En el centro comercial ha llegado
la navidad. Las luces de colores se encienden y se apagan haciendo guiños a los
visitantes. El muñeco de Papá Noel ríe ¡jou, jou jou…! Árboles de navidad con
espumillón brillante en las puertas de las tiendas, acebos falsos de frutos
rojos en los escaparates, villancicos de música de fondo. Todo es una fiesta. Y
hay gente, mucha gente por los pasillos, subiendo y bajando por las escaleras
mecánicas. Son pordioseros, vagabundos, pobres que ya no tienen más que perder
ni qué ganar. Se pasean arrastrando los pies con sus zapatos rotos, despacio,
observando a su alrededor con ojos de deseo: los adornos navideños, los libros,
las cajas sorpresa, las coquetas mesas con sus manteles de encaje y vajillas
brillantes, opulentas, y los ordenadores, las video consolas, los juguetes que
hablan, los juegos de madera. Entran y salen de las tiendas, no tocan nada,
aunque saben que hoy es Navidad, hoy es su día, pueden entrar aquí y usar lo
que quieran. En las tiendas no hay dependientes, no hay guardias de seguridad,
nadie puede detenerlos. En la fiesta del consumo, hoy están invitados. El resto
de los días es territorio vedado. Van cogiendo confianza, poco a poco. Se
sientan en las mesas de los restaurantes y comen, comen, comen todo lo que
pueden, antes reventar que sobre… Se visten de Armani y de Chanel, juegan a ser
príncipes y reinas por un día. Los niños se zambullen en piscinas de juguetes.
Sus sonrisas no tienen precio.
Entre las chabolas no hay luces
de colores, no hay árboles de navidad. Los tejados de uralita se inclinan
cabizbajos, con tristeza. La música no existe. Las estrellas auténticas deberían brillar en el cielo, pero tampoco se ven por culpa de las luces de la ciudad. Los ricos
se pasean entre las chabolas. Con sus trajes elegantes, sus sombreros de copa,
la mujeres con sus finos tacones se quedan atrapadas en los agujeros. Entran con
aprensión en las miserables casas y descubren la indignidad de la basura
reciclada, los cajones de fruta que son estanterías, las cajas de cartón que guardan
tesoros de tuercas y tornillos, los carritos de bebé desvencijados, las ruedas
de bicicleta que sustituyen a las ventanas. Duermen en colchones de muelles
rotos que gimen bajo su peso. Sus hijos los esperan fuera jugando a la comba y
a las chapas. Apenas hay comida en estas chabolas, las tripas les rugen de
hambre, pero solo es un día, un día de comer pan seco y arroz, de poner su
conciencia a prueba por unas horas.
Sin embargo su conciencia no tiene
memoria.
Hoy es Navidad. Pero mañana todo
volverá a ser igual.
Los pobres volverán a las
chabolas. Los ricos regresarán a su paraíso de colores. Nunca se tocarán. Solo
se verán sin verse, como siempre, de pasada, en las esquinas.
* * *
La foto es de nuestro árbol de navidad.
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