El último día quise pescar un poco de mar para llevármelo a casa.
sábado, 31 de agosto de 2013
viernes, 30 de agosto de 2013
Olvido
Fotografía de Carrie Goodman |
Desde aquella tarde me miras
acusador, sin piedad. Sabes que acabo esquivando tus ojos, con sentimiento de
culpa. Tu madre me lo advirtió, pero no le hice mucho caso. Tampoco fue solo
culpa mía, si no lo hubieras llevado contigo a todas partes... Solo cuando volvimos a buscarlo y ya no
estaba en la silla del restaurante, me di cuenta de lo mucho que lo querías:
jamás te había visto llorar así, lágrimas sin ruido. De nada sirve que te pida
perdón, ni que te jure que no lo abandoné; que no sentía celos de que le
contaras tus secretos al oído, ni de que prefirieras dormir con él y no
conmigo. Te he comprado otro igual, pero lo has arrojado a un rincón; claro, no
tiene su olor y el pelaje es suave, de recién nacido. Sin embargo, tu madre se
ha apuntado un tanto: ayer viniste de su casa con un peluche rojo, y ahora lo
cuidas más que al otro. Me miras de reojo, mientras le riñes enfadado: “No te
separes de mí o te abandonarán como a tu hermano”.
* * *
Una historia para el viernes creativo de el bic naranja La propuesta de hoy es escribir para la foto del niño. Pincha aquí para participar o leer más historias inspiradas en lo que ve el niño de esa foto.
domingo, 25 de agosto de 2013
Régimen de visitas
Los lunes espera a su hija
Marian. Los martes, a su nieta Maria José. El miércoles no puede venir nadie,
pobrecitos, esta vida moderna les roba el tiempo. Los jueves, le toca a su hijo
Juan, que siempre le trae bombones. Y los viernes es la tarde más larga, porque
su sobrina Andrea llega desde Madrid, y se acerca a visitarla a última hora,
antes de la cena. El fin de semana no quiere visitas, la residencia se pone
hasta arriba de familiares y no hay donde estar un poco tranquilo, así que
prefiere pasar la tarde en su habitación, haciendo solitarios.
Los espera en el sillón del hall,
siempre bien arreglada, la enfermera le pinta los labios y le arregla el pelo;
la directora le engarza el broche en la chaqueta. Lo que no entiende es porque
esta tarde la nueva auxiliar, al llevarla de vuelta a su habitación, insiste
tanto: “No se preocupe, que mañana es sábado y seguro que vendrán”.
Sin calcetines. Unisex
Jugábamos al tenis juntas, desde
niñas. A los quince años nos tocó el monitor guaperas, un rubio que volvía
locas a todas las chicas del club. Marta estaba totalmente colada por él, se lo
comía con la mirada en las clases pero él pasaba de ella. Pronto, Marta cambió
a la estrategia de niña tonta: hacía unos saques desastrosos, para que él se
pusiese a su lado, la tomase por la cintura para colocarla en la posición
correcta, y así sentir el calor de sus pectorales pegados a su espalda y ese
brazo de vello rubio sobre el suyo dirigiendo el movimiento de su raqueta. Mientras
nos cambiábamos en el vestuario, ella me susurraba entre risas, cosquilleándome
la oreja, cómo se derretía al oler su sudor dulce pegado en su cuello. A mí me
gustaba hacerle sufrir, y le decía que él solo tenía ojos para las mujeres
mayores, era el gigoló del club, el juguete de las maduritas. Ella no quería creerlo,
pero acababa diciendo:
—En realidad no sé porque me
gusta, es solo un pijo de mierda.
—Me apuesto un batido a que no te
atreves a salir a la pista sin bragas —la reté un día.
Ella se sonrojó, seguro que se
imaginaba a sí misma con su inocente faldita ondulando a su alrededor, para mostrarle
en una volada de cierzo su secreto velado.
—¿A que sí? —se rió provocativa,
y yo le dije:
—Ven, entra en mi vestuario.
Se quitó con decisión el
sujetador, sus pezoncillos punzando la camiseta blanca, luego los calcetines
blancos, que plegó con cuidado en el banquillo.
—Venga —la animé—, ahora, las
bragas.
Deslizó las bragas blancas,
corriéndolas con suavidad a lo largo de sus piernas.
—Es lo más desnuda que puedo
estar ahí fuera —me dijo con la misma sonrisa que dedicaba al rubio creído.
Permaneció un instante así, sin
bragas y mirándome a los ojos. Llevé mi mano bajo su falda y ascendí despacio por
sus muslos, ella se tensó, pero se acercó más a mí, y noté que su respiración se
aceleraba; en aquel ascenso, mi corazón subía también hasta mi boca. Encontré
su secreto mojado entre el vello espeso y lo acaricié cerrando los ojos,
mientras posaba mis labios en los suyos.
Su madre nos sacó a gritos del
paraíso:
—¡Chicas, ¿qué estáis haciendo?!
La clase ya ha empezado.
Marta salió corriendo del
vestuario, con la raqueta en la mano, le dijo a su madre que no había otro libre,
como excusándose por estar juntas.
Yo recogí sus calcetines y el
sujetador, pero sus bragas no aparecían por ningún lado. Me di cuenta de que
había ganado la apuesta, pero que también ella me había ganado a mí.
