Un aliento cálido acariciando mi oreja, unos labios suaves en el lóbulo, el vello de la nuca que se eriza, un escalofrío que baja por mi espalda, palabras de amor susurradas al oído.
domingo, 28 de noviembre de 2010
Al oído
Un aliento cálido acariciando mi oreja, unos labios suaves en el lóbulo, el vello de la nuca que se eriza, un escalofrío que baja por mi espalda, palabras de amor susurradas al oído.
sábado, 27 de noviembre de 2010
La tortuga exploradora
Me regalaron una tortuga. La teníamos en una tortuguera redonda de esas que tienen una isla en el centro con una palmera de plástico. En casa pronto nos dimos cuenta de que las tortugas son terriblemente aburridas. Apenas se movía por la tortuguera. Nunca la vimos subirse a la isla. Siempre tenía esa expresión de las tortugas que parece que están tristes, como las muecas de los monigotes: :( Le echábamos la comida de bote, esa especie de minigambas secas, pero ni siquiera a la hora de comer ponía una pizca de entusiasmo. Lo que de verdad le gustaba eran las presas vivas. Mi hermano le cazaba moscas y se las echaba al agua. Era entonces cuando veíamos a la tortuga en acción: mientras la mosca pataleaba en el agua, la tortuga se acercaba nadando, se colocaba debajo de ella, esperaba unos segundos completamente inmóvil, y de repente abría su enorme boca y estirando el cuello, se la tragaba. Comida fresca, qué rica, eso sí que merecía la pena…
En invierno entraba en una especie de letargo, pues su inactividad era todavía más acusada. Eso nos hacía olvidarnos de ella. Y nos olvidábamos tanto que ni siquiera le cambiábamos el agua y mi madre tenía que decirnos que ya era hora de cambiarla, que la pecera apestaba.
Sin embargo, a pesar de su aparente poco interés por el mundo, de vez en cuando nuestra tortuga salía de exploración. Saltaba de su piscina, se tiraba al suelo por el precipicio del mueble del cuarto de estar y se iba a recorrer la casa. Nunca la veíamos saltar, nos acercábamos a la pecera y al verla vacía preguntábamos: ¿dónde está la tortuga? Había que buscarla por toda la casa, todos buscando muy preocupados, mi madre, mis hermanos, podíamos pisarla sin darnos cuenta, moriría de hambre, había miles de peligros para ella, pobrecita. Escudriñábamos todos los rincones del cuarto de estar, pero siempre la encontrábamos fuera de allí, sus excursiones eran largas. Parecía mentira que un bicho tan pequeño y que apenas se movía en la tortuguera pudiera llegar tan lejos. Una vez la encontramos junto a la puerta de casa. ¿Tan mal la tratábamos que quería marcharse? Me daba pena la tortuga. Estoy segura de que su apatía estaba producida por ese encierro en aquella piscina con palmera ridícula.
Tuve un profesor de geografía en el instituto muy serio, las comisuras de la boca se le estiraban hacia abajo, me recordaba a mi tortuga. Con aquella boca de tortuga mi profesor debería haberse apellidado Galápago, pero por misterios de la zoología se llamaba Vicuña.
viernes, 26 de noviembre de 2010
Elvira Lindo: Lo que me queda por vivir
Me he leído el último libro de Elvira Lindo, Lo que me queda por vivir, y es lo mejor que he leído este año. Es sentimiento puro, cómo un niño salva a su madre en una etapa difícil de su vida. Cómo gracias a él sale adelante. Qué bonita relación, la de la madre con el "hombrecillo" (que es como llama a su hijo), con el que baila en el despacho amarillo. Qué diferente de esa otra relación de dependencia con el hombre del que va a separarse, y con el que vuelve una y otra vez, como una mujer indefensa. Una vuelta también a la infancia en el pueblo, a las relaciones con su padre y con su tía soltera, que había sido la segunda madre de todos los sobrinos, un recuerdo de la muerte de la madre, tan dura. Cómo proteger a un niño, la protege de sí misma, la salva del abismo. Es un libro que nos llega al corazón, de los que hacen llorar.
Aún ahora, después de haber cerrado el libro sigo viendo a la madre con el hombrecillo, bailando en el despacho amarillo, apoyándose el uno en el otro...
Un libro que os recomiendo leer.
Cumpleaños de Pipi Calzaslargas
Me he enterado, gracias a Google, de que hoy es el 65 cumpleaños de Pipi Calzaslargas. Se nos ha vuelto abuelita, Pipi. Pero seguro que es una abuela simpática, de las que se sientan en la mecedora y les cuentan sus aventuras a los nietos, después de una merendola con crepes que se pegan en el techo de la cocina. Nosotros conocimos a Pipi por la serie de televisión. Fue toda una revolución para los niños de nuestra época. Esa libertad que todos añorábamos, el desparpajo con el que se enfrentaba a los adultos. Me gustaba el señor Nilson, que dormía en una cuna de madera. Me gustaba Pequeño Tío, ese caballo blanco con lunares negros que a mí me hubiera encantado también tener en casa (aunque yo lo hubiera preferido de color negro). Todos la envidiábamos. Ella era la niña que no necesitaba a las personas mayores para vivir. Que hablaba por las noches con su madre muerta. Que tenía un padre barrigón, pirata en los mares del sur. Que siempre encontraba cómo divertirse, con su imaginación. Que se burlaba de las señoras que querían meterla en un orfanato. Que consideraba una pérdida de tiempo ir al colegio. Que recogía la mesa haciendo un atillo con el mantel y metiéndolo en un arcón (eso le encantaba a mi madre). Que dormía con la almohada en los pies. Sin quitarse las enormes botas…
No me perdía ni un capítulo. Y mi madre tampoco. En cada capítulo había una sorpresa. Pipi tenía tanta fuerza, que levantaba un caballo con una mano. Pipi podía hacer de algo tan aburrido como la limpieza de su casa un juego divertido: fregaba el suelo patinando con cepillos atados en los pies. Pipi podía volar en un avión hecho por ella y sus amigos, que se movía pedaleando.
Nosotros veíamos a Pipi en blanco y negro, aunque la serie original era en color, pues por aquel entonces no había muchas teles en color en España. Una niña del colegio, que su padre era holandés, tenía televisión en color y las amigas pasábamos alguna tarde a verla. Recuerdo la camiseta del padre de Pipi que cambiaba de verde a color frambuesa, en aquella primera tele en color que veían mis ojos, que o estaba estropeada, o no recibía bien la señal y por eso cambiaba los colores.
Parece mentira que una serie de los países nórdicos llegara hasta nosotros en la España de aquellos tiempos. Y en mi libro de lengua, el mítico Senda, también había un extracto de su libro original, aunque yo entonces no asociaba a esa Pipilota con Pipi Calzaslargas.
Tuve una muñequita de goma blanda, mi querida Pipi, llevaba un pichi rojo (aunque el de la serie era amarillo) y las medias de distinto color, una verde y la otra naranja, con sus coletas pelirrojas tiesas. Le hice una casita de cartón. Jugué mucho con aquella muñeca.
Tengo una asignatura pendiente: leer el libro original de Astrid Lindgren. Y disfrutar otra vez de la imaginación de aquella niña pelirroja, con coletas tiesas y rebelde, tal como la creó su autora.
lunes, 22 de noviembre de 2010
A lo Gregory Peck
Mi padre tenía un amigo que levantaba una sola ceja. Mi madre decía que era igualito a Gregory Peck. Yo trataba de imitarle, pero siempre que lo intentaba, mi otra ceja ascendía también, burlándose de mis esfuerzos con una tozudez insoportable.
Un día me rasuré la ceja derecha con la maquinilla de mi padre. Mi padre gritó al verme: "¿Este niño se ha vuelto loco o qué?". Mi madre exclamó: "¿Qué has hecho, criatura? ¡Podrías haberte cortado!". Yo contemplaba en el espejo, por fin, mi única ceja subiendo y bajando como yo quería.
