domingo, 23 de diciembre de 2012

Cambio de escenario






En el centro comercial ha llegado la navidad. Las luces de colores se encienden y se apagan haciendo guiños a los visitantes. El muñeco de Papá Noel ríe ¡jou, jou jou…! Árboles de navidad con espumillón brillante en las puertas de las tiendas, acebos falsos de frutos rojos en los escaparates, villancicos de música de fondo. Todo es una fiesta. Y hay gente, mucha gente por los pasillos, subiendo y bajando por las escaleras mecánicas. Son pordioseros, vagabundos, pobres que ya no tienen más que perder ni qué ganar. Se pasean arrastrando los pies con sus zapatos rotos, despacio, observando a su alrededor con ojos de deseo: los adornos navideños, los libros, las cajas sorpresa, las coquetas mesas con sus manteles de encaje y vajillas brillantes, opulentas, y los ordenadores, las video consolas, los juguetes que hablan, los juegos de madera. Entran y salen de las tiendas, no tocan nada, aunque saben que hoy es Navidad, hoy es su día, pueden entrar aquí y usar lo que quieran. En las tiendas no hay dependientes, no hay guardias de seguridad, nadie puede detenerlos. En la fiesta del consumo, hoy están invitados. El resto de los días es territorio vedado. Van cogiendo confianza, poco a poco. Se sientan en las mesas de los restaurantes y comen, comen, comen todo lo que pueden, antes reventar que sobre… Se visten de Armani y de Chanel, juegan a ser príncipes y reinas por un día. Los niños se zambullen en piscinas de juguetes. Sus sonrisas no tienen precio.

Entre las chabolas no hay luces de colores, no hay árboles de navidad. Los tejados de uralita se inclinan cabizbajos, con tristeza. La música no existe. Las estrellas auténticas deberían brillar en el cielo, pero tampoco se ven por culpa de las luces de la ciudad. Los ricos se pasean entre las chabolas. Con sus trajes elegantes, sus sombreros de copa, la mujeres con sus finos tacones se quedan atrapadas en los agujeros. Entran con aprensión en las miserables casas y descubren la indignidad de la basura reciclada, los cajones de fruta que son estanterías, las cajas de cartón que guardan tesoros de tuercas y tornillos, los carritos de bebé desvencijados, las ruedas de bicicleta que sustituyen a las ventanas. Duermen en colchones de muelles rotos que gimen bajo su peso. Sus hijos los esperan fuera jugando a la comba y a las chapas. Apenas hay comida en estas chabolas, las tripas les rugen de hambre, pero solo es un día, un día de comer pan seco y arroz, de poner su conciencia a prueba por unas horas.

Sin embargo su conciencia no tiene memoria.
Hoy es Navidad. Pero mañana todo volverá a ser igual.

Los pobres volverán a las chabolas. Los ricos regresarán a su paraíso de colores. Nunca se tocarán. Solo se verán sin verse, como siempre, de pasada, en las esquinas.

* * *

La foto es de nuestro árbol de navidad.

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