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Dibujo de Ángeles Sanchez Portero |
Una bella garza blanca se enamoró de un príncipe. Sobrevolaba su palacio
todos los días para verlo montar su caballo y
lo seguía en sus paseos. El príncipe también se había percatado de la
presencia del ave: admiraba su vuelo elegante con el largo cuello plegado en
ese, sus hermosas plumas blancas que parecían terminar en dedos capaces de acariciar. Ella a veces se le acercaba en un vuelo bajo y próximo en el que casi podía tocarla. Pero no era una mujer y su belleza no conquistó su corazón.
La garza acudió a una bruja, que, haciéndole tomar un asqueroso bebedizo,
la convirtió en una mujer. El encantamiento duraría un día y una noche, luego
volvería a ser garza. Se presentó ante el príncipe convertida en una joven,
alta, delgada, de cuello esbelto, piel blanquísima y una elegancia que al andar
parecía como si volara. El príncipe tenía la sensación de haberla visto antes,
pero ella afirmaba ser extranjera y era imposible que se hubieran conocido. Después
de pasear por los jardines de palacio, la invitó a cenar y bailaron juntos, y
en el baile, al abrazarse uno a otro y girar encandilados, el mismo príncipe creyó
volar en sus brazos. Se acostaron y se amaron toda la noche y el tacto de su
piel era como de plumas suaves y su boca picoteaba sus labios en pellizcos
electrizantes. La joven garza amó al príncipe y gozó aquella única noche de amor.
Antes de amanecer, mientras él dormía, miró por última vez su bello cuerpo y su
plácido rostro dormido. Se convirtió de nuevo en garza blanca, dio un vuelo
alrededor de su amado, se despidió con un beso en el aire, y salió por la
ventana.
Cuando despertó, el príncipe encontró su cama vacía. Buscó a la princesa,
pero por más que removió cada rincón de su reino y de otros reinos, jamás la
encontró. Solo cuando veía volar aquella garza blanca sobre su caballo sentía
un recuerdo de aquella mujer, le abordaba una pasión extraña, que no podía
comprender. Pero después de verla volar, hermosa, blanca, ligera… su razón le
decía que era imposible que una garza, por muy bella que fuera, se convirtiera
en princesa.
Tras aquella noche de amor, la garza puso un huevo. Lo empolló con amor.
Y el polluelo que nació fue mitad princesa, mitad garza. Al principio, fea y
cubierta de plumón como todos los polluelos, solo boca que pedía a gritos algo
de comer. Después creció y desbordó el nido, pero no se alejó de él. Tenía los
ojos grandes y despiertos de su padre y esos labios boca que se deseaba besar; un
cuello largo, desmesurado, como el de su madre. El cuerpo era de mujer, pero
redondo como un pollo y con hermosos senos. Sus brazos eran alas, terminaban en
plumas como dedos, pero era incapaz de volar. Y caminaba sobre dos patas ganchudas
de ave, aquella era la parte más horrible de su ser.
Ni era garza ni princesa, pero su madre la amaba y la crió con todo el
amor que una garza sabía dar. Le traía jugosos pescados, limpiaba sus plumas,
picoteaba su espalda para hacerle cosquillas. Pero ella no sabía cuidar a una
niña y se la entregó a la bruja. La bruja en su cumpleaños le regaló un vestido
que vistió su cuerpo como el de una regordeta y extraña doncella.
El príncipe se fue lejos, en busca de la dama blanca.
La garza se unió con un macho garza de su especie. Y puso otro huevo, del
que nació un polluelo de garza.
El príncipe nunca encontró a su dama blanca y se casó con una princesa,
como alianza con un país lejano.
Al cabo de algunos años llegó a las puertas de palacio la doncella-garza. La vio su padre
desde la torre, y dijo a los guardias que la dejaran pasar. Llevaba en una
jaula una garcilla. El príncipe se conmovió ante aquella extraña criatura, mitad
humana, mitad pájaro. Y había algo en sus alas, en su cuello, en su manera de
andar rozando el suelo como si volara que le recordaron a la dama blanca de su
juventud.
El príncipe le preguntó por qué mantenía esa garza blanca en la jaula. Y
la joven-garza respondió:
—Es mi hermana. Mi madre me pidió antes de morir que la tuviera siempre
en esta jaula. Así si algún día se enamora de un príncipe no podrá volar a
sus brazos.
* * *