A veces tenía un sueño: abrir una tienda de poesía. No dije una librería especializada en poesía, sino una tienda de poesía, donde aparte de libros de autores más o menos conocidos, pudiera vender sus propias poesías, elaboradas como un artesano. Alguien podría entrar en la tienda y pedirle, por ejemplo, que le escribiera una poesía para su novio, un buen negocio el día de San Valentín, los novios y novias harían cola en la tienda. ¡Qué cursilada! Pero las poesías no solo valían para los bobos enamorados, también podría escribir una poesía para el cumpleaños de una madre o para una abuela, para una despedida de un compañero en el trabajo, o por qué no, como regalo de empresa para entregar a los clientes, no digan que no es una idea original. Su lema sería "dígaselo con poesía".
Pero luego se ponía a echar cuentas, porque para abrir un negocio siempre hay que hacerlo y el sueño se venía a abajo. Porque, vamos a ver, ¿a cuanto se podía vender una poesía? Y una poesía echa a medida, nada más y nada menos. Era algo tan subjetivo... Podía pedir la voluntad. Pero así no se podía hacer negocio, la gente tenía mucha jeta y se aprovechaba, si pides la voluntad, es como una obra de caridad, una limosna, y se creen con derecho a darte la mitad de la mitad de la mitad de lo que piensan que puede valer un objeto. Y luego estaba otra cuestión: ¿cuántos clientes podría tener? La gente no suele apreciar la poesía, ni la entiende ni la quiere entender, aparte de que hace falta una cierta sensibilidad para acercarse a ella. Y esa sensibilidad solo parecía existir en un círculo muy reducido de personas. Así que su sueño de la tienda de poesía se quedaba flotando en el mar de nubes de su imaginación.
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