Un día me rasuré la ceja derecha con la maquinilla de mi padre. Mi padre gritó al verme: "¿Este niño se ha vuelto loco o qué?". Mi madre exclamó: "¿Qué has hecho, criatura? ¡Podrías haberte cortado!". Yo contemplaba en el espejo, por fin, mi única ceja subiendo y bajando como yo quería.
domingo, 21 de noviembre de 2010
Mudanza
Tenía que cambiar de piso. Este ya se le estaba quedando pequeño. Pero le daba pereza. Había que buscar, mirar, remirar y por fin elegir. Pero ya no podía demorarlo más, ya casi no cabía en este. Salió de casa por la mañana, decidido a que hoy lo encontraría. Los rayos de sol acariciaban su espalda, era importante ver a la luz del día su futura casa. Y sí, tras un corto paseo, la encontró: estaba allí, sobre la arena húmeda, las olas la acariciaban una y otra vez. Se enamoró de ella nada más verla. Asomó la cabeza por la puerta y comprobó que no estaba ocupada. Siempre había deseado vivir en un caracol de mar, con esos pinchos tan largos que le daban un aspecto tan exótico, como de casa futurista, y este además tenía unos bonitos colores marrones y beiges. Se metió dentro, y se sentó en el centro de la sala, dejando asomar sus pinzas por la puerta. Hogar, dulce hogar.
(Como a todos los cangrejos ermitaños, le molestaba tener que cambiar de casa al crecer. Sin embargo, esta vez había merecido la pena).
sábado, 20 de noviembre de 2010
Recordando las noches de verano
Agosto, 2010
Las noches de esta semana son muy calurosas, incluso en el chalé. Salimos al jardín después de cenar. Leemos Harry Potter y las reliquias de la muerte a la luz del farol. Mi hijo y yo nos turnamos en la lectura en voz alta, su padre escucha también. El cristal del farol está roto, la luz es débil, es como leer con un candil.
La luna está en el cielo, gorda y redonda y la salamanquesa espera pacientemente su caza junto al otro farol de la pared de la casa. El viejo sauce, medio pelado, atrapa en sus ramas nuestra historia, abrazándola. La luna se engorda cada noche un poco más con nuestras palabras, sonríe con una placidez de estómago lleno. La salamanquesa nos agradece que hagamos más amena su caza sigilosa.
Hemos traído nuestras voces a las noches de este jardín. Cuando volvamos a nuestra casa en la ciudad, el grillo volverá a ser el rey del jardín, con su canto interminable. ¿Nos echarán de menos la luna, el sauce, la salamanquesa?
Salamanquesa
paciente cazadora
bajo el farol.
Escucha nuestros cuentos
en las noches de calor.
viernes, 19 de noviembre de 2010
En la ventana de Juan José Millás
He conseguido mis diez segundos de Gloria en el programa de la ser La ventana, en la hora de Juan José Millás... ¡Mi querido Millás ha leído mi relato Al salir de la piscina! Sí, el que publiqué ayer aquí, en el blog. El tema era Sensaciones corporales. Aún me palpita el corazón como una patata frita...
Podéis oír aquí el programa, los relatos se leen hacia el final del mismo
Podéis oír aquí el programa, los relatos se leen hacia el final del mismo
miércoles, 17 de noviembre de 2010
Al salir de la piscina
Después de nadar estoy cansada. Al salir de la piscina, siento una extraña sensación de ingravidez, mi cuerpo no pesa nada, floto ligera, como si al emerger del agua una fuerza invisible me empujara hacia arriba. Mi cuerpo se ha quedado disuelto en el agua, y sólo mi espíritu asciende, peldaño a peldaño, para quedarse levitando al borde de la piscina. Desde allí, mi espíritu se vuelve a mirar la piscina y piensa: "¡por fin soy libre!". Pero el cuerpo no le deja escapar, sale perezosamente del agua, y en cada paso hacia la ducha voy sintiendo primero los pies, que aplastan suavemente el suelo, y en el siguiente paso las piernas, que se vuelven sólidas, después las caderas y el torso y el peso de los brazos que se estiran hacia abajo, y la ilusión de libertad termina cuando la cabeza atrapa el cerebro y lo vuelve a colocar en su sitio.
* * * * *
Este cuento fue seleccionado en el programa de la cadena ser, La ventana de Millás, podéis escucharlo aquí
domingo, 14 de noviembre de 2010
Amor en la lavandería
Ayer fui a la lavandería. Llené una lavadora con mi ropa de toda la semana. Eché el jabón en el cajoncillo, y ya iba a ponerla en marcha, cuando me percaté de que en la lavadora de al lado un tipo vestido de azulón se estaba quitando los calzoncillos rojos.
¡Era Superman!
Superman cogió sus calzoncillos y los metió en su lavadora.
- ¿No va a lavar nada más? – le pregunté.
Superman se puso colorado, al fin y al cabo, estaba delante de una chica sin sus calzoncillos y susurró:
- No.
- Si quiere, puede meterlos con mi colada. No merece la pena poner una lavadora solo con eso, ¿no le parece?
Él asintió con la cabeza, su rostro estaba más rojo que sus calzoncillos.
- Tenga, póngase esto, le dije pasándole el periódico y Superman se cubrió sus partes nobles con él.
- Gracias – musitó.
Cogí sus calzoncillos y los metí en mi lavadora.
Me quedé embobada viendo cómo sus calzoncillos rojos daban vueltas en la lavadora revolcándose con mis bragas de lunares... Un revolcón y otro, y otro más. Miré a Superman sentado con el periódico sobre las piernas, miré otra vez a la lavadora, con envidia, y suspiré.
Lluvia de ideas
Estos días me vienen muchas historias a la cabeza. Mis libretas están llenas de notas, las ideas que vienen cuando me voy a dormir acaban retenidas en mi agenda de la mesilla de noche. Las que llegan en el autobús hacia el trabajo, en mi libretita del bolso. Están también las que me rondan al despertar el fin de semana, en ese limbo flotante entre sueño y despertar. Y las notas que recojo en archivos word que guardo en carpetas y subcarpetas en el ordenador.
Esta lluvia de ideas cae sobre mi cabeza y la humedece, se esponja, se enriquece y brotan palabras que se convierten en pequeñas historias. Me encanta respirar el olor a tierra humedecida que deja esta lluvia de palabras escritas con lápiz, a pluma, con un boli o con el teclado.
Qué diferencia con la sequía del año pasado.
Por cierto, pasad a ved la foto de las orugas del cuento de Ana y Elio aquí
Esta lluvia de ideas cae sobre mi cabeza y la humedece, se esponja, se enriquece y brotan palabras que se convierten en pequeñas historias. Me encanta respirar el olor a tierra humedecida que deja esta lluvia de palabras escritas con lápiz, a pluma, con un boli o con el teclado.
Qué diferencia con la sequía del año pasado.
Por cierto, pasad a ved la foto de las orugas del cuento de Ana y Elio aquí
Barrenderos amarillo fosforito
Algo que vi este verano, y que he encontrado en mi libreta esta noche:
Viernes, 6 agosto de 2010, 7:00 a.m
Una nota de color en la mañana:
cuatro barrenderos amarillo fosforito.
Radiantes. Iluminando la calle solitaria.
Viernes, 6 agosto de 2010, 7:00 a.m
Una nota de color en la mañana:
cuatro barrenderos amarillo fosforito.
Radiantes. Iluminando la calle solitaria.
sábado, 13 de noviembre de 2010
Cuento para Ana y Elio
Allá hacia las fiestas del Pilar, recibí un correo de uan amiga mía. Me contaba que la mujer de su hijo, Vanessa, buscaba a alguien que escribiera cuentos. Su mejor amiga se marchaba a trabajar a Alemania. Las dos habían tenido un bebé en este año, y ahora iban a separarse. Vanessa quería regalarle un cuento en el que los protagonistas fueran sus dos hijos, así su amiga podría contárselo a su hijo en Alemania y ella a su pequeña, aquí, en España. Ese cuento sería un buen recuerdo, cada noche, al contárselo a sus hijos, volverían a sentirse juntas.