* * *
Mi nuevo relato para la última propuesta de los viernes creativos de el bic naranja, este fue el micro con el que participé. Esta vez había que escribir una historia inspirada en estas palabras: calcetines blancos unisex. Pásate por aquí para leer otros autores con otras historias.
domingo, 11 de agosto de 2013
Las tres mosqueteras ciegas
En la residencia, las tres abuelas ciegas se sientan juntas
después de la siesta, las une esa capacidad de ver el mundo sin necesidad de
ojos. Gloria sabe que Matías acaba de pasar, aunque eso no tiene
mérito: ese tufillo rancio mezclado con aroma de farmacia lo puede reconocer
cualquiera; sin embargo hay que reconocer que es una experta en adivinar qué
habrá de cena por el olor que llega de la cocina, a pesar de que los demás residentes
afirman que aquí todas las comidas huelen igual. Claudia distingue de qué país
procede un vestido palpando con los dedos pulgar e índice un pedazo de tela y
todos se asombran cuando comprueban su acierto al leer en la etiqueta el made in. El sentido del gusto es lo que
más desarrolló Montse, que entre sus batallitas cuenta con picardía cómo
distinguía a sus amantes gemelos por el sabor de sus besos.
Suelen organizar protestas frente al despacho de la
directora, quejándose de que siempre les sirven panga en vez de merluza, de las
tortillas de huevina y de la escasez de carne en los menús. La última vez que
se las encontró en el pasillo, con sus pancartas, la directora les echó una
mirada furibunda y exclamó: "¡Os voy a dar carne yo a vosotras!” y cerró de
un portazo su puerta.
Los demás ancianos las llamaban las tres mosqueteras, una
para todas y todas para una, hasta que murió Gloria, de repente, hace dos días.
Sin embargo, sus dos amigas aseguran que sigue presente entre ellas, le dejan
sitio entre las dos en el sofá que siempre ocupaban, le hablan y aguardan
a que conteste, y continúan la conversación como si estuviera allí. Mantienen
una silla libre en el comedor, junto a ellas, con su cubierto vacío, “Ahora ya
no tiene hambre, pobrecita”, lamentan compungidas. Los cuidadores se mofan de
su locura y ellas responden muy dignas que solo las personas ciegas pueden ver
y oír a los espíritus.
* * *
Este relato ha surgido hace poco, una mezcla de la idea de un viernes creativo propuesto por Fernando Vicente en el bic naranja aquí, y un homenaje a los viejitos de la audioantología de viejos que ha propuesto Pablo Gonz aquí. Llegué tarde a la propuesta de Fernando, pero me gustó ese título tan sugerente de las abuelas ciegas y tarde o temprano tenía que escribir algo sobre ello.
sábado, 10 de agosto de 2013
Eterna canción
Maullaba a la luna.
Todas las noches. Maullaba sin parar. Le corté el pescuezo. Ahora maúlla en mis
sueños. Todas las noches. Sin parar.
jueves, 8 de agosto de 2013
Cuestión de zapatillas
Fotgrafía de la red, (pantuflas wikipedia) |
La anciana se
levanta del lecho y se calza las zapatillas de pana. Camina por el pasillo muy
despacio, se esfuerza por no arrastrar los pies, le desespera el sonido cansado
de sus pasos. Pero le pesan los pies, como plomos de buzo. Al pasar por la
habitación de su nieta mayor, ve sus manoletinas abandonadas en mitad de la
puerta, ¡qué pie calza ya la moza! Le recuerdan su juventud, cuando soñaba con
ser bailarina. Contempla sus zapatillas de vieja, seguro que con las bailarinas
andaría ligero. Se las pone. Da un paso, ¡menudo cambio!, avanza por el pasillo a
saltitos, una vuelta y flota, otra vuelta y se siente cisne, lenta, lentamente,
dejándose llevar arriba y abajo...
—¿Mamá? —. Es
su hija, que acude alarmada por el ruido seco en el pasillo.
La encuentra
en el suelo, se ha mareado con la pirueta, pero muestra una sonrisa inocente:
—¿Ves? Con
estas puedo hasta volar…
sábado, 3 de agosto de 2013
My song
Al principio parecía que llovía.
Pero quizá solo llovía en mi corazón. Y sin embargo no era más que música. El
saxofón siempre estiraba tu pequeño cuarto de adolescente y el piano lo
recorría de puntillas, prometiéndonos en voz baja que algún día viajaríamos por Europa, kilómetros y kilómetros de vías de tren, con una mochila y
poco dinero. Era nuestro sueño, viajar juntos. Tarareaba y tú soñabas, tumbado
a mi lado. Tenías montañas de discos y me
ponías las últimas novedades, nadie sabía tanto de música como tú. Las
melodías me atrapaban y se asentaban en mi memoria sin nombre ni apellidos. Tú
les ponías nombre a sus intérpretes, a los títulos de las canciones, para que
yo los olvidara. A veces estábamos muy cerca, pero al final siempre nos alejábamos,
sin saber muy bien quién de los dos huía. Entre nosotros flotaba esa canción,
la única de la que recuerdo su nombre y que esponjaba nuestro horizonte.
Hoy he visitado a tus padres, he
entrado después de tantos años en tu habitación. Ya no estaban tus discos ni
tus libros, pero las paredes guardaban esa canción y ha vuelto a sonar en mis
oídos. Nunca escapamos juntos, pero hoy My
song me ha subido al tren de la melancolía y me ha puesto alas para
reunirme contigo.
* * *
Otro viernes creativo con Fernando Vicente en el bic naranja, este fue el micro con el que participé. Esta vez había que escribir una historia inspirada en una canción elegida por uno mismo. Pásate por aquí para escuchar otras canciones y otras historias.
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