Si una microrrelatista toma un avión entre
semana desde la Palma que alcanza los 900 Km/h, un dibujante coge el viernes un
tren desde Granada a 180 Km/h, otros salen desde Valencia a 120 Km/h, el sábado unas
microrrelatistas suben a un AVE desde Zaragoza que va a 300 Km /h, otra un AVE desde Valladolid,
otra un autobús a 100 Km/h desde Burgos, otro desde Segovia, otros desde Barcelona, otros, otro AVE
desde Sevilla, algún otro viene desde Cáceres, una pareja otro tren más desde
La Coruña, otra en avión desde Freiburg (menudo viajecito), otra viene desde Vitoria, otros cogen el metro en Madrid, otro va en
moto, otros en coche y otros desde cualquier punto de España que me haya
olvidado, ¿dónde se encuentran todos ellos el sábado 18 de mayo a las 12 del
mediodía?
A los cartesianos matemáticos les faltan datos
para solucionar este problema, pero todos vosotros la sabéis: un pez les da un
coletazo y los lanza a la Casa de un León que lee sobre todo microrrelatos.
Allí se encuentran por primera vez en carne y
hueso, o se reencuentran y les saltan las lágrimas de alegría, y se besan, se
abrazan, se emocionan de todo corazón.
Y compran libros y comparten embutidos y
ensaladas en dos mesas largas, larguísimas y comparten también relatos, charlas
y risas sin fin. En la mesa se me pega un niñocactus suave que me pincha con
cuentos infantiles, y una mora-Mei con acento alemán que, como a mí, no le
gusta el café (eso me cuesta que el camarero derrame un café con leche sobre mi
chaqueta BLANCA); me rodean también un dibujante loco con corazón de azúcar, una
hiperactiva capaz de hacer cien cosas a la vez (incluso sin cienmanos) que
recoge mis palabras y las vuestras, un Atticus enamorado de Matar a un ruiseñor y una rosa sin espinas y que come manzanas como Blancanieves.
El payaso, con el aroma de Amador bajo el
sobaco, por fin consigue hablar de su libro. Incluso firma un autógrafo a mi bruja y a otros advenedizos. El vino quiere correr pero es absorbido por el
depósito de una Mercedes descapotable que se pone muy contenta. Los micros se
leen de arriba a abajo y de abajo a arriba. Llueven micros tuneados sobre una
mesa y una fila larga de pedigüeños se dispone a conseguir uno de ellos. Los micros
tuneados pasan de una mano a otra y los autógrafos se garabatean aquí y allá...
La Margarita del me quiere, no me quiere,
viene hacia mí, con la sonrisa dulce y arrebatadora de una explosión de
dinamita y me llevo no solo sus pétalos y su antología de micros de amor y
desamor, sino su abrazo más profundo, y sus besos, y su eterna sonrisa, otra
vez lo digo, aunque me repita.
Y una bruja y una rana preguntan desesperadas: ¿dónde está Rosa? La rosa se pierde y se encuentra sola (bueno, con la
inestimable ayuda de un taxista cabroncete). Mi bruja trata de robar un micro explotando en el vacío que
ha depositado Atticus en mi caja fuerte, pero este lucha e insiste en
recuperarlo.
Y también tenemos una obra de teatro traída por el ángel de las flores.
Y luego llenamos una farmacia de guardia para conseguir nuestra dosis de cañas
espumosas y bocatas de calamares y el pan que se acaba, y saboreamos emociones y
sensaciones, y extrañas teorías sobre literatura y mujeres y me encuentro con un boxeador casi
recién estrenado de padre y un ilustrador que también colecciona despojos… Y a pesar de que intentemos ahogar Eurovisión en la laguna de Sanabria, siempre hay una musa acuática y unas
flores que se empeñan en hacerle el boca a boca…
Fue un sueño, pero lo mejor es que fue de
verdad. Que pude estrechar entre mis brazos a todos esos locos enredados en la
telaraña de los blogs. Y que el domingo, en el AVE de vuelta a Zaragoza, llevaba
en mi maleta todos los abrazos y los besos de esos microrrelatistas que el
sábado se tragaron un pez (algunos bacalao) y escupieron palabras hermosas y
carcajadas.
* * *
Esta es mi crónica de la III Microquedada, celebrada el 18 de mayo en Madrid, Casa de León, Calle del Pez, nº 6.
No he puesto enlaces de los blogs de cada uno,
porque vosotros ya sabéis quienes son y les habéis puesto cara y todo. Y porque
además me parecería injusto para los que no nombro, pero que los llevo, que no lo duden, en
el corazón. Y los que no estuvieron... ¡Que se apunten a venir a la próxima!
Las dos primeras fotos son mías, las siguientes son prestadas por José Luis Sandín y Elena Casero.