Me pareció una idea muy bonita, me llegó al corazón. Así que acepté encantada. Era la primera vez que escribía un cuento por encargo, o más bien un cuento a la carta, porque la historia, realmente me la dio ella, Vanessa. Me escribió contándome el argumento del cuento y yo escribí la historia, según su idea original. No había mucho tiempo para escribirlo, porque su amiga se iba en Octubre, pero me senté a escribir y el cuento llegó a las manos de Vanessa y su amiga.
Vanessa ha hecho las ilustraciones de la historia, dice que ha quedado muy bonito. Yo ahora espero con ansiedad ver el resultado completo, el texto junto con los dibujos de Vanessa, una bonita sorpresa. Tengo ganas de verlo.
Me han dicho que las amigas lloraron al leerlo. No me extraña, yo también hubiera llorado si me hubieran hecho un regalo así... Qué bonito.
En la entrada anterior tenéis el cuento. El cuento de las orugas Ana y Elio.
Me pareció una idea muy bonita, me llegó al corazón. Así que acepté encantada. Era la primera vez que escribía un cuento por encargo, o más bien un cuento a la carta, porque la historia, realmente me la dio ella, Vanessa. Me escribió contándome el argumento del cuento y yo escribí la historia, según su idea original. No había mucho tiempo para escribirlo, porque su amiga se iba en Octubre, pero me senté a escribir y el cuento llegó a las manos de Vanessa y su amiga.
Vanessa ha hecho las ilustraciones de la historia, dice que ha quedado muy bonito. Yo ahora espero con ansiedad ver el resultado completo, el texto junto con los dibujos de Vanessa, una bonita sorpresa. Tengo ganas de verlo.
Me han dicho que las amigas lloraron al leerlo. No me extraña, yo también hubiera llorado si me hubieran hecho un regalo así... Qué bonito.
En la entrada anterior tenéis el cuento. El cuento de las orugas Ana y Elio.
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Las orugas Ana y Elio
Un día de primavera, dos diminutos huevecillos se rompieron. De ellos salieron dos pequeñas orugas. Las dos se pusieron a comer de la misma hoja, una por un lado y la otra por el otro, hasta que ¡pumba!, se toparon de narices.
- Hola, me llamo Elio, ¿y tú?
- ¡Hola, yo soy Ana!
- Vamos a seguir comiendo, que tengo mucha hambre…
Ana y Elio comían sin parar. Comiendo, comiendo, subieron hasta lo alto de un árbol y desde allí vieron un hermoso río y muchos otros árboles y plantas y pájaros y patos en el río.
- ¡Qué bonito! – dijo encantada Ana.
Un abejorro gordo pasó zumbando sobre sus cabezas y se sentó junto a ellas a descansar.
- ¿Y tú quién eres?
- Yo soy Jorge, el abejorro.
- ¡Qué grande es el mundo! – exclamó Elio.
- ¡Ja, ja! – rió el abejorro. - Esto es solo una pequeña parte del mundo, el valle del Ebro. Pero el mundo tiene muchos más valles y muchas montañas y mares y también desiertos.
- ¡Ooooh! – exclamaron asombradas nuestras dos oruguitas.
Todas las tardes, después de comer, Ana y Elio jugaban juntos. A Ana siempre se le ocurrían juegos muy divertidos.
- ¿Vale que éramos leones? – decía y dando un zarpazo en el aire se ponía a rugir – ¡Groaaaaar!
Elio saltaba rugiendo sobre Ana y corrían resbalando por las hojas de las plantas.
Cuando llovía, se formaban charcos en el suelo:
- ¡Ahora seremos delfines! – decía Ana chapoteando en los charcos.
Y Elio la seguía encantado, saltando sobre el agua como los delfines.
Otras oruguitas se unían a sus juegos. Con Ariadna, Erica, Sara y Adrián formaron una alegre pandilla bajo el sol de verano. Iban a bañarse a los charcos, jugaban al futbol, al softbol, hacían casas colgantes con las hojas de las plantas…
A Ana le apasionaba dibujar. Siempre estaba pintando en las rocas. Y el softbol era su deporte preferido.
A Elio le gustaba jugar a médicos. Y los números. Sumar y restar le volvían loco.
Jorge disfrutaba viéndolos jugar. Pero sobre todo le encantaba esa amistad tan especial que había entre Ana y Elio.
Muchas tardes, Ana y Elio se quedaban embobados viendo a las mariposas volar.
- ¡Son tan hermosas! Me gustaría ser como ellas… - decía Elio…
Ese era el juego que más le gustaba a Elio. Siempre terminaba pidiéndole a Ana:
- Ana, vamos a jugar a las mariposas…
- ¡Mira que alas tengo! – decía Ana moviendo sus patitas.
- ¡Mira como vuelo! – gritaba Elio.
- Y ahora estoy en esta flor… - deciá Ana y entonces daba un salto - ¡Y ahora en esta otra!
- Ja, ja, yo vuelo mejor que tú…
- Espera, que voy a por ti…
Ana y Elio se perseguían saltando de flor en flor, como si tuvieran alas.
Jorge las vio volar.
- Chiquillas – les gritó -, que no os va a hacer falta el Gran Cambio.
- ¿El Gran Cambio? ¿Qué es el Gran Cambio? – preguntó Elio.
- ¿Nadie os ha hablado del Gran Cambio?
Ana y Elio negaron con la cabeza.
- El Gran Cambio es… Magia. Un día sois orugas y al cabo de unos meses… Os convertís en maravillosas princesas del aire. Pero yo no sé explicaroslo, los abejorros no hacemos un Gran Cambio, como vosotras. Venid conmigo. Os presentaré a alguien que os lo contará mejor que yo.
Jorge les llevó a conocer a su amiga la mariposa Enma.
- Enma, háblales del Gran Cambio.
- El Gran Cambio es el acontecimiento más maravilloso de la vida de las orugas. Un día, cuando llegue el otoño, subiréis a una planta, os ataréis fuertemente a su tallo, y comenzaréis a tejer con un hilo de seda un capullo alrededor de todo vuestro cuerpo.
Allí dormiréis durante mucho tiempo. Habéis de comer mucho ahora, jovencitas, para engordar y resistir todo el invierno y tener la energía y la carne suficiente para conseguir el Gran Cambio.
Vuestro cuerpo de oruga se transformará. Se hará delgadito y os saldrán unas patitas largas y finas y, lo más importante, cuatro hermosas alas crecerán sobre él.
- ¿Alas? – preguntó Ana.
- ¿Para volar? – añadió Elio.
- Claro, ¿para qué si no? – dijo Enma y se echó a reír.
- ¿Entonces volaremos de verdad, no será sólo un juego? – volvió a preguntar Elio.
- Volaréis de verdad, como yo – dijo la mariposa y salió volando de la flor.
- ¿Y seremos tan hermosas como tú? – le gritó Ana mirándose el peludo cuerpecillo de oruga y comparándose con la espléndida mariposa, como si no pudiera creerlo.
- Claro, en eso consiste el gran Cambio. En hacerse bellas y en soñar con volar… Hasta que un día de primavera volaréis de verdad.
Ana y Elio estaban emocionados. ¡Iban a volar de verdad! ¡Se convertirían en mariposas!
El verano pasó, jugando a las mariposas.
Comiendo mucho, para prepararse para el Gran Cambio.
Soñando con el Gran Cambio.
Los días se acortaron.
La noche llegaba más temprano.
El otoño había dorado las hojas de los árboles.
Hacía fresco. Ana y Elio habían engordado mucho, estaban preparados.
Había llegado el momento del Gran Cambio.
Subieron a la misma planta y tejieron cada uno su capullo de seda, uno junto a otro.
¡Buenas noches, Elio!
- ¡Buenas noches, Ana! Cuando despertemos, volaremos juntos por el cielo…
Llovía. Cada vez hacía más frío.
