La niña tomó una hoja de papel. Lo plegó ordenadamente, lo desdobló y lo volvió a doblar. Entre sus manos nació una pajarita de papel, erguida y hermosa, de cabeza triangular, con su pico afilado.
Llevó a la pajarita escaleras abajo, resbalando por el pasamanos de la barandilla. La hizo volar, levantándola en su mano sobre su cabeza, sus piernas corriendo calle adelante. Juntas cruzaron la verja del parque y se perdieron entre los árboles. La pajarita volaba de flor en flor, siempre en la mano de la niña. La arrojaba hacia el cielo y volvía a su mano tras un corto vuelo con volteretas.
- Bonita pajarita – le dijo la vendedora de globos. Pero ten cuidado, no se caiga al estanque. Si se moja, ya no podrá volar más.
La niña sonrió y corrió al estanque. Allí había un niño que había hecho un barco de papel. Era un barco grande porque había utilizado papel de periódico. El barco flotaba junto al borde del estanque.
Al niño le gustó la pajarita de papel y le pidió a la niña que se la dejara. La pajarita volaba en sus manos pero cada vez caía más cerca del borde de piedra del estanque.
La niña recordó las palabras de la vieja vendedora y se las repitió al niño:
- Ten cuidado, si cae al estanque y se moja, ya no podrá volar más.
- ¿Pero no la ves? – preguntó el chico – Ella quiere ir al estanque. Es como si el agua la atrayera...
- Yo no quiero que se moje. No quiero que se empape y se vaya al fondo.
- Se me ocurre una idea – dijo el chico - ¿Y si ponemos a la pajarita en mi barco de papel?
A la niña le gustó la idea. Le pregunto a la pajarita:
- ¿Quieres montar en el barco?
- Sí – contestó la pajarita con una vocecita aflautada que salió de la boca de la niña.
La pajarita era como la niña: una aventurera.
Colocaron a la pajarita en la parte delantera del barco. Ambos soplaron para que el barco se alejara del borde del estanque.
- Navega, barquito, a cruzar el mar... – dijo el niño observando el barco que se alejaba hacia el centro del estanque.
El viento sopló suavemente y alejó más el barco.
La pajarita, muy derecha y segura en la proa, parecía la capitana del barco. La niña estaba orgullosa de ella.
- Solo le falta la gorra de capitán – dijo ella.
- Deberíamos haberle hecho un sombrero de papel – dijo el niño.
Entonces una ráfaga de viento sopló mucho más fuerte. El viento levantó el barco y la pajarita sobre el agua, y ambos dieron una voltereta en el aire. El barco se hinchó con el aire y salió volando por encima del estanque, muy, muy, lejos. La pajarita, tras seis piruetas, cayó de cabeza en el estanque y quedó flotando de lado en el agua...
La niña, preocupada, exclamó:
- ¡Se va a ahogar! - y estuvo a punto de meterse en el agua para salvarla, pero el niño la detuvo sujetándola con el brazo:
- Espera...
La pajarita flotaba sin problemas.
Dos ráfagas de viento la empujaron al otro lado del estanque, donde habían ido a esperarla los niños.
La pajarita estaba mojada, pero entera, sana y salva. La pajarita sonreía feliz.
El barco seguía volando, en un remolino de hojas secas. Por fin aterrizó en el camino y los chicos fueron a recogerlo.
Cuando los pusieron juntos, la pajarita y el barco se contaron emocionados sus respectivas aventuras.
Y así termina el cuento de la pajarita que aprendió a nadar y del barquito que aprendió a volar.