Imagen de Adam S. Doyle |
Despertar las
noches de luna nueva con los caninos afilados me conducía a la ejecución del consabido
ritual, con el despliegue de toda su parafernalia: la capa larga de cuello
alzado, las alas de murciélago recortadas contra el astro blanco, el aleteo feroz
que me transportaría como un rayo hasta mis víctimas. Pero si mi arte había
llegado a la verdadera perfección en el cumplimiento de sus objetivos, no había
sido por su práctica continuada durante siglos, sino gracias a la cuidadosa
preparación en la que me afanaba durante las noches previas. Me travestía en un
pequeño y delicado ruiseñor, que rondaba a las más bellas mujeres hasta el
amanecer. Al oírme cantar, ellas se asomaban a la ventana presas de un extraño
deseo que vibraba en sus labios y les escalofriaba las entrañas. La excitación provocada
en las damas iba en crescendo cada noche al compás de la luna. En el triunfo
del plenilunio, sin embargo, no había canto, el silencio las oprimía de tal
modo que la ansiedad secaba sus bocas ardientes, sus oídos anhelaban la voz del
amado y sus ojos brillantes buscaban en la blanquinosa noche al amante soñado.
Inquietas, desasosegadas, se acostaban, pero dejaban abiertos los postigos por
si aquel ruiseñor regresaba a besar sus labios, sus pechos enfebrecidos. Por las
ventanas abiertas de par en par penetraba mi alma joven y antigua al mismo
tiempo y las tomaba en sus lechos de princesas o campesinas, en sus cuellos mis
colmillos les insuflaban el amor eterno, mientras yo recolectaba la miel de su
sangre fresca y absorbía la lozanía que alimentaba mi inmortalidad.
* * *
Un nuevo viernes creativo en el bic naranja, a partir de una imagen de Adam S. Doyle.
2 comentarios:
Losx lobos vampiros con piel de ruiseñores, je je. Qué bueno.
Besos Puri.
Gracias Miguel, la primera imagen que me vino fue la de un vampiro.
Besos
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