Pero dentro del capullo, las orugas no sentían ni el agua ni el frío.
Habían hecho un buen capullo.
Un día, el cierzo sopló muy fuerte. Tan fuerte, que arrancó el capullo de Elio.
El viento cambió de dirección, hacia el norte. Viajando en el viento, el capullo de Elio llegó hasta un precioso Valle de Alemania, todo cubierto de nieve.
Por fin llegó la primavera. Ana sintió los rayos de sol que calentaban su capullo. Despertó, como si volviera a nacer. Salió del capullo y al estirarse abrió… ¡sus hermosas alas!
- ¡Elio, mira, puedo volar!
- ¿Elio? ¿Elio, donde estás?
Ana voló sobre la planta. No había ni rastro del capullo de Elio.
Buscó por todo el bosque. Encontró a Ariadna, Erica, Sara y Adrián. Todos eran mariposas preciosas.
Pero Elio no estaba por ninguna parte.
Jorge, el abejorro, pasó zumbando junto a las mariposas, sin reconocerlas.
- ¡Jorge, somos nosotros: Ariadna, Erica, Sara, Adrián y Ana!
- ¿Ana? ¿Tú eres Ana? Parece mentira… Si ayer eras una oruguita gorda y paticorta…
Ana aleteó orgullosa:
- ¡Y qué bien vuelas, no con este zumbido de helicóptero mío!
Pero Ana no estaba para halagos, sólo quería saber una cosa:
- ¿Jorge, has visto a Elio?
- Ana, Elio… - el abejorro no sabía cómo decírselo – A Elio se lo llevó el viento… Yo lo vi salir volando.
- ¿Entonces, él no hizo el Gran Cambio?
- Sí, el habrá hecho también el Gran Cambio… Pero el viento era muy fuerte, seguramente se encontrará muy lejos de aquí.
- Yo… Yo quiero encontrar a Elio – sollozó Ana –. Prometimos volar juntos…
- Eso es muy difícil. Ya sabes, el mundo es muy grande. Pero nunca se sabe… La gente también dice que el mundo es un pañuelo…
Elio nació unos días después. En Alemania, la primavera tardó un poco más en llegar.
También rompió su capullo.
Bostezó a la luz del sol.
Estiró sus finas patas.
Miró aquello que había crecido sobre su cuerpo. ¡Eran alas!
Echó a volar riendo como loco.
- ¡Ana, ven a volar conmigo! – gritó.
Pero Ana no estaba. Entonces se dio cuenta. Aquel paisaje era muy distinto. Allí todo era muy verde. Había enormes árboles por todos los lados: hayas, arces, castaños… Y montones de flores. Todo era muy hermoso, pero ¿dónde estaba el río Ebro?
¿Acaso el Gran Cambio había transformado también el lugar donde vivían?
Vio un cartel que decía:
WIESBADEN
Así que ya no estaba en el valle del Ebro.
¿Cómo había llegado hasta allí?
Otra mariposa voló a su lado.
- ¿Qué te ocurre, por qué lloras? – le preguntó.
- He perdido a todos mis amigos. No sé donde estoy…
- A algunas mariposas les pasa eso… Nuestros capullos son ligeros. El viento puede llevarlos muy lejos.
- ¡Oh, no, el viento me arrastró! – dijo Elio - ¡El viento fue quien me separó de mi amiga Ana!
Y Elio volvió a llorar.
- No te preocupes – le dijo la mariposa - Yo te enseñaré todos los rincones de este bosque. Me llamo Klaus, ¿y tú?
- Elio – dijo entre sollozos.
Mientras volaba con Klaus, Elio pensó que podría hacer nuevos amigos.
Pero a Ana, jamás la olvidaría.
Ana voló con sus amigos todo el día. Estaba triste, por no tener a Elio, pero sus amigos la animaban. Pensó que quizá Elio se sentía muy solo, allá donde estuviera. Confiaba en que algún día se encontrarían. Volarían juntos, como cuando eran orugas.
Ana volvió a dibujar, como antes. Inventaba todo tipo de máquinas: máquinas para coser, carros para que las hormigas transportaran comida, hasta llegó a diseñar un robot que recogía néctar de las flores.
Todos sus inventos los dibujaba primero en hojas de árboles y luego su amigo Adrián los fabricaba.
Y en su tiempo libre jugaba al softbol.
Un día pensó que le gustaría mandar una bola muy lejos, que llegara hasta donde estuviera Elio.
Y dentro de ella le mandaría un mensaje contándole todo lo que hacía.
Elio, junto a Klaus, descubrió su nuevo mundo. Encontró también a un abejorro gordo y anciano. Le recordaba a Jorge. Le gustaba pasar las tardes con él, aunque volaba despacio, no estaba ya tan ágil como Elio.
A Elio le gustaba ayudar, sobre todo a los insectos más viejos.
Les hacía compañía. Les leía historias.
Les llevaba néctar de flores a aquellos que no podían moverse.
Les daba masajes si estaban doloridos.
Los insectos ancianos le adoraban.
Klaus le presentó a otras mariposas de las que pronto se hicieron amigos y volaban en una pandilla joven y divertida.
Todos ellos jugaban al baloncesto. Y cuando Elio metía una canasta se la dedicaba siempre a Ana.
Le hubiera gustado lanzar un balón de baloncesto que llegara hasta Ana, con su firma:
Tu amigo,
Elio
Ana y sus amigos decidieron hacer un viaje. Volaron hacia el norte, durante varios días. Llegaron a un bosque donde las flores tenían un néctar delicioso.
El verano estaba terminando y en aquel bosque hacía frío. Comenzó a soplar el viento y Ana, que estaba volando junto al río, se vio arrastrada hacia él. Estaba cansada del viaje y sus alas no podían luchar contra aquel viento. Cayó en el agua y sus alas se mojaron.
Creyó que iba ahogarse. Las mariposas no saben nadar.
Afortunadamente, una hoja de arce pasó a su lado flotando y Ana pudo agarrarse a ella. Subió con gran esfuerzo sobre la hoja. Pero con las alas mojadas, no podía volar y la corriente del río la arrastraba. Gritó:
- ¡¡¡Socorro!!!
Elio oyó aquella voz que pedía auxilio. Venía del río. La voz le resultaba conocida.
Voló hacia el río y vio la hoja de arce que flotaba con la mariposa encima. Sin pensarlo dos veces, voló en su ayuda.
– Sujétate a mis patas - dijo volando sobre ella.
Ana se agarró a las patas de Elio y él, aleteando fuerte, consiguió llevarla hasta la orilla.
- Gracias, me has salvado la vida – Ana miró agradecida a Elio y entonces él reconoció esos ojos y esa voz:
- ¡Ana, eres tú!
- ¿Elio? ¡No es posible! – exclamó Ana – ¡El mundo, como dijo Jorge, es un pañuelo!
- ¿Cómo has llegado hasta aquí? – preguntó Elio.
- Estamos haciendo turismo. Hemos venido todos: Ariadna, Erica, Sara y Adrián, hasta Jorge está aquí. El viento me arrastró al agua. Elio, el viento nos separó y ahora el viento ha vuelto a unirnos.
Aquella noche hicieron una fiesta. Elio les presentó a sus nuevos amigos. Bailaron bajo la luna llena.
Ana y Elio por fin volaron juntos, como cuando eran oruguitas.
- Hola, me llamo Elio, ¿y tú?
- ¡Hola, yo soy Ana!
- Vamos a seguir comiendo, que tengo mucha hambre…
Ana y Elio comían sin parar. Comiendo, comiendo, subieron hasta lo alto de un árbol y desde allí vieron un hermoso río y muchos otros árboles y plantas y pájaros y patos en el río.
- ¡Qué bonito! – dijo encantada Ana.
Un abejorro gordo pasó zumbando sobre sus cabezas y se sentó junto a ellas a descansar.
- ¿Y tú quién eres?
- Yo soy Jorge, el abejorro.
- ¡Qué grande es el mundo! – exclamó Elio.
