(traéme un puñado de arena para mi jardín
zen)
Paseaba por las
orillas del río, recogiendo todo lo que encontraba en los bolsillos de su
falda: hilachas de niebla, arcoíris en cristales rotos, crujidos de hojas
secas, frutos de escaramujo, flores silvestres, las ráfagas de cierzo que se le
metían por todo el cuerpo sin pedir permiso... Algunos días pensábamos que el
viento se la llevaría volando para reunirla con sus hermanos serafines, pero
ella le plantaba cara y no se dejaba arrastrar, pues tenía alma de ángel de
tierra, de esos que vuelan sin levantarse ni un palmo del suelo, y, cogidos de
su mano, nos hacía volar también con ella, con sus historias contadas al oído.
Una de esas
tardes, recogió un grano de arena y, contemplando aquella partícula
infinitesimal en la enormidad de su mano, tuvo la certeza de que el mundo
entero cabía en él. Guardó el grano de arena en una cajita y desde de entonces,
los tesoros con los que tropezaba en sus paseos iban a parar dentro del grano
de arena. Allí, con las hilachas de niebla tejía bufandas para el verano, los
arcoíris reinaban en el cuarto de los niños, los crujidos de hojas secas
sonaban como las zapatillas de la abuela arrastrándose por el largo pasillo,
los escaramujos se convertían en narices de payaso, y las flores, unas veces
terminaban engarzadas en guirnaldas para las fiestas, y otras como hermosas
coronas funerarias. Y hasta conseguía calentar el cierzo con su aliento para
transformarlo en siroco. Al atardecer, los silbidos de los estorninos
piropeaban a las chicas guapas, mientras que las plumas de cisne hacían
cosquillas a las chicas feas.
Su grano de
arena se llenaba cada vez más, y sus amigos y admiradores nos acercábamos a
mirar cómo crecía y crecía… Y ella nos
mimaba… La sonrisa explosiva de una ninfa isleña retumbaba en las paredes del
grano y un martín pescador que siempre se quejaba de pescar botas en mal estado
acababa comiéndose sus deliciosos pescados al horno. Con el envés aterciopelado
de las hojas de los álamos arropaba a las ranitas hartas de la humedad de las
charcas, y sus encantamientos atraían a las brujas de ciudad. Algunos viernes
se dejaba tentar por unas concurridas fiestas de letras y enviaba al anfitrión
una de sus tormentas de arena. Y princesas norteñas leían y releían sus
historias largas, animándole a ampliar el horizonte del pequeño grano de arena.
Hasta que a
nuestra amiga la empujaron a conocer otros mundos. Lo que nunca pudo imaginar
es que viajaría a un lugar lleno de granos de arena. Un mundo que parece estar
en otro mundo, pero que está en este.
Desde allí nos
llegarán sus soplos de viento simún cargados de nuevas historias, más cálidas,
o quizá más frías, para compensar las temperaturas agobiantes del lugar. Y nos perderemos
en su desierto, con la esperanza de encontrarnos con nosotros mismos, pero sobre
todo, para encontrarnos con ella. Porque aunque le gusta sembrar la inquietud en los espejismos, también
habrá plantado un oasis en cada esquina
para sacarnos de la arena.
* * *
Para Ángeles y para todos aquellos que disfrutáis de su mundo en un grano de arena.