Primero las
oímos lejos, un rumor que fue creciendo conforme se aproximaban, y cuando
estuvieron sobre nuestras cabezas, su gruir se volvió tan intenso que nos hizo
mirar al cielo para descubrirlas volando sobre los tejados. Las grullas regresaban
a su hogar en el norte, como cada año en febrero. El niño en el arenero fue el
primero en reaccionar: la vibración de su canto le puso inmediatamente en pie,
arrojó la pala al suelo y salió corriendo tras ellas. A él le siguió su padre,
y una perrita que arrastró con la correa a su ama, la abuela del abrigo negro,
emocionada con esas alas que parecían haberle crecido en los pies. En cada
esquina nos incorporamos a la carrera otros más, también se nos unió el ciclista
y el señor con el carrito de la compra, y hasta la mujer ensimismada, que
gracias a la llamada de las grullas volvió a percibir el mundo. Y así fue como
todos, impulsados por su gru-gru envolvente, abandonamos la ciudad en busca de
la primavera.
* * *
Para el viernes creativo del 26 de febrero en el bic naranja.
Un homenaje a las grullas que pasaron el sábado por Zaragoza, y que despertaron nuestras ansias de primavera.