- ¡Ja, ja! – rió el abejorro. - Esto es solo una pequeña parte del mundo, el valle del Ebro. Pero el mundo tiene muchos más valles y muchas montañas y mares y también desiertos.
- ¡Ooooh! – exclamaron asombradas nuestras dos oruguitas.
Todas las tardes, después de comer, Ana y Elio jugaban juntos. A Ana siempre se le ocurrían juegos muy divertidos.
- ¿Vale que éramos leones? – decía y dando un zarpazo en el aire se ponía a rugir – ¡Groaaaaar!
Elio saltaba rugiendo sobre Ana y corrían resbalando por las hojas de las plantas.
Cuando llovía, se formaban charcos en el suelo:
- ¡Ahora seremos delfines! – decía Ana chapoteando en los charcos.
Y Elio la seguía encantado, saltando sobre el agua como los delfines.
Otras oruguitas se unían a sus juegos. Con Ariadna, Erica, Sara y Adrián formaron una alegre pandilla bajo el sol de verano. Iban a bañarse a los charcos, jugaban al futbol, al softbol, hacían casas colgantes con las hojas de las plantas…
A Ana le apasionaba dibujar. Siempre estaba pintando en las rocas. Y el softbol era su deporte preferido.
A Elio le gustaba jugar a médicos. Y los números. Sumar y restar le volvían loco.
Jorge disfrutaba viéndolos jugar. Pero sobre todo le encantaba esa amistad tan especial que había entre Ana y Elio.
Muchas tardes, Ana y Elio se quedaban embobados viendo a las mariposas volar.
- ¡Son tan hermosas! Me gustaría ser como ellas… - decía Elio…
Ese era el juego que más le gustaba a Elio. Siempre terminaba pidiéndole a Ana:
- Ana, vamos a jugar a las mariposas…
- ¡Mira que alas tengo! – decía Ana moviendo sus patitas.
- ¡Mira como vuelo! – gritaba Elio.
- Y ahora estoy en esta flor… - deciá Ana y entonces daba un salto - ¡Y ahora en esta otra!
- Ja, ja, yo vuelo mejor que tú…
- Espera, que voy a por ti…
Ana y Elio se perseguían saltando de flor en flor, como si tuvieran alas.
Jorge las vio volar.
- Chiquillas – les gritó -, que no os va a hacer falta el Gran Cambio.
- ¿El Gran Cambio? ¿Qué es el Gran Cambio? – preguntó Elio.
- ¿Nadie os ha hablado del Gran Cambio?
Ana y Elio negaron con la cabeza.
- El Gran Cambio es… Magia. Un día sois orugas y al cabo de unos meses… Os convertís en maravillosas princesas del aire. Pero yo no sé explicaroslo, los abejorros no hacemos un Gran Cambio, como vosotras. Venid conmigo. Os presentaré a alguien que os lo contará mejor que yo.
Jorge les llevó a conocer a su amiga la mariposa Enma.
- Enma, háblales del Gran Cambio.
- El Gran Cambio es el acontecimiento más maravilloso de la vida de las orugas. Un día, cuando llegue el otoño, subiréis a una planta, os ataréis fuertemente a su tallo, y comenzaréis a tejer con un hilo de seda un capullo alrededor de todo vuestro cuerpo.
Allí dormiréis durante mucho tiempo. Habéis de comer mucho ahora, jovencitas, para engordar y resistir todo el invierno y tener la energía y la carne suficiente para conseguir el Gran Cambio.
Vuestro cuerpo de oruga se transformará. Se hará delgadito y os saldrán unas patitas largas y finas y, lo más importante, cuatro hermosas alas crecerán sobre él.
- ¿Alas? – preguntó Ana.
- ¿Para volar? – añadió Elio.
- Claro, ¿para qué si no? – dijo Enma y se echó a reír.
- ¿Entonces volaremos de verdad, no será sólo un juego? – volvió a preguntar Elio.
- Volaréis de verdad, como yo – dijo la mariposa y salió volando de la flor.
- ¿Y seremos tan hermosas como tú? – le gritó Ana mirándose el peludo cuerpecillo de oruga y comparándose con la espléndida mariposa, como si no pudiera creerlo.
- Claro, en eso consiste el gran Cambio. En hacerse bellas y en soñar con volar… Hasta que un día de primavera volaréis de verdad.
Ana y Elio estaban emocionados. ¡Iban a volar de verdad! ¡Se convertirían en mariposas!
El verano pasó, jugando a las mariposas.
Comiendo mucho, para prepararse para el Gran Cambio.
Soñando con el Gran Cambio.
Los días se acortaron.
La noche llegaba más temprano.
El otoño había dorado las hojas de los árboles.
Hacía fresco. Ana y Elio habían engordado mucho, estaban preparados.
Había llegado el momento del Gran Cambio.
Subieron a la misma planta y tejieron cada uno su capullo de seda, uno junto a otro.
¡Buenas noches, Elio!
- ¡Buenas noches, Ana! Cuando despertemos, volaremos juntos por el cielo…
Llovía. Cada vez hacía más frío.
Pero dentro del capullo, las orugas no sentían ni el agua ni el frío.
Habían hecho un buen capullo.
Un día, el cierzo sopló muy fuerte. Tan fuerte, que arrancó el capullo de Elio.
El viento cambió de dirección, hacia el norte. Viajando en el viento, el capullo de Elio llegó hasta un precioso Valle de Alemania, todo cubierto de nieve.
Por fin llegó la primavera. Ana sintió los rayos de sol que calentaban su capullo. Despertó, como si volviera a nacer. Salió del capullo y al estirarse abrió… ¡sus hermosas alas!
- ¡Elio, mira, puedo volar!
- ¿Elio? ¿Elio, donde estás?
Ana voló sobre la planta. No había ni rastro del capullo de Elio.
Buscó por todo el bosque. Encontró a Ariadna, Erica, Sara y Adrián. Todos eran mariposas preciosas.
Pero Elio no estaba por ninguna parte.
Jorge, el abejorro, pasó zumbando junto a las mariposas, sin reconocerlas.
- ¡Jorge, somos nosotros: Ariadna, Erica, Sara, Adrián y Ana!
- ¿Ana? ¿Tú eres Ana? Parece mentira… Si ayer eras una oruguita gorda y paticorta…
Ana aleteó orgullosa:
- ¡Y qué bien vuelas, no con este zumbido de helicóptero mío!
Pero Ana no estaba para halagos, sólo quería saber una cosa:
- ¿Jorge, has visto a Elio?
- Ana, Elio… - el abejorro no sabía cómo decírselo – A Elio se lo llevó el viento… Yo lo vi salir volando.
- ¿Entonces, él no hizo el Gran Cambio?
- Sí, el habrá hecho también el Gran Cambio… Pero el viento era muy fuerte, seguramente se encontrará muy lejos de aquí.
- Yo… Yo quiero encontrar a Elio – sollozó Ana –. Prometimos volar juntos…
- Eso es muy difícil. Ya sabes, el mundo es muy grande. Pero nunca se sabe… La gente también dice que el mundo es un pañuelo…
Elio nació unos días después. En Alemania, la primavera tardó un poco más en llegar.
También rompió su capullo.
Bostezó a la luz del sol.
Estiró sus finas patas.
Miró aquello que había crecido sobre su cuerpo. ¡Eran alas!
Echó a volar riendo como loco.
- ¡Ana, ven a volar conmigo! – gritó.
Pero Ana no estaba. Entonces se dio cuenta. Aquel paisaje era muy distinto. Allí todo era muy verde. Había enormes árboles por todos los lados: hayas, arces, castaños… Y montones de flores. Todo era muy hermoso, pero ¿dónde estaba el río Ebro?
¿Acaso el Gran Cambio había transformado también el lugar donde vivían?
Vio un cartel que decía:
WIESBADEN
Así que ya no estaba en el valle del Ebro.
¿Cómo había llegado hasta allí?
Otra mariposa voló a su lado.
