La anciana me preguntó si había
un buzón de correos cerca.
-No vivo en este barrio, no sé
dónde puede haber uno…
La mujer llevaba una pamela sobre
la melena rubia y unas gafas de sol grandes que no me dejaban ver sus ojos. Una
anciana elegante, seria, en apariencia, de buena posición. En sus manos, entre
los dedos blancos, un gran sobre pegado con celo, con una letra picuda en tinta
azul, evidenciaba su interés por el buzón. Sentí no poder ayudarla, parecía
ansiosa por echar aquella carta y daba la sensación de encontrarse perdida, sin
saber adonde ir.
Seguí andando y al llegar a la
esquina, divisé un buzón amarillo en el siguiente cruce. Fue como una brillante
y oportuna aparición y volví sobre mis pasos con alegría de poder ayudar a
aquella mujer.
Permanecía parada en el mismo
lugar donde me había preguntado.
-Mire, aquí, un poco más adelante
hay un buzón –dije haciendo ademán de mostrárselo.
-Sí, ya lo he visto, pero en ese
pone que recogen las cartas a las seis y media…
No entendía nada. No eran todavía
las seis. ¿Sería a las 6 y media de la mañana y por eso era ya tarde? En ese
caso, lo mejor habría sido ir a correos, pero aunque yo llegaría en cinco o
diez minutos a la oficina de correos, a aquella señora le supondría un gran
esfuerzo llegar hasta allí. Tenía cita con el dentista, así que no podía
ofrecerme a hacerle un favor. Y tal como sujetaba el sobre, y la urgencia que
había en enviarlo, supongo que tampoco se hubiera fiado de confiárselo a nadie
para que lo llevara a Correos, querría ser ella misma quien se asegurase de que
aquella carta era puesta en circulación para llegar a su destino.
-Lo siento –acabé diciéndole
encogiéndome de hombros, sin saber muy bien qué hacer.
En el dentista, entre espera y
empaste, estuve más de una hora. Al salir, en una calle paralela volví a
cruzarme con la vieja vestida de azul marino, tocada con su pamela. Ya no
llevaba el sobre. Caminaba despacio y como no podía verle los ojos tras
las gafas de sol, le imaginé una mirada perdida, perdida en sus pensamientos.
Por lo menos había colocado el sobre, pensé. Y espero que llegara puntual a su
destino. Pero me quedó la duda. Y la sensación de no haber sido capaz de hacer
nada por ella.
5 comentarios:
La gran virtud de este micro, Puri, es que nos sugieres una historia que cada lector completará a su gusto y con ello lo engrandeces.
Un abrazo,
Como dice Pedro, cada lector puede seguir con una historia distinta sobre el motivo de esa urgencia en entregar el sobre.
Besitos
Pedro, Elysa, la carta es una intriga que cada cual resuelve a su modo. LA anciana me da bastante pena, ese estar ahí, perdida, sin moverse con la carta en la mano.
Contrariamente a las opiniones anteriores, creo que el final hay que cerrarlo, incluso cuando se deja abierto. Y el final me decepciona, como lectora. sin embargo, hay algo ene ste cuento que parece apuntar a un elemento clásico en los cuentos: el encuentro con el hada bajo la forma de vieja que pide un favor. Eso abre las posibilidades narrativas para que la narración de uan anécdota se convierta en una historia con todas sus letras.
Emilia Oliva
http://torsiones.blogspot.com.es/
Emilia, esta es una historia sin cerrar a propósito, en realidad todos os fijáis en la carta, su destino, su contenido, pero a mí me gustaría inicidir en la desvalidez de la anciana, en su soledad, en su (quizá) locura. La carta es una anécdota, una incógnita sin resolver, lo importante es ella con su pequeño problema (una carta que echar en un buzón), un problema que para ella es muy grande. A mi me crea un vacío, un gran desasosiego la imagen de esa anciana sola y perdida que quizá no he sabido transmitir. Pero por eso no está cerrado, para producir esa misma sensación en el lector.
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