viernes, 22 de mayo de 2009

Cuentacuentos




Por fin tengo un rato para hablaros del cuentacuentos del sábado pasado.

Al principio creí que no habría apenas niños, a las 6 no había más que tres o cuatro... Pero luego la cosa se fue animando. Dejamos un margen para que llegaran los rezagados, al final hubo trece chiquillos. Durante la espera yo había dejado el sombrero de la bruja de chocolate sobre la mesa y unos niños se pusieron a jugar con él... ¡A punto estuvieron de descubrir el secreto del sombrero mágico! Conseguí que me devolvieran el sombrero y a partir de entonces lo mantuve a buen recaudo hasta que sobre las 6 y cuarto comenzamos el cuentacuentos.

Del sombrero de la bruja de chocolate fueron apareciendo los cuentos: Monstruo, ¿vas a comerme?, Una sirena en la bañera , La rana que quiso ser hombre.

Me temo que resultó demasiado largo, para otra vez ya lo he aprendido, un par de cuentos es suficiente, los niños se cansan enseguida (sobre todo cuando tienen 3-4 años), pero la mayoría estuvieron muy formalitos, pues estaban sentados en el suelo con su papá o su mamá y eso los ayudaba a mantener la atención. Tenía además un par de chiquitos delante que me rondaban haciendo lo que yo hacía en cada cuento y aunque me despistaban un poco, en algunas ocasiones participaban muy activamente en el cuento y le daban mucha vida.

Al final terminé el último cuento un poco deprisa para no alargar ni aburrir más y les hice un casco de caballero con una caja y papel de aluminio.




Esto me hace recordar a un contador de cuentos de Camerún, Boniface Ofogo, que vi una vez en la Bilbioteca de Aragón, en un ciclo de narradores del mundo (llamado A la sombra del baobab), que como los niños estaban bastante revueltos durante su actuación, aconsejó que los padres hicieran como en su país, donde las historias se cuentan para niños y mayores, y los padres se sientan con sus hijos en los brazos y así se favorece la atención. La verdad es que hubo muy poca colaboración en aquella ocasión de los padres, en la biblioteca, suelen "soltar" a los niños en el suelo para que se sienten delante del escenario, y ahí se quedan. El pobre Boniface pedía por favor el apoyo de los padres explicando que para él era especialmente difícil su propia concentración, por la difucultad que él tenía al tener que utilizar una lengua que no era la suya... Pero realmente hubo pocos que se encargaran de sus hijos.

Por mi parte, yo puedo decir que los padres y los hijos estaban realmente unidos en mi cuentacuentos, así que por eso lado fue excelente.

Para finalizar hubo un sorteo del casco guerrero. Echamos los numeritos de las entradas en el sombrero de bruja y un muchachito metió su mano inocente para sacar al ganador. ¡El número doce! La ganadora fue Paula, una chiquita amiguita mía, pero os aseguro que no hubo tongo. Lo peor fue cuando el niño que había sacado el número premiado me dijo:

- ¿Y para mí qué?

Pobrecillo, para él no había nada... Quizá teníamos que haber explicado antes lo que era un sorteo, porque todos empezaron a pedir...

Todo se arregló fácilmente:

- Para vosotros tengo las instrucciones para que podáis hacer el casco guerrero en casa con vuestros papis... Y repartí un papelito con las instrucciones y todos se fueron más contentos que chupiilla...

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