Me levanté con el día gris, acusadamente
gris. Esos días casi es mejor no mirarse al espejo; comienza uno por escrutarse
los ojos, las ojeras marcadas, la nariz, tan grotesca; sigue por las mejillas
demacradas, resbala hasta la boca deformada por esa mueca de asco eterno y
termina por zambullirse sin flotador en el yo profundo que le ahoga en el pozo
de su angustia. Esa ansiedad que roe tu alma hacia adentro, como la carcoma
agujerea el corazón de la madera, y lo deja atravesado de galerías de gusano
vacías y oscuras, sin dejar apenas sustancia viva a la que aferrarse. Ese
agujero que crece y se fagocita a sí mismo, replegándose hacia el interior,
hasta que logra que desaparezca el más mínimo atisbo de tu persona o de esa
persona que un día creíste ser, y el agujero se llena de lluvias negras y de
fantasmas que regresan. De nuevo, sí, los fantasmas de siempre.
¿Cómo detendría el proceso incesante de la
carcoma, cómo escaparía de los fantasmas, cómo saldría del abismo, del petróleo
pegajoso de la lluvia negra? Mis propias manos me tenían atrapado, los dedos
querían hacer una pelota ínfima de mí mismo y arrojarme a la basura; a veces la
mano izquierda se esforzaba en rellenar las grutas agusanadas, pero la mano
derecha se empeñaba en emponzoñarlo todo, me daba una cucharada de jarabe
amargo y me ofrecía una cuerda para colgarme de la viga. Y el estómago devolvía
en la taza del váter el contenido de mi vida y en esa vomitona me robaba la
poca vida que aún quedaba en ese cuerpo flaco, escondido tras greñas lacias y
sucias. Solo greñas quedaban en el espejo. Greñas y lluvia negra. ¿Dónde estaba
yo? ¿Adónde me había ido?
* * *
Una propuesta para un viernes creativo del mes pasado que no había traído por aquí. Fue el 7 de febrero en el bic naranja, aunque yo lo dejé caer por ahí el 13 de febrero.
1 comentario:
Es la mejor descripción que he leído de un despertar después de una noche loca bañada en alcohol.
Ahora, en serio: GENIAL, bruja, como todo lo que escribes.
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