Otro jueves de
Noche de juglares. Antes de salir, en la ventana unas gotas. ¡Maldita sea, no
va a llover este jueves otra vez! 20 años de noches de poesía y yo sin ir
nunca, voy este junio dos veces y ¿tormenta los dos? No voy a ser tan gafe.
He quedado con
Lucía, compañera del taller de literatura, la voy a buscar a la entrada del
parque, no se conoce esto. Después de varias llamadas y desencuentros
telefónicos nos encontramos y caminamos hasta el rincón junto a la iglesia;
está lleno, parece que no vamos a tener sitio sentadas juntas… justo en ese
momento se levantan dos en una esquina y se marchan, corremos a por las sillas,
¡qué suerte! Corre el aire, se está fresquito, qué gozada con las noches de
bochorno que llevamos toda la semana. Chispeaba alguna gota al venir, pero
aunque entre los pinos se ven las nubes, no va a llover más. No puede lloverle
a Mariano, quiero oír a Mariano Anós, actor, profesor, poeta, pintor.
Mariano nos
recita un poema de Machado “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla…”.
Su voz profunda, pausada, nos llega tan directa que sobrecoge. Me gusta mucho
oírle. También declama Mariano versos escritos por él mismo, un poema de su
Fausto, ese diálogo con Mefistófeles (otro actor hace Mefistófeles) en el que
se compromete a ser el nuevo Fausto y a no pronunciar jamás sus palabras:
“¡Detente instante, eres tan bello!”. Leerá también sus versos impregnados de
actualidad: una fila de inmigrantes esperando a tramitar sus papeles en la
comisaría, esas filas largas que se extienden por la calle como la
procesionaria. Fila que se desgrana en los pensamientos de cada uno de esos
seres que recuerdan sus países de origen, cada uno con su historia en la
cabeza, unos adoran el mar, otros lo odian, como esa mujer cuyo esposo fue
tragado por las olas. Ahora su hijo trabaja bajo el agobiante mar de plástico y
le gusta comer sardinas, sardinas del mar. Historias de pasados y ansias de
futuro, esperanzas impresas en unos miserables papeles.
Después declamará
un poema de León Felipe que no conozco, pero la voz de Mariano me dibuja toda
la historia, veo cada estrofa como la secuencia de una película: cierro los
ojos y veo la casa y la mesa y el libro y la ventana y la niña con la cara
aplastada contra el cristal como una estampa. Y el ritmo de la vida que pasa
por esa ventana, el ritmo de la vida y de la muerte, de la niña muerta en su
caja blanca.
Lorca, también
Lorca, para terminar. Siempre Lorca, como decía el taxista amante de la poesía.
Y luego la
delicadeza del dúo “El Mantel de Noa”: Pilar Gonzalez, con su arpa irlandesa y
Miguel Ángel tocando los instrumentos de viento (duduk armenio, flauta, gaitas,
acordeón...). Pilar nos cuenta como introducción a cada canción una breve
historia sobre la melodía, nos habla del porqué del nombre del dúo. Noa es una
niña a la que le encanta leer y que quiere recoger todos los sentimientos y
sensaciones que le provocan las historias de los libros. Olores, sabores,
colores, sonidos, aventuras, amores, todo eso lo guarda en un gran mantel que
va tejiendo con las melodías del mundo. Noa suena y canta sus historias en cada
canción que interpretan Pilar y Miguel Ángel.
Dice Pilar que
ellos solo tienen la música para expresarse y que esta no va tan directa a los
sentimientos como la poesía que hemos escuchado antes, pero yo no soy de la
misma opinión: la música va directa al corazón, no le hacen falta palabras. En
esta noche mágica, bajo los pinos que nos dejan ver las nubes, al refrigerio
suave del viento, hemos escuchado la música de la poesía en la voz de Mariano Anós
y la poesía de la música con Pilar y Miguel Ángel. La delicadeza del arpa nos
deja en suspenso, flotando en el viento, la compañía y los matices del duduk le
dan una profundidad eterna. Miguel sabe como sacar de esa flauta los matices y
los sentimientos que erizan el vello de los brazos. Escuchar el duduk,
instrumento fabricado con madera del árbol del albaricoque, descubrir que
ambos, albaricoque y duduk, son originarios de Armenia, quién iba a saber eso,
que el fruto que me he comido en la cena proviene de un país donde se hace la
música que nos acompaña esta noche.
Esta paz que se
mete bajo la piel, música que balancea nuestros sentidos.
Lucía está
encantada, yo también lo estoy y grabamos algunas canciones para que las oigan
nuestros amigos del taller de literatura. Lucía es una mujer sensible, disfruta
con la música y la poesía, conoce los poemas que escuchamos y se emociona, los
saborea. Adora también el mantel de Noa. Compartir estas cosas que nos gustan
(la poesía, la música y esa macedonia de kiwi y manzana que ha traído porque no
le ha dado tiempo de ir a casa a cenar) hace que las disfrutemos aún más. Lástima
que tenga que irse antes de terminar, estas sillas de la caridad son un
tormento para mi espalda, así que para la suya que está más delicada es
demasiado esfuerzo.
Pedro y yo nos
quedamos hasta el final, aunque yo tenga que madrugar mañana esto no nos lo
vamos a perder, estamos tan a gusto.
Al terminar
charlamos con Mariano Anós, le confieso mi admiración, lo mucho que me ha gustado
oírle a León Felipe. Y deseo poder volver a escucharle más veces, en ese
montaje sobre este poeta que hicieron el año pasado y que espero que repita
algún día.
Una noche muy
especial. Parecía que nos íbamos a asar de calor. Parecía que iba a llover.
Parecía que no podría ser. Y la magia de cuatro personas lo convirtió todo en
un paraíso de música y versos.