He comprado una rosa para Marta, seguro que le gustará, nunca le he regalado flores, me siento un poco ridículo regalándole flores, parece algo como de otro tiempo, pero en el fondo sé que le gustará, seguro que le gustará. Cojo el autobús, paso la tarjeta con la mano derecha, llevo la flor en la izquierda, afortunadamente no hay demasiada gente, porque de lo contrario la rosa acabaría aplastada. Puedo incluso sentarme, sujeto la rosa con delicadeza, no sé llevar una rosa, vuelvo a sentirme ridículo, la rosa me hace sentir fuera de lugar. Frente a mí, una abuela mira la rosa y me sonríe, quizá se acuerda de esa flor que le regaló su novio cuando tenía dieciocho años y vuelve a sonreírme encandilada con el recuerdo. Yo miro la rosa y la miro a ella de nuevo, me arremete un impulso y le digo:
- Tome, para usted.
- No por favor... - dice ella. – Regálasela a tu novia.
- Es para usted.
Me levanto y bajo en la siguiente parada y la abuela se queda en su asiento con la boca medio abierta, y los ojillos brillantes, pensando que estoy loco, que es un desperdicio regalarle una rosa a una abuela. Pero la abuela está feliz, sé que es feliz con mi rosa, y con todos los recuerdos que le trae esa flor, y yo termino el recorrido caminando mejor que en el autobús, porque así tengo tiempo para pensar en Marta, pensar cómo voy a decirle que le he comprado una rosa y que se la he regalado a la primera abuela que me he tropezado en el autobús. Para una vez que me decido a regalarle flores…
Marta se reirá o me dará un tortazo, pero yo nunca podré olvidar la sonrisa amable de esa abuela, que estaba deseando tener otra vez una flor entre sus dedos.
1 comentario:
Pues flores para todos por favor...
un saludo
Publicar un comentario