viernes, 20 de agosto de 2010

Fondo de escritorio



Tengo una foto de una playa de Asturias como fondo de escritorio en el ordenador del trabajo. Cada vez que la miro, me entran ganas de zambullirme de cabeza en esas maravillosas aguas verde esmeralda que se convierten en azul intenso en la lejanía. Siento la arena blanca y fina de la playa bajo mis pies mientras paseo junto a la orilla y juego a no dejarme alcanzar por las olas. El agua está fresca, vivificante, el sol acaricia mi piel y me empuja al agua.


Nunca había tenido una foto personal en el ordenador del trabajo y la verdad es que es un pequeño escape en la rutina diaria: por un instante te encuentras reviviendo las vacaciones pasadas y soñando con nuevos destinos en playas y montañas verdes llenas de vida. Es como una ventana abierta al mundo de los sueños. Pone una nota de color a los números, las hojas de Excel y los correos electrónicos aburridos. Voy a volver a zambullirme un rato en el azul intenso, en el verde esmeralda.

martes, 17 de agosto de 2010

Nadar como Tarzán

Recuerdo las películas de Tarzán. El magnífico Johnny Weismuller llamando a los animales con su potente grito. Los elefantes le contestaban barritando como locos. Mi primo y yo, después de ver una de sus películas, jugábamos en la piscina municipal. ¡Vamos a nadar como Tarzán!, decíamos. Y nadábamos primero a crowl, luego nos dábamos la vuelta para nadar a espalda, luego otra vez a crowl, vuelta y vuelta, sin parar. Indudablemente, Johnny lo hacía mejor, pero como hijos de Tarzán no teníamos competencia. Cuánto hubiéramos dado por saltar de árbol en árbol colgados de lianas, por tirarnos desde las lianas en ríos llenos de cocodrilos, por montar sobre un elefante que agitaba las orejas como abanicos al correr, por vivir en una casa en los árboles... Sin embargo, lo único que podíamos hacer era nadar como Tarzán. Aún me gusta nadar como Tarzán. Prueben. Produce una sensación de libertad indescriptible.

domingo, 15 de agosto de 2010

Pedazo de cielo

Era una mujer que tenía
un cuento para cada noche
y cada noche en un cuento.

Viajábamos en sus palabras
como sobre aves del paraíso
hacia la luna de la madrugada,
hacia el sol del amanecer.

Podíamos permanecer despiertos,
toda la noche,
escuchándola.

Y sus historias eran noches
y sus noches eran historias
negras y misteriosas.

Había una vez un pedazo de cielo
que cayó en las manos de un niño.
Tenía estrellas y un jirón de nube.

Las estrellas se reían
con un titilar de escalofrío.
La nube les hacía cosquillas
con sus hilos vaporosos.

Guardó el niño el pedazo de cielo
debajo de su almohada
y se durmió contando las estrellas
en la madrugada.

Al despertar buscó su cielo
bajo la almohada
y encontró un azul claro,
con una nube blanca y hermosa.

¿Dónde están mis estrellas?
- protestó.
 
Miró al cielo.
Nubes de algodón y rayos de sol.
Vencejos volando, gritando.
Y un agujero en el cielo,
con la misma forma
que el pedazo de cielo
que tenía en sus manos.

Metió el pedazo de cielo
en su mochila
para ir al colegio.

Y cuando salió a la calle
Se sintió ligero, muy ligero,
sus pies no tocaban el suelo:
estaba flotando.

El pedazo de cielo tiraba de él
para volver allá arriba
pero él hacía fuerza, hacia abajo,
para mantenerlo atrapado en su mochila.

Los otros niños creyeron
que se había convertido en un fantasma,
un espíritu que flotaba sobre la calle
por el resplandor que salía de su mochila.

Oyó a los vencejos:
¡Cuidado!
Hay un agujero en el cielo,
no os acerquéis a él o desapareceréis.

El niño pensó
que era muy peligroso
dejar aquel feo agujero en el cielo
por el que cualquier pájaro
podía colarse y desaparecer para siempre.
 
Así que se dejo llevar
por el cielo de su mochila,
hacia arriba.

Cuando estuvo junto al agujero
sacó el pedazo de cielo
de su mochila.

Lo encajó en el puzle,
y cerró aquella ventana al infinito.
Sacó aguja e hilo
y lo cosió con firmes puntadas,
para que no volviera a caer.

