No pueden evitar
asomarse en cuanto salimos a pasear por el bosque, curiosos y anhelantes, pero
enseguida echan a correr como conejos, como si no estuvieran deseando saborear
la canela de nuestra piel. Siempre logramos cazar una docena: no solo los que
no corren demasiado, también el hombretón babeante ante nuestros pechos
desnudos, incluso algún osado Apolo cuyos ojos
nos dicen que pretende disfrutar de nosotras y luego escapar. Por la
noche comemos y bebemos, la música de los tambores nos incita a un salvaje
placer y los hombres responden bajo nuestros cuerpos olvidándose en ese momento
infinito de su destino. Los acariciamos, los besamos, los poseemos con la
delicadeza de las hadas y con los zarpazos de las panteras; las pócimas y los
ungüentos hábilmente aplicados consiguen encender de nuevo su deseo y recuperar
su potencia sexual para que sigamos amándolos durante toda la noche. Y una vez
abandonados, exprimidos y exhaustos, en ese paréntesis de la vida que queda
suspendido en el aire y se confunde con la muerte más dulce, la mano de las
sacerdotisas ejerce su poder sagrado, y los despojan de su último aliento con
un beso y una daga que les roba el corazón.
* * *
Con este relato participo este mes en esta noche te cuento. Podéis verlo por allí aquí
4 comentarios:
Pleno de metáforas que hacen espejo de realidades.
Muy brillante Puri.
Parece que el verano ha puesto muchas de nuestras mentes a hervir.
Gracias, Carlos. Las mentes hierven, las plumas corren sobre el papel.
un abrazo
Me ha gustado. Muy buen relato. Un bosque con erotismo y misterio.
Gracias, Luciano, el bosque, el erotismo, es una buena mezcla. Besos de chocolate!
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