Bajo el tarareo sensual de La chica de Ipanema, surgieron dos relatos musicales:
Encantadora de serpientes
Empieza a
tararear esa canción en la cocina, la que me vuelve loco entre sus labios, esa
que susurra con voz de ola; los pies embrujados me conducen por el pasillo,
atraídos por su vocecilla, y al entrar en la cocina el volumen es un
pelín más intenso, pero mantiene esa inocencia que enreda mis sentidos;
mientras ella rebana los calabacines, le acaricio la espalda y exclama:
¡Déjame, tonto…! Ya no soy más que una serpiente encantada ante sus ojos
brillantes, que con el calor de un beso la desarma de cuchillos de cocina y la
viste de escalofríos.
La chica del verano
Corría por la orilla con pasitos saltarines
y yo la perseguía, la adelantaba, e improvisaba una voltereta solo para oírla
decir: “¡Mira que eres bobo…!”, con esa risa que ni los duendes sabían imitar.
Atrapábamos lunas menguantes… Nos amábamos con el vaivén de las olas…
Pero
septiembre se la llevó con el paso de las golondrinas. Su ausencia devora mis
noches y en la claridad del alba, las cortinas hinchadas por el viento se
disfrazan con su aroma y susurran sus mudos “te quiero”. Abrazado a ellas
nuestro amor vuelve a danzar, con su cadencia ondulante, una y otra vez.