Guardó el beso de mamá debajo de la almohada. Siempre lo hacía. Así, si de noche tenía miedo, levantaba la almohada y encontraba su beso esperándole. Pero al día siguiente el beso había desaparecido. ¿Acaso se disolvían en el aire? No, los besos no podían disolverse ¿Entonces, adónde iban los besos durante la noche? ¿Al país de los besos? ¿O quizás se metían en sus sueños para espantar las pesadillas? Imaginó los besos como guerreros armados luchando contra fieras feroces, contra malvadas brujas, contra monstruos horrorosos...
Pero los besos eran amor, no podían hacer la guerra. Entonces imaginó los besos de mamá desarmando a las fieras besuqueándolas, ablandándolas y enterneciéndolas con su cariño. ¿Acaso él mismo no se ponía tierno cuando mamá le besaba? Suspiró y fue a buscar el beso de mamá, aún estaba ahí, debajo de la almohada. Se lo puso en la mejilla y se dejó besar otra vez. Y con ese beso, se durmió.