Debajo de mi casa hay un pequeño jardín abandonado que pertenece a la comunidad. Durante todo el invierno dormita tristemente, es un nido de basura donde los papeles arrastrados por el viento quedan atrapados contra la valla y en el que los guarros, que tanto abundan, depositan sus basuras… Pero en primavera se llena de flores, es una explosión de vida salvaje, de colores, de olores. Mientras hago algunas fotos, aspiro el aroma a miel de las flores, observo a los abejorros zumbando, oigo el canto de los pájaros. Este es un jardín que nadie cuida; luego, cuando llega el calor, deciden pasar la segadora y echar herbicida y lo dejan totalmente pelado, ante mis ojos horrorizados. La naturaleza, a pesar de todo, es perseverante, la primavera siempre vence y conquista todos los años este pedazo de tierra, convirtiéndolo en un caos alegre de hierbas altas y revueltas. En el parque de al lado tenemos un césped bien cortado, ordenado y perfecto, pero hay pocas flores, sólo los dientes de león y algunas tímidas margaritas salen allí. Las malvas, las crucíferas blancas de este jardín abandonado, las espigas verdes, las malas hierbas, todas crecen como locas aquí. Eligen la libertad, allí donde el tirano de hormigón se despista un poco. Aunque sea efímera. Aunque les cueste la vida, pues pronto un desalmado con su segadora pasará por aquí y arrancará hasta el último esqueje. Mientras tanto disfrutemos de ellas, de su alegría, de su revolución, de su grito de rebeldía.
2 comentarios:
Muy bonito. Si nos dejamos guiar por nuestros sentidos, encontramos la belleza en muchos sitios inesperados. Es una pena que no todo el mundo sea capaz de hacerlo. Me ha gustado mucho como describes la belleza de tu alocado y salvaje jardín no solo con el sentido de la vista sino también con el olfato y el oído.
Sí, hay belleza en todos los rincones y me faltó el tacto y el gusto, pero no iba a ponerme a comer flores tan bonitas...
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