Como me duele la cabeza, voy a casa de mi abuelo. Le pido una aspirirna. Aquí sólo tengo pastillas para la tos, dice rebuscando en un cajón del cuarto de estar, lleno de medicamentos. Mira en el mueble del recibidor. Abro el primer cajón y encuentro los antinflamatorios y las pastillas del reúma. En el segundo, un montón de cajas de vitaminas, jalea real y ginseng. Pues en la mesilla del dormiorio, me grita. Allí están sus píldoras para dormir y también, la pastillita para ponerse debajo de la lengua por si el corazón... En el cajón de la mesilla, el sintrón, la crema para los dolores de las articulaciones y más pastillas para la tos. ¿Y en el botiquín del baño? Sí, aquí están, le contesto. Y también el linimento Sloan, la mercromina y el algodón. Y el termómetro de mercurio.
Me preparo un café. Para sacar el azúcar del armario de la cocina, tengo que apartar sus pastillas de la tensión y las del ácido úrico. Así no se me olvidan con el desayuno, me dice. Mi abuelo de joven quería ser boticario. Con tanto achaque, por fin lo ha conseguido.
6 comentarios:
Tengo la teoría de que la mitad de las pastillas que toman nuestros abuelos son placebo pero les sirven para ejercitar la memoria: esta para el reuma, esta para el corazón, esta es la del estómago...Me gustó mucho porque, además, me resultó muy familiar.
Saludillos
Jajaja muy bueno!! ;D
Gracias chicas por vuestros comentarios, Puck,nunca lo habúia pensado así, pero seguro que tienes razón: pastillitas para estimular la memoria.
Con el tiempo se le pierde el respeto a las drogas. Creo que todos los abuelos son iguales.
Muy bueno, Puri.
Es que cuando se empieza a tomar pastillitas, ya no se para.
Yo no tomo ni una.
Besos.
MA, si los pobres abuelos no tienen más que dolores.
Torcuato, tú eres demasiado joven para tomarlas, ya me dirás cuando tengas 80 años sobre tu espalda...
Publicar un comentario