Nadar
es una técnica y un arte. Nos impulsamos con la aleta caudal, a ritmo constante
y tranquilo, parecemos relajados y ajenos al mundo pero nunca bajamos nuestra
atención, en alerta a cualquier enemigo que pueda acercarse a nosotros. En
el medio acuático no puede uno
despistarse, para escapar de los depredadores podemos necesitar cambiar nuestro rumbo inmediatamente
y lo conseguimos gracias a
la aleta dorsal, que, con un rápido movimiento parecido a un calambre eléctrico,
nos hace girar en dirección opuesta en un instante.
Nadamos despreocupados mientras contemplamos esos rostros enormes que nos miran con curiosidad. Apenas se mueven, con sus narices pegadas al cristal. Mueven los labios, pero no como nosotros, que boqueamos para respirar, sino que forman extraños dibujos con ellos, unas veces los estiran en dos líneas, otras los juntan hacia fuera, otras abren mucho la boca… También se miran unos a otros a los ojos, parecen comunicarse con esos órganos. Tienen una expresividad en la cabeza de la que nosotros carecemos y somos incapaces de interpretar lo que quieren decir. A veces me pregunto si entre ellos son capaces de entenderse, con tantos gestos y matices, y además están esos sonidos que salen de su boca y nos llegan apagados a través del cristal y del agua: ¿realmente pueden traducir todo eso y saber lo que el otro siente, mira, desea? Los observamos cada día, para eso estamos aquí. Hace mucho tiempo que lo hemos estado haciendo, y sin embargo no llegamos a ninguna conclusión. Discutimos si son inteligentes, si tienen memoria, si son capaces de contar leyendas… Son tan diferentes a nosotros. Aparte de no necesitar agua para respirar, se desplazan sobre dos extremidades y utilizan herramientas con las extremidades superiores. Parecen amar y tener sentimientos, aunque algunas veces enloquecen y ello les lleva a cometer crímenes atroces, que hacen estremecerse hasta a los tiburones. Son capaces de matar a sus propios hijos o a sus mujeres. No puedo dejar de preguntarme, al acercarme al cristal para verlos mejor, quién los habrá encerrado en ese terrario.
Nadamos despreocupados mientras contemplamos esos rostros enormes que nos miran con curiosidad. Apenas se mueven, con sus narices pegadas al cristal. Mueven los labios, pero no como nosotros, que boqueamos para respirar, sino que forman extraños dibujos con ellos, unas veces los estiran en dos líneas, otras los juntan hacia fuera, otras abren mucho la boca… También se miran unos a otros a los ojos, parecen comunicarse con esos órganos. Tienen una expresividad en la cabeza de la que nosotros carecemos y somos incapaces de interpretar lo que quieren decir. A veces me pregunto si entre ellos son capaces de entenderse, con tantos gestos y matices, y además están esos sonidos que salen de su boca y nos llegan apagados a través del cristal y del agua: ¿realmente pueden traducir todo eso y saber lo que el otro siente, mira, desea? Los observamos cada día, para eso estamos aquí. Hace mucho tiempo que lo hemos estado haciendo, y sin embargo no llegamos a ninguna conclusión. Discutimos si son inteligentes, si tienen memoria, si son capaces de contar leyendas… Son tan diferentes a nosotros. Aparte de no necesitar agua para respirar, se desplazan sobre dos extremidades y utilizan herramientas con las extremidades superiores. Parecen amar y tener sentimientos, aunque algunas veces enloquecen y ello les lleva a cometer crímenes atroces, que hacen estremecerse hasta a los tiburones. Son capaces de matar a sus propios hijos o a sus mujeres. No puedo dejar de preguntarme, al acercarme al cristal para verlos mejor, quién los habrá encerrado en ese terrario.
2 comentarios:
LA inversión de la canción "EL Lado del Pescado" de Juan Perro. Ya le contesto yo a tu pez: no, no nos entendemos, aunque no sea por la complejidead de nuestro lenguaje.
Miguel Ángel, no conocía la canción de Juan Perro, la acabo de ver. ES cierto lo que dices, no nos entendemos más bien por la complejidad de nuestras cabezas, por ese extraña manía de decir lo contrario de lo que dicen nuestros ojos y mucho más, por ese complicar las cosas cuando todo podría ser más fácil y directo.
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