Mi tío Jesús vivía con mi tía Matilde en una casita pequeña con geranios en las ventanas. Mi tío Jesús tenía un 600 rojo. Todo era pequeño, pero mi tío Jesús era grande y bueno, muy bueno. Siempre estaba de buen humor y jugábamos al rabino con mis otras tías y nos contaba que de joven quería ser torero. También podía ponerse serio, pero nunca estaba serio con sus sobrinos. Mi tío Jesús tenía un pájaro, Lucas lo llamaba, y como era el nombre de un vaquero de una serie de televisión, muchas veces me imaginaba aquel pájaro con sombrero vaquero y rifle, un pobre diablo despeluchado que acababa de entrar en el saloon. Nunca me gustaron los pájaros enjaulados, así que yo no le tenía mucho aprecio, a pesar del cariño que le profesaba mi tío Jesús. Él le llamaba (¡Lucas, Luquicas!) y le silbaba, le ponía agua para bañarse, le limpiaba la jaula y le daba de comer.
Ibamos de excursión al campo y de aquel 600 salía una nevera roja con cerveza y gaseosa y naranjada, y tortilla de patata y una bolsa con un termo de comida y otro de café y más comida, y otra bolsa con las toallas de baño y los bañadores, y una hamaca para tumbarse y mi primo Javi y mi tía Matilde y a veces el primo Jesús Angel… En un 600 cabía mucha vida y muchas ilusiones de domingos de tortilla de patata y chorizo de Pamplona y mosquitos al atardecer…
Mi tío Jesús nos ha dejado y yo me acuerdo de tantas cosas, que se me quedan en el corazón atravesadas. A mi tío Jesús le mando un beso, un beso en la mejilla, como los que le daba cuando era niña, cuando no pensaba que algún día podría marcharse para siempre.
2 comentarios:
Gracias, Puri. Un recuerdo muy bonito. Un beso para tí, un beso en tu mejilla, como te lo daría Jesús con todo su cariño.
Qué bonito y qué bien has descrito esos ratos tan felices que pasamos junto a él.
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