- ¿Qué te ocurre, por qué lloras? – le preguntó.
- He perdido a todos mis amigos. No sé donde estoy…
- A algunas mariposas les pasa eso… Nuestros capullos son ligeros. El viento puede llevarlos muy lejos.
- ¡Oh, no, el viento me arrastró! – dijo Elio - ¡El viento fue quien me separó de mi amiga Ana!
Y Elio volvió a llorar.
- No te preocupes – le dijo la mariposa - Yo te enseñaré todos los rincones de este bosque. Me llamo Klaus, ¿y tú?
- Elio – dijo entre sollozos.
Mientras volaba con Klaus, Elio pensó que podría hacer nuevos amigos.
Pero a Ana, jamás la olvidaría.
Ana voló con sus amigos todo el día. Estaba triste, por no tener a Elio, pero sus amigos la animaban. Pensó que quizá Elio se sentía muy solo, allá donde estuviera. Confiaba en que algún día se encontrarían. Volarían juntos, como cuando eran orugas.
Ana volvió a dibujar, como antes. Inventaba todo tipo de máquinas: máquinas para coser, carros para que las hormigas transportaran comida, hasta llegó a diseñar un robot que recogía néctar de las flores.
Todos sus inventos los dibujaba primero en hojas de árboles y luego su amigo Adrián los fabricaba.
Y en su tiempo libre jugaba al softbol.
Un día pensó que le gustaría mandar una bola muy lejos, que llegara hasta donde estuviera Elio.
Y dentro de ella le mandaría un mensaje contándole todo lo que hacía.
Elio, junto a Klaus, descubrió su nuevo mundo. Encontró también a un abejorro gordo y anciano. Le recordaba a Jorge. Le gustaba pasar las tardes con él, aunque volaba despacio, no estaba ya tan ágil como Elio.
A Elio le gustaba ayudar, sobre todo a los insectos más viejos.
Les hacía compañía. Les leía historias.
Les llevaba néctar de flores a aquellos que no podían moverse.
Les daba masajes si estaban doloridos.
Los insectos ancianos le adoraban.
Klaus le presentó a otras mariposas de las que pronto se hicieron amigos y volaban en una pandilla joven y divertida.
Todos ellos jugaban al baloncesto. Y cuando Elio metía una canasta se la dedicaba siempre a Ana.
Le hubiera gustado lanzar un balón de baloncesto que llegara hasta Ana, con su firma:
Tu amigo,
Elio
Ana y sus amigos decidieron hacer un viaje. Volaron hacia el norte, durante varios días. Llegaron a un bosque donde las flores tenían un néctar delicioso.
El verano estaba terminando y en aquel bosque hacía frío. Comenzó a soplar el viento y Ana, que estaba volando junto al río, se vio arrastrada hacia él. Estaba cansada del viaje y sus alas no podían luchar contra aquel viento. Cayó en el agua y sus alas se mojaron.
Creyó que iba ahogarse. Las mariposas no saben nadar.
Afortunadamente, una hoja de arce pasó a su lado flotando y Ana pudo agarrarse a ella. Subió con gran esfuerzo sobre la hoja. Pero con las alas mojadas, no podía volar y la corriente del río la arrastraba. Gritó:
- ¡¡¡Socorro!!!
Elio oyó aquella voz que pedía auxilio. Venía del río. La voz le resultaba conocida.
Voló hacia el río y vio la hoja de arce que flotaba con la mariposa encima. Sin pensarlo dos veces, voló en su ayuda.
– Sujétate a mis patas - dijo volando sobre ella.
Ana se agarró a las patas de Elio y él, aleteando fuerte, consiguió llevarla hasta la orilla.
- Gracias, me has salvado la vida – Ana miró agradecida a Elio y entonces él reconoció esos ojos y esa voz:
- ¡Ana, eres tú!
- ¿Elio? ¡No es posible! – exclamó Ana – ¡El mundo, como dijo Jorge, es un pañuelo!
- ¿Cómo has llegado hasta aquí? – preguntó Elio.
- Estamos haciendo turismo. Hemos venido todos: Ariadna, Erica, Sara y Adrián, hasta Jorge está aquí. El viento me arrastró al agua. Elio, el viento nos separó y ahora el viento ha vuelto a unirnos.
Aquella noche hicieron una fiesta. Elio les presentó a sus nuevos amigos. Bailaron bajo la luna llena.
Ana y Elio por fin volaron juntos, como cuando eran oruguitas.
viernes, 12 de noviembre de 2010
Don Huevo y doña Huevo
Don Huevo y doña Huevo se conocieron por azar. Nacieron en una granja de gallinas engañadas con luz artificial. Después de pasar por una cinta transportadora los seleccionaron por su buen tamaño en la clase A y ambos coincidieron en ese autobús amarillo de cartón, donde cada huevo tenía su asiento, él a la derecha, ella a la izquierda. Doña huevo era morenita igual que don huevo, y tenía ganas de conocer mundo.
- Bueno - dijo don Huevo - en este autobús tan cómodo parece que nos llevan lejos. A mí me gustaría ir al restaurante de un gran cocinero.
- ¿Y acabar siendo el huevo de un plato de diseño? Mucha vista y poco alimento al buche - respondió doña huevo -. Yo preferiría ser unos huevos revueltos con ajetes y setas, que están para chuparse los dedos, y a ser posible revuelta contigo, que eres todo un caballero.
Don Huevo se puso colorado:
- Yo también me revolvería contigo, guapa - y le dio un golpecito en la cabeza, muy cariñoso.
Después de aquella declaración, los llevaron al supermercado y de allí fueron a parar a un carro de compra de un señor, que al llegar a su casa, los metió en la nevera.
- ¡Qué frío se pasa aquí dentro! – dijo doña Huevo – Se me va a quebrar la cáscara de tanto que estoy temblando.
- ¡Casi deseo que me echen a la sartén cuanto antes, para entrar en calor!
- No digas, eso mi amor - le dijo doña Huevo - y disfrutemos juntos de nuestros últimos momentos.
Don Huevo y doña Huevo se besaron en la nevera, se abrazaron y cuando más acarameladitos estaban, llegó la mano del señor de la cocina y los sacó de la huevera.
- Ha llegado nuestra hora – dijo don huevo muy solemne.
- Sí contestó doña Huevo - ¿Tú crees que hace daño cuando nos rompen la cáscara?
- ¡Menudo cabezazo! - exclamó don Huevo, temeroso.
Pero no hubo rotura de cáscara. Los metieron en un puchero hirviendo para hacer huevos pasados por agua. La tortura del agua hirviendo sólo duró cuatro minutos, pero al menos estaban juntos.
Cuando los sacaron del agua, sí que les golpearon la cabeza, les hicieron un agujero en la cáscara y los vaciaron con una cuchara.
Pero sus cáscaras vacías se convirtieron en don Huevo, con un sombrero de tapón de corcho y doña Huevo, con pelo de mandarina y falda de papel de magdalena. Y los niños les cantaban cada noche:
Don Huevo y doña Huevo
se fueron a pasear,
cogidos de la mano,
una pareja sin par.
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jueves, 11 de noviembre de 2010
El ladrón
Oímos un gran estruendo en la cocina. Platos que caían al suelo.
Acudimos corriendo. Las cabezas rodaban bajo la mesa, con sus ojos saltones y esos dientes de sierra que intentaban componer la última sonrisa; de los cuerpos no quedaban más que las espinas. El ladrón nos miró con sus ojos verdes, saltó desde la mesa hacia nosotros y escapó entre mis piernas.
¡Maldito gato! ¡Nos ha dejado sin sardinas!
martes, 9 de noviembre de 2010
La bicicleta roja de Kim Dong-Hwa
Acabo de leer un libro de comic manga del coreano Kim Dong-Hwa, se llama "La bicicleta Roja". No conocía al autor (no me interesa demasiado el manga, aunque mi hija es una gran aficionada), pero encontré su portada en la biblioteca cubit (La azucarera, Zaragoza, especializada en comics y público juvenil) y me atrajo el título, así que me lo llevé a casa. Ha merecido la pena, me he llevado una verdadera sorpresa, no solo por los dibujos sino también por el texto. La bicicleta roja está llena de poesía. Los dibujos me encantan y las distintas historias del cartero son sencillas y delicadas, están llenas de ternura.
