Paseaba por
Praga con una cámara, aquel ojo artificial era un apéndice de los suyos propios
con el que pretendía apresar todo aquello que escapaba a sus sentidos. En cada
esquina, en el empedrado, buscaba historias escondidas, seguro de que cada
piedra habría absorbido la esencia del escritor, porque en ellas aún resonaban
sus pasos, y él perseguía la huella de sus zapatos, el vaho de su aliento, el olor
del gabán de su memoria. A la luz roja del laboratorio, esperaba encontrarlo
conjurando la magia lenta de los líquidos reveladores, pero aquellas fotos
aparecían en la cubeta del revelado y lo
único que desvelaban turbiamente era una soledad pálida y triste, de calles
grises y esquinas mohosas. Cuando alzaba la cabeza, bajo el tendido de fotografías
colgadas a secar con pinzas de plástico, lamentaba su mala suerte. A veces
creía que la sombra de aquel hombre estaría a la vuelta de la esquina de
aquella calleja de Hradcany que descendía hacia su propio misterio y al día
siguiente iba allí, doblaba esa esquina y tomaba otra foto. Un nuevo revelado
solo mostraba el vacío de su alma sedienta de historias y aparecía una nueva
esquina tras la cual se adivinaba el perfume de un escritor que quiso ser
olvidado y que otros recuperaron y amaron con el fervor que provoca la
inquietud, el desasosiego. Esa inquietud conducía al fotógrafo a buscar en la
siguiente esquina y después en la siguiente y en la siguiente, una sucesión de
calles vacías pero tan exquisitamente perfumadas por su alma que cuando el artista
expuso sus obras en su ciudad natal, los espectadores se paseaban por aquella
ciudad y acababan perdiéndose en la sucesión de callejuelas, ese
empedrado de grises y negros donde perseguían el sonido de unos pasos que se
alejaban, y en la ansiedad por salir del laberinto, encontraban al fin la sombra
de Kafka perfilada en un muro, intentando huir una vez más de sus miradas.
4 comentarios:
muy buen relato
Te transporta, deliciosa ambientación.
Gracias Miguel Ángel Aguado, un paseo por Praga, tras los pasos de Kafka.
Gracias, Miguel Ángel Pegarz, las fotos que nos hacen buscar sombras de escritores. Un abrazo
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