotros, toda la familia, fuimos el primer día desde las 10 de la mañana hasta las 11 y media de la noche, nos dimos un empacho impresionante de ver pabellones y pabellones, agotador...
Por eso los siguientes días nos los tomamos con más calma. No hemos hecho colas interminables, porque nada merece la pena ni una ni cuatro ni seis horas de espera. Así que entrábamos donde no había que esperar mucho, y claro, nos hemos perdido las barquitas de Alemania y el pabellón de Japón y no-sé-qué que había que ver en Kuwait... Porque la expo no podía ser quedarse como un pasmarote en una cola, había que pasear, disfrutar de los espectáculos, no sentirse aplastado por el cansancio y el tedio... Así que el segundo día, nos metimos en el pabellón de Kazakhstan, donde tuvimos un recibimiento invernal (hacía frío de verdad) y nos recogimos en una yurta redonda y acogedora. Salimos a contemplar otra vez la cabalgata del circo del sol admirando los bailes y las piruetas de los artistas…
En Corea vimos un tierno audiovisual del enorme hombre de agua. Después de ver el pabellón de Aragón con su maravilloso documental de pantallas gigantes que nos rodeaban sobre el río a nuestros pies, nos fuimos a comer a casa, descansamos y volvimos a eso de las siete y media.
- Frutas al anochecer en el Pabellón de Aragón, foto de Pedro Rovira Tolosana -
Disfrutamos en Mónaco con esa pantalla táctil sobre un estanque, donde espantábamos a las imágenes con nuestras manos, o echándoles agua, incluso solo con la sombra y donde también pudimos dibujar con los dedos nuestros monigotes, obras que luego flotaban en el agua. Saboreamos las obras del Vaticano y escuchamos los atronadores y vibrantes ritmos africanos, después de descubrir que las mujeres africanas portan cuarenta kilos de agua sobre su cabeza durante más de diez kilómetros...
Aquel domingo por la noche fuimos al espectáculo "El hombre vertiente", de lo mejorcito de la Expo. Y también Me encantó el bosque sonoro, donde nuestras manos, tapando y destapando el hueco de los árboles de tubos metálicos, creaban melodías maravillosas, mezcla de músicas, percusión, del canto de los pájaros y de otros sonidos de la naturaleza. Podría haber estado allí rato y rato, escuchando y haciendo música.
- El hombre vertiente, foto de Pedro Rovira Tolosana -
Me gustó el grandioso pabellón de Marruecos y el de Turquía con sus hermosas fuentes. Y también Francia y sus burbujas.
- Pabellón de Francia, foto de Pedro Rovira Tolosana -
¿Cuántas cosas hemos visto y oído y descubierto y olido y sentido este verano?
El curioso Cirque Ici, el circo patrocinado por el pabellon de Francia. Un espectáculo con una sola persona en el escenario y tres ocuatro tramoyistas, más un técnico de luz y otro de sonido. Extraño especáculo en el que te quedabas con la boca abierta ante los artilugios extraños que sacaba aquel hombre con atronadores zapatos de armadura y que ponía en equilibrio estructuras imposibles.
Y el acuario fluvial. Los peces maravillosos de los ríos de todo el mundo. Enormes que se t comen o diminutos, que casi no se ven. Los escalofriantes cocodrilos del Nilo. Los caimanes petrificados del Amazonas que de repente cambiaban de posición y volvían a quedarse inmóviles como estatuas. Y las simpáticas nutrias persiguiéndose una a otra, bajo el agua. Y dando volteretas sobre sí mismas casi mordiéndose la cola…
Y por la noche, los efectos soñadores de las luces, los pabellones de colores. Y la luna presidiendo los pabellones, la auténtica reina de la noche.
Y muchas, muchas más cosas...
Al final de este verano de jolgorio tan intenso, yo me pregunto: ¿qué es la Expo? La Expo debería ser agua, agua en su esencia. Cuidado del agua en nuestro planeta. El colofón de buenos propósitos de la Carta de Zaragoza, que pretende velar por la conservación y buena gestión del agua y de la calidad de la misma. Y también su parte lúdica, ese agua que juega con nosotros, que alcanza nuestros sentidos.
Por eso, si tuviera que quedarme con un momento de la Expo, me quedaría con el remojón en la fuente de la entrada de la puerta del Ebro.
Era el lugar preferido de los niños, sin duda. Una cosa tan simple como es una fuente a ras del suelo cuyos chorros van saliendo con un ritmo impredecible. Los niños accedían a su centro, pasaban y traspasaban dejándose mojar por el agua.
Sentirse envuelto por el agua y por las risas de los niños, sus gritos de júbilo cuando el agua los moja de repente. Volverse niño otra vez, jugando con el agua, corriendo sobre ella, dejándose atrapar por los chorros refrescantes... Una delicia.
- Fuente en Expo, fotos de Pedro Rovira Tolosana -
Hay expectáculos mucho más grandiosos, como el hombre vertiente o el iceberg, pero experimentar el agua en el propio cuerpo es mejor que un audiovisual más o menos edulcorado. Sentirnos renacer y reír. Y pensar cómo sería nuestra vida cotidiana sin agua: triste, seca y sucia. Pensar que en algunos sitios no pueden disfrutar de este bien tan grande y tan necesario para la vida. Y que nosotros, los del mundo desarrollado, la malgastamos, millonarios de agua en nuestras ciudades, en nuestras casas, en nuestros jardines.
Después de la Expo, Zaragoza sigue queriendo visitarse y revisitarse, lanzarse a la calle; todos los que tenían mono de Expo se zambulleron el fin de semana siguiente en el rastrillo de oportunidades que montaron los países de los pabellones de la Expo, donde poder llevarse un recuerdo de la mayor fiesta del agua en la Tierra. Y los que no estaban allí acabaron en el mercadillo medieval de la plaza San Bruno, hormigueando entre los puestos. Porque la gente ya no puede parar en su casa, necesitan ver, codearse con el prójimo, cuanto más juntos mejor, aunque no veamos nada en el mercadillo...
En fin, me hubiera gustado más pasear por el mercado medieval con menos gente, porque apenas vi lo que vendían en los puestos... ¿Cuándo se le va a pasar a la gente las ganas de salir de casa?
Este fin de semana, por el centro de Zaragoza, plaza el Pilar, el Casco Viejo, Paseo Independencia... era igual, gente y más gente por todos los lados, de día y de noche... ¡Buuufff!
Y esto seguirá porque el próimo fin de semana comienzan las fiestas de Pilar...