Fotografía de Pedro Rovira Tolosana |
Últimamente sueño que vuelvo
a estudiar. Una noche sueño que leo libros gordos de Saint Exuperi en una
escuela de primaria; otra, ingreso en un instituto inglés con iglesia neogótica
y mercadillo colorista en sus calles; la siguiente, estudio en la universidad
de Barcelona, donde Gaudí decora mi carpeta de apuntes con mosaicos de
cerámicas rotas. Siempre con esa inseguridad de si seré capaz de memorizarlo
todo, después de más de veinte años sin pisar un aula.
Cuando me despierto, me pregunto
qué significa todo esto. Por la tarde, voy a mi psicoanalista, me tumbo en el
diván junto a la ventana, mi mirada se pierde en la contemplación de las hojas
de los plátanos de la avenida y toco el cielo con los dedos y con la punta de
la lengua.
Mi psicoanalista nunca tiene la
respuesta, me invita a que la encuentre yo misma.
—La respuesta —le digo con absoluta
seguridad—, tampoco está en mí; la respuesta se encuentra en este diván.
—Bien, duérmase entonces —me
aconseja él con voz suave, tranquilizadora.
Cierro los ojos, pero desconfío:
me invade el convencimiento de que no despertaré de este sueño, o de que si lo
hago, no lo recordaré.
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