Os dejo una muestra para que lo veais vosotros mismos:
Ahora me toca buscar otro de sus libros Historias color tierra, que parece ser es el más famoso del autor. ¡A ver si lo encuentro en la biblioteca
Como las flores, que brotan
silenciosamente y tiñen este universo
con los colores más hermosos,
las historias de nuestros pueblos
tiñen nuestros corazones
con los sentimientos más bellos.
* * * * *
Mañana, mi padre seguramente
se pondrá los calcetines agujereados,
porque es el primero en levantarse y
el primero en salir de casa…
Pudiendo escoger,
siempre se pone los rotos.
Será que es un poco tonto.
Un padre dejará siempre los mejores calcetines
para sus hijos, y él se quedará
con los que están raídos.
Es como si el hecho de ser padre
lo volviera a uno tonto.
* * * * *
En las entradas anteriores podéis ver más imágenes y algún texto más.
Los dientes de león, Kim Dong-Hwa
Cuando llega la primavera,
los dientes de león
reparten cartas por todas partes.
Como si se desperezara
tras un largo invierno.
Como si quisiera contar al mundo
las historias que han permanecido guardadas
durante el invierno.
Convertidas en pájaros
las semillas de diente de león
vuelan.
(…)
Se reparten por las montañas,
por los campos y por las casas,
y no necesitan sellos.
Llevan sellos en forma
de pétalos amarillos.
de pétalos amarillos.
* * * * *
La bicicleta roja de Kim Dong-Hwa
* * * * *
(A la chica que siempre estaba en la puerta de la casa y saludaba al cartero, y que un día desaparece. Ha muerto. El cartero entra a su velatorio)
Hoy han venido a verte tus amigos.
Las flores silvestres quieren
darte el último adiós con su fragancia.
Incluso el viento del bosque
nos ha acompañado.
nos ha acompañado.
Y esto es el agua del río
donde remojo mis pies.
donde remojo mis pies.
Y yo..
No sé cómo despedirme.
No sé cómo despedirme.
* * * * *
Un día más,la bicicleta roja transporta
las historias más bellas.
* * * * *
lunes, 8 de noviembre de 2010
Me llamo i-griega
Hubo una vez una letra que se llamaba i-griega. Paseaba muy elegante al final del alfabeto, de la mano de la equis y de la zeta, le gustaba vestirse a veces con una túnica blanca que cubría su cuerpo esbelto de tirachinas, para hacer honor a su nombre griego. Se sentía muy orgullosa de ese nombre que le recordaba su pasado entre las letras griegas, un nombre compuesto, característica que solo compartían ella y la uve-doble y ahora esa pobre destronada de la doble-ele, un nombre que le otorgaba distinción y elegancia, como bien merecía una letra que formaba parte de la palabra yate, o de la palabra ley, con su seriedad y firmeza, así como de la alegría de mayo, que traía la primavera en su regazo.
Un buen día, algunas letras comenzaron a llamarla ye.
- ¡Ye, ven aquí!
- ¿Maya se escribe con ye o con elle?
Su mirada las fulminaba como el rayo:
- ¡Con i-griega! – contestaba.
- ¡Ah, con ye!
Ella las miraba de soslayo:
- ¡Yo soy la i-griega! - protestaba.
- Tú eres ye - le contestaban las otras letras del alfabeto - porque suenas así, ye. Igual que ene suena ene y ele suena ele.
- Siguiendo esa regla, tendría que ser eye y aún se armaría más lío la gente para distinguirme de la elle... Además, cuando soy “y” sin compañía, sueno i, así que tendríais que llamarme unas veces i-lo-que-sea (porque de alguna manera me tendréis que distinguir de la i de los indios) y otras eye.
Así que se hartó y cuando la llamaban ye, no contestaba, hasta que no volvía a oír su antiguo nombre.
Las otras letras rumiaban, envidiosas, ¿por qué a la i-griega había que darle ese trato especial, tan rimbombante? ¡Que fuera ye, vulgar y corriente!
Fue precisamente la fuerte corriente producida tras una lluvia otoñal, la que arrastró a todas las letras en una riada tremenda. La i-griega consiguió anclar sus dos brazos en la tierra y que no la arrastrara y con su largo y flexible cuerpo, consiguió salvar a las compañeras que pasaban a su lado:
- ¡I-griega sálvanos, por favor! – gritaban desesperadas.
Se aferraban a su cuerpo y ella las fue sacando del agua, una a una.
Las letras, chorreando, miraron a la i-griega avergonzadas. ¿Cómo podían llamarla así, ye, como si fuera una cualquiera, con lo que había hecho por ellas?
- I-griega, compañera, tendríamos que llamarte i-salvadora...
- No es nada, vosotras hubierais hecho lo mismo por mí... Ninguna letra dejaría que una de sus hermanas muriera... ¿No es así? Volved a llamarme i-griega, que es lo que siempre fui; no merezco nada más, ni nada menos.
Un buen día, algunas letras comenzaron a llamarla ye.
- ¡Ye, ven aquí!
- ¿Maya se escribe con ye o con elle?
Su mirada las fulminaba como el rayo:
- ¡Con i-griega! – contestaba.
- ¡Ah, con ye!
Ella las miraba de soslayo:
- ¡Yo soy la i-griega! - protestaba.
- Tú eres ye - le contestaban las otras letras del alfabeto - porque suenas así, ye. Igual que ene suena ene y ele suena ele.
- Siguiendo esa regla, tendría que ser eye y aún se armaría más lío la gente para distinguirme de la elle... Además, cuando soy “y” sin compañía, sueno i, así que tendríais que llamarme unas veces i-lo-que-sea (porque de alguna manera me tendréis que distinguir de la i de los indios) y otras eye.
Así que se hartó y cuando la llamaban ye, no contestaba, hasta que no volvía a oír su antiguo nombre.
Las otras letras rumiaban, envidiosas, ¿por qué a la i-griega había que darle ese trato especial, tan rimbombante? ¡Que fuera ye, vulgar y corriente!
Fue precisamente la fuerte corriente producida tras una lluvia otoñal, la que arrastró a todas las letras en una riada tremenda. La i-griega consiguió anclar sus dos brazos en la tierra y que no la arrastrara y con su largo y flexible cuerpo, consiguió salvar a las compañeras que pasaban a su lado:
- ¡I-griega sálvanos, por favor! – gritaban desesperadas.
Se aferraban a su cuerpo y ella las fue sacando del agua, una a una.
Las letras, chorreando, miraron a la i-griega avergonzadas. ¿Cómo podían llamarla así, ye, como si fuera una cualquiera, con lo que había hecho por ellas?
- I-griega, compañera, tendríamos que llamarte i-salvadora...
- No es nada, vosotras hubierais hecho lo mismo por mí... Ninguna letra dejaría que una de sus hermanas muriera... ¿No es así? Volved a llamarme i-griega, que es lo que siempre fui; no merezco nada más, ni nada menos.
Jubilar a la i-griega
He leído en un titular del periódico que la i-griega se jubila y que nos la cambian por la “ye”. Sí, por una joven, pero anticuada y pasada de moda chica “ye-yé”. Y es que esto de las prejubilaciones y contratos de relevo está llegando hasta el abecedario… La RAE le hará un contrato basura a la yeyé y se quitará de en medio a la vieja i-griega, que cobra demasiado con su antigüedad de milenios… ¿Y si con esta moda tenemos que prejubilar también a algún académico? Imagínense a un jovencito con piercing en la lengua hablando de la ídem… Creo que eso no les gustaría a los académicos. Algunos deberían estar más que jubilados, ¿no? Y ahí los tenemos y bien que los respetamos, bien que hacen su trabajo. Pues yo, que queréis que os diga, prefiero a la abuela i-griega, que me cuenta cuentos y batallitas, que a esa yeýé que baila el twist sin parar… ¡Viva la i-griega, con su elegancia, su distinción y su rebeldía! Espero que sigas dando mucha guerra y manifestándote durante muchos años en la boca de los hablantes de la lengua española.
domingo, 7 de noviembre de 2010
Sábado, 6 de noviembre: Grafitis, mujeres anarquistas y otras historias
Ayer fue un buen día, primero, el cuentacuentos (leed la entrada de más abajo), después tomamos un vermut la familia en una terracita al sol. ¡Qué bien se estaba!
