Las coquinas son unos moluscos bivalvos, finos y delicados, como una almeja alargada, pequeña y de tacto suave y resbaladizo, de color claro, con diferentes matices concéntricos. Se recoge mucho en las costas de Galicia y en algunos lugares del Mediterráneo cercanos a las desembocaduras de los ríos, como el Delta del Ebro, y en la provincia de Huelva .
En Huelva ha habido siempre muchas coquinas. Pero ahora ya no son tan abundantes, unos enormes carteles de SOS coquinas en las playas explican que la población de este molusco está disminuyendo y que su captura indiscriminada (cada vez se pescan ejemplares más pequeños) está poniendo en peligro de extinción a esta fina y bonita especie. Las coquinas las coge todo el mundo en la playa, los mayores y los niños, qué mejor, después del solecito y los baños de mar, que tomarse un aperitivo de coquinas o un arroz acompañado con ellas… Sí, una delicatessen… Pero eso es precisamente lo que piden que no se haga con ese clamoroso SOS coquinas: en principio, solo está permitida su pesca a los mariscadores con licencia y se pide a los playeros que se abstengan de pescarlas para no agravar más el problema. Pero ya os digo: nadie hace caso. En las playas de Huelva los paseantes por la orilla del mar se inclinan constantemente, a pesar de la amenaza de lumbalgia, para recoger las coquinas; es gracioso ver a algunos ejecutando un curioso baile con el pie semejante a un twist, para escarbar en la arena y extraer a los pequeños molusquitos indefensos, que luego introducen en una botella de plástico con agua de mar para que se conserven mejor hasta la hora de la comida. ¿Cómo no vamos a coger coquinas?, se preguntan, si las tenemos aquí al alcance de la mano. Parece que los carteles de SOS coquinas aún incitan más a la gente a su captura; a los de la zona, que las conocen, porque se dicen sin vergüenza y con descaro, ¿quién nos lo va impedir, si lo hemos hecho siempre, si están buenísimas, si total solo cogemos unas pocas, si hay tantas que como se van a acabar…? Y el que viene por aquí y las descubre, se dice muy ufano: ¿así que esto se come? ¿y es un manjar delicioso y además gratis…? ¡A por ellas!
Así que el panorama es bastante desalentador para las pobres coquinas, no tienen manera de defenderse de estos humanos arrasadores, están ahí enterradas en la arena y con solo escarbar un poco, llega la mano a la que no pueden dar ni un miserable mordisco, y zas, a la botella de plástico. Estos humanos ni siquiera temen una toxina que algunas veces llevan las coquinas producida por un alga microscópica y que produce diarreas y en los casos más graves hasta parálisis, y de la que han alertado también las autoridades sanitarias andaluzas, para que solo se consuman las coquinas que han pasado un control sanitario. Nada. Ahí siguen dale que te dale al pie, y a la mano, para desenterrarlas, atraparlas sin piedad, meterlas a la botella y de allí directas al puchero… Frescas, frescas, del día, delicioso marisco fresco y al alcance de todos…
El espectáculo del mariscador profesional merece más respeto. Tuvimos la oportunidad de ver a alguno trabajando por la playa de Punta del Moral y en Isla Canela. Se introducen en el mar con un aparejo de pesca denominado rastro, que empujan por el fondo del mar, es como una jaula rectangular con una red al fondo, que lleva un palo para sujetarlo y moverlo, y que el mariscador lleva atado con un cinturón.
Arrastrar el rastro por el fondo del mar mientras se camina hacia atrás, no parece ser un trabajo cómodo, no señor. Mientras el turista está ahí tumbado en la hamaca regocijándose de las treinta o cuarenta coquinas que ha atrapado en la botellita, el mariscador se fanea la orilla de uno a otro extremo, sin descanso, para ganarse la vida y además, paga su licencia que le da permiso para su captura. El rastro, como la propia palabra dice, arrastra todo lo que pilla, que se queda atrapado en la red. Cuando está lleno, el mariscador sale a la orilla y un buen montón de curiosos playeros le rodeamos para ver qué ha pescado. Nuestro mariscador se quitó la camiseta y la extendió sobre la arena y fue separando lo que había en el rastro: sobre la camiseta, echaba las coquinas buenas, en la arena, las conchas vacías, estrellas de mar y otros restos que habían sido atrapados también.
Los niños recogían las diminutas estrellas de mar vivas con sus manecitas y las devolvían al mar, en un acto de amor por los animalitos que en el fondo constituye un buen hacer medioambiental.
La camiseta quedó llena de coquinas, que el mariscador introdujo en una bolsa de red blanca. Esta bolsa la llevan también colgada del rastro y bajo el agua (así las coquinas siempre están en agua de mar mientras sigue mariscando). Se puso de nuevo la camiseta y se metió con su rastro para comenzar de nuevo el arrastre. Y así toda la mañana.
En fin, mejor sería que dejáramos a los mariscadores hacer su trabajo y que los veraneantes se volvieran a su tumbona y pagaran el aperitivo de coquinas en el chiringuito, o en el mercado, si van a preparar una paella en el apartamento, o dentro de poco las coquinas sólo serán una bonita y diminuta concha vacía en los museos marítimos.