lunes, 30 de septiembre de 2013

SEPTIEMBRE 2013





Cuando te miro, te embrujo.

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Septiembre es el mes de la bruja, y por eso tenía que traer por aquí al gato de la bruja. Mi hija se lo hubiera traído a casa.  

domingo, 29 de septiembre de 2013

El susurro de los pies descalzos



Fotografía de Lissa Hatcher
Va cerrando puertas de habitaciones vacías. El pasillo se va quedando a oscuras. La soledad le cala los huesos. Su corazón se seca por dentro. Solo cuando el elefante regrese al jardín y los pétalos de la rosa se abran bajo el sol, la luz entrará de nuevo en esta casa. Volverán los niños a llenar con sus risas los rincones. Ahora se pasean, transparentes, por el pasillo. Ella se refugia en la habitación del fondo, con la persiana bajada y la puerta cerrada, pero aún así oye sus pies descalzos y le roban el sueño con la lluvia de sus lágrimas, con sus largas caras pálidas que atraviesan la pared. Los niños le preguntan: ¿Y el elefante, cuándo volverá?

* * *

Este relato quedó finalista en el mes de febrero del II concurso de La Microbiblioteca de Barberá del Vallés. Con motivo de la entrega de premios del concurso me escapé a Barberá y me traje el librito recopilatorio con todos los relatos ganadores y finalistas:

De mi álbum de fotos
¡Y qué ilusión reunirme con todos los amigos microrrelatistas de Barcelona y alrededores!!!!

domingo, 22 de septiembre de 2013

Tímido ermitaño






De julio a septiembre, la playa de nuestro pueblo se viste de turistas de chancleta que huelen a bronceador de coco. Ante semejante invasión, los cangrejos ermitaños abandonamos nuestras conchas y aprovechamos la migración de los atunes para veranear en las solitarias playas del norte. Al regresar, es difícil encontrar casa: hay menos conchas y montones de basura abandonada. Este año decidí no moverme de casa: mi nueva concha se amolda a mi cuerpo y tiene todas las comodidades, hasta cuenta con un agujerillo por el que corre el agua para su limpieza, perfecto también para la ventilación cuando reposo en la orilla. Pero una niña se enamoró de los colores delicados de mi concha y le encantó, como a mí, el agujerito. Se ha hecho un collar pasando por el agujero un hilo y me lleva colgado en su escote. Cuando descubrió que yo estaba dentro, me preparó un nuevo hogar: un tarro de cristal. Pero esta casa me va grande, además soy muy tímido y no soporto que me estén mirando todo el rato. No sé cómo decirle que prefiero seguir colgado en mi concha y dormir acunado por el pom-pom rítmico que sale de su pecho.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

La caja de juguetes




Al cumplir trece años, metí en una caja de madera mis juguetes favoritos. Y los enterré en una jardinera de la terraza. Llovió. Hizo sol. Viento. Muchas veces. En este orden o en el inverso, incluso todo a la vez: sol-lluvia-viento. Mi madre plantó caléndulas, perejil, petunias blancas. Fui a la universidad. Un día conocí a una chica. Me casé. Mi madre murió. Ya no había caléndulas ni perejil ni petunias. Me llevé la jardinera a mi casa. Planté con mi hija geranios. Revolviendo la tierra, la chica encontró la caja. Ahora mi hija juega con caballos azules y un gran jefe indio. Las canicas me miran con sus ojos de colores. Tienen el mismo brillo, la misma fantasía en sus volutas de plastilina que cuando las gané en el recreo. Por ellas no pasa el tiempo. Sin embargo, las plumas del indio están descoloridas. Y el recreo de mi colegio ya no existe, actualmente hay un edificio horroroso en su lugar. Pero sigo viéndolo cada vez que paso delante de él. En mi corazón algunas cosas permanecen, otras se han ido. Muchas las intento atrapar. He pensado guardar las que pueda en esta caja, de nuevo. Quizá me entierren con ella.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Ausencia



Tu espíritu permanece adherido a las paredes de mi casa, las huellas transparentes de tus pies acarician las baldosas y las lágrimas de tu despedida motean todavía los cristales de la ventana.

Tu ausencia me persigue con pasos silenciosos, su eco resuena en un pozo profundo y seco. Te busco detrás de las puertas, en los rincones polvorientos. Por las noches el suplicio es todavía más intenso: respiro el vacío que has dejado en el sofá y me ahogo en ese hueco de mi cama imposible de llenar. Al abrir el frasco de colonia que olvidaste, aspiro el perfume, huérfano del aroma de tu piel. Busco entre las sábanas el sabor de tus besos y la única compañía que encuentro es la de la luna insomne en la ventana. Sé que ella, dentro de siete días, también se irá. Es la única certeza de mi vida. La duda es si tú regresarás con ella.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Filtro de amor



Sentado en las escaleras de la iglesia, rasgueaba mi laúd en busca de una canción que ofrecerle aquella noche a mi dama. El bullicio del mercado estorbaba mi tarea: envuelto por los placeres mundanos, ni la melodía, ni las palabras alcanzaban a expresar la pureza del amor por mi dulce Genevieve. Me extasiaba en el recuerdo de su pálido tobillo y el olor del cuero me arreaba una patada en las narices; si pensaba en el perfume de rosas de sus manos, me alcanzaba el penetrante aroma de los quesos bien curados; y su voz de pajarillo era enmudecida por el jolgorio de los borrachos empapados de aguamiel. Solo las marmitas de cobre del cacharrero me evocaron el fulgor de su cabello pelirrojo, pero aquella no era precisamente una metáfora digna de ser cantada a la dueña de mi corazón.
La vieja del puesto cercano, con su ojo derecho peleándose por mirar entre las verrugas, me espetó con voz de graja:
— Joven trovador, menos canciones y más pociones, necesitas para tu amor.
Me acerqué con curiosidad a su puesto, donde el aroma de la lavanda se mezclaba con las hojas de hepática y las hierbas para los retortijones y sobre un tapete de terciopelo ajado descubrí unos frasquitos del tamaño de mi dedo meñique con el dibujo de un corazón.
—¿A cuánto el filtro de amor?
—Para ti, tres reales.
—No tengo tres reales, ¿no prefieres una canción?
—¿Y qué hago yo con una canción, camelar a un mancebo? –gruñó ella.
Mientras la vieja preparaba un saquito de hierbas para un escudero escuálido, aproveché su descuido, y, sin dejar de tocar mi laúd, estiré mis dedos y me hice con un frasquito. De allí me alejé, tocando y cantando y en la esquina eché a correr. Atrás quedaron los gritos de la bruja: ¡Al ladrón! ¡Al ladrón!
En el rincón oscuro de un establo, saqué el frasco: en su interior brillaba un líquido azul que se agitaba en círculos lentos, sosegados. El movimiento me atrapó, no podía apartar mi mirada de aquel azul. Flotando en él aparecieron los ojos de Genevieve. A la luz de esos ojos comencé a tocar el laúd; mis dedos se movían solos y el susurro de una canción escapó sin conciencia de mi boca.

Esa noche, el beso de mi laúd se enredó en la boca de ambrosía de Genevieve, a los pies de su balcón.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Mi París deseado en la nave de los locos


Hoy podéis leerme en la nave de los locos de Fernando Valls, donde hago una crónica de mis intentos siempre truncados de volver a París. Pinchad aquí para leerla. Y aquí debajo os dejo mi Nike fantasma (fijaos qué fotos tan malas hacía yo en aquellos tiempos). Recuerdo que nos topamos con ella de repente, ¡menuda sorpresa, nos llevamos, querida Victoria de Samotracia!