Al cumplir trece años, metí en
una caja de madera mis juguetes favoritos. Y los enterré en una jardinera de la
terraza. Llovió. Hizo sol. Viento. Muchas veces. En este orden o en el inverso,
incluso todo a la vez: sol-lluvia-viento. Mi madre plantó caléndulas, perejil,
petunias blancas. Fui a la universidad. Un día conocí a una chica. Me casé. Mi
madre murió. Ya no había caléndulas ni perejil ni petunias. Me llevé la
jardinera a mi casa. Planté con mi hija geranios. Revolviendo la tierra, la
chica encontró la caja. Ahora mi hija juega con caballos azules y un gran jefe
indio. Las canicas me miran con sus ojos de colores. Tienen el mismo brillo, la
misma fantasía en sus volutas de plastilina que cuando las gané en el recreo.
Por ellas no pasa el tiempo. Sin embargo, las plumas del indio están
descoloridas. Y el recreo de mi colegio ya no existe, actualmente hay un
edificio horroroso en su lugar. Pero sigo viéndolo cada vez que paso delante de
él. En mi corazón algunas cosas permanecen, otras se han ido. Muchas las
intento atrapar. He pensado guardar las que pueda en esta caja, de nuevo. Quizá
me entierren con ella.
6 comentarios:
Y quizás contigo guardes el mismo brillo, la misma fantasía, como si por tu imaginación no pasase el tiempo.
Gracias Luisa, espero guardar esa fantasía y compartirl acon vosotros. besos
Me encanta cómo escribes Puri. Gran micro
Un abrazo.
Se agradece el elogio, Yolanda muchos besos
Este me ha emocionado. Yo vuelvo a ser niña con mis pequeños...si dejé de serlo alguna vez... Gracias Puri. Irene
Irene, disfruta con tus peques. Tú nunca dejarás de ser niña, guapa. ;)
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