Como nos daba pereza volver a casa a hacer la comida, nos fuimos a comer a la cafetería del centro de Historia, que me encanta con ese ventanal que da al parque Bruil, y después de comer hicimos algunas fotos por la plaza de detrás del centro de historia.
Encontramos un pavo tendido en un balcón...
Como nos daba pereza volver a casa a hacer la comida, nos fuimos a comer a la cafetería del centro de Historia, que me encanta con ese ventanal que da al parque Bruil, y después de comer hicimos algunas fotos por la plaza de detrás del centro de historia.
Hacía tan buena tarde que nos dimos un paseo hasta el Ebro, pero antes descubrimos unos buenos grafitis en el IES PEdro de Luna, de La Magdalena. Nos pusimos Pedro y yo como locos a hacer fotos, disfrutando de lo lindo. Este es solo un ejemplo:
También descubrimos una nueva plaza con más grafitis (ESTO NO ES UN SOLAR), donde hay un par dedicados por "el que no se considera poeta" a Miguel Hernandez (el poeta), con versos de ambos (del poeta y del que no se considera poeta).
Encontramos un pavo tendido en un balcón...
Bajamos hasta el Ebro, volvimos a casa en autobús, echamos una siesta y de vuelta otra vez al centro, que habíamos quedado con unos amigos.
Mientras mi hijo con sus amigos visitaban el Foro Romano, nosotros Pedro, Elena y yo nos fuimos a la exposición "Tierra y Libertad" del palacio de Montemuzo, dedicada a las mujeres libertarias. Unas adelantadas a su tiempo, desde luego y luchando no solo por la libertad y contra el fascismo, sino por el papel de la mujer y sus derechos. Aquí os dejo la transcripción del Himno de las Mujeres Libertarias:
Mientras mi hijo con sus amigos visitaban el Foro Romano, nosotros Pedro, Elena y yo nos fuimos a la exposición "Tierra y Libertad" del palacio de Montemuzo, dedicada a las mujeres libertarias. Unas adelantadas a su tiempo, desde luego y luchando no solo por la libertad y contra el fascismo, sino por el papel de la mujer y sus derechos. Aquí os dejo la transcripción del Himno de las Mujeres Libertarias:
Puño en alto, mujeres de Iberia
hacia horizontes preñados de luz,
por rutas ardientes,
los pies en la tierra,
la frente en lo azul.
¡Que el pasado se hunda en la nada!
¡Qué nos importa el ayer!
Queremos escribir de nuevo
Queremos escribir de nuevo
la palabra mujer.
Lucía Sanchez Saomil, 1937
Encontramos allí las palabras de Lola Iturbe (en 1935) que tan acertadamente escribió:
Todos los compañeros, tan radicales en los cafés, en los sindicatos y hasta en los grupos, suelen dejar en la puerta de su casa el ropaje de amantes de la liberación femenina y dentro se conducen con su compañera como vulgares maridos.
El Ebro nocturno, también nos regaló algunas imágenes hermosas:
Y por último, saboreamos un Kebab en la Calle Mayor.
Vaya día agotador, ¿verdad?
Cuentacuentos en Olé tus libros
Sábado, 6 de noviembre, 2010
Hoy ha sido el cuentacuentos en la librería Olé tus libros. Han venido muchos niños. Mientras contaba el cuento Monstruo vas a comerme, Victor ha proyectado las ilustraciones de Petra Steinmeyer. Yo creo que ha quedado muy bonito. Los chicos lo han seguido muy atentos. Han venido África y Mafalda, que era la primera vez que iban a un cuentacuentos y les ha gustado mucho.
Después he contado otro de mis cuentos, La sirena (podéis leerlo aquí) y los chicos me han ayudado a hacer pompas de jabón y a soplar para que la pompa de jabón con la sirena llegara al mar.
Por último hemos hecho unos marcapáginas con los chicos, con tiras de cartulina y pegando gomets.
Ha sido una mañana muy agradable entre cuentos, niños y libros.
Espero poder hacer alguna otra actividad con Maria Jesús y Victor, los dueños de la librería Olé tus libros.
lunes, 1 de noviembre de 2010
Halloween
Entré en la casa abandonada.
Solo mis pasos se oían en el piso de madera.
Un candil ondulante iluminaba la mesa.
Sobre ella, el sombrero de bruja me esperaba.
Estaba cubierto de telarañas. No me atrevía a tocarlo.
Pero el sombrero había oído mis pasos. Ya no podía escapar.
Se alzó sobre la mesa y voló girando como un trompo. Hasta posarse en mi cabeza.
Sentí la fuerza oculta del sombrero que me recorría de la cabeza a los pies. Y unas sayas negras, de amplias mangas, pasaron por mi cabeza, enhebraron mis brazos y me vistieron.
El sombrero llamó al libro. El libro - aquel libro gordo, de cubiertas de piel rojo sangre y estrellas doradas - vino flotando desde la estantería y se abrió sobre mis manos.
El libro era pesado, pero en cuanto pensé en lo pesado que era, se volvió ligero como una pluma.
Mis dedos pasaron - ¿al azar? - unas páginas y se detuvieron en una hoja negra como la noche, escrita con letras de plata.
Leí el sortilegio en voz alta:
Salgan los muertos de sus tumbas
a visitar a los vivos esta noche.
No dormirán hoy
pues ya han dormido bastante
en la noche eterna que ellos bien conocen.
Vive con ellos la muerte
en la fiesta del ocaso
y que eso te traiga suerte
amor y nueva vida.
Salieron los muertos de sus tumbas en el cementerio cercano.
Los vi remover las lápidas, un ejército de huesos, carne agusanada y ojos vacíos.
Y yo volé sobre ellos, bailando en una escoba, toda la noche de Halloween.
Solo mis pasos se oían en el piso de madera.
Un candil ondulante iluminaba la mesa.
Sobre ella, el sombrero de bruja me esperaba.
Estaba cubierto de telarañas. No me atrevía a tocarlo.
Pero el sombrero había oído mis pasos. Ya no podía escapar.
Se alzó sobre la mesa y voló girando como un trompo. Hasta posarse en mi cabeza.
Sentí la fuerza oculta del sombrero que me recorría de la cabeza a los pies. Y unas sayas negras, de amplias mangas, pasaron por mi cabeza, enhebraron mis brazos y me vistieron.
El sombrero llamó al libro. El libro - aquel libro gordo, de cubiertas de piel rojo sangre y estrellas doradas - vino flotando desde la estantería y se abrió sobre mis manos.
El libro era pesado, pero en cuanto pensé en lo pesado que era, se volvió ligero como una pluma.
Mis dedos pasaron - ¿al azar? - unas páginas y se detuvieron en una hoja negra como la noche, escrita con letras de plata.
Leí el sortilegio en voz alta:
Salgan los muertos de sus tumbas
a visitar a los vivos esta noche.
No dormirán hoy
pues ya han dormido bastante
en la noche eterna que ellos bien conocen.
Vive con ellos la muerte
en la fiesta del ocaso
y que eso te traiga suerte
amor y nueva vida.
Salieron los muertos de sus tumbas en el cementerio cercano.
Los vi remover las lápidas, un ejército de huesos, carne agusanada y ojos vacíos.
Y yo volé sobre ellos, bailando en una escoba, toda la noche de Halloween.
Haiku japonés a la muerte
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