Así devolvió a los vencejos
un cielo seguro y completo,
por el que volar libremente,
sin miedo.

Desenrollando el hilo
se dejó caer hasta el suelo.

Había perdido su tesoro de noche y día
pero si miraba al cielo
reconocía su pedazo de cielo,
cosido con sus puntadas.

De día,
aquellas eran sus nubes,
De noche,
aquellas, sus estrellas.

Y si quería tocarlas,
sólo tenía que escalar por el hilo
que colgaba de su pedazo de cielo.

Eso nos contó la cuentista,
sus palabras envolviendo nuestros sueños.
 
Aquella mujer que metía
una noche en cada cuento
y cada cuento en una noche.

Y con un beso en la mejilla,
nos arropó en la cama
y nos dejó en el mundo de los sueños,
hasta la mañana.

sábado, 7 de agosto de 2010

El lenguaje de las mariposas


Dedicado a Elvira Lindo, después de leer un artículo sobre ella en el periódico El país.

Dice que se siente como quien acaba de cazar una mariposa cuando logra modelar un juego de palabras inspirado. (Elvira Lindo).
* * * El lenguaje de las mariposas * * *

Participé en un curso de relato en la Universidad Internacional de verano Menéndez Pelayo. Como colofón, los asistentes debíamos cazar en un cuento unos lepidópteros de colores. En aquella universidad de la costa, me hubiera inspirado más tener al mar como protagonista, pero el mar no parecía un paisaje muy adecuado para las mariposas, salvo en un relato de pura fantasía, y siempre me han gustado las historias realistas. Estrujando mi cerebro, lo primero que me vino a la cabeza fue el relato de Manuel Rivas La lengua de las mariposas, pero Rivas se refería al órgano en espiral que los lepidópteros despliegan y repliegan y que utilizan para libar el néctar de las flores, mientras que a mí eso de la lengua me sugería hablar sobre el lenguaje de las mariposas… ¿Cómo se comunicarían las mariposas? Las imaginé coqueteando con su pareja con amplios aleteos, párpados de largas pestañas que se abrían y cerraban como un guiño pícaro y sensual, dueñas de un lenguaje donde el contacto visual, los colores y los vuelos erráticos, mariposeantes, sustituían a las palabras. Pero renunciar a la palabra en un cuento era una dificultad añadida a mi trabajo; sin palabras, ¿quién podía contar un cuento, describir un paisaje, emocionar al lector? Hubiera podido grabar un video clip o crear un corto de animación, pero escribir un cuento de mariposas sin palabras resultaba un escollo inusitadamente difícil. Para salvar ese escollo, quise trasladarme al valle de las mariposas de mi infancia, aquella pradera de flores donde una mañana de verano las mariposas me rodearon como pétalos de flores cayendo sobre mí y, ciertamente, allí no necesitaba las palabras: sentir a las mariposas revoloteando a mi alrededor mientras yo corría entre ellas y la alta hierba, llenaba mi cabeza de conceptos sin sonido ni grafía, pero llenos de significado. Paz, alegría, plenitud, los pulmones llenos de aire, las espiritrompas libando, los aleteos ligeros, el planear agitado y nervioso, correr con el corazón en la boca… Un mundo increíble en la tierra se desplegaba ante mis ojos, hablándome en un lenguaje delicado y hermoso, música muda y llena de armonía en un revoltijo de insectos volando por todos los lados. Mi pluma (siempre escribo con estilográfica) había por fin arrancado con esa visión y escribía sin levantarse del papel palabras invisibles. La profesora (una escritora famosa y consagrada) me confesó que no había dejado de contemplarme en toda la hora, embelesada con mi arrebatada inspiración, por eso se sorprendió tanto cuando le entregué aquel folio en blanco en el que sólo se leía el título del cuento (El lenguaje de las mariposas), frunció el ceño extrañada, pero al mirarme a los ojos con expresión interrogante, encontró el vuelo de cientos de mariposas y planeó con ellas desde el principio hasta el final del folio, descubriendo aquella historia de parejas enamoradas y de campos llenos de flores….

Sólo entonces estuve completamente segura de que mi profesora era una escritora famosa y consagrada. Sólo un lector con esas características era capaz de leer un folio en blanco.