Ilustración de Juanlu |
Pluma coja nunca había domado un caballo.
Cuando un caballo salvaje le miraba a los ojos, le conquistaba la libertad de
su mirada y subía a su lomo vencido por ella, arrebatado el ánimo de luchar
contra tan noble firmeza. Por supuesto, acababa en el suelo al primer brinco
del animal. La última vez que subió a un caballo, se lastimó la pierna en la
caída. Su padre, al verlo levantarse del suelo cojeando, se arrancó una pluma
de su penacho y la ensartó en su cinta de cabello: “Desde hoy te
llamarás Pluma coja y jamás montarás
un caballo”. No lo hizo para humillarle, sino para que todos supieran solo con
nombrarle que esa pluma le ayudaría a remontar otros vuelos.
Él agradeció la decisión de su padre: prefería
cuidar los animales, guardarles el mejor heno, hacerlos correr por la pradera
sin jinete (siempre acudían a su llamada), secar su sudor después de la
carrera, peinar sus crines largas y eternas como la noche y mirarles a los ojos
para descubrir ese ansia perenne de libertad que nunca se borraba de ellos.
Porque un caballo, aún después de domado, tiende a escapar de las bridas, debe
ser montado regularmente o la tarea habrá sido vana y habrá que comenzar de
nuevo.
Un día, un caballo se rompió una pata. Todos
querían sacrificarlo, incluso el Hombre medicina aconsejaba acabar con su
sufrimiento. Pero Pluma coja se hizo
cargo de él, vendó y entablilló su pata, le preparó un lecho de plumas y le contó
historias de caballos que habían galopado hacia las estrellas.
Al séptimo día, el caballo se levantó.
Seguía cojeando, pero podía andar. El caballo miró a Pluma coja y le pidió con los ojos que montara sobre él. Pluma coja subió en su lomo y el caballo
trotó primero despacio, luego al galope y finalmente todo el poblado
los vio emprender juntos el vuelo hacia las nubes.
Desde entonces llamaron al muchacho Caballo del cielo, aunque jamás volvieron
a verle, salvo en los bordes deshilachados de la aurora boreal, donde se
adivinaba el penacho de la cola del caballo cojo y los colores de su pluma
rota.
11 comentarios:
Un micro que es como un banquete de ternura, Puri. Acaricia el corazón del lector buscando sus mejores sentimientos.
Mi enhorabuena al maestro Juanlu por su ilustración.
Un abrazo,
Libertad lo llamaría yo, porque este micro está lleno de eso, y de amistad, como la tuya y la mia.
Un besazo bruja!!!!
Por cierto, le he añadido tu micro al dibujo!
Un precioso canto a la vida, más allá de las limitaciones que, la mayoría de las veces, nosotros mismos nos imponemos.
Muy bonito Puri.
Un abrazo
Pedro, gracias, me alegro de compartir el banquete con vosotros.
Juanlu, libertad y amistad, que grande cuando pueden ir ambas de la mano.
Miguel, no hay límites, aunque hay que echarle esfuerzo y ganas, siempre.
Quiero que sepas que me has enamorado con esta tierna historia. Mis hijos han disfrutado como yo.
Te felicito.
Un abrazo.
El micro y la ilustración están llenos de color, ternura y vida. Me ha gustado mucho.
Besicos muchos.
Ponfiel, me alegro de enamorarte con mis historias, y sobre todo que las disfruten también tus hijos.
Casa encendida, las ilustraciones de Juanlu siempre me hacen imaginar, y esta vez me vino a la cabeza un indio que salía volando en un caballo.
Como dice Pedro. Es todo ternura, y así lo leemos desde el principio, como un cuento del que aprender.
Un abrazo.
Arte y letras.
Romance, sexo, sangre y maldad.
Historias de brujas y demonios.
Relatos de crítica y ensayos de un alma perturbada.
Cualquier objeción será respondida con cortesía y cinismo por una escritora de tres libros.
Gracias CDG, un poco de ternura y mucha libertad
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