sábado, 31 de mayo de 2014

Mantra religioso


Ilustración de mi hija Elena Rovira

No pueden evitar asomarse en cuanto salimos a pasear por el bosque, curiosos y anhelantes, pero enseguida echan a correr como conejos, como si no estuvieran deseando saborear la canela de nuestra piel. Siempre logramos cazar una docena: no solo los que no corren demasiado, también el hombretón babeante ante nuestros pechos desnudos, incluso algún osado Apolo cuyos ojos  nos dicen que pretende disfrutar de nosotras y luego escapar. Por la noche comemos y bebemos, la música de los tambores nos incita a un salvaje placer y los hombres responden bajo nuestros cuerpos olvidándose en ese momento infinito de su destino. Los acariciamos, los besamos, los poseemos con la delicadeza de las hadas y con los zarpazos de las panteras; las pócimas y los ungüentos hábilmente aplicados consiguen encender de nuevo su deseo y recuperar su potencia sexual para que sigamos amándolos durante toda la noche. Y una vez abandonados, exprimidos y exhaustos, en ese paréntesis de la vida que queda suspendido en el aire y se confunde con la muerte más dulce, la mano de las sacerdotisas ejerce su poder sagrado, y los despojan de su último aliento con un beso y una daga que les roba el corazón.

* * *
Con este relato participo este mes en esta noche te cuento. Podéis verlo por allí aquí

4 comentarios:

Unknown dijo...

Pleno de metáforas que hacen espejo de realidades.
Muy brillante Puri.
Parece que el verano ha puesto muchas de nuestras mentes a hervir.

puri.menaya dijo...

Gracias, Carlos. Las mentes hierven, las plumas corren sobre el papel.
un abrazo

Luciano Doti dijo...

Me ha gustado. Muy buen relato. Un bosque con erotismo y misterio.

puri.menaya dijo...

Gracias, Luciano, el bosque, el erotismo, es una buena mezcla. Besos de chocolate!