Mi madre adornaba la ventana con
estrellas de nieve que recortaba ella misma en papel de plata. Una noche del
cinco de enero, entre aquellas estrellas, vi a los Reyes Magos montados en sus
camellos, flotando en la noche. Emocionado, corrí a avisar a mis padres, pero
su cama estaba vacía. Corrí al cuarto de estar y encontré junto a mis zapatos
un montón de regalos, iluminados por las luces de colores del árbol de navidad.
Me volví hacia la mesa y comprobé que se habían comido el turrón, habían
apurado también las tres copitas de licor, y los camellos habían dado cuenta del
agua y los dátiles. Pero no había sido suficiente, estaba claro: a cambio de
los regalos, los Reyes se habían llevado a mis padres. Grité por la ventana
hacia donde había visto los Reyes hacía un minuto:
—¡Mamá! ¡Papá! —las lágrimas me
nublaron la vista.
Mi madre me cogió en brazos.
—¿Te han dejado volver? —pregunté
angustiado—. ¿Y papá?
—Papá está aquí, cielo, no hemos
ido a ningún lado.
Entonces creí que las lágrimas
siempre nos devolverían a los seres queridos.
Ahora es navidad otra vez y ellos
se han marchado. Pero la vida me ha enseñado que por mucho que mis lágrimas
humedezcan mis ojos, ellas ya no podrán hacerlos volver.
* * *
Con este relato de Reyes estuve en Esta noche te cuento en diciembre, algunos ya lo habréis leído, pero no podía dejar de ponerlo aquí hoy.
¡Felices Reyes!
Una bruja solo puede desearos que sus majestades os hayan traído todo el carbón que pedisteis.
3 comentarios:
Yo, he sido tan, pero tan malo, que ni carbón me han puesto.
Me alegra que lo compartas también aquí, Puri, porque no siempre puedo seguir cuanto publican en ENTC.
Este es un micro de un calado emocional profundo, que toca al lector aunque aún no haya perdido definitivamente a nadie.
Un abrazo,
Javier, es que seguro que no lo pediste en la carta...
Gracias Pedro, me alegro de haberte tocado la fibra sensible.
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